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 Todavía en medio de las labores de rescate comenzaron a tejerse las hipótesis sobre las causas que convirtieron al incendio del almacén de la Ferretería Isasi, el 17 de mayo de 1890, en una verdadera tragedia. Algunos decían que había explotado la pólvora que se vendía allí; otros, que unas extrañas sustancias químicas dieron cuenta de todo. Sin embargo, la respuesta la encontraron los peritos; especialistas formados en las insipientes escuelas de bomberos.
Dinamita. Se llegó a la conclusión de que lo que había provocado la explosión eran unos cuantos kilogramos de dinamita que el señor Isasi tenía escondidos en una esquina de su almacén…pues temía ser encarcelado por contrabandear con ese nuevo y poderoso invento.

Como ya se ha podido ver en artículos anteriores, los cuerpos de bomberos de La Habana tuvieron un acelerado desarrollo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Y no sólo en lo que respecta a técnica de enfrentamiento y sistemas de alarma, sino también a estrategias de investigación y análisis, mecanismos de propaganda y escuelas de preparación para los voluntarios que solicitaran su ingreso en los diferentes mandos.

 
 Imagen tomada a pocas horas de extinguido el incendio. Se puede ver la montaña de escombros producida por la explosión y brigadas de reclusos trabajando para evacuarla. Al fondo, también chamuscada, la verdadera ferretería de Isasi, ubicada en donde se alza hoy el Hogar Materno Leonor Pérez.
Según consta en la prensa de la época, un habanero de nombre José Hevia creó la primera academia de bomberos en 1880, patrocinada por el Cuerpo de Bomberos del Comercio. Desafortunadamente, las funciones de la escuela decayeron. Años después volvió a tomar auge gracias al apoyo del Cuerpo de Bomberos de  Guanabacoa. Allí los jóvenes recibían una preparación rigurosa en el uso de diversos medios de extinción, así como la disciplina para enfrentarse a varios tipos de incendios. Los profesores eran los oficiales y números más experimentados. Incluso, se dice, los cadetes tenían la posibilidad de especializarse en alguna de las funciones, a tenor de su oficio o sus habilidades personales. Al finalizar cada período de instrucción se realizaban simulacros para probar la destreza adquirida. Algunos de estos ejercicios, como el del 28 de diciembre de 1899, terminaban con la muerte accidental de algún bombero, pero eran muy apreciados por los ciudadanos. Por eso no es casual que una de las primeras producciones cinematográficas cubanas haya reflejado un simulacro de incendio.
Junto con la escuela también en 1880 vio la luz el periódico El Bombero, dirigido por Francisco de Paula Astudillo y orientado a exaltar el trabajo del Cuerpo del Comercio, su patrocinador. En 1882 se funda El Incendio, bajo la batuta de Vivino Govantes, disfrutando de un evidente favoritismo por los Bomberos Municipales, hacia los que dirigía sus elogios. En medio de la disputa entre los dos cuerpos que, como se puede ver, se extendía hasta los medios de prensa, nació El Fuego en 1893 de la mano de Benito Nieto, ex redactor de  El Incendio, con la pretensión de promover, por igual, el trabajo de los dos cuerpos de bomberos habaneros.
Otra de las especialidades que alcanzó notables progresos fue el peritaje. Sería oportuno señalar que el siglo XIX, y especialmente la segunda mitad, fue pródigo en el desarrollo de la investigación perital, gracias a los avances científico-técnicos —sobre todo en química, física, mecánica— que se unían a la experiencia policial. Por ejemplo, especialidades contemporáneas como la criminalística, las ciencias forenses y otras, aprovecharon esa época para perfilar sus basamentos. Fue un incendio en el Bazar de la Caridad,  del Paris de 1897, lo que permitió que un odontólogo cubano, el Dr. Oscar Amoedo, identificar a 30 personas de las 126 que perdieron la vida, a través de los registros de sus impresiones dentales, pues el estado de carbonización en que se encontraban hacía imposible su reconocimiento.
Los hechos acaecidos en la esquina de Mercaderes y Lamparilla, aquel difícilmente olvidable 17 de mayo de 1890, también necesitaron de un gran trabajo de peritaje, pues la explosión que siguió al incendio dio carácter penal a lo que parecía otro de los frecuentes fuegos provocados por negligencias.
Cuentan testigos presenciales —cuyos testimonios nos han llegado por la prensa de la época y sendos libros sobre los hechos, publicados en el mismo año de 1890— que hubo un momento en que la inflamación creció de manera súbita. Los cristales que habían quedado sanos comenzaron a crujir bajo la presión del intenso calor y un bramido de fiera le llegaba a los curiosos apelotonados tras el retén policial. Pequeñas explosiones, originadas por la detonación de cartuchos de fusil y revólver, hacían presagiar un proceso complicado para los bomberos, que tendrían que vadear diversos peligros.
Como después se supo por el mismo propietario, el señor Isasi, en el extremo más intrincado de su almacén, detrás de unos estantes metálicos y sobre unos parletts de madera, guardaba algunos kilos de dinamita, con la que contrabandeaba desde hacía un tiempo. Ante la disposición del gobierno colonial de prohibir la compra-venta de dinamita, por ser un elemento inestable, los comerciantes del ramo decidieron encontrar alternativas para conseguirla y venderla, pues la demanda no era para nada despreciable. Con decir que ya se había probado que la dinamita era más poderosa y más manejable que los pesados y mojadizos barriles de pólvora negra. Los cartuchos de dinamita o TNT como se conocieron también, podían humedecerse, que si la mecha no recibía una influencia perjudicial, podía explosionar sin problemas. Además, no se necesitaba de un medio de transporte especial para trasladarlo de un lado a otro…cabía en una bolsa. Por eso los mineros, aguadores y canteros preferían la dinamita para realizar perforaciones y la pagaban a cualquier precio.

