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 Reflexiones sobre la botella, tema «jamás anacrónico entre nosotros, pues ha constituido desde los viejos tiempos coloniales, la más típica institución cubana».

Desde luego, que en este impulso natural que siente el criollo por la botella, ve siempre, allá en lontananza, como un sol deslumbrante que lo atrae y subyuga, la botella política y burocrática...

Tema, este de la botella, jamás anacrónico entre nosotros, pues ha constituido desde los viejos tiempos coloniales, la más típica institución cubana.
Pero no voy ahora a estudiar sus orígenes ni su desenvolvimiento, pues ya lo he hecho en estas mismas páginas hace varios años. Quiero, sí, presentar a los lectores de Carteles algunas modalidades contemporáneas de la botella criolla.
Y bueno es dejar esclarecido que aunque la botella política y gubernamental goza de singular prestigio, debido a la importancia económica de los sueldos y prebendas disfrutado sin trabajar, o sea, botellerilmente, la botella se encuentra copiosamente extendida en toda la República y a través de las infinitas actividades desenvueltas por hombres, mujeres y niños en la vida diaria, desde la intimidad del hogar hasta los más pequeños detalles y particularidades de las relaciones amistosas, sociales, etc., que cada hombre, mujer y niño mantiene con los vecinos de su barrio o de la clase a que pertenece y lugares que frecuenta.
Y es ello así, porque el criollo posee el vicio – la virtud– congénito de la botella; su anhelo más vehemente, desde que nace hasta que muere, su aspiración constante en todo y cada uno de los minutos de su existencia, es conseguir y disfrutar «algo de botella», cualquier cosa que sea, desde la contra o la muestrecita regalada por comerciantes e industriales, hasta la asistencia, de botella, a algún espectáculo o fiesta.
Desde luego, que en este impulso natural que siente el criollo por la botella, ve siempre, allá en lontananza, como un sol deslumbrante que lo atrae y subyuga, la botella política y burocrática, que para el criollo constituye la más alta, la suprema expresión de la botella. Y no es de dudar que ya el niño que pide kilitos para dulces, y la muchachita que solicita una muestra de esencias de polvos en un establecimiento, sueñen que algún día, cuando sean mayores, encontrarán algún pariente o amigo con influencias políticas y gubernamentales, que les consiga alguna botella en cualquiera Secretaría del Despacho o en el Ayuntamiento.
Y también observamos que aun aquellos señores y señoras de más acomodada posición económica, a quienes sobra el dinero para satisfacer todos sus caprichos, experimentan intenso regocijo, positiva felicidad, el día que logran conseguir unas entradas de favor, o sea, de botella, para presenciar cualquier espectáculo cinematográfico o teatral. Y estos acaudalados personajes, lejos de sentirse disminuido o de avergonzarse cuando lleguen a la entrada del teatro o cine con su boleto de favor, miran con orgullo y desdén a los demás infelices mortales que han tenido que pagar su entrada, mientras ellos, unos ricachos, y tal vez hasta millonarios, tienen tanta influencia social y son tan afortunados en su vida, que han podido conseguir esas entradas de botella.
Si continuamos observando – y la vida de los costumbristas se traduce en una continuada y permanente actitud observativa, que nos permite no sólo recrear l a vista y el espíritu, sino, también, aprender a conocer a nuestros semejantes y hasta, a través de ellos, conocernos nosotros mismos– contemplaremos entre esos millares de interesantísimos hechos, éste, que pinta bien a las claras las hondas raíces que en el carácter criollo tiene la botella. Una muchacha – de juventud y de belleza, fina, elegante, espiritual– sale de su casa, a tiendas o de visitas, o también a entrevistarse con el novio del que está perdidamente enamorada; o a presenciar alguna película en la que figura como estrella su artista favorito. Esa muchacha ha disfrutado del placer intenso que toda mujer experimenta registrando telas, encajes, zapatos, perfumería, etc. Ha gozado contemplando una magnifica joya cinematográfica. Ha pasado el rato deliciosamente chismeando con amigas y compañeras. Ha visto, una vez más, en el fondo de los ojos del amado, la confirmación de que es correspondida, y sus labios conservan aún el sabor agridulce que en ellos dejaron los labios de su novio, en un beso de «largo metraje», que ha sido, además de deleite supremo de un minuto, promesa de placeres infinitos. Esa muchacha llega a su casa; deja sobre una silla la cartera y el sombrero; y se dispone a referirles a la madre y las hermanas sus impresiones de la tarde. ¿Sabéis qué es lo que contará primero, por ser lo más sobresaliente de cuanto le ha ocurrido esa tarde; lo que más intensa huella ha dejado en su corazón? Sí – o lector– eres criollo ciento por ciento, lo habrás ya adivinado:
–¡He pasado una tarde maravillosa! Al venir para acá, me encontré a Fulanito en la guagua, y me pagó el viaje!
