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 Reconocida profesora universitaria, ha trascendido los límites del aula gracias a su presencia en uno de los programas más famosos de la televisión cubana. Ello le ha hecho —según sus propias palabras— «sentirse maestra, no sólo para un reducido grupo sino para el amplio público».

«Creo que la mayor satisfacción es precisamente el haber sido maestra. Soy una persona dichosa porque nunca he tenido la menor duda de que lo que estudié, para lo que me formé y de que lo que he hecho, es exactamente lo que yo quería hacer y ser».

 

 Junto a la doctora Ortiz, fueron fundadores del panel de Escriba y Lea los ya fallecidos doctores
Humberto Galis-Menéndez, creador de la metodología de preguntas del programa, y Gustavo Du-Bouchet.

El programa de la televisión cubana
Escriba y Lea le ha abierto las puertas de los hogares de Cuba e incluso de otros países donde se captan las señales del canal Cubavisión. ¿Se siente una mujer popular…? ¿Cuánto le suma o cuánto le resta su trabajo en este espacio que, muy por el contrario a lo efímero de muchos otros, se ha mantenido durante más de 38 años en la preferencia del público?

Es uno de los privilegios que he tenido en mi vida profesional. Nunca pensé que iba a participar en un programa de televisión, al que llegué, casi se puede decir, por casualidad. En los primeros años tras el triunfo de la Revolución, la Universidad de La Habana preparó cursos de superación para locutores de radio y televisión con asignaturas como Literatura Universal, Literatura Cubana e Hispanoamericana, Gramática, Redacción, Geografía, Historia de Cuba y de América, Historia Universal, y otras propias para esa profesión, que eran impartidas por personal del Instituto Cubano
de Radio y Televisión. Y entonces, el doctor Roberto Fernández Retamar, que era el jefe del departamento al que yo pertenecía, me mandó para que diera las clases de Gramática y de Redacción. Todos los alumnos eran locutores en ejercicio, como Cepero Brito, Enrique Goizueta, Franco Carbón…, los mejores de aquel momento que, por no tener un título universitario, querían superarse. Yo era muy joven y desde que empecé —imagínate, les di clases durante casi dos años, ¡cuatro semestres!— ellos insistían en que debía trabajar en la televisión, lo que yo tomaba a broma, porque jamás en la vida había pensado en eso. Poco después, cuando surge la idea de Escriba y Lea, andaban buscando a una mujer, según me contaría años más tarde Cepero Brito, a quien habían llamado para que fuera el moderador del programa, lo que —como muchos recordarán— hizo hasta su muerte.
Ya tenían dos hombres para el panel y Cepero me propuso. Cuando me llamaron dije que por nada del mundo iba a la televisión y, mucho menos, a un programa de preguntas y respuestas, en el que si uno no contesta, lo que hace es hacer el ridículo. Pero, bueno,
tanto me dieron, que me puse a pensar: « ¿Y por qué no lo voy a hacer, si una no se puede sentir derrotada antes de la batalla…?» Y decidí probar. El primer día fui y contesté dos preguntas y me sentí más segura. Me quedé en el programa y aquí estoy 38 años después.
Participar en el programa, en definitiva, ha sido un privilegio porque me ha dado no solamente la oportunidad de —como tú dices— entrar a los hogares cubanos, sino de conocer a muchísima gente interesante, a muchísimas personas que hablan conmigo o me escriben: «yo no he estudiado una carrera o yo dejé mi carrera en tal año, o yo soy maestro en tal lugar, o ingeniero en no sé dónde…»
Te pongo estos ejemplos porque ese espacio televisivo lo ve un espectro muy grande de ciudadanos y hace que uno también tenga esas vivencias de conocer a todo ese tipo de personas y sentir que de algún modo les es útil. Y yo creo que ésa es una de las satisfacciones más grandes que puede tener un ser humano: sentirse útil, como escribe Martí al considerarlo uno de los deberes del Hombre. Pero sobre todo, porque Escriba y Lea me ha hecho sentir maestra —que es, en definitiva, lo que soy—y no sólo en el reducido marco de un aula, sino para todo el público.


¿Y se siente una mujer reconocida popularmente?

Yo creo que sí. Donde quiera que voy todo el mundo me conoce y generalmente las personas tienen una frase agradable, de reconocimiento… no solamente para mí, porque el programa no soy yo sola. Por supuesto, tal vez llame un poco más la atención por ser la única mujer del panel y hasta se fijan en mi bolígrafo, en la ropa, si me peinaron bien o no... Pero, en general, hay agradecimiento hacia todo el panel, hacia el comentario literario; a los músicos que participan, en fin… que creo que todos hemos contribuido a que se haya mantenido tanto tiempo en el aire.

