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 Unidos en la vida y la creación, estos dos artistas contribuyen a realzar la dimensión estética de la gesta rehabilitadora de la habana vieja.
Como leyendas en mosaico, sus murales estimulan la imaginación de quienes descubren resquicios insospechados en el Centro Histórico.

 Aunque nacida ella en Holguín –y él, en Encrucijada, Villa Clara–, fue aquí donde Isabel Gimeno y Aniceto Mario Díaz se conocieron y consolidaron como pareja en la vida y en el arte. Ellos devinieron un solo ser en La Habana y, tomados de la mano, viven hoy en el Centro Histórico. Atraídos por el aura que emana de la obra restauradora en la zona más antigua de la capital cubana, penetraron en ese remolino in crescendo, de tal manera que han regado por doquier muestras de su quehacer común en cerámica: coloridas y sugerentes superficies de mayólica que engalanan interiores y fachadas de connotados inmuebles.
Un ejemplo visible es el mural ubicado en el edificio donde, desde diciembre de 2002, la pareja de artistas tiene su vivienda-taller: «Al estar ubicada nuestra casa frente a la iglesia de Paula (sede del Conjunto de Música Antigua Ars Longa), decidimos hacer una obra representativa de la labor musical que realiza este grupo»,1 explican.
Y recuerdan que el primer 25 de diciembre, después de emplazado ese mural, manos desconocidas colocaron ofrendas ante las imágenes de los músicos que tocan sus instrumentos antiguos. «Este gesto lo interpretamos como una favorable acogida que le profesaron a la obra los habitantes de los alrededores».
A principios de la década–para algunos «prodigiosa»– de los años 70 de la pasada centuria, se conocieron en la Escuela Nacional de Arte (ENA), fundada en mayo de 1962 en Cubanacán, en el otrora exclusivo Country Club de La Habana. Junto a las escuelas de Música y Artes Dramáticas, estaba la de Artes Plásticas, adonde ellos ingresaron siendo apenas dos jóvenes que buscaban un camino propio. Allá reinaba una atmósfera propicia al arte y al amor…
Ya Isavel trabajaba como dibujante ilustradora en el periódico Juventud Rebelde y también realizaba grabados en el entonces Taller de la Plaza de la Catedral (actual Taller Experimental de Gráfica de La Habana). Tras alejarse de los estudios por ciertas dolencias de la vista, había vuelto a la escuela dispuesta a concluirlos.
«Uso espejuelos desde los cuatro años, porque siempre he tenido problemas visuales. Cuando en 1969 me faltaba el último semestre de la ENA, el oftalmólogo consideró que por la situación crítica que presentaba era imposible dar continuidad a la carrera y me dijo que, en largo tiempo, no podía realizar nada que estuviese relacionado con las Artes Plásticas, ya que eso me traería serios inconvenientes futuros.
»Salí de la Escuela con una licencia por enfermedad, y sólo regresé con la autorización médica. De hecho, volví a hacer el semestre que me faltaba y me gradué con el grupo del año 1973, al que Mario pertenecía».
Hacía poco tiempo, en 1970, ella había decidido escribir Isabel con «uve», al ser incitada por un grupo de amigos del Taller a presentarse en el concurso de grabado de la Casa de las Américas.
«Ya yo había realizado varios trabajos. Un día antes, todos los que habíamos decidido participar, pusimos nuestras obras en el piso del Taller e hicimos un análisis de cada una, en forma muy honesta, con el propósito de enviar las mejores al evento.
»Antes de identificar las mías, junto a varios miembros del Taller, me fui a sentar en el muro del Malecón por la zona que está frente al Castillo de la Fuerza, donde había un cartel con la consigna: “Convertir el revés en victoria”, referida al propósito de los cubanos de transformar en un triunfo la fallida zafra azucarera de los inalcanzados 10 millones de toneladas de azúcar.
»Aquella frase me hizo reflexionar y, cuando regresamos, firmé todas mis obras y puse Isabel con “ve”, porque en aquellos momentos consideré que había convertido mi revés (el padecimiento visual) en victoria. Y de hecho, así ocurrió: obtuve una mención en Litografía.
»Tanto en el catálogo de la exposición, como en el afiche, en los reportes de la prensa escrita, en la identificación de las obras en la galería de la Casa…, apareció Isavel con “ve”. Como es lógico, a partir de ese momento, mi nombre artístico es Isavel, aunque para las otras cosas de la vida sigue siendo Isabel con “be”».
Fue en una habitación situada en la segunda planta del restaurante El Patio, en la Plaza de la Catedral, que comenzaron su existencia en común:
«Como ya te dije, en 1973 Mario y yo nos conocimos y, ese mismo año, él vino a vivir a mi estudio». Ambos consideran que, quizás, fue esa etapa la que marcó su preferencia compartida por residir en el Centro Histórico.
