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Exhibida al unísono en el estudiogalería Carmen Montilla y en el amplio Salón Blanco de San Francisco de Asís, la exposición «Camino y luz» es la primera del pintor Carlos Alberto Casanova, en el Centro Histórico de la capital cubana.

Al preguntársele, Casanova confiesa que ha pintado únicamente paisajes, y lo hace desde los cuatro años.

Piedra de tropiezo (2011). Óleo sobre lienzo (195 x 114 cm).

Aun para el más avezado de los expertos en paisajística cubana, enfrentarse a la obra de Carlos Alberto Casanova (Camagüey, 1974) resulta el descubrimiento de un joven cultor del paisaje que ha seguido el camino de los grandes predecesores, aquellos que en los siglos XVIII y XIX plasmaron con fruición el color de la naturaleza de la Isla.
Y qué decir de los «simples mortales», gratamente sorprendidos ante piezas que se caracterizan por un minucioso uso de la luz y de los colores para plasmar rincones desconocidos y remotos del monte, la guardarraya, la laguna…, tal como en su momento hicieron el belga Henri Cleenewerck y los hermanos Chartrand: Esteban, Felipe y Augusto, especialmente el primero.
Tales experiencias visuales protagonizamos quienes en las postrimerías del año 2011 e inicios de 2012, gozamos del privilegio de apreciar la exposición «Camino y luz» que, exhibida al unísono en el estudiogalería Carmen Montilla y en el amplio Salón Blanco de San Francisco de Asís –actual museo de arte sacro–, fuera inaugurada por Eusebio Leal Spengler.
En su intervención, el Historiador de la Ciudad significó la manera en que Casanova asume la paisajística con una paleta «suelta» que, al decir del orador, le recordó a Fidelio Ponce de León. «Está siguiendo las huellas de los primeros. Y a pesar de su juventud, ha pintado tanto en tan poco tiempo y ha hecho una obra tan grande que es como si desde los tiempos de bebé en un coche, estuviese con un pincel en la mano», precisó Leal Spengler.
Una década debimos esperar los que residimos en la parte occidental de Cuba para conocer la obra de este joven pintor cuya primera exposición personal, «Sierra Madre», tuvo lugar en 2001, en la galería Moleiros de la ciudad de Monterrey, en México. En 1994 había recibido el Premio Hispanoamericano de pintura joven Diego de Losada, de España, en el que contó con la anuencia unánime del jurado.
Al preguntársele, Casanova confiesa que ha pintado únicamente paisajes, y lo hace desde los cuatro años. «A medida que ha pasado el tiempo no solo he visto crecer mi vocación por la pintura y en especial por el paisaje, sino que también he trabajado con mayor intensidad. Este gusto por la naturaleza me viene de mis padres, que vivieron muchos años en el campo y de alguna manera desarrollaron en mí una sensibilidad por el paisaje; así que estoy agradecido, y orgulloso por esta herencia tan especial».
Sobre las influencias recibidas, señala a Iván Ivanovich Shishkin, pintor de la academia rusa, su primer e insuperable maestro. «Mucho antes que reconociera a la naturaleza como motivo principal de mi quehacer, realicé innumerables copias de las obras de Shishkin, y observando sus reproducciones, aprendí bastante sobre composición y color».
Recuerda que luego de la reapertura en 2001 de las salas del Museo Nacional de Bellas Artes, hubo un

Piñones de Santa Teresa (2011). Óleo sobre lienzo (130 x 196 cm).

giro en su manera de asumir el paisaje: «Puse la mirada en Esteban Chartrand, Valentín Sanz Carta, Cleenewerck... así como también en el estudio de las técnicas de la pintura holandesa, en especial de Rembrandt. Pero mi mayor influencia proviene de la pintura impresionista francesa perteneciente al siglo XIX, con Pissarro, Monet, Sisley y otros; ubico en un lugar prominente a mi maestro, el artista Lorenzo Linares Duque, quien ha desarrollado en Camagüey una escuela paisajística muy notable que cuenta ya con muchos seguidores».
Casanova reconoce que el tratamiento de la espátula y el gesto suelto de la mancha que posee su obra tiene cierta influencia de Ponce de León. Aunque el joven camagüeyano aclara que su acercamiento a dicho pintor nació cuando comenzó a desarrollar el tipo de paisaje que está más vinculado a la abstracción, tendencia que desarrolla a la par que trabaja piezas como las exhibidas en La Habana.
En una especie de conclusión expresa que, a medida que ha pasado el tiempo, «he visto crecer y madurar mi inspiración. Hoy puedo decir que Dios es mi verdadera vocación y por ello me considero un pintor religioso».
Sobre la serie «Camino y Luz», explica que a primera vista podría apreciarse como un tipo de paisaje genéricamente naturalista, sin embargo, considera posible descubrir en tales obras el carácter puramente simbólico dada la elección y uso de algunos elementos que se reiteran en casi todos los cuadros con un fuerte significado religioso.
«Así que, sin dudas, para mí estos paisajes están impregnados de un evidente sentido simbólico», afirmó Carlos Alberto Casanova en esta breve entrevista a propósito de su exposición «Camino y luz», la primera realizada por él en el Centro Histórico de la capital cubana.

María Grant
Opus Habana