Pero usted, además de televisión, hace radio…

Exacto. Desde que en 1999 se fundara la emisora Habana Radio, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, su directora, Magda Resik, me invitó a realizar un programa corto de unos 15 minutos que se llama precisamente Entre libros, cuyo objetivo es promover la lectura. O sea, ahí yo hago, sin pretensiones críticas, comentarios de libros; trato de escoger fundamentalmente autores cubanos, tanto residentes en Ciudad de La Habana y publicados en la capital, como en las editoriales de otras provincias.

¿Y eso está relacionado con el hecho de que usted es la presidenta del Movimiento de Amigos del Libro?

En parte, porque se integra al trabajo de promoción que hacemos en coordinación con la Biblioteca Nacional José Martí, como un resultado del Programa Nacional por la Lectura, para lograr que haya más personas que lean y que no sólo los compren cuando llegan las ferias del libro, sino que realmente los lean. Este movimiento tuvo su precursor en el doctor Raúl Ferrer, que fuera viceministro de Educación, y a quien tanto recordamos, entre otras cosas, por aquella campaña a favor de la lectura que hubo a principios de los años 80 en el país. Luego él enfermó, falleció, y la campaña languideció un poco; después, hace ya como 20 años, más o menos, tal vez un poco más, se creó la que se llamó Sociedad Cubana de Amigos del Libro, que es con el nombre con el que generalmente todo el mundo la conoce y que, en la actualidad, lo hemos simplificado por distintas razones y lo llamamos Movimiento de Amigos del Libro o Amigos del Libro.
Es un trabajo que hacemos en coordinación con la Biblioteca Nacional y con todo el sistema de bibliotecas públicas del país, precisamente para promover el hábito de la lectura. Aunque quiero aclarar que no se concreta únicamente a la labor en bibliotecas, sino de los grupos de compañeros —todos voluntarios y amantes de la lectura— en las provincias que asumen iniciativas como, por ejemplo, fundar círculos de Amigos del Libro en prisiones, en cooperativas, en escuelas…; coordinar espacios en las emisoras municipales y provinciales de radio para hablar de las novedades editoriales que hayan llegado a las librerías. Porque, afortunadamente, ahora tenemos librerías en todos los conglomerados urbanos del país y, en ese sentido, se hace una labor muy bonita de promoción de lectura.
Siempre que nos reunimos con los compañeros de otras provincias, les decimos que tienen absoluta libertad de realizar lo que, de acuerdo con las características de cada territorio, sea posible hacer. Porque a lo mejor lo que es viable, digamos en Matanzas, donde hay un movimiento muy fuerte de Amigos del Libro, no lo es para la Isla de la Juventud o para Baracoa, porque son poblaciones y territorios distintos. Aunque todos seamos cubanos en una isla muy pequeña, cada lugar cuenta con características propias.
Y siempre tratamos también de que sean divulgados los escritores de esas zonas, porque afortunadamente, desde hace ya algunos años, cada provincia tiene su imprenta, su pequeña editorial, y allí tienen posibilidades de publicar aquellos escritores que, de otra manera, no podrían dar a conocer sus obras. Y creo que es justo que los primeros que los entren en contacto con el resultado de su trabajo editorial sean también las personas con las que ellos conviven en ese pueblo, en esa determinada ciudad de nuestro país.
O sea, que éste es un movimiento que realmente, te reitero, abarca a miles y miles de personas, no únicamente a los bibliotecarios. Yo lo presido desde que se reestructuró a principios de la década de los 90. Aquí, en Ciudad de La Habana, estamos materializando un proyecto muy ambicioso que consiste en musicalizar algunos poemas de los premios nacionales de Literatura con la idea de que queden en un álbum fonográfico. Está bajo la dirección del maestro Guido López Gavilán, y las sesiones de grabación las estamos haciendo en una de las salas pequeñas del teatro Amadeo Roldán. Ya hay material para hacer un fonograma. En diciembre de 2006 se hizo con la querida poetisa matancera Carilda Oliver Labra; fue una cosa preciosa porque además ella declamó su sentida poesía «La tierra», acompañada al piano —nada más ni nada menos— por el maestro Frank Fernández. Hasta ahora se llama proyecto de musicalización de poemas de los premios nacionales de Literatura.

