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 «No me considero un maestro, solo trato de dar todo lo que recibo, de transmitir conocimientos» afirma Etienne Schréder, quien impartió un taller de historietas para profesionales del género en la biblioteca de la Vitrina de Valonia, en el Centro Histórico de La Habana.

A Etienne Schréder se le veía andar por cuanta calle hay en La Habana Vieja. Vestido totalmente de negro, sobresalía por su barba y cabellos blancos, así como por su mirada de turista extasiado en una ciudad que le provocó «emoción y deslumbramiento», según confiesa el historietista belga en esta entrevista.

¿Cómo se acerca al mundo de las historietas desde su infancia?

Aprendí a leer con las historietas como casi todos los niños belgas. Mis primeras lecturas fueron las aventuras de Tintín y Milú. Primero mi papá me las leía, luego, después de unos meses, él se dio cuenta que yo podía hacerlo solo, entonces tenía seis años aproximadamente. En casa no había muchos álbumes de Tintín: tenerlos era casi un lujo, solo contábamos con los que nos regalaban —a mi hermano y a mí— por nuestro cumpleaños, por Navidad...

El profesor e historietista Etienne Schréder cuando impartía su taller en la biblioteca de la Vitrina de Valonia como parte de la reciente Semana de la Cultura Belga. 
¿Cuáles fueron los personajes que más lo marcaron en su adolescencia y por qué?

Recordemos que en la década de los años 50, en Bélgica, no existían tantos libros de historietas como ahora, solo revistas especializadas en este género como Tintín y Spirou (de las escuelas de Bruselas y Marcinelle, respectivamente). Era la época del fin de la supremacía de la historieta belga. Todas estas aventuras empezaban a «envejecer». Entonces Goscinny, Uderzo y Charlier, lanzan al mercado la revista francesa Pilote en 1959. Allí nacen no solo Astérix, sino también otras historias y personajes completamente nuevos. En ella se abordaron temáticas diferentes, más serias, que reflejaban la realidad política y social del momento. Su contenido logró captar la atención del público adulto. En 1968 los dibujantes jóvenes toman la revista y consiguen crear un cómic de vanguardia: esta es la época dorada. Con una forma nueva y original de contar las historias, en Pilote la historieta francófona comienza a evolucionar, a hacerse más  «adulta».  Como yo seguí toda esta transición, este movimiento, podría decir que me hice adulto al mismo tiempo que la historieta franco-belga. No tengo un personaje predilecto, si valoramos la historieta por sus protagonistas, porque precisamente lo nuevo a partir de los años 70 es que la historieta se aprecia más por sus libros que por sus personajes.
¿Cuál es la historia que más ha influido en su obra?

A los 25 años destruí todos mis libros, no me interesaba más este tema. Pero diez años más tarde recordé mi antigua pasión por las historietas. Fue en esta época que leí mi historia preferida, «Ici même» (con dibujos de Jacques Tardi y guión de Jean-Claude Forest). Estoy contento de haber encontrado la traducción española porque es una historia clave que ahora está a disposición de todos los profesionales cubanos en la biblioteca de la Vitrina de Valonia.

¿Cuál es su ídolo en el mundo de la historieta?

Considero que Hergé además de pionero, es todo un maestro de la historieta, no solo por su dibujo de línea clara, sino por la forma de contar la historia. Para mí Las joyas de la Castafiore su último libro, aunque haya otros después. Es la única historieta donde confluyen todos los personajes, como al final de una pieza teatral, cuando todos los actores saludan y se corren las cortinas. Ése es el único álbum donde Tintín, el reportero trotamundos, no sale de viaje. Durante 64 páginas Hergé nos muestra todo lo que creó. Aunque no hay un tema específico nos damos cuenta que su manera de narrar los hechos funciona a la perfección. Esta demostración es para mí como un testamento. No digo que Hergé sea el más grande de los creadores de cómics, pero es obvio que no lo podemos ignorar en la historia de la historieta francófona.

¿Cuándo comienza a hacer historietas? ¿Cuándo publica sus primeras historias?

