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 Terminado ya con nuestro artículo de la semana ú1tima el enjuiciamiento del relajo en la época colonial cubana, lógicamente nos tocaba ahora abordar su estudio en estos tiempos republicanos. Pero tenemos que abrir un paréntesis entre esas dos etapas: la participación de los Estados Unidos en la contienda cubanoespañola y la ocupación militar norteamericana con su secuela de la Enmienda Platt.

 Y esa presencia del intervencionismo en nuestra vida republicana es tanto mas nefastamente disociadora cuanto que constituye en el fondo la supervivencia y continuidad del régimen de gobierno a distancia, que Cuba había sufrido durante los cuatro siglos de dominación española...

Terminado ya con nuestro artículo de la semana ú1tima el enjuiciamiento del relajo en la época colonial cubana, lógicamente nos tocaba ahora abordar su estudio en estos tiempos republicanos. Pero tenemos que abrir un paréntesis entre esas dos etapas: la participación de los Estados Unidos en la contienda cubanoespañola y la ocupación militar norteamericana con su secuela de la Enmienda Platt.
Cuando los libertadores cubanos creen, alborozados, que van a recoger el fruto de su cooperación leal y eficacísima a las fuerzas norteamericanas, en el común empeño de abatir el poderío español en la Isla, se encuentran con el tremendo desaire de impedirse al general Calixto García el tomar parte, con sus heroicos mambises, en la capitulación de la plaza de Santiago de Cuba.
Las consecuencias de aquel desaire las estamos sufriendo todavía, transformadas en el desengaño de la efectividad de la larga y cruenta lucha libertadora. Otro nuevo desaire agudizó tal desengaño: la eliminación de Cuba de las Conferencias de la Paz, de París, y del tratado consecuente.
El simplista enfoque popular contemplaba esta dolorosa y perturbadora realidad: que era un poder extraño el que expulsaba a España y se colocaba en su lugar. Y los mambises cubanos, que durante años de épica lucha combatieron por la libertad de la patria, y los emigrados que sufrieron privaciones sin cuento, ven, si, unos y otros, que ya de El Morro de La Habana ha sido arriada la bandera gualda y roja; pero que en lugar de esta se halla, no la de la estrella solitaria, sino la de las barras y las estrellas.
Y entonces los patriotas, contemplando la transformación que la realidad les ofrece de lo que era su ideal, lloran en los versos del poeta nacional –Bonifacio Byrne-  triste suerte:
Al llegar de distante ribera
con el alma enlutada y sombría,
 afanoso busqué mi bandera,
 y otra he visto además de la mía.
Y en aquellos momentos, tristes y solemnes, pensando en las luchas y sacrificios pasados, lanzan desde los más profundo de sus adoloridos corazones este canto de anhelo y de esperanza:
Hoy que lánguida y triste tremola, 
mi ambición  es que el sol, con su lumbre,
 la ilumine a ella sola
en el llano, en el mar y en la  cumbre.
El calvario de los patriotas cubanos continuó. Y la preponderancia y el poder supremo y definitivo que los Estados Unidos ejercían en todos los órdenes sobre Cuba se fue introduciendo en 1% conciencia del pueblo. Los mismos revolucionarios, para no morirse de hambre, se vieron obligados a aceptar, unos, mísera limosna, de los gobernantes McKinley -$75.00-, y otros, empleos públicos a las órdenes de las autoridades interventoras norteamericanas.
Y durante los tres largos años que dicha intervención duró, en lugar de fortalecerse el concepto de la personalidad política; la confianza, en el esfuerzo propio, el sentimiento de la soberanía, se fueron debilitando más y más todos estos principios tan indispensables para la vida de un Estado.
Este no se constituyó sino cuando los Estados Unidos lo creyeron oportuno y por orden de sus altos gobernantes.
