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 El Museo Numismático (Oficina del Historiador) atesora –entre las colecciones de su exposición permanente– una serie de la primera moneda labrada en la América hispana, conocida con el nombre de «circular sin cordoncillo».
Poseedor de un alto valor –pues es de los más famosos y codiciados en todo el panorama numismático mundial–, este tipo de moneda empezó a batirse en México hacia el segundo semestre de 1536.

 Sin cordoncillo protector, de caras lisas y confeccionadas a martillo sobre yunque, con las denominaciones de ¼, ½, 1, 2 y 3 reales en plata y 1, 2 y 4 maravedíes en cobre, estas monedas mostraban en una cara el escudo cuartelado de Castilla y León, y en la otra, las columnas de Hércules sobre las aguas del Océano atlántico.
Aunque la circular sin cordoncillo se acuñó en la etapa del reinado de Carlos I, en ellas se reprodujo el diseño de las monedas impresas durante el período en que este monarca reinó junto a su madre, Juana de Castilla. Razón por la que este tipo de moneda sólo tuvo un diseño, ya que el hijo de Carlos I y sucesor en el trono —Felipe II— tampoco hizo piezas a su nombre hasta 1566.
De aquella primera serie de monedas, la de tres reales –específicamente– está considerada como la más rara porque sólo se acuñó entre 1536 y 1537, período en que comenzó a batir la ceca de México. Al ser su diámetro similar al de la de 2 reales, se produjeron serios problemas en las operaciones comerciales.
Tal situación determinó que, por Real Cédula de 18 de noviembre de 1537, la moneda de tres reales fuera remplazada por la de cuatro, no autorizada hasta entonces.
Aunque acuñada al otro lado del Atlántico, la circular sin cordoncillo respondía a los patrones establecidos desde 1475 por los Reyes Católicos para las monedas que se hacían en España. Algunas de ellas fueron introducidas en América durante los primeros años de la conquista con el propósito de realizar los canjes comerciales ya que, hasta entonces, las tribus nativas empleaban entre sí la denominada «moneda de la tierra»: productos que servían para cuantificar sus operaciones y establecer equivalencias entre las mercancías, como el algodón, el polvo de oro en plumas de ánade, los granos de cacao, los trozos de cobre en forma de T, las plumas de aves preciosas...
Como la metrópoli necesitaba crear monedas para que rodaran en sus posesiones de ultramar, debido a que las propias autoridades españolas prohibían la circulación de las monedas traídas por los conquistadores, el rey Fernando V ordenó el 15 de abril de 1505 que la ceca de Sevilla comenzase a acuñar monedas de plata y vellón.
Este intento fue fallido porque aunque el vellón llegaba en remesas a los territorios colonizados, no tuvo buena aceptación por sus bajos valores, y en el caso de las monedas de plata, se precisaba una licencia especial para traerlas.
De manera que se hacía necesario continuar usando los productos de la tierra como monedas en determinadas transacciones, a pesar de los intentos hechos antes de 1536 para solicionar la necesidad de circulante en el nuevo mundo.