Inquieto, siempre en movimiento como sus trazos, este creador pudiera ser la noción exacta de un enfant terrible de nuestra plástica actual.
Leslie es un creador en el que hay una evidente absorción retiniana de artistas muy serios de la plástica nacional e internacional, quienes operan en él como «dibujadores» de su dibujo, provisto este de una pureza, una candidez y una discreta ironía.

 El pequeño (de tamaño) y joven artista, quizá piense como Gauguin cuando un día un crítico vio en su casa algunas pinturas, y muy perplejo le preguntó por sus dibujos. «¿Mis dibujos?», respondió el célebre creador francés: «¡Jamás! Son mis cartas, mis secretos». Sólo que Leslie Sardiñas comparte con nosotros esos secretos que pueden ser los nuestros, o esas cartas escritas en los momentos de intimidad, que casi siempre coinciden, o esas imágenes recordadas de sueños que una vez vivimos.
Leslie es un creador en el que hay una evidente absorción retiniana de artistas muy serios de la plástica nacional e internacional, quienes operan en él como «dibujadores» de su dibujo. Éste –su dibujo– es de una pureza, una candidez y una discreta ironía. Les presento, pues, a quien podría ser la noción exacta de un enfant terrible de nuestra plástica actual.
En el principio, fue la línea, esa que a través del tiempo y de su mano vuela sobre papeles y cartulinas trazando un laberinto que nos conduce inevitablemente a las estancias de la memoria. La línea que dibuja, ilustra y pinta, inundándonos la mirada de imágenes que magnetizan, hablan, y nos llevan de paseo por su realidad. Inquieto, siempre en movimiento como sus trazos –donde líneas y puntos deambulan por todos los espacios, grabando el tiempo–, Leslie Sardiñas conversa, responde, juega con las palabras, y recrea verbalmente imágenes que arman su lenguaje.

¿Cuál es la realidad de Leslie Sardiñas?

«Mi realidad es la que busco compartir con la gente en mis cuadros; es todo el mundo que me rodea y que traduzco en un lenguaje plástico. Yo pretendo que la gente pueda participar también de mi realidad como en el cine. No hay nada que disfrute más que cuando me dicen: "esto no me gusta o esto me gusta". Me interesa explorar la forma en que las personas se acercan a mi obra, pero hay que tener en cuenta que una cosa es el gusto y otra la calidad del mismo; esto va unido generalmente a factores socioculturales. Lo principal es llegar a las personas. Para ello hay que saber qué hacer y cómo hacerlo. Mi obra es a veces como un filme, tiene movimiento y está influenciada por muchas imágenes. Sucede que, por momentos, me encuentro en alguna escena cinematográfica que pueda devolverme lo que estoy buscando. En reiteradas ocasiones me recuerdo deambulando en la obra de Tim Burton, Kievs- lowsky, Bergman... Me enriquezco de todo: de Virginia Woolf y su novela Las olas –que tan presente está en mis pinturas–, de Grass, Andersen, y sobre todo de mucha música. Incluso hasta el color de un insecto que deambule por mi alrededor, una palabra, el menor gesto... Del pedazo de mundo en que habito y que pudiéramos llamar "mi realidad", me interesa todo, y la forma en que lo veo es lo que trato de pintar».

¿Sueñas y pintas, o pintas y sueñas?

«Nunca he tocado mis sueños. Sólo pinto. Ahora trabajo sobre las jaulas como lugares de encierro. Porque en ellas estamos siempre: tu cuerpo aprisiona tu mente y no puede salir de ahí. También dibujo la otra jaula, la física, esa que encierra las cosas en vida: aves, animales, guerreros y hombres caídos. En la vida hay muchas jaulas, y las personas a veces no saben ver las verdaderas. Algunos tratan de huir y otros sólo pretenden continuar, pero los unos y los otros al final conviven en el mismo espacio. Sucede que lo que pinto, tiende a pensarse a veces que son mis sueños o algo onírico, y es falso. Quizás todo ello no sea más que el deseo de toda una humanidad. No lo sé».
Hay un alto en el diálogo, y Leslie Sardiñas busca en su interior, rastrea la memoria. Entonces menciona que cuando se habla de sueños en la serie «La infinita caravana», hay más bien ideas: «Es como una metáfora de la reencarnación en la que la vida se mejora o retrocede a cada paso. Cada ser humano va por un sendero que lo hace mejor o peor. A todo el mundo le interesa saber qué le depara el futuro. Yo pinto ideas muy relacionadas con los cambios. Mis sueños no están ahí, porque son cotidianos como los de cualquier persona».
Otros le han preguntado sobre los ángeles en sus cuadros. Unos preguntan si es algo carnal, ideas, influencias...

