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 Con sus diarios caribeños aún inéditos, esta figura legendaria se inscribe entre los viajeros que dejaron una visión muy personal sobre La Habana.
Aún inéditos, los diarios del descubridor de Troya revelan su inmensa curiosidad por nuestra Isla.

 Heinrich Schliemann estuvo cuatro veces en Cuba y de ello dejó constancia en sus diarios de viajes, atesorados en la Biblioteca Gennadius de Atenas. Escritos en inglés, francés, español, griego y alemán, revisten suma importancia para el conocimiento de la Habana colonial, pues aunque descrita por otros viajeros, en estas páginas la ciudad adquiere insospechados matices gracias a la pluma de esa regia personalidad, devenida uno de los hombres más famosos de su tiempo.
Tras un azaroso viaje que transcurrió en medio de terribles condiciones climatológicas y bajo una pertinaz lluvia, llegó por primera vez a Cuba, el 15 de noviembre de 1865, procedente de Nueva York. Como tantos otros recién llegados, el rico comerciante alemán —quien todavía no había logrado sus proezas arqueológicas— admiró con entusiasmo la exuberante vegetación tropical y, sobre todo, las esbeltas palmas: «Tienen troncos altos y gruesos que son debajo de un grosor de 10 pulgadas, aumentando el grosor en el medio del tronco hasta 2 y 3 pies y disminuyendo de nuevo hasta verse que la cima no tiene más grosor que abajo; presentan un aspecto muy hermoso(...)»
Espera que escampe y, portando su mojado baúl, toma un bote que lo conduce a tierra firme. Quiere dejar su equipaje a buen recaudo y, según su plan inicial, viajar a México con menos peso, por lo que se dirige a la calle Mercaderes, donde vive José Antonio Fesser, acaudalado criollo de origen alemán. Allí, Schliemann es muy bien recibido y no deja pasar la oportunidad para elogiar esa casa habanera de dos pisos, por la que los Fesser pagan seis mil pesos de alquiler.
En su primer día habanero, Schliemann toma un magro almuerzo y bebe media botella de vino español de la marca San Vicente, por todo lo cual pagó un peso ¼. Luego alquila un coche e inicia un paseo por la ciudad: «(...) Todas las calles son estrechas y no tienen más de 16 a 20 pies de ancho de modo que están a cada momento obstruidas por los carros y los coches. Hay de ambos lados caminos elevados de 2 a 4 pies de ancho para la gente de a pie. La mayor parte de las casas son de un piso pero hay también muchas de 2 y fuera de la ciudad aún de 2 y 2 ½ pisos; casi en cada casa hay un almacén o una tienda y entre ellos muchísimos que sirven de fábrica de tabaco y cigarrerías, cigarros excelentes largos y gruesos llamados Piedraburgos Cabañas; se venden aquí por $25 los mil; compré 100 para el viaje(...) En algunas calles estrechas aquí se ven cuerdas sobre las cuales extienden telas en el verano; son levantadas ahora(...)»
Al día siguiente amanece resfriado y se queja de dolor en el oído derecho, un padecimiento que se agudizará con los años, hasta causarle la muerte, después de una operación en Halle, en 1890, cuando se dirigía a Atenas para pasar las navidades con su esposa Sofía y los niños.
Durante esta primera estancia en Cuba, Schliemann pernocta en su barco y, de día, se dedica a visitar la ciudad. Camina por las calles de Cuba y San Ignacio, y desemboca en la Plaza de la Catedral, «donde concurrí a misa, porque hoy es el día de San Cristóbal patrón de La Habana; todos los balcones de las casas están adornados de cubiertas y mantas rojas (...) Además del órgano había muchos músicos en la capilla. Después de misa un sacerdote jesuita subió al púlpito y pronunció un sermón muy bueno y gesticuló con fuerza(...) Había en la Catedral un bajorrelieve de Cristóbal Colón con esta inscripción: O restos e imagen del grande Colón/Mil siglos dura guardados en la urna/Y en la remembranza de nuestra nación. Y otra: A Castilla y a León/nuevo mundo dio Colón (...)»