Aunque nacida en Holguín, la mayor parte de su vida ha transcurrido en La Habana. ¿Mantiene vivo el vínculo con el «terruño»?

Nací en Holguín y, en realidad, la mayor parte de mi vida ha transcurrido en La Habana, lo que no quiere decir —en modo alguno— que haya roto los lazos con mi ciudad y mi
provincia natales, al extremo de que cada vez que tengo oportunidad voy a Holguín y, dentro de la provincia, a Gibara, que es una ciudad muy importante en mi vida personal por la cantidad de recuerdos agradables que guardo de mis vacaciones allá durante mi infancia y juventud.
Casi desde que nací, mis padres nos llevaban allá a pasar vacaciones completas. Gibara es una villa marítima, muy pequeña, pero con un mar y un fresco incomparables. Además, tiene una atmósfera muy límpida; es muy tranquila, con paisajes muy bellos, lugares donde —se puede afirmar— casi se unen el campo y la playa, con pequeñas elevaciones… Hay cosas poco frecuentes que, al menos yo, no las he visto en otros lugares de Cuba: «Los colgadizos», que es como una extensión de piedra socavada hasta la cual, según aseguran, llegaba el mar; y ese socavón que tiene la roca lo hicieron las aguas marinas.
Pero, además, es importante decir que posee una imagen peculiarísima, marcada por la conservación de un patrimonio histórico-cultural atesorado a lo largo de más de un siglo. A Gibara la declararon Monumento Nacional hace ya varios años, algo en lo que, de cierta manera, tuve participación y fue una alegría muy grande. Por eso, siempre que puedo asisto al Festival Internacional de Cine Pobre, que en 2008 celebra su sexta edición, bajo la presidencia del conocido cineasta cubano Humberto Solás.

¿Qué edad tenía usted cuando su familia se trasladó para la capital? ¿Cuál fue la primera imagen que tuvo a su llegada a esta ciudad? ¿Puede evocarla?

Yo había venido a La Habana antes de establecerme aquí. Tendría más o menos 10 ó 12 años, cuando hice mi primer viaje. Creo que una de las cosas que más me llamaron la atención fueron los tranvías. ¡Eso sí fue un acontecimiento para mí! Unos años después, ya de adolescente, a regreso de un viaje con mis padres a Estados Unidos, fuimos al teatro donde presentaban la primera zarzuela que vi en mi vida: Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba. Y eso en realidad marcó en mí un gusto por el teatro, por la zarzuela, por la ópera… que no me ha abandonado hasta el día de hoy.
Fue una función muy linda, porque, además, todavía en aquella época —te hablo de los años 50 y tantos— los telones, o al menos el telón que había en el teatro Blanquita (actual Karl Marx) o el que se usó ese día, no era de tela, de esos de terciopelo, de esas telas pesadas que se usan actualmente, sino era un telón como de un cartón, que tenía pintadas unas escenas españolas, como si representaran la aldea donde estaba Luisa Fernanda. Y ahí estaba escrita la letra de la «Mazurka de las sombrillas». Durante uno de los entreactos pusieron música en el teatro para que el público la cantara. Y eso para mí fue una vivencia… ¡Imagínate, una jovencita de 13 o 14 años, vivir eso! Fue realmente una cosa novedosa. Nunca había tenido una experiencia como ésa, porque en Holguín en aquella época no había teatro. Afortunadamente ahora cuenta con el teatro lírico Rodrigo Prats, fundado por mi gran amigo —ya fallecido— Raúl Camayd, que es una de las glorias culturales de aquella ciudad.
En 1953 vine a estudiar la carrera de Filosofía y Letras; por tanto, sólo iba a Holguín de vacaciones. En la Universidad me vinculé rápidamente con la dirección de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU); fui electa delegada de curso; después estuve
en una candidatura que no salió, en las elecciones de la FEU… Pero, bueno, yo estaba muy inmersa tanto en la vida política como en la vida cultural de la Universidad de aquellos años. Recuerda que eran ya los años de la lucha contra la dictadura de Batista, que realmente fueron años muy intensos, cuando José Antonio Echeverría era el presidente de la FEU. Durante mis años de estudiante, ocurrió el 13 de marzo, el 20 de abril, el cierre de la Universidad… todas aquellas cosas que sucedieron en aquellos años alrededor de la vida universitaria.
Cuando cierra la Universidad después del desembarco del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956, tuve que regresar a Holguín, y pensé conseguir trabajo allá, pero no había. Ya estaba en el último curso de la carrera, que era de cuatro años, o sea, estaba prácticamente terminando en aquel momento. Sin embargo, las condiciones sociales de aquella época hicieron que yo no encontrara trabajo en Holguín. Tuve la suerte de que un tío mío, que era empleado de un colegio metodista —el Candler Collage, que estaba en lo que es actualmente un instituto politécnico, ubicado en 54 y 47, en Marianao—, consiguiera colocarme como profesora en Bachillerato y Comercio. Ahí yo impartía Lengua Española, Literatura, Historia, Geografía, Redacción… bueno, montones de asignaturas, tanto en una carrera como en otra.
Había que dar tantas asignaturas porque los colegios privados —no solamente el Candler— pagaban por materia impartida. O sea, que para llegar a tener un sueldo más o menos decoroso, había que explicar un montón de asignaturas. Cosa, además, que me vino muy bien. Los conocimientos del nivel medio superior de entonces equivalen en la actualidad a los de secundaria y preuniversitario, de séptimo hasta el grado 12. Y en Comercio se equiparan más o menos a las ahora escuelas de Economía. Tenía que aprender todas esas materias y, aunque ya algunas las había cursado en la Universidad, había otras que no, como Historia de Cuba. Por lo tanto, debía estudiar muchísimo para poder explicárselas a mis alumnos.
Además, otra característica de los colegios privados era que los maestros no examinábamos a nuestros alumnos, sino que venían profesores de los institutos de segunda enseñanza a los colegios privados, ponían el examen y calificaban. Lo que nunca es igual a que sea el mismo maestro que imparte las clases el que califique. Eran desconocidos que venían a poner una prueba desconocida, a calificar alumnos desconocidos. Esto hacía mucho más difícil la labor del maestro, porque —naturalmente— de que tus alumnos salieran bien en los exámenes dependía que te renovaran el contrato para el año siguiente, pues éste era válido por un curso nada más.
Afortunadamente los míos salieron bien, y me fueron renovando los contratos hasta la nacionalización de las escuelas en 1961. Trabajé allí desde 1957 hasta 1961, casi seis años.