Y aun entonces, redactada y aprobada ya por la Convención Constituyente la ley fundamental de la nueva República, cuando los patriotas y el pueblo todo empezaban a olvidar los esfuerzos y sacrificios que en la paz habían tenido que sufrir – mas dolorosos que los de la guerra-;cuando eran pocos los momentos que faltaban para el logro de todos los ideales soñados, ya casi con la miel en los labios, con la República en las manos, vino una última prueba a reafirmar aun más la idea de que los Estados Unidos eran para nosotros el poder, la fuerza v la última instancia en nuestros problemas; la imposición de la Enmienda Platt, y con ella la cesión a perpetuidad de tierras para carboneras y estaciones navales, y el derecho de intervención.
Todas estas causas han producido en el pueblo desconfianza y falta de fe en la República y en el gobierno y el esfuerzo propios, y la creencia de que los Estados Unidos son los que siempre han de dictar la última, definitiva e inapelable palabra en todos nuestros problemas y asuntos internos y externos.
Y para que nada faltase hacer extraordinariamente complicada y difícil la vida libre de nuestra nacionalidad, surge otro gravísimo relajo: aquellos factores en que podíamos cimentar nuestra grandeza y prosperidad graves dificultades nacionales e internacionales; y hasta nuestra máxima riqueza - el azúcar- es fuente de toda clase de graves y complicadísimos males, pues como ha dicho Agustín Acosta:
Rubia, como de oro, hacia el azar extraño,
 sale de los centrífugas la riqueza del año;
 la esperanza de todos hecha fino cristal;
 grano de nuestro bien ... clave de nuestro mal,
se ignora, mientras rauda danzas en la turbina,
 si  serás nuestra gloria o serás nuestra ruina.
Y por este mismo «grano de nuestro bien, clave de nuestro mal», convertido en el pavoroso relajo del monocultivismo, agudizado con el comprador único, o sea, su mercado natural e imprescindible de Norteamérica, ha constatado siempre el pueblo cubano que su bonanza o su desventura están sometidas a las necesidades, intereses y conveniencias del poderoso vecino.
¿Cómo? Creando otro nuevo relajo, factor de disociación nacional: la ingerencia o e intervencionismo.
Y es ajustarse a la verdad, a una verdad comprobada por el desarrollo de los acontecimientos, que para los cubanos el intervencionismo - aun prescindiendo por completo del aspecto sentimental del problema – significa cuanto de más doloroso, triste, nocivo y desgraciado ha tenido la República desde su nacimiento hasta nuestros días.
Y esa presencia del intervencionismo en nuestra vida republicana es tanto mas nefastamente disociadora cuanto que constituye en el fondo la supervivencia y continuidad del régimen de gobierno a distancia, que Cuba había sufrido durante los cuatro siglos de dominación española; régimen este en que ha creído encontrar José Sixto de Sola las raíces del pesimismo y de otros muchos males criollos del pasado y el presente.
 Enrique José Varona dejó escrito, en memorable trabajo de 1910, esta gran verdad:
« Mientras otros nos gobiernen, nuestro problemas, de por si difíciles y complicados, se complican y dificultan aun mas porque se mezclan con otros muchos más arduos y complejos y forzosamente se les subordinan».
El intervencionismo ha sido ejemplo pernicioso que nuestro pueblo ha recibido de políticos y gobernantes, los que le han hecho creer, en beneficio de sus intereses personales, que en Cuba no era posible dar un paso sin contar con el gobierno norteamericano y que este tenia poder ilimitado en nuestra tierra para hacer y deshacer a su antojo y capricho.
Por último el intervencionismo ha ahondado la división y desorganización de la familia cubana, al convertirse en una lucha de unos cubanos contra otros por capturar mejor y mas rápidamente las simpatías y el apoyo extranjeros para permanecer en el poder o escalarlo; o cuando se utiliza como el medio masa cómodo y fácil de lograr cualquiera de ambas finalidades; o cuando mezclado y confundido con los más bajos intereses y ambiciones personales y con auxilio de unos y otras, produce los tipos más despreciables de nuestra hampa política y gubernamental.