Abandona la iglesia porque no puede soportar el calor y se encamina de nuevo a la casa de los Fesser. Allí se informa acerca de la producción anual de azúcar en Cuba, que asciende a 2 500 000 cajas y de esta cantidad la mitad corresponde a los Estados Unidos. De regreso a su barco, atraviesa la Plaza de Armas y, entonces, nos habla de «la capilla de Cristóbal Colón, que se abre solamente el día de hoy; hay allí el cuadro de la primera misa a la llegada de él a la isla de Cuba y también otro cuadro representando la segunda llegada y otro más grande hay sobre la plaza de las armas hermosísimos jardines».
El 17 de noviembre, a las siete de la mañana, emprende viaje hacia México a bordo del vapor Veracruz, pero lleva en el paladar el sabor de Cuba, pues «el día antes de partir de La Habana había comprado 3 piñas por 40 c, que como ahora con deleite en el mar. Son estas piñas de calidad superior a aquellas de Singapore porque son más sabrosas y se funden sobre la lengua».
Durante el viaje, Schliemann hace nuevas amistades, practica el español y se informa de todo lo que puede. Uno de los pasajeros que sabe de su regreso a Cuba, le recomienda el museo que se halla en la Alameda vecina de la fonda Inglaterra, y en Matanzas, las Cuevas de Bellamar. De nuevo se queja de inflamación en el oído derecho, pero no le presta mayor atención y concentra sus pensamientos en la tierra azteca, que mucho le interesa.
Asombrado de la suciedad imperante en Veracruz, se aloja en la fonda de las Diligencias, propiedad de unos franceses y abarrotada de gente. Más tarde, continúa viaje hacia Orizaba, Puebla y Ciudad México, desde donde retorna a Veracruz para embarcar hacia La Habana, adonde llega el 9 de diciembre.

POR SEGUNDA VEZ
«Pasé a tierra esta mañana a las 7 y me paré en la fonda de Inglaterra donde tengo triste alojamiento pero excelentes alimentos. El vino no es muy bueno, pero está incluido en el precio de $3 diarios», comenta con su proverbial detallismo sobre ese hotel que, con el tiempo, sería símbolo de confort y cubanía.
Como en cualquier otra parte del mundo, no deja de darse un baño con agua fría en las primeras horas del día, costumbre a la cual atribuye su buena salud, aunque es posible que —practicada en climas muy diferentes— afectara sus oídos: «Fui esta mañana a las 9 a los baños de la mar de San Lázaro donde tuve un buen baño».
Como dispone ahora de más tiempo y está alojado en la ciudad, acude «a la Alameda, que es un hermosísimo paseo fuera de la ciudad, con árboles a ambos lados(...) Por la tarde, después de las 4, el paseo está lleno de carruajes, que son aquí diferentes a los de Europa; tienen solamente dos ruedas y están provistos de dos lanzas tan largas que se pudiera uncir entre ellos 2 caballos, el uno después del otro, pero se unce solamente un caballo (...) al lado de ese caballo, pero fuera de las dos lanzas, se unce otro con silla montado por un cochero negro con altos zapatos y vestidos rojos o azules bordados de oro y plata». Excelente descripción de la calesa y el calesero.
Pero Schliemann dista mucho de ser un turista que disfruta del cálido clima de la Isla; los negocios ocupan toda su atención. Interesado en posibles inversiones, indaga sobre las ganancias del ferrocarril, el estado de éste y los empréstitos extranjeros. Así, acompañado de Francisco Fesser, pariente de su amigo y director del Banco de Comercio, visita los almacenes del ferrocarril, al otro lado de la bahía, cuyas condiciones de almacenamiento y seguridad sorprenden mucho al visitante: «Están estos almacenes a prueba de incendios y huracanes. A algunos pasos de los almacenes hay el Paradero del Ferrocarril y frente a él una lonja para los accionistas de los almacenes y una estatua de mármol de Carrara de Eduardo Fesser, el fundador de los almacenes, que los fundó en 1843 y falleció en 1863(...)»
 Con otro miembro de la familia Fesser visita la fábrica de tabacos La Honradez en la plazuela de Santa Clara, a la que considera «la más grande del mundo» y que describe en detalles pues se asombra de que esté alumbrada por «gas eléctrico que se hace en la misma fábrica».