 
 En la foto, en 1992, la doctora Ortiz imparte una conferencia en el Instituto de Educación en Belo Horizonte, Minas Gerais, Brasil.
¿Ahí le nació su vocación para ser maestra?

Yo siempre pensé ser maestra. En eso no tuve la menor duda, como tampoco en que mi «vocación magisterial » —vamos a llamarla de esa manera— no era para enseñar a niños pequeños. A mí me gustaba trabajar con adolescentes y con jóvenes; incluso, en toda esa etapa que estuve en el Candler y posteriormente cuando se crearon las secundarias básicas después de la reforma de la educación en Cuba, trabajé algún tiempo en ellas así como en tecnológicos (hoy politécnicos). Era prácticamente de la misma edad de mis alumnos, porque yo tenía menos de 20 años cuando empecé a trabajar, pero nunca enfrenté problemas con ningún alumno: ni de disciplina, ni de relaciones...
Siempre —quizás esté mal que yo lo diga— logré una buena comunicación, de manera que había un respeto total, tanto de los alumnos hacia mí, como de mí hacia ellos. Yo creo que ese respeto recíproco es uno de los requisitos no solamente para mantener la disciplina en el aula, que es importantísima para el buen desarrollo de todo el proceso docente-educativo, sino para tratar de alguna manera de dejar una huella en el estudiante; es decir, ese sentimiento propio de los maestros de que en los alumnos siempre quedó un pedacito de uno, de cada uno de nosotros… Eso es una sensación real.
Es decir, que no importa que haya poca diferencia de edad entre el docente y el escolar, sino que lo determinante es el sentido de responsabilidad que obliga al profesor a prepararse, a documentarse, a estudiar, para estar en mejores condiciones y poder enseñar y formar desde todos los puntos de vista a sus alumnos, quienes serán los futuros ciudadanos de este país. También, por respeto a sí mismo, por ese sentimiento que hace entregar lo mejor de uno para llegar a ser realmente el maestro que hace falta que sea. A mí me preocupa que no siempre ese sentimiento predomine entre los docentes...
Bueno, seguimos con mi historia. Yo estuve trabajando en el nivel medio hasta 1963; entonces ya se estaba produciendo el éxodo de profesores universitarios, se había llevado a cabo la reforma de la enseñanza superior en Cuba en 1962 y en la casa de altos estudios, en nuestra Alma Mater, había necesidad de profesores.

