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 Al fragor de la restauración nació esta experiencia pedagógica sin precedentes, mediante la cual se contribuye a la formación integral del más valioso patrimonio social: la niñez.
Gracias a esta experiencia, única en Cuba y en el mundo, los niños aprenden a respetar el patrimonio.

 Los pequeños no podrían precisar el momento exacto en que varió el rumbo habitual de sus domingos, pero desde entonces ya el mundo se les antojaba un poco menos estrecho. Ahora Karen quiere viajar por los países africanos a través de «ese mapa lindo que lo tiene todo»; Alejandra descubrió por fin el secreto del baúl zambiano y comprobó, con cierto desencanto, que no había avestruces en aquellos huevos enormes; Inais y Yunaikis prefieren la figura del hombre que, al dañar la naturaleza, termina destruido por sus propias fuerzas, mientras Lisandra se atreve a dar breves charlas sobre santería. Por las mismas calles tantas veces desandadas de la Habana Vieja, varios niños de cuarto grado de una escuela cercana encontraron el sitio de la última incursión cuando su aula se mudó para la Casa de África. Empeñados en descifrar el lenguaje de las piezas del museo, sus memorias se devuelven ahora en largos relatos de historias humanas y divinas.
La idea nació sin premeditación: el rescate de la antigua Plaza Vieja avanzaba con los trabajos de demolición del Parque Habana, mientras en la calle Teniente Rey, justo frente a esa obra en restauración, los alumnos y maestros de la escuela primaria Angela Landa intentaban sustraerse, a duras penas, del incesante martilleo en el pavimento que hacía imposible desarrollar las clases.
Ante la urgencia de no detener el curso escolar, el Historiador de la Ciudad propone cambiar transitoriamente el local de las aulas más afectadas. Es entonces que, en octubre de 1995, la Casa Simón Bolívar y la Armería acogen por primera vez a cuatro grupos de quinto y sexto grados.
Lesbia Méndez y Rebeca Lores, directoras respectivas de dichos museos, tuvieron el apremiante compromiso de extender su trabajo mucho más allá de las galerías y exposiciones: «Con frecuencia atendíamos a los niños en los museos, pero convivir permanentemente con ellos durante ocho horas del día y estar inmersos en su proceso docente, era un reto grandísimo para quienes estábamos al frente de estas instituciones», explican.
El desafío estaba implícito, porque el azar los convertía a todos en protagonistas de una experiencia única en Cuba y en el mundo: las aulas-museos.

 MIRAR Y NO TOCAR
Unas tras otras, se suceden las procesiones de vitrina en vitrina, con breves detenimientos ante lo que el maestro supone de mayor interés: Esperen!; No toquen!; Sigan caminando!...
Al salir, cientos de preguntas por aclarar y una saturación de datos y conceptos nuevos. Estas visitas programadas que realizan los niños a los museos, como actividad extraescolar, por lo general convierten la intención educativa en una maniqueísta orden de cuidado y disciplina. Con tal rigidez de formas, sólo se mutila la capacidad creadora del pequeño, su espontaneidad, su curiosidad por longevo, lo raro... su necesidad de inquirir y fantasear con los objetos en exhibición. Custodio de evidencias históricas, el museo comienza a aislarse del universo infantil desde sus primeros pasos en la escuela, en un proceso lamentable y difícilmente reversible.
Según las hipótesis de varios especialistas, el aprendizaje y la percepción de objetos expuestos son mayores cuando, en vez de visitas guiadas, se realiza un programa didáctico y dialéctico con la intervención del niño. Con el asesoramiento de la UNESCO, varias instituciones han realizado en América Latina experiencias psicopedagógicas relativas a la apropiación de conocimientos, a la creación y al uso del tiempo libre, con un criterio de recreación dinámica y educativa.
Se han ensayado técnicas que van desde la utilización de materiales atractivos para hacer la visita gratificante y placentera, explicaciones sencillas con apertura al diálogo, facilidad de movimiento e interacción, hasta exposiciones itinerantes y montajes portátiles. Incluso, a nivel mundial, existen varios museos diseñados expresamente para niños.
En la época actual, el museo no puede resignarse a la simple presentación del mensaje, de ahí que la función comunicativa adquiera un nivel jerarquizante. El desafío consiste en superar los estigmas que le imponen nociones de estatismo y pasividad, para lograr corresponderse con el dinamismo que implica el concepto de educación.
Sin embargo, la técnica más sofisticada y el proyecto más ambicioso ceden frente a la actitud natural del niño que permanece dentro del recinto expositor durante todo el horario docente. El deambular entre una y otra colección se convierte en una aventura diaria que, además de instrucción docente, deviene experiencia cultural enriquecedora.