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La exposición «Viajero anónimo», de Gabriel Sánchez Toledo (Cabaiguán, 1979), fue inaugurada hoy viernes, 4 de noviembre por el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, en la galería exterior del Palacio de Lombillo, en la Plaza de la Catedral.

Hasta el 23 de noviembre el público podrá apreciar esta exposición conformada por 13 obras —acrílico sobre lienzo—, tres de ellas de gran formato.


El Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, presenta la exposición «Viajero anónimo». A su lado, el pintor Gabriel Sánchez Toledo y María Grant, Editora ejecutiva de Opus Habana.

La obra de Gabriel Sánchez Toledo marca un espacio propio en el universo de la actividad plástica de la nación, y aunque es conocida en distintos lugares del mundo, puede lucir secreta y novedosa para los cubanos, afirmó hoy Eusebio Leal Spengler, al inaugurar la exposición personal «Viajero Anónimo», en la galería exterior del Palacio de Lombillo.
«Gabriel nació entre pinceles y colores, y ha logrado realizar su propia obra y encontrar su propio camino, pese a que uno nunca puede —ni debe— separarse de aquello que ha sido la fuente de inspiración, aunque sea la más sagrada, la más pura», expresó el Historiador de la Ciudad, quien en clara alusión a la madre del artista, la también pintora Ania Toledo, agregó: «Es un muchacho que rompió absolutamente el canon que tenía delante y consiguió algo maravilloso: honrar la cuna y el vientre que lo trajo al mundo».
En sus palabras, Leal ahondó en la validez de la concepción de la belleza por parte de los artistas y, refiriéndose a los lienzos que conforman la muestra, resaltó su valía como anunciadores de un mundo posible, «un mundo en el que el ser humano, delante de la inmensidad de la naturaleza, se siente parte de ella y no aplastado por ella», sentenció.
Finalmente, manifestó su satisfacción porque a partir de hoy estos cuadros de Gabriel Sánchez Toledo pueden ser descubiertos por el público que se acerque a La Habana Vieja, específicamente a la galería del Palacio de Lombillo, que es parte de la revista Opus Habana.

 