¿Qué significan los ángeles en tu obra?

«Son un símbolo recurrente en mi pintura... Podría ser lo etéreo, lo misterioso, lo místico, algo hermoso. Muchas veces los ángeles son la protección, mi guardián, el guarda o el adivino, el salvador; ese que en un momento crítico aparece y te socorre. Es la energía que te acompaña diariamente haciendo junto a ti un mapa sobre el mundo».

¿Y los remos?

«Sólo son un elemento que utilizo para evocar lejanías o cercanías. Nosotros somos hombres de isla, y éste es un medio natural de enlace y desenlace que nos permite acercarnos o alejarnos de algo».
Cuando nos adentramos en los trabajos de Leslie, se observan superficies barrocas en el lugar donde dibuja con mano sabia, sobria e inteligente, una especie de telaraña donde converge la vida en la que nacen y crecen sus originales «criaturas», figuraciones y, por qué no, abstracciones expresionistas y surreales que, al posarse en sus creaciones, parecen cobrar aliento, descansar de un largo viaje.

 ¿Pintar?

«Siempre fue algo cotidiano. La primera exposición data de 1989; entonces tenía 15 años, pero nunca pensé dedicarme a esto. De hecho, preferí primero el diseño, pero las cosas de la vida me arrastraron hacia la pintura, a este mundo personal que plasmo en cartulinas y telas. Quizá es que leo, medito mucho, y la pintura me permite proyectarme en un universo propio».

¿Eterno?

«No, mortal».

¿Destino?

«Trabajo para dejar una huella aunque sea pequeña, pero positiva en los demás, algo útil que pueda aprovecharse. Ése es el destino que busco».
Recientemente, Leslie mostró sus piezas más actuales en la exposición «Palabras de silencio», en la galería habanera La Acacia, un conjunto de dibujos y pinturas que contornean las estancias de su infancia y fantástico mundo interno. Según escribió el crítico italiano Di Carlo en el magazine Panorama Italiano: «(...) Sardiñas, con expresivos ojos que revelan toda la fuerza y viveza del Caribe, me hizo recordar, sentir a los maestros de Flandes y del renacimiento florentino y veneciano.
»Y es que su obra regresa a lenguajes casi anulados que, en este joven maestro, se reciclan y dan paso a la síntesis del espíritu humano, a su peregrinaje constante en búsqueda de un destino propio».
Como si buceara por entre sus piezas y rodeado por ellas, el creador comenta que sus inicios habría que buscarlos en la serie «La infinita caravana»: caravana de sueños, ideas, proyectos... «de todo eso que uno encuentra por el camino cuando va tras una meta. Esa misma caravana se fue dividiendo en otras cosas. Ya no eran sólo ideas, sino más bien el transcurso de una vida, de muchas vidas. Es el resultado de lo que se va haciendo...»
Tanto por la equilibrada y elocuente disposición en el espacio, que establece un diálogo de orden global sobre la poética de la que se nutren estas piezas recientes, como por la delicadeza y libre invención desarrollada en cada una de ellas, la exposición «Palabras de silencio» irradió un particular encanto, una fuerza y luz encontradas hace mucho por el artista. Él condensa en coordenadas de una acrobacia y diseño espacial aquellos trazos, entre sueltos y mesurados, que muestran con cautela su universo interno, con esa refinada gracia propia de quien disfruta ilusoriamente la figuración que recrea, mueve, vela o descompone en formas libres.
Observando estas obras, uno reconoce rápidamente que perfilan una actitud y un credo artístico: el de la racionalidad de los elementos, la síntesis de la representación y la definida adopción de las corrientes contemporáneas, que se afirman en el valor del trazo, la estructura de contornos y el «toque» de claroscuros y texturas contrastadas al vacío del espacio-fondo y, a ratos, del espacio-figura. Pero dejemos que sea el propio autor quien haga una radiografía de su obra:
«Un artista es un universo como cualquier otro ser, y cada uno se expresa según sus intenciones comunicativas. En esta muestra había enseñanzas cotidianas, sueños, anhelos y cosas imposibles de alcanzar». Un recorrido visual dejaba ver una Venus travestida; «ahí hay un sueño que es imposible de alcanzar, figuras de cera que se derriten a la luz. Un físico puede truquearse, una mente no; ahí va la idea inconclusa. Otros pensamientos eran más personales, más cercanos, más místicos y mezclados. Mi pintura tiene mucho de alquimia. Cuando creo algo, soy un alquimista, alguien que juega a combinar cosas diversas de la vida que le rodea».
Leslie sabe bien que un pintor no es más que aquella persona que va de una idea al plano material; es, en fin de cuentas, un traductor. La exposición de La Acacia era eso: pasaba de las tintas a una pintura mural en la pared, a cuadros en acrílico y óleo sobre lino de bordes irregulares que eran como metáforas, esas cosas a las que uno les cae atrás y no llegan.
En la exposición había deidades: San Lázaro y un boceto para la Virgen de la Caridad del Cobre, ¿Qué representan para ti estos santos?