Observa con detenimiento todo el proceso de producción desde cortar, preparar y secar el tabaco, hasta la confección de cigarros y su colocación «en cajitas», así como las máquinas para cortar el papel y el proceso de litografía para hacer «las estampas de las fabulosas etiquetas».
En esta fábrica había una prensa para imprimir un periódico mensual y los lotes de una lotería. Comprueba que produce dos millones de cigarros que son colocados en cajas de 24 y cómo cada caja se vende por $1; las ganancias ascienden diariamente a $1 000.
«Los trabajadores de La Honradez eran chinos, cubanos y españoles», apunta, aunque esta vez no se refiere a las duras condiciones en que trabajaban los asiáticos, tema sobre el que haría dramáticas alusiones en sus viajes posteriores a Cuba.
Su manifiesto interés por el desarrollo de la industria azucarera, se ve favorecido también por las gestiones de Francisco Fesser, quien le entrega cartas de presentación para los ingenios de Santa Helena y Flor de Cuba, y para Cosme de la Torriente, en Matanzas.
Es la oportunidad para Schliemann de enfrentarse al paisaje campestre cubano, que lo deslumbra «con plantaciones de maíz, boniato, caña de azúcar, guayaba, arbusto de la altura de la frambuesa de cuyo fruto se hace el famoso dulce de guayaba; se ve también mucha Caña brava (...) en todas partes se ve una cantidad sin número de Palmas-reales, que vistas de lejos parecen formar grandes bosques y selvas y que dan al paisaje un aspecto de hechizo y encanto (...) veo también mucho añil que crece salvaje (...) hay también muchos Platanales. No hay monotonía del paisaje en ninguna parte (...)»
De nuevo el paisaje de las palmas lo impresiona, aún más cuando descubre que las hojas de yaguas se usan en la construcción de los bohíos y que el palmiche es la base de la alimentación de los cerdos.
En Matanzas se aloja en la posada León de Oro, desde donde disfruta de la vista de la ciudad y también de la bahía. Inmediatamente, se entrevista con Cosme de la Torriente, rico hacendado catalán que lo invita a visitar sus ingenios. Pero, antes, baja a las Cuevas de Bellamar, que habían sido descubiertas por casualidad tres años atrás y atraían a muchos visitantes. Maravillado ante el espectáculo de las estalactitas y estalagmitas, escribe: «pendían del cielo raso, en parte en forma de altas quillas sobre el suelo y resplandecían a la luz de las llamas de gas y la de la antorcha de mi guía. Hay en las cuevas fuentes de agua limpísima. Se paga $1 por la entrada y compré además por $2 una cajita de cristalizaciones».
Visita el ingenio Flor de Cuba, de Francisco de Arrieta, quien lo acompaña a caballo y le muestra todas las instalaciones y los esclavos. «Los negros y negras se arrodillan siempre delante de su amo cuando lo encuentran y piden de él la bendición y su respuesta es siempre: Dios te haga bueno», afirma.
Schliemann se conduele ante la miserable vida de los esclavos que trabajan sin descanso y «están tenidos poquísimo mejor que los animales(...) Arrieta trata muy mal a sus esclavos, los azota a menudo y les da solamente dos comidas, a las 12 y a las 6 de la noche, de tasajo y harina de maíz».
El día 14 de diciembre sale del Flor de Cuba y se dirige por ferrocarril al ingenio Isabel, propiedad de Torriente. Anota en su diario: «partieron conmigo 32 chinos nuevamente llegados, cuya obligación de servir 8 años por $4 al mes había sido vendida con un premio de 30 onzas sobre cada uno. Importan aquí los chinos para reemplazar poco a poco a los negros».
Schliemann se percata de la diferencia en tratamiento que reciben los esclavos del Isabel con respecto a los de Flor de Cuba, y se siente aliviado. No acaba de comprender bien la esclavitud, aunque acepta que no hay sustitutos para el trabajo esclavo, y quizás por eso observa con tanto detenimiento todo el proceso de obtención del azúcar.
El 15 de diciembre regresa a La Habana y resulta que su cuarto en el hotel Inglaterra ha sido alquilado: «Me colocaron en el cuarto de los baños hasta hoy por la mañana(...) hoy recibí un excelente cuarto sobre el techo de la fonda desde donde gozo de una vista soberbia sobre la ciudad y tengo muy buen aire».
