Elogiada por connotados intelectuales cubanos y extranjeros, la santiaguera Eusebia Cosme fue –en su momento– una de las más grandes declamadoras del verso afroantillano.
Este texto constituye una semblanza de la santiaguera Eusebia Cosme, quien glorificó el verso cubano de raíz negra.

 A Luis M. Carbonell Pullés

Se hace difícil olvidar aquellos arquetipos femeninos cubanos que contribuyeron a darle solidez y prestigio a nuestra cultura. Desde 1930 a 1960, algunas de estas mujeres tuvieron un papel relevante, de gran importancia internacional, especialmente en el ámbito iberoamericano. Por tanto, hay derecho para contextualizarlas y evitar que nos arrebaten su presencia en la historia cultural de la nación cubana. Es el caso singular de una de las más grandes declamadoras del verso antillano. Nos referimos a Eusebia Cosme.
Nació en 1901 en Santiago de Cuba, en un humilde hogar de la calle Rastro entre Habana y Trinidad. En el Registro Civil sólo se consigna el año, pues las hojas de su inscripción están deterioradas. Su nombre aparece al margen: Eusebia Adriana Cosme y Almanza.
La madre fue cocinera del abogado Luis Fernández Marcané y su esposa Rita Casas, quienes poseían una hermosa quinta en San Vicente, en las lomas cercanas a Santiago, y que bautizaron con el nombre de «El Cascabel».
Ese matrimonio crió a Eusebia y la rodeó de amor y cariño; ellos la llamaban Chocha. Nos contaba la gran pedagoga musical Dulce María Serret que los Fernández Marcané enseñaron a leer y escribir a la niña y también a recitar. Fueron los descubridores del talento histriónico de aquella pequeña negra.
El ya fallecido periodista santiaguero Modesto Júztiz Mozo, quien fuera su representante cuando ella comenzó a actuar en sociedades culturales de mulatos y negros de los pueblos orientales, nos contó que el público la aplaudía delirantemente en cada actuación.
«El debut de Eusebia –acotaba Júztiz Mozo– fue en 1934, en el teatro Cuba, centro de frecuencia de lo más granado de la sociedad de entonces. Sus actuaciones fueron exitosas, con numeroso público, a teatro lleno. Por primera vez vimos a una artista negra disfrutar de una audiencia con mayoría de blancos.
»Por intermedio mío conoció e hizo amistad con Mariano Mercerón, músico santiaguero director de una orquesta que luego ganó fama en México. También le presenté al entonces joven músico Electo Rosell (Chepín), con el que ella mantuvo un romance. Cuando Chepín la llamaba a San Vicente, usaba el seudónimo de Maita, nombre con el que él había estrenado una obra musical. Chepín y Bernardo Chauvin formaron el dúo Chepín-Chauvin, de grata recordación en Santiago de Cuba. El romance de Eusebia y Chepín no culminó en matrimonio pues él pensó que, de casarse con ella, no sería más que el esposo de Eusebia Cosme y no era eso lo que buscaba para su vida».
Según cuenta el mismo Jústiz Mozo, alrededor de 1934, Eusebia actuó en la sociedad cultural Lyceum de La Habana. Asistieron a ese debut Fernando Ortiz, quien la presentó al público y luego publicó sus palabras en la Revista Bimestre Cubana, en septiembre de ese año; José María Chacón y Calvo; Salvador García Agüero, y el poeta e historiador literario español Guillermo Díaz Plaja, entre otros.
 «Después de sus éxitos en Cuba y el Caribe, se marchó para Estados Unidos donde triunfó plenamente con su arte. Se casó con un cubano blanco llamado Felo, que era mecánico de automóviles en Nueva York. Hombre rústico, tosco, pero buena persona, la acompañaba cuando venía a Santiago. Eusebia también tuvo amistad con Luis M. Carbonell cuando éste se iniciaba como otro de los grandes declamadores del verso afrocubano», concluyó diciéndonos Júztiz Mozo.
Yo, por mi parte, conocí a Eusebia Cosme en Santiago de Cuba a través del periodista Manolo Sabater. Tenía vagas referencias de ella por una tía mía, Delfina Hernández, que la había escuchado. Todos los fines de año, la actriz viajaba desde Nueva York a Santiago para un encuentro con su identidad. Ya era famosa declamadora, la pionera en abrir el campo de lo afrocubano y antillano como un fenómeno de la transculturación que se venía fortaleciendo en el ámbito internacional. Eusebia glorificó no sólo el verso negro sino también a los poetas de aquel entonces. ¿Quién de esa época no la recuerda en la «Balada del Güije» de nuestro Nicolás Guillén?
En 1936, el Ayuntamiento de Santiago de Cuba la declaró Hija Predilecta. Ya se había presentado con enorme éxito en Puerto Rico durante 22 recitales, dos de ellos en la Universidad de San Juan. Luego hizo cinco audiciones en Santo Domingo (República Dominicana), y por último, actuó en Haití, donde fue invitada por el entonces presidente de ese país.
Eran los tiempos de esplendor y éxitos de Josephine Baker y la poesía mulata se imponía como un arte autóctono y natural del Caribe.
Eusebia recibió elogios de los más connotados intelectuales cubanos y extranjeros de aquellos días. Con su voz y estilo únicos, se impuso en los escenarios y dio un toque de universalidad y buen gusto a la poesía negra. El arte popular era entonces un tanto despreciado por la burguesía rica, tal y como afirmara –en 1930– Federico García Lorca al referirse a nuestra música campesina. Con Eusebia, de pronto saltó un arte auténtico y nuevo que hizo eco en teatros, universidades, la radio y el cine de Estados Unidos, México, el Caribe y otros países de América Latina.