«Maestros, hombres que nacieron como todos y afrontaron sus vidas en ayuda a otros. Luego surge la leyenda, pero en su esencia son los guerrilleros que trazan un camino por donde podamos guiarnos. En el mundo del Oriente Budista se les conoce como Bodhisattva, seres humanos que buscan la felicidad a toda costa y luego de alcanzarla renuncian a ella para asegurarse que otros puedan sentirla».
En dichas obras no sólo quiso mezclar la concepción afro que hay en Cuba; eran mucho más católicas, íntimas, manieristas, con toques de los maestros flamencos, sobre todo en la composición del rostro. A nuestra idiosincrasia y cubanía lo acercaba la solución de tonos violetas, símbolo de números y nombres dados por la cultura africana al santo Babalú Ayé: «Es un San Lázaro muy metafísico, su cuerpo forma una caverna donde está el origen del hombre...»
 El boceto de la Caridad lo realizó para un proyecto en Puerto Rico de 25 artistas. Será muy bizantina en tonos que irán de los ocres al oro. Estará descansando sobre la isla de Cuba, como patrona y guía, una especie de Maya.

¿Dibujante o pintor?

«Creo que soy un creador, sólo esto. Uno se puede ir más hacia un lado que otro, pero en mi caso soy pintor. La base de todo es el dibujo; es como el astro rey, todo gira sobre su entorno, es el centro pero hay un mundo más allá de él... Me considero mayormente pintor, me interesa la riqueza que puede dar el color, la mancha, las texturas, las composiciones...»

¿Por qué irregulares los bordes de algunas piezas?

«Porque trato de jugar a una estructura diferente; es como crear otras formas, otros significados y movimientos estructurales...»

¿Y tu estilo, crees saber de dónde lo has recibido?

«Puede venir del estudio de otros artistas y de la propia línea que uno suelta. Lo que se considera un estilo está condicionado por muchos factores. Yo no pienso mucho en eso. La obra para mí es a veces sólo un personaje; eso me obliga a recrearme en una figura, entonces pasa por mí toda la historia».

¿De esa figura que acabas de terminar, qué esperas, quisieras verla detenida en su momento?