El 17 de diciembre se encuentra en la calle con Ricardo Díaz Albertini vinculado a la familia Fesser «con quien fui a una tienda donde se venden bastones hechos de cuero del pescado del manatí; cortan una tira del cuero del pescado y la baten al inverso, ponen después los bastones cuadrangulares en una caldera a vapor para ablandarlos y los ponen después dentro de 2 piezas huecas de hierro y se los somete a una fuerte presión hasta redondearlos y se los pone después al torno para el pulimento».
La composición de la población interesa mucho a Schliemann, quien en vísperas de su retorno a Europa anota en su diario, aunque sin especificar la fuente de sus datos: «Hay en Cuba:
729 957 blancos
743 yucatecos
34 050 chinos
221 417 negros libres
4 521 negros emancipados
368 550 negros esclavos
___________________
Total 1 359 238».
Casi con nostalgia por el próximo viaje describe el agradable paisaje que domina desde su habitación: «Delante de nuestra posada hay el hermoso parque y paseo de Isabel II con la estatua de la reina; hay siempre por la noche música militar en este parque. Más arriba hay el magnífico paseo de la Fuente de la India con un bosquecillo de hermosas palmas reales, mientras que a mano derecha hay el bello paseo de Carlos III con una estatua de este rey, que conduce hasta el castillo del Príncipe y después sigue la Calzada del Cerro. Toda esta parte de la ciudad se llama extra-muro».
La noche del 19 de diciembre asiste al Teatro Tacón, donde paga 50 centavos por la entrada y un peso por la luneta. Schliemann se divierte mucho con la función de pantomimas del famoso Raveles y con una muchacha malabarista que atraviesa toda la escena sobre un «palo de 12 pies de alto».
La víspera de su partida se levanta muy temprano y toma el ferrocarril hacia Güines «para ver el país en otra dirección». Cerca de la primera estación, llamada Ciénaga, «hay sobre una colina un gran edificio con jardín que pertenece a la compañía de Bustamante y Troncoso de La Habana y sirve para la colocación de los chinos que ellos mismos importan y los celestiales están colocados aquí hasta que vienen los propietarios para comprar sus obligaciones de 8 años de trabajo (...) este año se han importado aquí casi 5 000 mil chinos».
En la segunda parada del ferrocarril, llamada Almendares, almuerza en una fonda donde conoce a un alemán que va a establecer una fábrica de azúcar en Filadelfia y viene del ingenio La Amistad en el que «azotan mucho a los esclavos; han condenado a uno a 1 000 azotes, recibe cada día 25; cada golpe hace salir la sangre; durante todo el tiempo de la inflicción de los 1 000 golpes estaba amarrado por las manos y los pies ligados al suelo de modo que sólo podía mover la cabeza».
No hay comentarios al respecto pero es de suponer el estado de ánimo que tales hechos provocan en él. Parte hacia Europa el 21 de diciembre a bordo del vapor francés Nouveau Monde, después de pagar 220 pesos por su pasaje.

LA TERCERA VISITA
En París se dedica al estudio de la cultura griega con la misma energía con que antes se había dedicado a los negocios; ingresa en la Sorbona donde toma diversos cursos de arqueología, asiste a conferencias sobre la Antigüedad, aprende persa y sánscrito, a la vez que acude incansablemente a museos, teatros, galerías y exposiciones, pues su avidez por estos conocimientos es insaciable.
En el otoño de 1867, temeroso ante los planes de reforma financiera en los Estados Unidos que pudiesen poner en peligro sus ganancias sobre las acciones que posee en los ferrocarriles y deseoso de tener información de primera mano, interrumpe sus estudios y se dirige a este continente. Viaja extensamente por los Estados Unidos, comprueba que sus intereses no se han afectado, pero para tener un panorama más completo de la situación decide hacer un recorrido por Centroamérica que contempla, por supuesto, una nueva visita a Cuba. «Después de un viaje muy agitado de dos días y 49 horas, llegamos hoy a la 1 p.m. a este hermoso puerto. Pagué un peso por la barca y 25 centavos por el coche a la fonda Santa Isabel sobre la Plaza de Armas». Así comienza el diario de su tercer viaje a Cuba, fechado el día 9 de diciembre de 1867.