 
 Evidencias arqueológicas obtenidas en excavaciones practicadas al sitio en 2005. Véase los vestigios de incendio que muestran los clavos y tornillos tiznados.
Coincidentemente, cuando el incendio arreció y el espacio se convirtió en un horno, Isasi era detenido por el celador del barrio. El comerciante, que pretendía pasar desapercibido, respondió vacilante que no había peligro en el almacén, cometiendo el delito que costó la vida a 36 personas inocentes. Una primera explosión, al parecer de sustancias químicas, impresionó a todos. No había terminado de aplacarse la honda expansiva cuando sobrevino una segunda explosión, monstruosa, que hizo llover escombros suficientes para que las calles Mercaderes y Lamparilla quedaran cubiertas parcialmente. El estupor volcó la voluntad general al rescate de los sobrevivientes que pudieran haber quedado bajo los escombros, pero al otro día de la explosión, uno de los peritos policiales filtró declaraciones a la prensa sobre la posible sustancia que provocó tamaña hecatombe, desconocida hasta el momento en la ciudad. Como si aquello fuera poco, también se publicó un croquis en el que se localizaban, incluso, la posición en la que aparecieron los cuerpos de conocidos bomberos. Este croquis, también, ayudó a dilucidar uno de los errores históricos heredados sobre estos hechos: siempre se localizó el incendio en la Ferretería Isasi, cuando realmente fue en el almacén de esta, ubicado en la acera de enfrente. La ferretería de marras se ubicaba donde hoy se erige el Hogar Materno Leonor Pérez, del Centro Histórico habanero.
El diario La Discusión, en su edición del 21 de mayo de 1890— cuatro días después de los hechos— publicó un artículo titulado «Habla la ciencia. Explosiones sin pólvora. Ilustraciones acerca de la catástrofe», del que reproduciremos algunos fragmentos:

Se ha dicho en estos días, ignoramos con qué fundamento, que el señor don José Isasi ha negado que en su almacén (…) existiera cantidad alguna de pólvora, capaz de producir semejante catástrofe. También se ha agregado, por alguien,  que el olor que se desprende del humo de la indicada sustancia, no se ha notado lo bastante para poder achacar a ella la explosión que toda La Habana conoce, y de la cual los periódicos se han ocupado extensamente.
En efecto, veamos que otras sustancias explosivas era posible se encontraran en el almacén aludido y que, sin tener nada que ver con la pólvora, poseen condiciones a propósito para determinar, aún con más fuerza que ésta, la voladura (…) De dichas sustancias, que son hoy numerosas y que se emplean, a menudo, en la minería, en la guerra y en diversos trabajos de la competencia  de los ingenieros, sólo citaremos los de uso más frecuente y que, por lo tanto, abundan más en el comercio: tales son la nitroglicerina, la pólvora de algodón, la dinamita, la sal de potasa, la gelatina explosiva. Todas detonan con la cercanía del fuego. Otras sustancias, igual de inflamables son la glioxilina, la pólvora de Mr. Horsley, la pólvora pícrica de Abel, la Pertuiset, el litro-fractor, la pólvora blanca Schuttze, etcétera.
Los experimentos de M. M. Roux y Sarrán, ingenieros franceses del cuerpo de pólvoras y salitres, han reconocido este hecho general que estas sustancias cuando detonan por la acción de un choque o una deflagración de un cartucho, producen efectos dobles y aún triples de los que se obtienen de esas mismas materias encendiéndolas por medio de una llama. También se ha comprobado que el choque de un proyectil de arma de fuego contra cualquiera de esos cuerpos, provocará, siempre una explosión.
Con lo dicho basta para probar que si, en lugar de pólvora, existía en el establecimiento de Isasi alguna de las sustancias enumeradas, aunque fuese en cantidad relativamente pequeña, pudo verificarse la explosión, bien sea por el calor del incendio, bien, lo que parece muy probable, por el choque de una bala de las que hirieron  a varios de los asistentes al fuego y que, sin duda, procedían de cartuchos de fusil o de revólver que había en el almacén y que detonaban bajo la acción de las llamas.


