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 El sábado 17 de mayo de 1890 la vieja Habana se colmó de estridencias: las llamadas de auxilio comprometían a las campanas de las iglesias, las cornetas y las sirenas de los oficiales, y los gritos de los habitantes aterrorizados por la intensidad del siniestro. La mayoría no imaginaba que la rápida llegada de los bomberos se debió al funcionamiento de un complicado sistema de aviso contra incendios que incluía las líneas telegráficas y telefónicas.
Según la prensa de la época, fue la iniciativa y el aporte pecuniario de Enrique B. Hamel lo que determinó la inauguración en 1876 del servicio de alarma de incendios por telégrafos del Cuerpo de Bomberos del Comercio. Un año después, específicamente el 31 de octubre, se complementó el sistema con el servicio telefónico.

Un elemento esencial para una exitosa extinción de incendios es la alarma. Dicen los especialistas que las probabilidades de que un siniestro sea conjurado totalmente, asegurando la salvaguarda de vidas humanas y la minimización de pérdidas aumentan en la medida de que los bomberos lleguen a enfrentarse al siniestro cuando éste todavía se encuentra en un estadio inicial de extensión. De esta manera, se pueden atacar sus fuentes de combustión y aislar todos los elementos que le puedan servir para expandirse y tomar fuerza.
Este espíritu acompañó siempre a los cuerpos de bomberos habaneros, quienes contaban con un sistema de alarma contra incendios que vinculaba los medios tecnológicos, como los mensajes telegráficos y telefónicos, con los humanos, pues las voces de los serenos, celadores de barrio, policías y ciudadanos en general, unidas a las campanas de las iglesias junto a cualquier mecanismo sonoro en existencia, confluían en la necesidad de combatir el fuego.

   
 El invento del italiano Antonio Meucci resultó un aporte inestimable para la extinción de incendios. Coincidentemente, en Cuba se celebra la primera conversación en lengua hispana y Meucci realizó varios experimentos de su invento en La Habana. 

Según la prensa de la época, la iniciativa y el aporte pecuniario de Enrique B. Hamel determinó la inauguración en 1876 del servicio de alarma de incendios por telégrafos del Cuerpo de Bomberos del Comercio. Un año después, específicamente el 31 de octubre, se complementó el sistema con el servicio telefónico. Este dato podría sustentar la tesis de que Cuba fue el primer país del mundo en contar con un servicio telefónico al servicio de los cuerpos de bomberos; sobre todo, si tomamos en cuenta que en nuestra isla, específicamente en La Habana, tuvo lugar la primera conversación telefónica en lengua española que recoja la historia. Algo que también tiene que ver con los bomberos. ¿Y cómo? Pues, esa primera conversación telefónica se estableció, de manera experimental, entre el Cuartel de Bomberos del Comercio situado en la calle San Ignacio No. 103 (actual 109) y la casa ubicada en la calle Amargura No. 24 (actual 110). Sus protagonistas fueron el Teniente Coronel Juan J. Musset, vicejefe de los Bomberos del Comercio y su esposa, el 31 de octubre de 1877. Actualmente, una tarja erigida por la Oficina del Historiador de la Ciudad y la Fundación Telefónica, de España, rememora este acontecimiento en la fachada de la casa que perteneció a la familia Musset.

   
 A la izquierda, la casa de la calle Amargura No. 24 (actual 110) desde la que se realizó la primera llamada telefónica en lengua hispana hacia el Cuartel de Bomberos del Comercio, situado en la calle San Ignacio No. 103 (actual 109). A la derecha, el otrora cuartel de bomberos en la actualidad.


Otra de las estrategias semióticas, impulsada por el mismo Hamel, que se instauró en La Habana para la alarma de incendios fue la colocación de cristales rojos y verdes en las «facetas» del alumbrado público cercanas a la estación de bomberos para que la alarma fluyera desde las cercanías del cuartel y orientara a los bomberos sobre la ubicación del siniestro.
Con el objetivo de lograr una localización rápida y eficaz del incendio se puso en marcha un sistema que dividía la ciudad en zonas cuadriculadas y se apoyaba en todo un repertorio de señales sonoras y lumínicas. A partir de 1877 se instaló en la ciudad una red de alambres que conectaban 82 estaciones telefónicas, indicadas por tablillas, conocidas como «Estaciones oficiales para alarmas de incendio». Los policías y guardias de Orden Público, que también las usaban en servicio de la ley, debían acudir a alguna de éstas para dar la alarma o recibir órdenes. Existía una serie de pitazos largos y cortos, remedo de los códigos telegráficos, que ubicaban rápidamente al que los oyera en el cuadrante de la ciudad donde se desarrollaba el incendio.
Así los puntos largos no significaban nada y los breves eran considerados líneas que representaban números, específicamente el de la agrupación (o cuadrícula) incendiada. Estas estaciones se proveían de una cartilla en la que constaba toda la leyenda de este sistema. Por ejemplo, un pitazo largo, uno breve, uno largo y uno breve indicaba que el incendio se extendía en algún lugar de la agrupación uno. Sería más o menos así:

-------------- . ---------------- . ----------------- .
Si, por el contrario, era uno largo y dos breves:
------------- . . ---------------- . . ----------------- . .


Esto indicaba que el incendio era en la agrupación dos. Para la retirada de las fuerzas, así como para indicar una falsa alarma, se usaba un pitazo largo y uno breve.
Por otra parte, los ciudadanos instrumentaron su propio sistema que complementaba el utilizado por las fuerzas bomberiles; algo que demuestra el profundo sentido de pertenencia y solidaridad de los habaneros por su ciudad y los cuerpos de bomberos que la protegían de los incendios. Para muchos se hizo una costumbre perdida en el tiempo el que las aulas escolares, las oficinas y establecimientos estatales quedaran vacías ante la aparición de la alarma. Con el sustrato de la competencia entre los Bomberos del Comercio y los Municipales, todo en la ciudad se ponía en función de avisar sobre el incendio y ayudar a su traslado. Era típico que los efectivos se transportaran en carruajes particulares o de alquiler, carretas, volantas, caballos y hasta bicicletas de la época. Cuenta un periodista habanero que en un incendio un cochero de alquiler obligó a los ocupantes del carruaje a bajar precipitadamente para poder llevar a un bombero hacia las cercanías del incendio… no sin antes pedirle que le esperaran allí pues él volvería por ellos en poco tiempo.

 
La tarja que conmemora el acontecimiento colocada por la Oficina del Historiador de la Ciudad y la Fundación Telefónica de España.



Incluso el teatro bufo, expresión auténtica de las tradiciones socioculturales cubanas, se hizo eco de los sistemas de alarmas contra incendios de La Habana, como cuenta Federico Villoch, al incluir en una de sus obras el siguiente estribillo:

Las campanas tocan
—¿dónde el fuego es?
Cuatro con la grande
Con la chica tres.
¡Chis…! ¡Chas…! ¡Ches…! 

 
En la bibliografía consultada se ha podido constatar que las estaciones telefónicas se ubicaban en diferentes puntos de la ciudad de entonces. Algunos de estos eran la Jefatura de Policía, la 1ra Compañía de Orden Público, el Ayuntamiento de La Habana, la Casa de Socorros de la 1ra Demarcación, Centro Telefónico de La Habana, 2da Compañía de Orden Público, Inspectores del 1er Distrito, Celaduría de Santa Teresa, Inspección de Sanidad Municipal, enfermería de la Cárcel, Casa de Socorros de la Segunda Demarcación, 3ra Compañía de Orden Público, hotel Mascote, restaurante El Carabanchul, hotel Las Delicias, teatro Albizu, el necrocomio, fábrica de Fósforos La Americana, Real Arsenal.
También algunas casas particulares poseían estaciones telefónicas oficiales para la alarma de bomberos y policías. Algunas eran las residencias del médico municipal D. Ramón Cueto, capitán de la 1ra Compañía de los Bomberos Municipales, el farmacéutico de los Bomberos Municipales, capitán facultativo de los Bomberos Municipales, D. Julio Ceris Inspector de Policía, D. Miguel Herrera, Carlos Peter. Además se contaban con las casas de D. Ángel Valdés, bodega de Jaime Carbonell, D. Gaspar Vives, escritorio de D. Matías Infanzón, D. José Nuza y otros. Así, en cualquier lugar que el señor incendio pretendía levantar sus lenguas, siempre una voz lo descubría y gritaba: ¡Fueeeeegooooo....Bombeeeeeerooooosssss....Fueeeeeegoooooo!

MSc. Rodolfo Zamora Rielo
Redacción Opus Habana
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Fuentes: Diarios La Discusión, La Habana Elegante, El Fígaro, Revista Cubana, Diario de la Marina, de mayo, junio y julio de 1890.
Fichero Ilustrado, de Daysi Rodríguez Fernández, La Habana, 1978.