Establece contacto con su amigo Francisco Fesser a quien visita en el Banco del Comercio y justo conoce de la unificación de las líneas del ferrocarril con la anuencia del gobernador de la isla y de la que se esperan buenas ganancias. Esa misma noche asiste al Circo de Variedades «donde había función a favor de los desdichados de Puerto Rico». Se entera en el propio circo que en un vapor español recientemente llegado de Cantón con 700 culíes chinos, se había producido una sublevación y habían matado 100 chinos en la refriega. Lo mismo ocurrió en un vapor francés donde los franceses mataron 17 chinos. Todo parece indicar que a través de Fesser, Schliemann tiene acceso a los contratos de chinos, que pronto captan su atención e inclusive reproduce uno en su diario. Se trata de un chino de 28 años, al que llaman Ramiro, que ha firmado uno de esos fraudulentos documentos, contratado por Ignacio Fernández de Castro y Cía. con destino a La Habana, con fecha 14 de octubre de 1862. Al final del texto aparece un traspaso a favor de la Cía. de almacenes de Regla y del Banco del Comercio, con fecha 16 de abril de 1863 y firmado por Francisco Fesser, el amigo de Schliemann. También aparece una nota en la que se explica que Ramiro ha estado prófugo desde el 7 de diciembre de 1865 hasta el 1 de noviembre de 1867 y que, por lo tanto, no cumpliría su contrato hasta el 16 de marzo de 1873.
Aunque no aclara los motivos, Schliemann se muda de la fonda Santa Isabel para la fonda Inglaterra en la cual había estado alojado en su viaje anterior. Observa con ojo crítico todo lo concerniente a la venta de los terrenos donde había estado la antigua muralla «a 10 años de plazo con 1/10 al contado y 1/10 cada año, muy barato, pero parece que no hay muchos compradores».
El día 12 inicia un viaje hacia Matanzas por ferrocarril y de nuevo se maravilla —como en oportunidades anteriores— de la belleza del paisaje cubano y la elegancia de nuestras palmas, «esas palmas reales que dan al paisaje una "lindeza" sin comparación (...) las palmas son preferibles por el poco espacio que ocupan y además son más útiles porque madera, corteza, hojas y frutos, todo se usa de ellas(...) no había serpientes, pero han introducido una especie de boa "inocente" para extirpar las ratas(...) es curioso examinar los montones de madera que es preciosa en Europa pero sin valor aquí, que se coge aquí para quemar».
Schliemann disfruta de los lugares conocidos y por eso se aloja en el León de Oro y toma uno de sus habituales baños en el mar. El tema de la esclavitud y los problemas de la trata no escapan a sus investigaciones constantes: «Los negociantes de carne humana en La Habana son José Baró y S. Zulueta, de quienes el primero tienen 100 millones $. Se dice que introduce siempre negros-bozales y que en este año tres cargamentos con poco más o menos de mil esclavos han sido introducidos. Son tomados en la mar por los buques de la costa, que sacan sus papeles para transportar morenos de un ingenio a otro».
En el ingenio Santa Elena, de Joaquín Diago, Schliemann se conduele de los esclavos enfermos y se horroriza de las condiciones antihigiénicas de la llamada enfermería del ingenio: «Toda la mañana me ocupé en la enfermería en bañar a los enfermos chinos y negros, a quemar la carne pútrida de las llagas, a ponerle tintura de iodo y a vendarlas. Todos eran tan sucios que se hubiera podido cortar el lodo de sus piernas».
Schliemann visita a la familia Aldama y es bien recibido por don Miguel Aldama, dueño de seis ingenios: Santa Rosa, San José, Santo Domingo, todos cerca de Unión; la Concesión, cerca de Matanzas; Armonía, en Bolondrón, y el Tartesio, en Sierra Morena.
Aldama le cuenta que estuvo en Inglaterra un año, y que luego fue a París y a Berlín, donde fue introducido a Alexander von Humboldt y frecuentemente convidado a su casa.
