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 A propósito de cumplirse el centenario del artista Domingo Ravenet, en el Museo Nacional de Bellas Artes quedó inaugurada el 29 de abril la exposición «Ravenet: presencia múltiple» la que, abierta al público hasta el 18 julio, se integra a un grupo de actividades previstas para homenajear a este artista español que incidió en el arte cubano de su tiempo.
A Ravenet debemos magníficos retratos, obras de temas universales y una extensa serie de abstracciones. Con él tenemos un artista múltiple, pero más que todo, un conocedor profundo de todas las expresiones artísticas.

Mural al fresco Prometeo en busca del fuego (1945), realizado para la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana. Desde los años 70 permanece tapado por un falso techo que nunca llegaría a alcanzar –según lo previsto– una mejor iluminación para este sitio.



El afán abarcador de Domingo Ravenet, como artista múltiple, y el carácter de un innato precursor en muchas de las aristas artísticas que llevó a cabo, merecen un detenido y exhaustivo estudio dentro del campo de las artes plásticas en Cuba. A Ravenet, y eso es lo primero que se debe apuntar, habrá que verlo como un creador de todas las formas y de todas las extensiones establecidas para este tipo de arte: su obra bidimensional total (su pintura, su dibujo, su grabado…) se extendió a la tridimensión en una conjugación que también realizó el viaje de vuelta.
Ravenet militó en las filas del antiacademicismo del siglo XX y, como tal, fue al encuentro de nuevos horizontes artísticos en Europa. Allí, en París específicamente, fortificó su espíritu creativo y regresó a Cuba, su segunda –aunque verdadera– patria, cargado de ideas y de intenciones, renovadoras sí, de un país urgido de conocimientos de aquel arte que se ubicaría definitivamente en el ámbito mundial a partir de entonces.
Su obra pictórica –intimista e introvertida y denotada en dos principales acciones: la de «caballete» y la mural– atravesó por diversas etapas, aunque, sin lugar a dudas, la de los años 60 aportó valiosos y significativos signos a la plástica nacional: la de un expresionismo abstracto de orientaciones gestual y matérica, esta última de manera precursora, al introducirla en el país, y que condujo al posterior ejercicio en muchos creadores del patio. De ello da fe su extensa serie Ambos mundos.
La práctica sistemática de su pintura mural al fresco abre una valiosa etapa para este quehacer en las artes plásticas en Cuba: con la modernidad y la «intención de hacerla revolucionariamente exterior y social»,¹ su obra mural resulta de un impacto visual sumamente importante para el panorama del arte nacional de aquel momento, aunque –lamentablemente– toda haya desaparecido. La acción muralística en la Escuela Normal de Santa Clara, para la que convoca a artistas de la talla de Amelia Peláez y René Portocarrero y a otros destacados artistas de su generación, así como a sus propios alumnos, en una especie de galería abierta a los ojos de todos; los frescos del antiguo Ministerio de la Agricultura, trabajados en temas como la ganadería y el cultivo del tabaco; los Sueños de adolescencia, para la casa de los doctores Piedad Maza y Fernández Veiga, en una obra sin precedentes para el arte cubano, donde se unen pintura (Domingo Ravenet), escultura (Rita Longa) y arquitectura (Aquiles Maza) para –por primera vez– interrelacionar las disciplinas artísticas visuales en una especie de «instalación» en la época republicana; los Prometeos de la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana, inconcebiblemente «tapiados» por un falso techo que nunca llegaría a alcanzar, según el propósito previsto por sus gestores y realizadores, una mejor iluminación para este lugar; el monumental proyecto –artístico y patriótico al mismo tiempo– de La Capilla de los Mártires, en la otrora Real Cárcel de La Habana, del que apenas queda un ángel que corona su cúpula; la Escena de carnaval, para el vestíbulo de la Cuban American Touring Company, en el Paseo del Prado de La Habana; Grafología y Baño en el río, y otros más, son, indiscutiblemente, fuentes de estudio sobre un hombre que fatigó, día a día, su valiosa vida para entregarle la necesaria dignidad al arte de su tiempo.
 De igual manera, la escultura (también orientada en dualidad de intenciones: la monumentaria y la de salón) encontró en Ravenet una catapulta hacia lo moderno. Sus obras monumentales, dispuestas a lo largo y ancho de Cuba, vienen a dar en el centro de una diana que, de manera aislada entonces, se mueve actualmente como programa de desarrollo para tal actividad: la instalada en Bahía Honda –A los héroes de Cacarajícara–, con un extraordinario sentido instalativo en su entorno; en el actual edificio del Ministerio del Interior de la Plaza de la Revolución José Martí (otrora Tribunal de Cuentas de la Plaza Cívica) –Integridad–, para la que procuró nuevas aleaciones metálicas y novedosos procedimientos técnicos; en Santiago de Las Vegas –Monumentos a los vegueros–, donde conjugó materiales y formas que llaman la atención por su modernidad; en Gibara –Emilio Laurent– o en Las Villas –A las madres–; en El Morrillo –el busto de su compañero de luchas políticas, Antonio Guiteras– o en Marianao –Eliseo Grenet–; en el Bosque de las Naciones –el busto de Guy Pérez Cisneros, inexplicablemente perdido–, y otras muchas más, son algunos de los resultados de esta labor, que se completaría con los realizados en Haití (La Fuente de las Antillas) y los monumentos a Carlos J. Finlay en Miami y Panamá, y que en su obra cerámica (escultórica de por sí), encontraron también el boceto inspirador (Estudio para una fuente, Desdoblamiento...), amén de las diversas formas utilitarias (Salamanquesa, Porrón...), que se realzaron con la aplicación de sus trazos de óxidos pictóricos.