Redacción Opus Habana


Paisajes de la premonición

La búsqueda de un sentido de universalidad ha contribuido a la actualización y el reposicionamiento del paisaje dentro de la pintura cubana actual. Es un proceso que ha influido en lo más auténtico de la paisajística  tradicional y en las variantes del paisaje conceptual  y de experimentaciones formales. Nuevos matices y alusiones han ido superando esas imágenes retóricas de los entornos rurales y citadinos que se venían constatando desde mediados de la década del noventa. Poco a poco hemos vuelto a recuperar la idea de que la recontextualización y la cita no tienen por qué atentar contra la singularidad de nuestras representaciones (influyendo sobre ese principio siempre han estado a mi juicio las obras precursoras de Lázaro García y Álvaro Almaguer). De nuevo somos conscientes de que los condicionamientos psicológicos y sociales pueden moderar, e incluso subvertir, nuestras percepciones de las atmósferas apacibles o luminosas del trópico, que nuestros valores identitarios no tienen por qué reflejarse de manera exclusiva en símbolos redundantes como la palma real, el framboyán, la ceiba o el bohío de guano.
Los paisajes del artista Gabriel Sánchez se insertan dentro de esa perspectiva de universalidad  o cosmogonía. Desde hace algún tiempo viene mostrándonos su interés por desarrollar un tipo de obra que supere los localismos, las remisiones geográficas, que exalte la ambigüedad de los referentes naturales, el carácter mixturado de los espacios y las múltiples sensaciones visuales que ellos pueden inducir.  Sin embargo, las obras realizadas en este año 2011 -algunas de las cuales han de ser valoradas como piezas emblemáticas en la muestra del Palacio de Lombillo que acaba de inaugurarse- han elevado considerablemente su capacidad de síntesis expresiva, y constituyen el testimonio de un momento de madurez en la trayectoria del joven pintor. Estos cuadros ofrecen evidencias muy claras sobre la consumación de un procedimiento técnico, sobre el hallazgo y perfeccionamiento de un grupo de alternativas conceptuales y formales derivadas de un arduo período de indagaciones técnicas.
Gabriel Sánchez es hijo de una de las paisajistas más singulares que tiene el país: la espirituana Ania Toledo, ha estado vinculado desde muy joven a importantes artistas de la manifestación en Cuba y en el extranjero y ha recibido el influjo de sus concepciones técnicas y criterios estéticos. De manera temprana mostró su sensibilidad y destreza para la práctica del  género y ha alcanzado muy rápido lo que a otros creadores cuesta casi una vida: la caracterización estilística y anímica de sus ambientes. Lo logró a través de un hábil tratamiento del dripping, del empleo minucioso de gradaciones tonales resueltas con colores ocres y grises, y mediante la reapropiación de artificios devenidos de la escenografía teatral, histriónica, en particular de aquellos que tienen que ver con la correlación entre claridad y penumbra y con la manipulación de las luces. Con esa tipificación de su pintura inició hace algunos años un camino de consolidación artística, emprendió un conjunto de acciones promocionales y comerciales fuera de Cuba, específicamente en territorios como Costa Rica y Miami. Sin embargo, siempre estuvo interesado en el vínculo y la interacción con el contexto plástico cubano, en especial con su vertiente conceptual. Llegó a pensar incluso en abandonar el paisaje con tal de lograr ese propósito, aunque por fortuna nunca llegó a tomar semejante decisión. Luego de ciertos estudios y participaciones en muestras individuales y colectivas, comprendió que tenía que reforzar el carácter metafórico de sus composiciones y que para hacerlo necesitaba resaltar el contraste de sentidos, la paradoja de significados entre los espacios elaborados de forma casi surrealista y algunos objetos inusuales cargados de connotación alegórica.
Chamán y (Moto) fueron las primeras obras que pusieron en evidencia la materialización exitosa de ese propósito. En ellas objeto, sujeto  y entorno, participan de manera estrecha, cohesionada, en la  implementación de un estado de extrañamiento, de duda e interrogante que enriquece los niveles interpretativos del paisaje. Son estructuras que condensan el despliegue de lo subrepticio, del misterio como recurso sugestivo, y lo exhiben en toda su amplitud como elemento cualificador de la producción paisajística. Después de estas dos obras paradigmáticas han comenzado a aparecer otras aún más desenfadadas, expresivas, en las que va quedando a un lado incluso el matiz un tanto lúdico, ocurrente, suspicaz de etapas anteriores y empieza  a reforzarse entonces la condición altisonante, dramática, perturbadora de los enigmas. En ellas se vuelven a simplificar los valores cromáticos y se repotencian objetos de naturaleza tecnológica. Antenas parabólicas, embarcaciones sofisticadas, instrumentos satelitales, arquitecturas ultramodernas, aparecen ésta vez frente a escenarios desolados y lúgubres -por instantes cubiertos de una impresión apocalíptica-, son objetos que emergen  como si fueran vestigios anticipados de una malograda  futuridad. El sujeto va desapareciendo gradualmente como referencia física dentro de los cuadros y sobre los artefactos seleccionados gravita el peso simbólico de una racionalidad en crisis. Más que un paisaje  donde se recrea el  presente, las contingencias existenciales, el suyo parece ser ahora un paisaje de la premonición.

 

David Mateo
Crítico de arte

 

(Palabras al Catálogo de la exposición «Viajero Anónimo», de Gabriel Sánchez Toledo)

 




Imagen superior: Público asistente a la inauguración de la exposición «Viajero anónimo». A la izquierda: Chamán (2010). Mixta sobre tela (80 x 60 cm). Derecha: Memory (2010). Mixta sobre tela (100 x 80 cm).