Su estudio-galería, en la calle de los Oficios, contribuye a la gesta restauradora del Centro Histórico y deja entrever nuevas perspectivas de creación.
A Nelson no le resulta fácil salir de un tema; cuando lo toma puede vivir con él hasta un lustro: lo exalta en pintura, en cerámica, en dibujo... Es decir, lo agota. Y lo suelta cuando consciente o subconscientemente va emergiendo uno nuevo.

 La ciudad se definió como una presencia constante en la vida y obra de Nelson Domínguez Cedeño cuando a los veinticinco años de creación artística fijó su estudio-galería en la casa número 166 de la Calle de los Oficios. El edificio fue rescatado de las ruinas para convertirlo en el sitio idóneo de labor de este hombre que, con su aspecto fornido y pausado hablar, recuerda a los campesinos de la Sierra Maestra, en el extremo oriental del país, muy próximo al poblado de Baire, lugar donde nació en 1947.
El estudio-galería «Los Oficios» está enclavado en las inmediaciones de la Plaza de San Francisco de Asís, frente a la antigua basílica menor del mismo nombre. El pintor, grabador, artista del vidrio y del barro ha instalado en la planta superior un íntimo laboratorio donde puede dedicarse por entero a su obra, la que coincide cual «constante experimento».
Nelson Domínguez es uno de los representantes de la generación de artistas plásticos de los años setenta junto con Zaida del Río, Roberto Fabelo y Flora Fong. Ha sido el primero en mantener funcionando a plenitud una galería dentro del Centro Histórico. Parece que rinde así cotidiano homenaje a la que fuera una de las principales vías habaneras, nombrada Calle de los Oficios porque en uno de sus tramos se establecieron los menestrales, artesanos que ejercían un oficio mecánico.
La casa de Nelson en Cojímar, donde vive hace once años, tiene un exuberante jardín y por ello hay en «Los Oficios» un patio pleno de diversas plantas ornamentales, propicio para la meditación. Al final está la pérgola, engalanada con un mural de cerámica de su serie Colonial.
El propio Nelson siempre estuvo atento a la restauración de la casa y pendiente de cada detalle de la obra arquitectónica. Su estudio-galería no podía ser un espacio sólo para exhibir cuadros, sino también para llevar adelante su proyección artística, presentar sus obras a la venta y promoverlas debidamente.
Además de que una parte de lo recaudado se destina a restaurar la Habana Vieja, «fin tan noble como no puede haber otro», dice Nelson Domínguez, el estudio-galería ha concebido otros propósitos que se insertan en los planes de la ciudad. «Nos proponemos que tenga un criterio ético martiano, que pueda honrar y a la vez que se honre. Aunque mi obra se mantenga como una constante, pensamos organizar muestras de otros creadores y que este lugar sirva de sede a diferentes eventos artísticos».
No se puede afirmar categóricamente que la temática urbana, y mucho menos la ciudad, afloren de manera explícita en su labor artística. Durante su primera etapa de pintor predominaban las vivencias campesinas; en los setenta resaltaron sus cuadros Al golpe del pilón, sus series Bodas guajiras y Los rostros de mi Isla. Cuando presentó al público Preludio de un rapto guajiro (1975), la crítica manifestó que era «una de las obras más logradas y características de la pintura cubana actual», por su prefecto tratamiento temático y la asimilación de lo mejor de los maestros cubanos, además de la acertada visión y expresión de lo nacional.
Por ese tiempo desarrolló también la técnica del grabado e incursionó en la cerámica y el vidrio. Fue la época más fecunda de su producción gráfica, y aunque ha dicho no tener preferencias por una técnica o manifestación particular, es de quienes piensan que el trabajo en las artes gráficas se realiza mucho más rápido y permite ponerse a prueba constantemente.
 Habría que esperar varias décadas para que este creador se desembarazara de las madejas rurales. Nelson confiesa que no le resulta fácil salir de un tema; cuando lo toma puede vivir con él hasta un lustro: lo exalta en pintura, en cerámica, en dibujo... Es decir, lo agota. Y lo suelta cuando consciente o subconscientemente va emergiendo uno nuevo, máxime si tiene por eje a la naturaleza, con la cual toda su creación ha estado íntimamente ligada.
Su transición comienza en los ochenta, por ejemplo, con la serie Hormigas, catalogada como alegoría a la persistencia del hombre y al milagro de la creación; también con Huellas e Interior de la manigua, en las que está latente la relación Hombre-Naturaleza. No obstante, algunos críticos le señalan la influencia de creadores que abordaron la temática social, ante todo Víctor Manuel, Eduardo Abela y Carlos Enríquez.
En su reflexión sobre el tema urbano, Nelson Domínguez aclara: «La ciudad y su arquitectura te pueden influir de otro modo que no sea pintándolas o representando sus contornos. Hay cosas que son emblemáticas y características de ella; he trabajado el tema ante todo en la gráfica».
Y narra que en 1973 hizo una xilografía sobre el convento de San Francisco, encima del cual dibujó ni más ni menos que a un flautista. Con la restauración, el convento se transforma precisamente en algo relacionado con la música: sala de conciertos, conservatorio... «Creo que fue una especie de premonición, porque si bien pude colocarle encima una paloma o una persona, definitivamente le puse un flautista tocando». Para fatalidad de la Habana Vieja y de la obra de Nelson Domínguez, no consta ningún ejemplar de esta xilografía y la matriz se ha perdido.