En aquel tiempo, la parte superior del inmueble estaba habitada por artistas de diferentes manifestaciones. Isavel recuerda: «En 1970 yo obtuve mi pequeño espacio en los altos de El Patio, donde residimos hasta 1980. Era un lugar emblemático, ya que allí tenían también sus talleres el pintor Víctor Manuel, además de Frémez, el caricaturista José Luis Posada, Mario Gallardo, Ubaldo Ceballo y el escritor Yordano Rodríguez.
»Cruzando la Plaza, colindando con la propia Catedral de La Habana, está el edificio de Mercaderes 2, que albergaba los respectivos estudios de Adigio Benítez, Juan Moreira y Alicia Leal (vivió allí Sirenaica Moreira, hoy día una reconocida fotógrafa), Carlos Cruz Boix y Manuel López Oliva, quien actualmente sigue teniendo su estudio en ese lugar. Todos nos veíamos constantemente e intercambiábamos amistad, sueños, ideas y proyectos. Conservo, con mucho cariño, obras de todos ellos realizadas en aquella época.
 »Por residir en un lugar tan singular de La Habana Vieja, aunque fuera sólo a tomar agua, café…, pasaban por allí muchos artistas (no sólo de la plástica) pertenecientes a diversas generaciones, de quienes también conservo obras de entonces. Siempre que me he mudado de vivienda, he colocado en un sitio especial la foto que mi amigo Osvaldo Salas hizo a nuestra hija Danae –nacida en 1976– durante su primer cumpleaños.
»Una gran parte de mi obra la realicé en aquel estudio de los altos de El Patio. En ese entonces pintaba, dibujaba y hacía grabados. Muchas de estas piezas forman parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes, así como de otras instituciones cubanas y de distintos países».
Aniceto Mario trabajó inicialmente en el Museo Nacional como restaurador (1974-1984), y sólo es a partir de ese último año que emprende el camino de la pintura. En 1985 hace su primera exposición personal de dibujo y pintura en la galería de la Casa de Cultura de Plaza.
«Ahí empieza mi etapa como pintor, ya que antes sólo me dedicaba a la restauración», explica. Dos años más tarde (1987), en el mismo espacio, harían la primera exhibición conjunta.
Isavel aclara: «nunca dejé de pintar ni de dibujar, pero como para entonces vivía en La Ampliación del Sevillano –muy lejos del Taller de la Plaza de la Catedral–, dejé de hacer grabado. Precisamente, en 1986, obtuve el primer premio de dibujo del Concurso 26 de julio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y, ese mismo año, gané un premio especial de pintura en un encuentro internacional en la ciudad de Plovdiv, Bulgaria».
En tanto, dos obras de cerámica de Aniceto Mario fueron seleccionadas en 1992 para formar parte de la muestra cubana en la Bienal de Vallauris, Francia.

MAGIA QUE CRISTALIZA
Justamente en la casa de Arroyo Naranjo, en el taller que montaron allá, fue cuando en 1987 los dos comienzan a hacer cerámica, «gracias a la ayuda de nuestro querido amigo y ceramista Enrique Vázquez».
Para muchos, la cerámica es una de las más completas expresiones del arte. A favor de dicha tesis influye el que, al colocar sus manos en el barro húmedo, el creador confiere continuidad a la milenaria relación entre el hombre y la naturaleza.
Así, el artista, «al modelar, reinicia el inacabado camino de la más excelsa de todas las criaturas. Inspiración, forma, color…, todo ello animado por un soplo vital, casi un acto de magia que cristaliza cuando la humedad se esfuma vertiginosamente al contacto abrasador del fuego»,2 según palabras dedicadas a la pareja de creadores por el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler.
Precisamente «Magia que cristaliza» se llamó la exposición a cuatro manos que, integrada por 32 platos, realizaron en 1997 en la Sala Transitoria del Museo de la Ciudad.
«Aniceto Mario Díaz comenzó pintando sobre los platos las “Leyendas remedianas”, una serie de recuerdos de su región natal. Ahora, continúa viviendo en sus obras, pero cada pintura describe la marca introspectiva de una descarga emocional que se transforma en figuras que fascinan a nuestros sentidos»,3 escribió entonces el crítico Toni Piñera.
Según esta valoración, «ante su obra, el espectador queda inmerso en un universo iconográfico personal, que se mueve entre lo representado reconocible del mundo material, y aquello evocado por la fuerza de un espíritu pictoricista que va más allá de la frontera de la realidad. El mundo interno puede ser violento o desgarrador, pero las formas seleccionadas para traducirlo en imágenes son suaves y nobles».
De Isavel Gimeno opina que «con líneas suaves y formas “ingenuas” dibuja la vida en derredor, pinta la alegría de vivir. Sus dibujos muestran escenas con personajes que resaltan de forma efectista por el roce con todo lo que les rodea, particularmente con objetos materiales precisos, portadores de significados.