Sobre ella, en su libro Españoles de tres mundos, el poeta español Juan Ramón Jiménez expresó: «En fotografía y desde España, Eusebia Cosme me pareció una empinada ola negra, una especie de Josefinita Baker de la declamación desgarrada. Cuando vine a Cuba y la vi en "presencia y figura", vi que lo mulato auténtico era también suave y delicioso, deslizante, escapado; vi que Eusebia Cosme era la rosa canela cultivada».
En 1937, el poeta español volvió a elogiarla: «El futuro humano y estético de Eusebia Cosme está, a mi parecer, en mantenerse en el tallo verde de su tierra libre, al aire siempre vivo y puro, con vida negra y pureza propia; en no soportar el mal ejemplo del recitador obtuso ni el mimo del dengue blanco; en no ser nunca rosa rosa ni rosa té; en no dejarse coger, por nada de este mundo, ¡huye, rosa Eusebia!, para el cristal lamido del salón...»
En 1947, en el City Center Casino de Nueva York se ofreció un homenaje a la memoria de José Martí y de Antonio Maceo. Allí cantó Miguelito Valdés, recitó Eusebia Cosme, y pronunció una conferencia el Historiador de la Ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring. Entre los asistentes, estaba Salvador García Agüero.
El gran poeta de Puerto Rico, Palés Matos, opinó así de ella: «Pero a ese Parnaso le faltaba la voz (...) y surgió como por milagro Eusebia Cosme, gracia viva, intención maravillosa, verbo auténtico y único, de la poesía antillana. Con ella queda asegurada para siempre una nueva modalidad literaria; en ella adquiere su expresión más pura el ritmo afrocubano y afropuertorriqueño; por ella Cuba y Puerto Rico se sitúan hermanadas en el mapa ideal de la poesía del mundo(...)»
A principios de 1953, en el Año del Centenario del nacimiento de José Martí, Eusebia llegó a su ciudad natal. En la Universidad de Oriente ofreció un recital y fue presentada por el doctor José Antonio Portuondo. Ella también fue pionera de la declamación negra estadounidense. Por la televisora WPIX, de Nueva York, brindó recitales; también dictó clases de declamación y dramaturgia en la Universidad de Columbia.
En 1954 la visité en su apartamento de Nueva York, en el corazón de Times Square. Al pie de la puerta tenía unos enormes baúles para sus giras, donde guardaba con celo su majestuoso vestuario, sus lindas batas de cola rumbera. Eusebia –lo decimos sin ambages– fue la mejor embajadora o agregada cultural que tuvimos por esa época en Estados Unidos. Junto al desaparecido cantante Reinaldo Enríquez, pintores, poetas, periodistas, artistas, fotógrafos..., ella formó parte de nuestro acervo cultural, sin que hubiesen mixtificaciones o contagios perjudiciales para lo auténtico cubano y caribeño.
En 1957, fallecía en Nueva York la poetisa chilena Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura 1945. En sus funerales se vio llorar a Eusebia Cosme porque era su amiga y admiraba a la andina universal.
Eusebia no pintaba mal. Aún conservo dos negritas que me dibujó a colores en postales de Navidad. Sus dibujos llamaban la atención y hasta llegó a exponerlos en 1959 en la Universidad de Colombia, siendo muy elogiada.
Nuestro poeta nacional, Nicolás Guillén, acertó a decir de Eusebia: «Artísticamente, ella es en la actualidad la creadora y recreadora de toda una poesía: la poesía mulata, que es la nuestra, y hasta tal punto, que sin la Cosme (...) el esfuerzo de nuestros poetas populares habría encontrado escollos insuperables para devolver a la masa sus más puras esencias; la Cosme en ese sentido, es, puente lírico, la genuina portadora de un mensaje difícil a causa de esa misma sencillez. E históricamente, representa también la figura inicial de lo que será en definitiva todo un género: el punto de partida de una escuela llena de posibilidades (...)»
En los días de mayor éxito de la declamadora, Juan Ramón Jiménez volvería a enfatizar: «Bien está la suave rosa mulata, la rosa Eusebia, repleta todavía de gracia primera y sentido original».
En 1966, ella hizo el papel de Mamá Dolores en la película El derecho de nacer –basada en la obra de Félix B. Caignet– que se rodó en México. En dicha ocasión, trabajó junto a la actriz española Aurora Bautista, el mexicano Fernando Soler y otros famosos artistas de aquellos tiempos.
Caignet luchó para que Eusebia interpretara ese papel y ella lo hizo bien. Incluso trabajó en la cinta El prestamista, con Rod Steiger, en la cual hablaba español todo el tiempo. El derecho de nacer fue muy criticada por algunos que la tildaban de mediocre. Sin embargo, penetró en el público de México, Brasil, Venezuela y otros países, siendo pionera de la actual telenovela.
Cuando en 1968 ocurrió el terremoto de México, ella se encontraba en la capital de esta nación. Luego regresaría a su casa de Nueva York haciendo escala en Miami. Según versiones, al llegar al aeropuerto de esa ciudad de la Florida, sufrió una embolia y fue internada de inmediato en un hospital, donde al poco tiempo falleció.
Sus amigos de Cuba no la olvidamos porque Eusebia Cosme logró en su momento transmutar en el público el hondo sentimiento de un Ballagas, Díaz de Villegas, Guillén... de un Andrés Blanco. En su voz, en su acento, el verso afroantillano no tendrá quien le aventaje porque históricamente ella le dio valor universal.

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