El día 24 de diciembre es invitado por la familia Fesser a la fiesta navideña que celebran en su casa del Cerro. El árbol de Navidad era una «especie de olivo o laurel de las Indias que crecen aquí pero no dan frutos(...) iluminado por faroles de papel pintado y lleno de juguetes carísimos y lindísimos de Francia y también de confituras(...) Fesser quemó algunos pequeños "roquetes" y poco faltó para que hubiera quemado los tapices».
Después acude al baile del club alemán en el que «había una gran concurrencia y un calor inmenso(...) Estuve enamorado de las bellas criollas; no he visto nunca mujeres tan bonitas, vestidas con lujo pero no demasiado; sus trajes daban todavía más realce a su hermosura».
El infatigable Schliemann sale al día siguiente hacia Artemisa y ve con sus propios ojos las plantaciones del famoso tabaco de Vuelta Abajo. Observa las posturas, revisa las hojas de diferentes tamaños al igual que el amarre de los cujes y el proceso del secado. Regresa a La Habana, encandilado por el paisaje cubano que nuca deja de admirar:
«No puedo describir la lindura de la vegetación, con mucha admiración contemplaba en todas partes los hermosos bosquecillos de palmas reales, los mangos, los árboles del pan cuyas robustas ramas llevaban frutos como calabazas, laureles de India, naranjos, cocos».
Tal es la visión de Cuba que llevaba Schliemann el día 29 de diciembre de 1867 cuando zarpó en el vapor Morro Castle para iniciar su camino tras la huella de Homero. Demoraría ahora casi veinte años en regresar: los años del descubrimiento de Troya y el oro de Micenas, los años de la gloria y la fama sin par. Sus mejores años.

DESPUÉS DE TROYA
En nuestro país las publicaciones de la época pronto se hacen eco de los sensacionales hallazgos arqueológicos de Schliemann. La Revista de Cuba del 15 de enero de 1877, ofrece interesantes noticias sobre Micenas en cartas del propio Schliemann obtenidas del corresponsal en Leipzig del periódico The Times de Londres:
«Remito el dibujo de una copa u una diadema de oro, y de una lanza de bronce, encontrados hoy en la tumba que se distingue por el bajorrelieve de las serpientes. Dentro y en derredor de estos sepulcros ha salido a la luz un nuevo mundo de espléndidas obras de alfarería, y multitud de cuchillas de obsidiana. En este momento voy a abrir un sepulcro de inmensas dimensiones. Encima de éste hay un altar ciclópec.. Espero encontrar debajo algunos tesoros».
En otra carta dice: «Son cinco los sepulcros abiertos. En el menor encontré ayer los huesos de un hombre y de una mujer cubiertos por cinco kilogramos por lo menos de adornos de oro puro, con admirables labores. Hasta la más diminuta lámina está cubierta de esas labores. Hoy he acabado de vaciar el sepulcro, y he recogido gran cantidad de hojas de oro, ornamentadas hermosamente. Tengo la convicción de que estas tumbas son las mismas que, según Pausanias, la antigua tradición designaba como pertenecientes a Atreo, Agamenón, Casandra, etc, etc...»
En la sección «Miscelánea» de la revista anterior, fechada en febrero de 1878, se informa que el libro sobre los descubrimientos realizados por Schliemann en Mecinas ha sido traducido a varios idiomas y aparecerá simultáneamente en Estados Unidos, Inglaterra, Leipzig y París precedido por un prólogo de Mr. Gladstone. En noviembre de 1880 la misma publicación da a conocer un extenso artículo de doce páginas con valoraciones y datos sobre los trabajos arqueológicos de Schliemann escrito por el marqués de Montelo.
Schliemann ha mantenido en estos años una actividad febril, tanto en las excavaciones como en la publicación de los libros que acompañan sus campañas en Troya y en Grecia. En el invierno de 1885, agotado por las excavaciones en Terinto y por las largas jornadas dedicadas a sus libros, decide cruzar el Atlántico por cuarta vez, visitar de nuevo las cálidas tierras caribeñas para tomarse un pequeño descanso y de nuevo ponerse al día en todo lo concerniente a los negocios, muy especialmente al estado de sus inversiones en los ferrocarriles que mucho le preocupan. Su nombre aparece en la lista de pasajeros, que procedentes de Saint-Nazaire arribaron a La Habana el 10 de enero de 1886, publicada en El Diario de la Marina.