»Podría decirse que la ciudad o los pueblos descritos por la artista gravitan en una atmósfera de sueños, donde sus composiciones representan la arquitectura de una geografía con rasgos muy peculiares, que viven en el barro».4
Como una escala superior pudiera calificarse la etapa de ambos artistas dedicada al mural con losa de cerámica. Destacan los emplazados en distintos sitios del Centro Histórico, en muchos de los cuales también están las manos de su hija Danae, graduada en 2001 en la Escuela de San Alejandro.
Todos tienen en común la utilización de la técnica de la mayólica, término español referido a un método específico de vidriar la losa de barro. Su origen se remonta al siglo IX, cuando tuvo lugar un descubrimiento notable: añadiendo óxido de estaño al vidrio de plomo, se podía crear una superficie blanca opaca que cubría el color del barro y podía pintarse. Esta cualidad de opacidad es una característica única de la mayólica.
En España y México, esta cerámica se conoce también como losa o talavera (por Talavera de la Reina, localidad española famosa por el empleo de esa técnica). Algunos especialistas consideran que la palabra se deriva de Malica, el antiguo nombre de Málaga, uno de los primeros pueblos ibéricos que usó el vidrio con óxido de estaño. Otros piensan que el término vino de Mallorca, la isla desde la cual se transportaba esta cerámica por todo el mundo mediterráneo.
Isavel y Mario explican por qué eligieron ese proceder, y no otro: «Cuando asumimos la realización de un mural como los de La Habana Vieja, lo que hacemos es pintar sobre losa de cerámica. Ellas son ahora nuestro soporte, al igual que, en cierta etapa, lo fue el lienzo».
 INVITACIÓN A UN RECORRIDO
Para ofrecer una idea de hasta dónde es palpable la creación artística de ambos en el Centro Histórico de La Habana, se impone tan sólo un breve recorrido. Empecemos por Maternidad (1996), que es resultado de la labor mancomunada de ellos dos más su hija Danae, entonces una estudiante.
Con el embarazo como tema, se conserva ese mural en la fachada del edificio de Lamparilla 10, al lado del Hogar Materno Leonor Pérez, ya que por sus dimensiones (106 x 300 cm) no pudo ocupar el espacio para el que fuera concebido: ese aledaño recinto hospitalario donde es ingresada toda futura madre de La Habana Vieja que presente factores de riesgo para ella o el bebé, como hipertensión, bajo peso…
Cuando en 1998 la Oficina del Historiador de la Ciudad decidió recuperar la pequeña y antigua iglesia de San Francisco de Paula para convertirla en capilla del arte sacro contemporáneo cubano, sala de conciertos y sede permanente de Ars Longa, Isavel y Aniceto Mario se incorporaron al proyecto.
A ellos pertenecen los murales El Nacimiento y El Cristo, que conforman esa colección permanente integrada por obras de Nelson Domínguez y Rosa María de la Terga, Zaida del Río, Cosme Proenza, Roberto Fabelo, Juan Narciso Quintanilla, Pepe Rafart, Ernesto Rancaño, Duvergel...
Otro lugar donde hay una de sus inconfundibles obras en mayólica es el teatro de la Orden Tercera del Convento de San Francisco de Asís. Como en los casos anteriores, a petición de la Ofi cina del Historiador, «realizamos en 2005 ese mural de losa que, ilustrado con personajes de cuentos para niños escenificados por La Colmenita, se colocó en el vestíbulo de dicha sala».
El 17 de septiembre del mismo año, quedó inaugurada la instalación con la puesta en escena de Los cuentos de Andersen por la mencionada compañía de teatro infantil y juvenil, bajo la dirección general de su fundador, Carlos Alberto Cremata.
En la portada del presente número de Opus Habana se ha reproducido La Virgen de la Caridad del Cobre recorre el Centro Histórico de La Habana Vieja (2001), pequeño mural que primeramente estuvo expuesto durante una de las ediciones de la Bienal de cerámica Amelia Peláez en el Castillo de la Fuerza, que entonces acogía al Museo de la Cerámica Contemporánea. También esta obra pudo ser apreciada como parte de la muestra colectiva «Ora Pro Nobis», en el Seminario de San Carlos, cuando numerosos artistas representaron a dicha deidad desde sus respectivas poéticas.
Por lo general, resulta un elemento común el predominio de lo figurativo, que tiene como fundamento la iconografía conocida de la Virgen: una madre de rostro moreno y vestido áureo que carga al niño Jesús en su brazo izquierdo y lleva una cruz en la mano derecha.
«A nosotros se nos ocurrió abordar el tema de la Virgen, de una manera no convencional. Por eso es que ella está rodeada de otros personajes que se detienen a verla cuando va caminando por el Centro Histórico», explican Isavel y Aniceto Mario.