Y ya que de viajes hablamos, voy a citar otro ejemplo demostrativo de la importancia y trascendencia que todos los criollos dan a la botella. Hace poco, con la finalidad de regular el enorme desbarajuste que existía en los tranvías, provocado por la aglomeración de personas que viajaban de botella, con grave entorpecimiento en la entrada y salida de los pasajeros, la empresa del eléctrico puso unos carteles, indicando las normas que debían seguirse de ahí en adelante, tanto por los pasajeros paganos, como por los botelleros. Pues bien, el alto empleado que redactó el aviso, al referirse a los hoteleros escribió: «Los señores viajeros de plataforma», y, en cambio, al dirigirse a los viajeros que pagaban, los que realmente sostienen la empresa, simplemente puso: «Los pasajeros del interior», no considerándolos dignos de llamarlos señores, seguramente porque los juzgaba de inferior categoría y dignidad sociales que a los sí verdaderamente señores, a los botelleros.
El delirio por conseguir algo de botella llega entre nosotros el extremo de que se pide cualquier cosa que se regala, importando poco lo que sea, porque no se busca tal objeto determinado que uno necesita o desea o les agrada, sino aquello que se da de botella. Hemos visto muchas veces, tanto en la Dirección de Cultura de la Secretaria de Educación, como en las oficinas del Historiador de la Ciudad, en el Ayuntamiento, en nuestras visitas a esos dos centros culturales públicos, llegar numerosos individuos de uno y otro sexo, pidiendo, no tal libro, folleto o cuaderno que se reparten, sino: «eso que regalan aquí». Y hasta algunos, al comprobar que lo que se regalaba era un folleto, y no agradarles, seguramente, la lectura, han puesto cara de disgusto, pero se han llevado el folleto: era de botella.
Recuerdo también, que cuando se celebró, no hace mucho, en La Habana, la Primera Feria del Libro, aunque ese empeño cultural, nuevo en esta ciudad, alcanzó éxito feliz, el día de verdadero desbordamiento de público fue cuando se ofreció gratis en los terrenos de la Feria un concierto de los Niños Cantores de Viena. Y era de ver a familias, a las que suele llamárseles distinguidísimas en las crónicas sociales, llegar en sus lujosos automóviles, y dirigirse rápidamente a ocupar un asiento –de botella– en el sitio donde se celebraba el concierto; y cuando éste terminó, se retiraron, sin ocurrírseles echar un vistazo a las instalaciones que allí tenían las librerías, revistas y diarios de La Habana. A estas distinguidísimas familias sólo les había interesado el concierto, y eso, porque era de botella. De los libros y publicaciones se repartieran, de botella, en la Feria. ¡Calculen ustedes entonces, la arrebatiña!
El poder sugestivo de la botella es tal que hasta se considera capaz de corromper a las más honorables personas, aun aquellas insobornables mediante el dinero. Me cuenta un amigo – probadamente intachable en cuestiones de dinero, tratándose del alto puesto que ocupa en la Administración pública– que una vez cierto empresario que deseaba instalar contra todas las disposiciones legales, un espectáculo de feria en un lugar céntrico de La Habana, recurrió, para convencerlo, conociendo que no era posible ni siquiera hablarle de dinero, al siguiente ofrecimiento:
– usted logra que yo pueda instalar ese espectáculo, le daré pases gratis de botella para sus hijos durante toda la temporada.
En los espectáculos de botella, hay categoría en cuanto a la demanda por parte del público. Si se anuncia que todos los que deseen pueden asistir, sin necesidad de invitación, el público será, desde luego, numeroso; pero si se especifica que se han reservados sitios de preferencia, también de botella, todos, absolutamente todos, pedirán ser botelleros de preferencia, y por esta botella referente moverán más influencias que las que generalmente se emplean para conseguir un destino de los de trabajo efectivo. Puede establecerse el principio, en asuntos botelleriles, que la botella, cuando tiene un carácter general, disfrutable por todos, casi deja de ser botella, pues pierde su prestigio de tesoro al alcance únicamente de aquellos afortunados mortales que gozan de influencias o de viveza para conseguir la botella.
Bien podemos decir que la botella es para los criollos materia, cosa o institución tabú, sagrada, intocable, que tiene sus raíces, según ha descubierto el doctor Fernando Ortiz, en los orígenes de la conquista y colonización castellanas en América. Y el efecto, nos dice este admirado polígrafo que la primera botella que hubo en Cuba, diríamos la semilla, «sembróse ha muy cerca de cuatro centurias en tierra sevillana, al concederse a don Fernando Colón, e l hijo predilecto del Descubridor, y notable cronista, quien ya cerca de la fosa obtuvo del favor real, por no ser bastantes otros beneficios y honras, una pensión de quinientos pesos anuales sobre la isla de Cuba». Con estos gloriosos blasones botelleriles, ¡quien se atreve en Cuba contra la botella!