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 Sobre sus inicios en las artes plásticas y la incursión en varios de sus géneros, comenta en esta entrevista quien fuera Premio Nacional de Artes Plásticas en 1997.
La Habana está profundamente enraizada en mi naturaleza, porque toda mi formación como individuo y como artista (desde los 11 años) se ha logrado aquí, en la Habana Vieja y en Centro Habana, donde he vivido hasta ahora.

 Sus inicios en las artes plásticas están relacionados con el dibujo, el lienzo, el grabado, el arte de la xilografía, aprendido de Acosta León... ¿Cuando mira hacia atrás, en perspectiva, ¿se siente asombrado de su obra como ceramista?

Sí, sinceramente me siento impresionado con todo lo que he hecho como ceramista. Hasta 1965 conocía muy poco sobre la cerámica, pero en esa época entré en el taller de Cubartesanía, donde creía que iba a hacer grabado en madera y me encontré que aquello se había convertido en una fábrica de cerámica. Empecé a trabajar el barro. Durante el primer mes, con mis conocimientos de dibujo; después, tallando las piezas como xilógrafo, y al poco tiempo me atreví a modelar la arcilla. Y ya se conoce todo lo logrado en esa rama de las artes plásticas.

¿Podría evocarnos el entorno de la Plaza de la Catedral en la época de creación del Taller Experimental de Artes Gráficas en la década de los 60?

Me incorporé al Taller Experimental de Gráfica al poco tiempo de su creación. Recuerdo el entusiasmo de Orlando Suárez, artista y promotor; el ambiente era de una intensa animación. Había artistas de distintas generaciones: desde Víctor Manuel hasta Umberto Peña, y todos lograron que el prestigio del Taller perdurara a través de los años.

¿Cuándo se produce su retorno a la pintura? ¿Le gustaría ser reconocido más como pintor que como ceramista?

En 1992 sentí que debía reanudar mi desarrollo como pintor, que había sido interrumpido en parte por mi labor como grabador y ceramista. Decidí pintar de nuevo al óleo sobre lienzo que es lo que he amado siempre, desde mis primeros cuadros de 1950. En resumen, que yo prefiero que me conozcan como un pintor que ha hecho dibujo, grabado, cerámica y escultura en vidrio. Todo con el mismo entusiasmo y tratando de alcanzar el máximo en cada técnica.

¿Cuáles recuerdos de su infancia cree usted que perduran en sus obras?

Pienso en un año que pasé en la finca que administraba uno de mis tíos, en contacto total con la exuberante naturaleza cubana. Yo tenía diez años, me marcó para siempre y creo —observando mi obra— que esa época fugaz cuando la realidad y la fantasía se mezclaban por igual, se refleja constantemente en mi obra.

 ¿Considera el ejercicio del absurdo, el oficio de ridiculizar haciendo reír... una constante de su desempeño artístico?

A partir de 1966 esa faceta tomó fuerza con solidez. Pienso que el grabado aportó mucho como génesis; por ejemplo, recuerdo de ese año el óleo Contemporáneos 1, 2 y 3. Creo que reúne en su resultado todas las características de hacer sonreír, criticar e ironizar sin herir. Por lo menos no abruptamente. También es verdad que es un reflejo de mi manera de ser: el absurdo de las situaciones en que se ve el ser humano me fascina y trato de interpretarlo con una filosofía muy particular.

Cuando asume la realización de un mural, ¿acostumbra hacer un boceto previo?

Al principio no hacía un boceto —cosa que siempre he detestado— sino que planteaba la idea en general. Empecé a hacerlo a partir de mediados de los 80, cuando comencé a trabajar los murales y las piezas de ambientación con el escultor René Palenzuela. También hemos seguido el proceso de presentar el proyecto de la obra a los arquitectos. Pero personalmente me gusta ir creando sobre el material en que trabajo, sea barro, madera, lienzo, papel o piedra litográfica.

¿Qué representa para usted La Habana? ¿La ha representado en su obra? ¿Cómo la ha abordado?

Realmente no he reflejado la ciudad como tema, excepto en algunas ocasiones, como una tela de 1959 Tractores en el parque. Pero La Habana está profundamente enraizada en mi naturaleza, porque toda mi formación como individuo y como artista (desde los 11 años) se ha logrado aquí, en la Habana Vieja y en Centro Habana, donde he vivido hasta ahora. Y eso está indisolublemente mezclado en mi expresión plástica.

¿Podría explicarnos la génesis del mural de la Casa Carmen Montilla, en el Centro Histórico?

Con motivo de la participación de Cuba en la Feria de Sevilla de 1992 se nos encargó la realización de ese mural. Después de terminado —por motivos de tiempo de instalación y por la preocupación que nos causaba su conservación en el futuro— no llegó a formar parte de la arquitectura del Pabellón cubano. Por fortuna, Eusebio Leal se entusiasmó con el mural y hasta lo bautizó. Recuerdo vívidamente que exclamó: «¡Esto es América!». Y así se llama. Decidió que lo colocáramos en la Habana Vieja y construyó expresamente el muro que conocemos en la Casa de Carmen Montilla.
 ¿En qué otro lugar de La Habana le gustaría que hubiera una obra suya?

Bueno, tenemos murales y columnas de cerámica en algunos lugares significativos e importantes de la ciudad. Hay muchos buenos lugares para instalar otras buenas obras.


Como artista... ¿qué posibilidades creativas le inspira el vidrio en comparación con otros materiales, con otros soportes como el lienzo, el óleo, la arcilla...?

En el vidrio he tenido la experiencia de poder fusionar completamente el colorido y la expresión de mis óleos recientes con un material cuyas transparencias, gamas y moldeabilidad se prestan expresamente para ese propósito.
No es que no lo pudiera lograr con la cerámica, sino que el creador va evolucionando con el tiempo —por suerte— porque lo terrible es quedarse estancado. Y con el barro me concentré en la textura, volúmenes y grandes dimensiones. Ahora, las piezas en vidrio no surgen principalmente de mi obra escultórica, sino que son personajes de mis cuadros, que han salido y tomado forma en otro material y tienen una vida independiente. Así yo lo veo.

Ese barroquismo de sus obras, donde los detalles no dejan espacio, ¿es una especie de horror vacui? ¿Cuándo sabe que una obra está terminada?

En etapas muy anteriores, el barroquismo estaba menos presente. Pero se ha acentuado en el transcurso de mi carrera. Creo que a partir de los años 60 ha llegado a formar parte de mi ser. Soy muy meticuloso con los detalles y siempre pienso que a una obra le falta un toque final para que sea de mi gusto. Eso es puramente intuitivo. En cuanto a saber cuándo está terminada, la observo, la dejo unos días frente a mí y cuando decido que no necesita nada más en cuanto a color, texturas y composición en general, me la quito de enfrente y no la miro en un tiempo. Mientras tanto voy creando otra obra con nuevas inquietudes y expectativas que me renuevan cada día y me alimentan el espíritu. Y, por supuesto, disfruto mucho.