Es este el que he definido y estudiado, en mi libro El intervencionismo, mal de males de Cuba republicana, como aspecto interno de la ingerencia, para diferenciarlo de su aspecto internacional.
Y es tal el daño que en la vida política cubana ha producido ese aspecto interno de la ingerencia, que hasta ha llegado a convertir al antingerencismo en una forma del ingerencismo quitando a aquel todo valor y virtud: porque en muchas ocasiones ese antiingerencismo no ha respondido a un noble y levantado sentimiento nacionalista, ni ha sido producto de una profunda y arraigada convicción, ni del estudio de los males y trastornos incalculables que la ingerencia ha ocasionado a la Republica; sino tan solo una actitud acomodaticia, circunstancial e interesada de políticos y gobernantes.
 ¡Qué horrible, qué lamentable relajo! iY qué perturbadora y nefasta la influencia del intervencionismo en nuestra vida política! Pero el pueblo sabe ya, por haberlo visto dolorosamente confirmado con los hechos en centenares de ocasiones, que la palabra intervencionismo, en boca de políticos y gobernantes, es palabra que oculta disimula o anuncia alguna mala jugada que se ha hecho o se le quiere hacer al país y que hasta la misma palabra antiintervencionismo pronunciada por políticos y gobernantes, no significa a veces, amor a la República, ni defensa de su soberanía, sino que en realidad envuelve tan solo la defensa de intereses políticos partidistas, ya del Gobierno, ya de la oposición, y no es más que una forma del intervencionismo, hipócritamente encubierta con la careta del antiintervencionismo.
En este sentido, y con la autoridad que me dan mis largos años de estudio y critica de tan trascendentales problemas cubanos y  la inalterable línea de conducta por mi observada en todo tiempo respecto a ellos, puedo reafirmar ahora lo que antes he dicho en conferencias y libros: que es muy difícil, si no imposible, encontrar algún político o gobernante cubano que haya observado una actitud decidida, consciente firme e inalterable de oposición a la ingerencia, pues por el contrario, nuestros políticos y gobernantes han sido ingerencistas o antigerencistas; según sus conveniencias y necesidades personales o de partido en cada momento
Y a quien desee comprobar estas dolorosas verdades y mi enjuiciamiento total sobre estas cuestiones, lo remito a la minuciosa, detallada y documentada exposición que ofrezco en mis libros Análisis y consecuencias de la intervención norteamericana en los asuntos interiores de Cuba; El intervencionismo, mal de males de Cuba republicana; e Historia de la Enmienda Platt, una interpretación de la realidad cubana.
Repercusión catastrófica de ese relajó del intervencionismo, ha sido la falta de fe en la República, el concepto derrotista de que ésta es cosa de poco más o menos, cosa inestable; lo que nos llevó, en los primeros años  de vida republicana, a vender la tierra y a hipotecar la economía, y después, y hoy, impulsa a desgobernantes y politicastros a entrar a saco hasta el hombro, en el tesoro público, pues, «ya que la patria no es en realidad nuestra, saquémosle el mayor jugo posible». Así ese afán de lucro, ese acaparamiento rápido y cuantioso de riqueza, herencia de los desgobrernantes españoles, lo han convertido sus aprovechados discípulos criollos en ausencia total de toda noción del bien publico, en desenfrenado egoísmo mercantilista.
Y como consecuencia hemos vivido al día, sin preocuparnos de hacer obra permanente, y echando a un lado el deber ciudadano, mucho mas si es gobernante, de laborar para las generaciones futuras, como las generaciones pasadas laboraron, sin esperanza de disfrute inmediato, por el noble empeño de alcanzar aquella meta ideal que Martí señaló en las bases de su Partido Revolucionario Cubano: que la república fuera «una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos y de cumplir, en la vida histórica del Continente, los deberes difíciles que su situación geográfica le señala».

(Ensayo histórico costumbrista publicado en Carteles el 26 de noviembre de 1950)

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.