Schliemann llega en la mañana de un fresco, pero agradable día invernal y se dirige a tierra después de una disputa «con el barquero» por el precio del pasaje.
«Fui con el carruaje a la posada Telégrafo donde pago $4 diarios en oro por el abono. Comen aquí todos en pequeñas mesas separadas. En lugar de buey, cuya carne es demasiado dura, se come carnero. Deliciosas son las frutas, piñas y plátanos, como también la leche de coco».
Se pone en contacto con Juan Ealo, administrador general de la Compañía de Caminos de Hierro de La Habana, a quien visita en Prado 101, «que le dio muchos y buenos informes». Continúa sus averiguaciones a la par que disfruta de las bondades del clima tropical. «Los dos últimos años han sido los peores desde que la caña se cultiva en Cuba por los bajos precios de la remolacha en Europa y la mala cosecha; pero siendo ahora la cosecha grande y habiendo subido mucho los precios, creo con confianza que los negocios mejorarán de aquí en adelante, tanto más que han introducido en los ingenios nuevas maquinarias de modo que pueden trabajar con mucho menos trabajadores y que se carecen de buenos brazos de Canarias y otras partes».
Visita el Teatro Tacón donde hacía temporada una compañía italiana acompañada por 35 músicos. También se detiene ante la fábrica de dulces de la calle Compostela No. 70 donde vio «las cajas de Guayaba». Observa que millares de chinos se han quedado en Cuba y «particularmente en La Habana: la mayor parte son vendedores de frutas».
En el periódico La Aurora de Yumurí del día 16 de enero de 1886 aparece en la sección de la página dos, columna tres:
«El otro día tuvimos el gusto de ver en el Liceo a un personaje que nos llamó la atención por su aspecto de hombre inteligente, que se revelaba a primera vista y hoy hemos sabido por nuestro amable colega El Diario que era nada menos que un sabio de gran reputación europea. El Dr.Enrique Schliemann, descubridor de los antiguos restos de varias ciudades de Grecia, al cual saludamos con el mayor respeto desde estas columnas, dándonos la enhorabuena de haber tenido en casa tan ilustre huésped».
En Matanzas inicia un recorrido por los ingenios y comprueba el estado de las líneas del ferrocarril. Subraya en su diario: «El corazón de los ingenios de Cuba se llama la partida de Colón».
En cuanto a las condiciones sanitarias y el número de hijos de las familias nos dice: «Son muy productivos los cubanos pero la mortalidad es grande. Un niño no puede dar por seguro antes de los nueve días por estar expuesto bastante al tétanos; después difteria, cólera infantil, inflamación de las membranas que cubren el cerebro (meninges), afecciones gástricas, congestiones cerebrales(...) Los adultos tienen bronquitis, tisis (más de la mitad mueren de ella), tétano, paludismo (en los terrenos nuevos también hay fiebres perniciosas), mal del hígado que degenera en hidropesía, dispepsia. La nigua es una pulga microscópica que se introduce debajo de la piel y forma su nido dentro de la carne, del tamaño de una arveja (petit pois)».
Tales son las notas escritas con letra nerviosa y casi ilegible de su último diario en Cuba.
Nada ha escapado a la mirada inquisitiva del descubridor de Troya, quien bajo nuestro radiante sol se acercó y palpó nuestra realidad, lo que le permitió un día escribir a su hijo Sergei desde París: «Imagínate toda la tierra de Rusia cubierta de caña de azúcar, rodeada de una especie de palma llamada palma real que son los árboles más bellos del mundo; el paisaje de bosques de cocoteros o platanales, así como de laurel de la India, naranjas en flor, frutos maduros(...) Imagina que durante todo el invierno, cada mañana, puedes darte un baño de mar. Imagina un cielo transparente plasmado de noche por millones de estrellas(...) Si puedes representarte esa maravilla, tendrás una pálida idea de la riqueza de la naturaleza, de la vegetación exuberante, de la belleza del paisaje, de la magnificencia del cielo y dulce temperatura de la Perla de las Antillas, la majestuosa isla de Cuba».