La prensa realizó un gran seguimiento al tema del incendio en el almacén de Isasi, a la par incluso de otros hechos de importancia política y social, como los análisis de la crisis económica que atenazaba a la metrópoli y, por extensión, a sus colonias, además de las informaciones sobre el atribulado gorgoteo político entre realistas y liberales. Junto a la noticia de la presencia en Cuba de dos peritos franceses (M.M. Berthelot y Serrán) que trabajarían junto a otros dos colegas ingleses (M. M. Noble y Abel) en la detección de las causas de la explosión, se continuaban las especulaciones. A continuación, reproducimos otro fragmento de un artículo titulado «¿Desplome o voladura? Investigaciones acerca de la catástrofe» aparecido también en el diario La Discusión, pero el 23 de mayo, en el que se analizan las características del desplome del edificio:

(…) el conjunto de los escombros del desplome afecta, generalmente, una forma de cono truncado, más o menos completa, al paso que el conjunto de los escombros de una voladura, en los contornos del paraje donde se produjo, presenta también la misma forma de cono truncado, pero invertido (…) En el primer caso, los escombros aparecen a la vista como un montículo; en el segundo caso, como una hondonada de bordes elevados.
Antes, sin embargo, parece lógico que digamos que su destrucción no puede ser debida a un simple desplome originado por el fuego. Por lo que a voladura se refiere, todos sus caracteres han sido esta vez definidos: súbita iluminación rojiza, de gran alcance, acompañada de espantosa detonación y densa humareda, que apagó el alumbrado público y ahogó por un rato las fogonadas del incendio; al propio tiempo destrucción instantánea de la casa incendiada, quebrantamiento y dislocación parcial de las inmediatas, rotura de cristales en una zona bastante extensa y proyección a distancia de pedazos de zinc, vigas y otros objetos que formaban  parte de la techumbre de la casa donde tuvo lugar el siniestro.
(…) el estudio de los escombros de la citada casa y la posición en que fueron encontrados los cadáveres de las víctimas de la explosión, no dejan, acerca de ésta, ningún género de duda (…) los escombros, en vez de estar acumulados hacia el interior de la casa o como derramándose de ella sobre el pavimento de las calles de Mercaderes y Lamparilla, estaban aglomerados contra las paredes de las casas situadas en las aceras opuestas de dichas calles y también sobre dichas aceras con la cabeza dirigida a ellas (…) se encontraron todos o casi todos magullados los cuerpos de los bomberos, guardias de Orden Público y paisanos, extraídos durante los días 18 y 29 subsiguientes a la horrible hecatombe (…) ese poder se conoce, sobre todo, de la dinamita.


 
 Foto de las labores de escombreo, tomadas por el célebre fotógrafo cubano De La Carrera. Se pueden ver las huellas del intento de propagación del incendio hacia el edificio vecino tras la explosión. 
A pesar de los datos ofrecidos y las pruebas irrefutables que, aún hoy en día, afloran de los estudios arqueológicos, la investigación del caso no asumió fuertemente la teoría de la dinamita, sino que destacó que Isasi, pocos días antes, había realizado una compra de pólvora. Sin embargo, la aparición de cuerpos desmembrados y con horrorosas abolladuras mantuvo en la memoria popular la certeza de que sólo la dinamita pudo haber provocado una explosión de tales magnitudes. Sobre todo, después de que el Gobernador General de la isla prohibiera el uso, civil y militar, de la dinamita, por la consabida inestabilidad.
Tanto los informes de los peritos, como los croquis que no llegaron a la prensa se perdieron entre los legajos del caso que, misteriosamente, no han llegado a nosotros. Si el caso acaparó la atención general de los ciudadanos, las honras fúnebres fueron las más conmovedoras que se recuerden en todo el siglo XIX. Esto lo conoceremos entonces en el próximo capítulo.

MSc. Rodolfo Zamora Rielo
Redacción Opus Habana
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Fuentes:
Pedro A. Peñón, Evelyn Prieto Benitez y Leydi Laura Ortega Callava: «Antecedentes de la Estomatología Legal y su desarrollo en Cuba», artículo publicado en la versión digital de 16 de abril. Revista Científico Estudiantil de Ciencias Médicas de Cuba. Ibic. http://www.16deabril.sld.cu/rev/211/historia.html.
Federico Villoch: Viejas postales descoloridas. Los fuegos de La Habana de Antaño y los Bomberos del Comercio.
Diarios La Discusión, El País, La Habana Elegante, El Fígaro de mayo y junio de 1890