En cuanto a la escultura de pequeño formato se refiere, una de las principales características es el significativo aporte que realiza Ravenet para esta manifestación artística: la varilla de hierro forjada y fundida en elementos formales puros, daban –en la década de los años 50, cuando se gestaba la acción del grupo Los Once (del que no formó parte ya que los integrantes de este grupo fueron pintores y escultores nacidos en la década del 30 del pasado siglo)– todo un espectro de abstracción, muy adelantado para la época, y que bien lo pudieran ejemplificar obras como Abanicos, Órbitas, Azul o Mástil, las que le consiguen un puesto fundador en este movimiento en Cuba.
Su constante práctica pictórica y escultórica lo llevó, en planos independientes, a simultanear el dibujo y el grabado. Magníficos retratos para el primero y contundentes realizaciones de temas tan universales como Adán y Eva o Las Tres Gracias, así como una extensa serie de abstracciones para el segundo, vienen a reafirmar la idea de un artista múltiple, pero más que todo, conocedor profundo de todas las expresiones de las artes plásticas. Su obra pedagógica merece bien aparte especial. Nadie como él, desde las Escuelas Normales de Santa Clara y La Habana, o desde el Estudio Libre de Pintura y Escultura, supo enfocar la enseñanza del arte con visos de revolucionaria universalidad y de profundas exploraciones. Sus métodos, expuestos desde las bases mismas de los programas (de Dibujo, Modelado, Pintura, Pintura al fresco, y otros) que redactó, lo hicieron, también, aventajado en este sentido. Su intervención en el Primer Congreso de Arte Cubano, realizado en enero de 1939, en Santiago de Cuba, con la ponencia «El aporte de las artes plásticas en las nuevas orientaciones de la escuela», lo elevan –aún más– a la extraordinaria postura de un valioso y valeroso pedagogo del arte.
Otra de las líneas fundamentales de la carrera artística de Ravenet fue su labor como promotor cultural. Como tal, se convirtió en el principal organizador de las más connotadas exposiciones exhibidas a lo largo de la década del 30 y hasta los primeros años de la década de los 60, ininterrumpidamente, trabajando este tipo de actividad con estrategias tan actuales como la de establecer «equipos curatoriales» y con conceptos tan contemporáneos como el de las «mega-exposiciones» o «mega-curadurías».
Así, organizó junto a Guy Pérez Cisneros, su gran colaborador en esta empresa y quien siempre asumiera las funciones de Secretario de las exposiciones, en fecha tan lejana ya como 1937, la muestra «La mujer a través del arte». Eran unos «cuadros plásticos» con modelos en vivo que reproducían las obras de grandes maestros como Boticelli, El Greco, Matisse y Picasso, entre otros, «un espectáculo digno de la cultura artística, ya refinada, que está alcanzando Cuba»,² especie de lo que hoy podríamos llamar –perfectamente– un performance, por lo tanto, nuestro primer performance.
Después, las tres grandes exposiciones realizadas en la Universidad de La Habana, sucedidas entre los meses de enero y abril de 1940: «Escuelas europeas», «El arte en Cuba» y la aún no superada curaduría de «300 años de arte en Cuba», de las que devino, además, el primer documental de arte que se tenga noticia en nuestro país, filmado y editado por él.
Más de 20 importantes exposiciones curadas por Ravenet –entre las que se cuentan las ya mencionadas– vendrían a totalizar su labor en esta dirección, aunque no podríamos dejar de mencionar la de «Pintura cubana en México», realizada en 1946 para el Palacio de Bellas Artes de ese hermano país y que constituyó el más rotundo éxito de la plástica cubana de la época en el exterior.
El recuento ha sido necesario para realizar el enfoque de la personalidad de este creador. Ravenet necesitaría de un extenso tratado que permita abundar más sobre su obra. Tendríamos que seguir estudiándolo, no obstante, para redescubrir muchos otros elementos que nos permitan conocerlo del todo. Es preciso, mucho más cuando su huella está en todas partes, dentro y fuera, esa que no se podrá borrar, pues el arte cubano se siente orgulloso de su indispensable presencia.


¹ De acuerdo con un criterio de Antonio Martínez Bello expresado en el diario Tiempo Nuevo, del 7 de noviembre de 1940.
² Apuntó Guy Pérez Cisneros en las notas del programa de mano. La puesta en escena contó con una banda sonora y la realización de un vestuario especial.