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 Tras visitar una exposición de Picasso, dicen que el autor de El Proceso pronunció esta famosa frase: «El arte es un espejo, que se adelanta como un reloj… a veces». Salvando las distancias, al tratar de referirme a la obra de Leonardo Cuervo (La Habana, 1972) quisiera que se me ocurriera un acertijo semejante, pero sólo alcanzo a figurarme que este joven artista cubano trabaja —o sea, pinta— por encargo… del mismísimo Franz Kafka.

Artífice de verdad, sin pretensiones de tener a ésta en su mano ni por asomo, este Leonardo cubano es capaz lo mismo de invocar a Kafka que a Escher que a van Eyck… Le basta con guiñarnos el ojo a través de una ecuación invertida por el Arte, ese espejo que se adelanta como un reloj… a veces.

Tras visitar una exposición de Picasso, dicen que el autor de El Proceso pronunció esta famosa frase: «El arte es un espejo, que se adelanta como un reloj… a veces». Salvando las distancias, al tratar de referirme a la obra de Leonardo Cuervo (La Habana, 1972) quisiera que se me ocurriera un acertijo semejante, pero sólo alcanzo a figurarme que este joven artista cubano trabaja —o sea, pinta— por encargo… del mismísimo Franz Kafka.

La Fe (2006). Óleo/lino (65,5 x 50,5 cm).

Como el pintor Titorelli, uno de los personajes de la citada novela kafkiana, Cuervo se atiene estrictamente a lo que se le ha pedido: tomar las pruebas banales y corrientes que pululan en la realidad objetiva, las evidencias que todos creemos conocer, para convertirlas en realidad intratable, alejada de todo hábito estético o empírico. Por ejemplo: coge el rostro de alguna modelo publicitaria –como esas de Suchel Camacho que nos saludan siempre, sin que nos demos cuenta, al entrar en Galerías Paseo– y lo transforma en el de una pitonisa tricéfala con un camisón de pliegos ejecutados a lo Magritte. No ya es el absurdo, sino lo insólito… el objetivo de tales propuestas. Kafka, quien quiso dedicarse en un principio a las artes plásticas, se propuso algo semejante en sus relatos.
Así, cuando el personaje principal de El Proceso llega al estudio del pintor arriba mencionado –no el cubano, sino el otro, Titoretti–, repara en la obra que éste tiene sobre el caballete, cubierta con una camisa. «Es la Justicia», le dice a K. el enigmático artista luego de retocar el lienzo con un lápiz pastel. Y en efecto, la venda en los ojos y la balanza sostenida no arrojan dudas en calidad de atributos...
Pero he aquí que también le ha pintado alas en los talones para que pueda correr, aunque la balanza se desequilibre… «la figura… apenas recordaba ya a la diosa de la Justicia, pero tampoco a la de la Victoria; ahora parecía totalmente la diosa de la Caza», afirma el narrador omnisciente. Salvando las distancias, cada vez que hablo con Cuervo me ocurre algo parecido a ese diálogo inquietante. Con la única diferencia que no he sido condenado a muerte como K. –el protagonista de El Proceso– y que este pintor amigo mío no es como Titoretti, confidente del Tribunal. De hecho, si Kafka viviera ahora en nuestra época, quizás hasta hubiera cultivado el realismo socialista.
Ajenos por un momento al marjal del mercado artístico, Cuervo y yo entablamos una conversación igualmente absurda como insólita, durante la cual me explica todas las peticiones que ha debido cumplir en sus lienzos. Y es que, como el artista de tremendo oficio que es –ya con el lápiz, ya con los pinceles…–, descarta cualquier atisbo de experimentación digital para cumplir con los encargos que le dicta ese mecenas tan exigente como extravagante… que no es otro que él mismo.

Retrato parcial de Patrick Süskind (2008).
Óleo/lino (22,5 x 16 cm ).

Así, para hacer la obra El Hijo del Hombre, decidió sumirse en el mundo de las metamatemáticas, la rama que estudia la estructura y propiedades de las teorías matemáticas, como la aritmética y otras, atendiendo no sólo al aspecto simbólico o sintáctico, sino también a la interpretación semántica de los símbolos y reglas. –Me fascina el teorema de Gödel sobre la existencia de proposiciones indecidibles…–me dijo, muy serio, frente a ese cuadro, en el que se desliza un sistema de ecuaciones binomiales que nadie podría descifrar.
Entonces, por fin, entendí. La obra de Cuervo es de un realismo «indecidible», en el sentido de que socava el viejo ideal universalista de la ciencia de encontrar un conjunto de axiomas del que pudieran deducirse las leyes de todos los fenómenos del mundo real.
Artífice de verdad, sin pretensiones de tener a ésta en su mano ni por asomo, este Leonardo cubano es capaz lo mismo de invocar a Kafka que a Escher que a van Eyck… Le basta con guiñarnos el ojo a través de una ecuación invertida por el Arte, ese espejo que se adelanta como un reloj… a veces.

( Artículo tomado del Breviario correspondiente a Opus Habana vol. XII/No.1 sep.2008/feb.2009)

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