¿Usted paralelamente con el trabajo terminó la carrera universitaria?

Sí, la carrera la terminé en el mismo año 59, o sea, en cuanto abren la Universidad y se reanudan las clases. En diciembre me gradúo en Filosofía y Letras. Sigo siendo profesora del Candler; no se había producido la nacionalización y todavía existían los colegios privados. Hago el último año de la carrera como trabajadora y estudiante, llevando las dos en paralelo. Trabajando en secundaria básica, durante el «Año de la Alfabetización», integré las brigadas alfabetizadotas Conrado Benítez con mis alumnos. Al regreso me llamaron para que comenzara en el Instituto Tecnológico José Martí, en Rancho Boyeros, donde me ubicó el Ministerio de Educación como jefa de la cátedra de Español. Más o menos, año y medio después, cuando se produce todo este proceso en la Universidad del que hablaba anteriormente, el doctor Roberto Fernández Retamar, que en aquel momento era el jefe del Departamento de Lingüística de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, me llamó para que trabajara como profesora de Gramática en la que, creo, se llamaba Escuela de Letras. Así que a partir de marzo de 1963 es que comienzo como profesora de la Universidad.

¿Y cómo fue ese tránsito? ¿Primero estuvo en la Escuela de Letras, luego Periodismo…?

La misma Facultad lo enviaba a uno adonde hiciera falta un profesor. Cuando se formó, trabajé muchos años en el Pedagógico Enrique José Varona, porque me pidieron en prestación de servicios; en ese momento era la decana la doctora Dulce María Escalona, quien me nombra jefa del Departamento de Español. El Pedagógico era todavía una facultad de la Universidad antes de la otra reforma universitaria que se realizaría en 1976 con la creación del Ministerio de Educación Superior (MES).
Tuvimos que organizar los programas, buscar profesores, preparar bibliografía… bueno, todo lo que hay que hacer en el momento de crear algo nuevo. En Cuba nunca se habían formado docentes con ese nombre: profesores de secundaria básica, profesores de nivel secundario superior para los preuniversitarios y tecnológicos. También había un área de Pedagogía y Psicología para formar pedagogos y psicólogos educativos.

Entonces, se convirtió en profesora de futuros profesores...

De futuros profesores, cosa además que me gustaba mucho hacer. Fueron como 12 años los transcurridos, de los cuales guardo un gran recuerdo, ya que en el Pedagógico Enrique José Varona estuve bajo la dirección de esa eminente pedagoga cubana, la doctora Dulce María Escalona. También fui profesora en las facultades de Periodismo, en la de Comunicación Social, en la de Lenguas Extranjeras, en la propia Escuela de Letras, en Información Científico-Técnica… en todas esas carreras.
En ningún momento de mi vida he dejado de dar clases. Me siento orgullosa de haber sido maestra de cubanos de distintas profesiones.
Algunos —incluso— casi se formaron junto conmigo, como alumnos, después como instructores no graduados, y, más tarde, instructores; éramos, en definitiva, compañeros de claustro, por ejemplo, en el Varona donde estuve tantos años. Y en otros lugares me ha tocado también trabajar con alumnos, o mejor dicho, ex alumnos. Aquí mismo, en el MES, hay algunos compañeros que fueron alumnos míos en las aulas universitarias, y otros que estuvieron en cursos de postgrado, que he impartido en casi todas las universidades del país. Es decir, no sólo en instituciones de educación superior de la ciudad de La Habana, sino prácticamente en muchos centros de provincias también he impartido cursos de postgrado, ciclos de conferencias... He participado en sus eventos científicos, unas veces como ponente y otras, como miembro de tribunales….
Trato siempre de ayudar en la medida de mis posibilidades, sobre todo a las nuevas universidades, a esas que se fundaron a partir de 1976, cuando se creó el MES y, por tanto, la red de centros de educación superior, ahora multiplicados —a su vez— en las
sedes universitarias municipales, que, como todo el mundo sabe, ya tenemos por lo menos una en cada municipio del país.
Casi cinco décadas de trabajo en las aulas. ¡Qué horror es sacar cuentas! Porque en septiembre de 2007 se cumplieron 50 años de que yo diera mi primera clase en el Candler College. Fíjate que empecé en 1957. Así que los lectores indiscretos podrán deducir la edad que tengo.

En este tipo de trabajo, ¿cuáles han sido sus mayores satisfacciones?