A los 40 años. Esta es la historia: yo estudié Derecho y Criminología en la Universidad de Louvain. Mi primer empleo fue en los centros penitenciarios, es decir, en las prisiones de Bruselas. Cinco años después renuncié a este trabajo. Llevé una vida de vagabundo por mucho tiempo en Francia, pero sobre todo bebí mucho. Después de este período que narro con más detalles en mi libro Amargas estaciones, dejé de beber y comencé a trabajar como encargado de los servicios jurídicos en una empresa de viviendas sociales. Durante este tiempo tomé cursos nocturnos de historieta. En 1989 publiqué dos relatos cortos en blanco y negro en la revista À suivre. Más tarde dejé mi empleo para trabajar con François Schuiten en la elaboración gráfica de Taxandria, un largometraje de Raoul Servais. Mi primer álbum, El secreto de Coïmbra, fue publicado en diciembre de 1991 y estuvo consagrado al Portugal del siglo XVII. En 1998 la editorial Casterman publica mi historia «La corona de papel dorado», donde el protagonista principal es un joven alquimista. En ella quise tratar el tema del alcoholismo, de la destrucción para un nuevo nacimiento…Fue un éxito de ventas, pero solo un lector leyó entre líneas y comprendió el mensaje que quería trasmitir.

Vista de la biblioteca de la Vitrina de Valonia, la cual cuenta con una importante colección de historietas.
¿Cuáles fueron las temáticas abordadas en sus libros posteriores?

El vuelo de Ícaro (2003) y Mary por una noche de noviembre (2005) forman parte de la colección Carrément BD de las ediciones Glénat, en las que prima el formato cuadrado. El primero evoca el mito del laberinto llevado a la actualidad a modo de thriller, y el segundo es un acercamiento a la vida de Mary Shelley, quien creó la historia antológica de Frankestein con sólo 18 años; es un rencuentro de esta autora con su propia creación. En ambos libros están presentes la interrogante Qui suis-je? (¿quién soy?) y la relación padre-hijo. Hay que señalar que Mary e Ícaro son hijos naturales. Un tema recurrente en mi obra, podríamos decir que es la búsqueda de nuestros orígenes, de nuestra identidad.
Háblenos de la concepción de su libro autobiográfico Amargas estaciones y de la reacción del público.

Como te dije, desde mi primer álbum quise abordar el tema del alcoholismo, pero no recibí la respuesta que esperaba del público. Siempre he sido muy reservado con mi historia personal. Fue François Schuiten quien me recomendó escribirla primero como un testimonio. Así lo hice, pero tuve realmente deseos de llevar a cabo este proyecto cuando nació mi primer nieto. La dedicatoria impresa es para mis dos hijos. ¿Las reacciones? Positivas y esperanzadoras en su mayoría. Muchos lectores me han escrito, sobre todo muchos alcohólicos. Incluso hay uno que siempre me está llamando para pedirme otro ejemplar del libro porque lo pierde cada vez que se embriaga. Esta vez fui transparente con el mensaje que quería dar y estoy muy satisfecho con la respuesta del público. Mi vida es como un archivo; no puedo abrir todas las gavetas a la vez. Sin embargo, en la presentación de Amargas estaciones que se efectuó en la Casa Autrique, en Bruselas, fue la primera vez que reuní todo (historieta, alcohol y música). Mi pasatiempo preferido es tocar la guitarra, y allí, mientras explicaba el por qué de mi autobiografía, interpreté un blues. Mi editor quiere una continuación, pero no tengo nada más que decir después de aquello.

¿Cumplió con sus expectativas en el taller de historietas que impartió en el marco de la semana belga en La Habana?

Mi premisa es no esperar nada para no decepcionarme. No me considero un maestro, sólo trato de dar todo lo que recibo, de trasmitir conocimientos. Creo que ha sido un intercambio maravilloso de ideas. Estoy muy contento de haber estado aquí, en un taller donde confluyeron amateurs y profesionales con la mente abierta y muchas ganas de aprender.

¿Cuáles son sus impresiones después de su estancia en Cuba?

¿Cómo hablar de Cuba, habiendo estado tan pocos días en La Habana? En todo caso debo decir que encontré mucha gente acogedora, amistosa, cordial… La arquitectura de la ciudad es cada vez más bella para mis ojos; en ella se constata el paso del tiempo y toda una historia que está escrita en sus muros. Sin embargo, en todas las ciudades del mundo la arquitectura no es más que un escenario, por muy espléndido que sea. Lo que pasa detrás de ese escenario, es quizás lo que pude imaginar al trabajar con los historietistas y creadores cubanos, al hablar con ellos, de sus historias, sus dibujos, sus esperanzas. Me di cuenta que eran receptivos a mis juicios, indicaciones y sugerencias, además de contar con mucho talento y entusiasmo. Guardo de La Habana recuerdos de emoción y deslumbramiento.
Lysbeth Daumont
Bibliotecaria  de la Vitrina  de Valonia