Otro momento que evoca como aproximación a la temática urbana data de 1971, cuando en una serie dedicada a Ernesto Che Guevara hizo un collage con elementos de cliché y de imprenta, en el cual incluía dibujos de algunas casas antiguas.
Desde 1970 y hasta 1985 fue profesor de pintura, primero en la Escuela Nacional y después en el Instituto Superior de Arte. Luego de formar varias generaciones de plásticos cubanos, Nelson decidió consagrarse por entero a la creación.
En un intento de repasar hasta dónde existen o no vínculos entre su labor artística y la ciudad, sería difícil pasar por alto los cuadros agrupados bajo el título de Resaca y dedicados al mar; a ese mar que según el Historiador de la Ciudad «es más azul» en Cojímar, lugar de residencia de Nelson Domínguez y «privilegiado otero» desde donde el pintor ama la ciudad.
En la presente década comenzó una serie sobre cultos afrocubanos: Ofrendas. Nelson afirma que ha enfocado el tema «desde la pupila de un profano, como raíz cultural nuestra». En la serie hay dos obras muy significativas, ambas de la colección del Museo Nacional:
Ofertorio y La ofrenda del Coronel, esta última inspirada en la novela El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez.
En esta fase creativa, denominada por algunos etapa negra, se destaca la originalidad técnica. De acuerdo con Sergio López, editor del libro Mágico ritual de la creación (1995), la paleta de colores brillantes se reviste con polvo negro de caucho en base de pintura de aceite, lo cual incorpora a las obras una profunda emotividad, un sentido mucho más orgánico de los elementos diseñados y una textura aterciopelada de provocadora sensación táctil.
Al expresar en cada obra la esencia de la identidad nacional, Nelson Domínguez se emparenta también con La Habana y su historia. En la serie Colonial, iniciada en 1994, domina una prenda de mucho colorido y de especial predilección entre las cubanas del siglo pasado. Mujer con abanico evidencia por qué Nelson asume como leit motiv de la serie esta prenda femenina, que en su tiempo pintores de talla decoraron con maestría para convertirlas en verdaderas obras de arte.  Sin embargo, la serie Colonial ni siquiera tuvo la pretensión de llamarse así. Nelson comenta que «primero nació el tema, y cuando le puse el título me gustó; me parecía que era muy evocador porque siempre he pensado que la boca delata más que los ojos. El abanico es también un modo de protegerse, de dejarse ver o dejar ver lo que se quiere...» Semejante tema es de corte citadino, porque «el estilo colonial es rico en las ciudades; no hay bohíos coloniales ni almácigos o siguaraya coloniales...» La serie aún no ha terminado: «Es un tema nuevo sobre el cual me gustaría hacer alguna obra de formato más grande. Hago tales cuadros sin propósito comercial, a no ser que los adquiera un museo o un banco. Son obras para mí o para la galería, pero sucede también que ésta es una galería comercial y los cuadros grandes no son fáciles de vender. Si tienen formato pequeño, salen con mayor facilidad».
Acerca del proyecto sobre una serie dedicada a la ciudad, el artista explica: «Nunca he dicho eso, pero podría ser. Pienso que es un tema muy lindo. Ahora estoy pintando en esta galería, con todo este entorno, el convento enfrente... Estoy tan imbuido de esta atmósfera, que se me ha empezado a barroquizar la pupila. Son detalles que uno va viendo; además, las cosas te entran por repetición e incluso los temas salen así, porque son intenciones que tienes y poco a poco se van filtrando, hasta que te minan por completo y entonces eres víctima del tema».
Pero... ¿cómo preferiría Nelson Domínguez pintar la ciudad? «Parece que plásticamente es más bonito el casco histórico destruido. Desde el punto de vista artístico la gente ha explotado mucho las urbes en ruinas, pero creo que esta ciudad merece y necesita que se le pinte de otro modo.
Realmente no puedo preconcebir el tema, aunque supongo que sí, porque muchos pintores han tratado ya la ciudad con resultados relevantes. Por ahora no me preocupa; sólo cuando el tema me ha sorprendido, es que me interesa».
Actualmente su labor tiene carácter multifacético. «Estoy en muchos temas, en varios a la vez. Pronto terminaré El hijo del rey será rey, un cuadro sobre elucubraciones mías; estoy haciendo otro con figuras que semejan títeres y me ocupan unos cuantos más... Trabajo muy improvisadamente, es decir, los temas me vienen así, de imprevisto, y no los desdeño».
Para el primer aniversario del estudio-galería «Los Oficios», tal vez pueda montarse una exposición de las obras que Nelson Domínguez ha concebido en este lugar. «Aquí es donde fundamentalmente me he dedicado a la pintura. Entre uno y otro cuadro hago gráfica o cerámica, pero me he consagrado casi por completo a la pintura, quizás porque estoy en un espacio apropiado, además de tener tiempo y comodidades de trabajo. Creo que este taller lo merecen todos los pintores, que es lo que todo pintor quisiera tener.
Esto es un sueño, este taller es el espacio ideal donde un artista puede concebir su obra. Y si no hace lo que quiere, no será ya porque no quiere, sino más bien porque no puede».

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