Conservado en el Convento de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida –ubicado desde 2003 en una antigua mansión del siglo XVIII con fachadas principales hacia las calles Oficio y Teniente Rey–, ese mural es como una estampa de la Plaza de la Catedral, representada al fondo, mientras la Patrona de Cuba es observada por algunos de los personajes que concurren habitualmente a ese espacio, entre ellos un músico con su guitarra y un actor teatral de los que hacen sus presentaciones callejeras montados sobre zancos.
El ambiente festivo puede intuirse en otro mural que, si bien no tiene un tema autóctono, guarda íntima relación con los ubicados en La Habana Vieja, quizás porque lo acometieron en una isla muy vinculada a las raíces de la cubanía. Fiesta folklórica canaria es su título, y fue realizado expresamente en 2003 para ambientar un edificio de viviendas en Telde, Las Palmas, Gran Canaria.
Isavel y Aniceto Mario persisten en su quehacer mancomunado con la cerámica mayólica. Por eso, me atrevo a pedirles que me comenten sobre los proyectos futuros que ya son parte de su presente:
«Tenemos hecho un mural (390 x 240 cm), que hemos denominado provisionalmente Mural ecológico. Aprobado por la Oficina del Historiador, el año próximo será situado en algún lugar del Centro Histórico. En esta pieza mezclamos elementos de la naturaleza cubana con componentes arquitectónicos de algunos inmuebles emblemáticos de La Habana Vieja.
»Tenemos otro proyecto entre manos en el que, incluso, todas las partes ya están de acuerdo para llevarlo a feliz término. Pero para mantener la expectativa, preferimos ahora no ofrecerte detalles. ¿Nos excusas?»
Les pido entonces regresar a los años 70, cuando vivían en los altos del restaurante El Patio, y aprovecho para preguntarles: «¿Fue entonces cuando conocieron al actual Historiador de la Ciudad?» Isabel es la que responde:
«Como el Taller de la Plaza de la Catedral quedaba frente a nuestra casa de entonces, me llegaba casi todos los días por allí. Me siento en el deber de decirte que ese lugar desempeñó entonces un papel fundamental en el desarrollo de los artistas plásticos. No sólo yo obtuve mención en el concurso de grabado de Casa de las Américas en 1970 con una obra realizada en ese local, sino que José Luis Posada –por citar un ejemplo– alcanzó el premio de litografía en aquella misma edición.
»Posteriormente, gané otros reconocimientos con grabados realizados allí, así como muchos artistas –cuyos nombres me es imposible ahora relacionar por límites de tiempo y espacio– conquistaron, incluso, lauros en certámenes convocados en diversas partes del mundo.
»En 1970 también frecuentaba el Taller un joven delgado, inquieto, muy inteligente, de espejuelos con cristales gruesos, llamado Eusebio Leal, quien siempre nos hablaba, ya en aquel entonces, de lo que sería el Centro Histórico de La Habana. Ese mismo año nos invitó a que participáramos con una obra dedicada a Ernesto Che Guevara en una exposición que se realizaría en el Museo de la Ciudad. Todos, sin excepción, respondimos a esa petición: José Manuel Contino, Frémez, Alfredo Sosabravo, Humberto Peña, Oscar Patterson, Tomás Borbonet, Antonio Canet, Diana Balboa, Ana Rosa Gutiérrez, Bozza, Armando Posse, Roger Aguilar, Gallardo, Moreira, Orlando Suárez, Tommy, Posada...
»Después de la inauguración, Leal nos impartió una magistral conferencia sobre la vida y obra del Che. Al terminarla, salimos con él a caminar por La Habana Vieja. Increíblemente, nos iba hablando de lo que sería el proceso de restauración, cómo lo imaginaba... Algunos pensaron que era sólo un sueño, pero, afortunadamente, aquel sueño hoy es realidad». De ahí también que Isavel y Aniceto Mario no duden al afirmar: «Volver para La Habana Vieja, significó para nosotros el regreso a nuestros orígenes, al lugar que nos guarda recuerdos muy hermosos e imperecederos, tal como es el nacimiento y primeros años de vida de nuestra hija Danae».


1 En la revista Opus Habana (Vol. VIII, No. 3, dic. 2004/mar. 2005, p. 50), se reproduce este mural en un artículo dedicado al III Festival Internacional de Música Antigua Esteban Salas.

2 Eusebio Leal Spengler: Palabras para el catálogo de la exposición «Magia que cristaliza», de Isavel Gimeno y Aniceto Mario. Sala Transitoria, Museo de la Ciudad, 1997.

3 Toni Piñera: «Cuentos de barro», en diario Granma, 18 de enero de 1997, p.6. 4 Ídem.