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 Aunque la edición general de Opus Habana discrepa con las cuatro líneas finales de este artículo, sale aquí de manera íntegra por la importancia que reviste para el discernimiento de la obra de Carlos Guzmán.
Con profundidad y sinceridad, el autor de este artículo aceptó el desafío de crear este texto para la exposición «El viaje del Hombre Salamandra» (Galería La Casona, 1998).

Escribir sobre la obra de Carlos Guzmán constituye un reto, puesto que para asir el significado de su propuesta es necesario hablar desde la vivencia y no desde la razón; desde lo sensorio, lo perceptual y no desde la ritualidad analítica. Sus obras conducen a recordar el fracaso de la racionalidad occidental devenido rutina en la experiencia antropológica de la posguerra, ese fracaso hecho resonante en otro Carlos, el aprendiz náhualt Castaneda.
 La razón que anida la presente muestra, es el efecto que sobre él produjo la estancia durante cinco días en el desierto; una de sus deudas impostergables con el México arcaico. El desierto, ese sitio en el que se consagra la ausencia de lo aparente y se constatan epifanías trascendentales cuando se accede a su savia dilecta, le permitió encontrar el universo en forma de salamandra: su álter ego simbólico. Allí su secreta pasión por lo teratológico se tornó realidad, al quedar a solas con la fragmentación del entorno y la deformación de lo visible. Estas obras son el resumen metafórico del desprendimiento de toda atadura al mundo conocido, de ahí su naturaleza rayana en la esquizofrenia: el mayor de los temores modernos.
No será difícil constatar que esta situación límite potenció ciertas recurrencias temáticas contenidas en su obra anterior. La preocupación por el cuerpo en calidad de continente, su interés en las patologías morfológicas y la obsesión por las similitudes entre la anatomía humana y los mecanismos integrantes de una gran maquinaria, se presentan en esta ocasión como imágenes emanadas de un largo y colapsante «viaje». Puede advertirse, de igual forma, que los móviles conceptuales inspiradores de la muestra, reafirmaron sus predilecciones por algunos lenguajes del quehacer artístico contemporáneo: la instalación y el collage. En especial este último, dadas sus facilidades para configurar lo imposible, le permitió simbolizar en forma atinada el equívoco de los sentidos, propósito primero de la muestra. Soy de la opinión, que la fuerza de la que se ha valido Guzmán para consolidarse en calidad de artífice, se instala en la presentación de todo el acervo de implicaciones surgidas tras la pregunta del no ser. Según me comentara él mismo días atrás, en el desierto el ego se diluye en ese fluir de energías y espiritualidad vedado al pensamiento positivista en el que nos hemos formado.
Como consecuencia de ello y a falta de otro medio mejor, las imágenes situadas más allá de la vigilia, es decir, las de la ensoñación y el desatino, son quienes mejor pudieron ayudarle a concretar la representación de ese no-estar-en-sí, propio de ruptura momentánea con su historia personal.
Su bregar acaece por un sendero generador de dos inevitables extrañamientos: el extrañamiento que tiene lugar en la sintaxis visual y el extrañamiento que se produce en la experiencia de la mismidad, morada del ser. Con ellos logra su propósito vertical que es el de alcanzar la consagración de lo inefable.
Sin lugar a dudas, su obra toma distancia de todo, de lo que nos resulta familiar y acogedor-uterino –pudiera decirse– en pos de ubicar una nueva morada y diseñar un nuevo mapa existencial. El sueño de la razón mimética, causa de viejos pánicos, le resultó de gran utilidad para recrear los «monstruos» que le acompañaron en su peregrinar hacia las puertas de la percepción.
Creo acertado agregar, por último, que a través de estas obras, Guzmán se adentra vivencialmente en una dimensión vaciada de índices cercanos, para un poco, desde una posición de sincera humildad, echarnos en cara nuestros límites y la pobreza del cosmos en el que vivimos, el cosmos de la ciencia, el arte y la moralidad inaugurado hace dos siglos, por el espíritu ilustrado.