«No, lo estático no es de mi agrado, no hay nada inmóvil en la vida. Tampoco me gusta la rigidez de algunos cuadros. Desearía que mis obras hasta hablaran, pues de hecho son historias. Cuando hago un personaje, éste tiene una historia. Un ejemplo es la pieza Relación para la portada de esta revista; primero es el vacío; luego, un huevo del que sale una nube, que es algo volátil, etéreo y, a su vez, la ventana y el corazón. Ese corazón es un universo, una vida. Allí se congenia una cosa con otra, está todo pensado como un proceso».
La Habana Vieja, el corazón de la ciudad que lo acoge, tiene su espacio por ese laberinto de líneas y manchas y signos..., porque es el lugar donde vive y respira el creador, y eso está implícito. «Por supuesto que me interesa la ciudad antigua, las calles estrechas, los edificios viejos, porque me gusta tocar el tiempo. Todo eso que uno ve luego como trazos de historias». No le interesa pintar paisajes ni lugares reconocibles, pues prefiere el paisaje humano y, en ese terreno de la HabanaVieja, puede tejer imágenes para su obra en un contexto determinado que es el nuestro. Estos espejos donde él se mira son como refracciones del alma que resultan cual formas herméticas alentadas por el interés de perpetuar de manera estética un instante inscrito en una realidad intensamente emotiva y poética, una realidad que escribe-pinta sobre cartulinas, telas y cualquier superficie que se le enfrente.
Leslie Sardiñas es deudor, como todos nosotros, de aquellos artistas plásticos que pasaron o llegaron antes. Qué triste sería el mundo sin las huellas, sin las marcas de lo que pasó: los miniaturistas medievales, el Bosco, Ángel Acosta León... Pero también cuentan sus inmersiones literarias...
«Sí, pueden estar en mis cuadros Acosta León, la Carrington, Remedios Baró, Pedro Pablo Oliva, el Bosco, Francis Bacon, Alirio Palacios, Jacqueline Dupré, Baremboin, Armani, la Bartolli, Loreena Mc Kennit, los celtas y tibetanos o la Madre Teresa de Calcuta... y toda la gente que uno conoce. Pero si hay un punto desde el que puede nacer mi obra es del estudio meticuloso de los símbolos. Me interesa el conjunto general que conforma el universo, porque todo se entrelaza, se mezcla hasta crear la idea del vacío. Siempre he sabido que hay que estudiar a los pintores anteriores a ti, pero no dejar que sus pinceles te toquen».
Leslie nos entrega visiones de viajes interiores que luego traduce con una línea precisa, preciosa, un trazo vigoroso y con transparencias de sutiles tonalidades que se acomodan entre las formas. Portadoras de un sólido rigor constructivo, sus piezas son –tal vez– reflejos de una vivencia poco usual o de pensamientos, como si el artista, luego de mirar distraídamente hacia el alinde neblinoso del espejo, obligara a su imagen a salirse de él, a desafiar impávidamente una hueste de aparecidos o interrogar las soledades. Y ya de retorno, con la imaginación transida de quiméricas anatomías y fragmentos de toda índole, su arte comenzara a unir lo disperso y a dispersar lo unívoco en una transmutación en la que clama, se retuerce y vibra el ingenio del artista por ordenar la realidad.
Realidad personal y colectiva, donde el rostro, la figura humana, la fauna, la naturaleza y los signos-símbolos se cobijan en una amalgama compacta a través de la cual se traslucen sentimientos que se metamorfosean como las imágenes. Sus trabajos reflejan el alma, llena de preguntas, de anhelos, tristezas y alegrías que se aglomeran en un espacio pequeño.
Los cuadros de Leslie para algunos serán más duros, y para otros, no. Pero él sabe lo que quiere. «Hay quienes dicen que mi cara aparece en las obras (risas), otros comentan que son bellos, muy líricos... siempre hay gente para opinar. Uno debe sentirse bien con lo que crea y saber que cada día debe proponerse encontrar y ser algo mejor, y que llegará, si Dios quiere, con el tiempo. Quizá con 50 años seré un mejor artista, sólo Dios lo sabe. Tal vez no esté, o la obra nunca llegue a ser nada, o los demás nunca entiendan lo que hice. Trato de dejar algo, no una respuesta, porque no doy soluciones, presento problemáticas y en alguna medida construyo caminos. Uno viene a la vida a aprender, a dar y recibir. Trato que quede una huella, sólo eso».

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