Creo que la mayor satisfacción es precisamente el haber sido maestra. Soy una persona dichosa porque nunca he tenido la menor duda de que lo que estudié, para lo que me formé y de que lo que he hecho, es exactamente lo que yo quería hacer y ser. O sea, me he sentido una mujer afortunada, a pesar de lo mucho que he trabajado, tenido que estudiar, investigar...; que restarle horas al descanso porque ésa es la única manera de aprender y de llegar a saber un poquito, siempre aplicando aquella máxima socrática de que «sólo sé que no sé nada». Mientras más una aprende, más cuenta se da de que no sabe nada. La vida no alcanza ni siquiera para aprender lo que hace falta saber de la propia especialidad, mucho más de todo lo que es el conocimiento universal o, por lo menos, todo lo que una quisiera saber. Pero, en ese sentido, me considero una persona muy afortunada.

Usted insiste en que es maestra y no funcionaria del MES, de ese tipo que todo lo resuelve detrás de un buró. Entonces, ¿cómo se las arregla para ser asesora de un ministro sin caer en el burocratismo?

Porque yo sigo siendo maestra, ya que incluso mi asesoramiento aquí —en el MES— es en funciones docentes; no es un asesoramiento, vamos a decir, de funcionamiento del organismo, sino de trabajo docente e investigativo, de postgrados, de revisión de estilística de documentos... que es lo que hago prácticamente desde que se creó el Ministerio. Aunque estoy jubilada oficialmente hace ya algún tiempo, me he mantenido trabajando. No quiero quedarme en mi casa sin realizar algo productivo; sigo haciendo lo mismo que durante todos estos años sin abandonar tampoco la labor docente, porque siempre he dado clases varias veces a la semana. Y cuando no lo puedo hacer por prescripción médica, como ahora, entonces asesoro algunas maestrías, doctorados… e incluso llevo varios en el interior del país. Por ejemplo, tengo una aspirante a doctora en la ciudad de Las Tunas, y otra en Pinar del Río, de un extremo a otro de la Isla.
La tesis de la tunera es sobre la inmigración puertorriqueña en Cuba, temática que me resulta muy cercana porque mi padre era puertorriqueño y también toda mi familia paterna. Así, yo tengo un pedacito del ala de la que hablaba Lola Rodríguez de Tió al escribir en su poema «A Cuba»: Cuba y Puerto Rico son /de un pájaro las dos alas;/ reciben flores y balas/ sobre el mismo corazón.
El ala cubana está completa y, en el ala puertorriqueña, hay un buen pedazo de mi papá. Allá no vive nadie de la familia paterna. Mi abuela murió, y, al quedar viudo, mi abuelo vino con todos sus hijos para Cuba, donde echaron raíces.

Conozco que ha impartido cursos de postgrado y conferencias en universidades de Rusia, Brasil, Estados Unidos, México, Israel, Uruguay, República Dominicana, Alemania, España, Francia... ¿Cuánto le ha aportado esa confrontación con alumnos de otras nacionalidades y diferentes formación e intereses? ¿Cuál ha sido el mayor obstáculo a vencer?

En el trabajo en el extranjero, no he tenido dificultades ni con los estudiantes ni con los profesores de otras nacionalidades. Creo que siempre se encuentra un lenguaje común cuando uno respeta a las personas y éstas son capaces de respetarlo a uno. Y lo digo, sobre todo, por el aspecto ideológico. Tal vez la dificultad mayor sea lograr que entiendan en qué tipo de sociedad vivimos los cubanos y en qué consiste exactamente nuestro proyecto social. Porque, como la propaganda contra Cuba es tan distorsionada, no siempre las personas tienen una idea exacta de nuestro país, cómo somos nosotros, cómo es la sociedad cubana, qué características tiene...Y creo que hacer entender eso cuesta más trabajo en unos países que en otros. Como es lógico, ¿no?, América Latina es mucho más abierta; en otros lugares es más difícil lograr esa —diríamos— comprensión. Todo depende de varias cosas…
Creo que la cultura es universal. Y cuando uno, aunque no conozca el idioma de un país —hablo algo y, sobre todo, leo inglés, francés y portugués—, aunque tenga que utilizar un traductor, está preparado para poder intercambiar con un extranjero sobre su país, su historia, su cultura… en primer lugar, uno se gana el respeto de esa persona y, en segundo lugar, hay barreras que caen.
Y creo que tener una cultura amplia ayuda en todo esto, independientemente de que los viajes, como decía un escritor, en la juventud son parte de la educación, y en la madurez son parte de la experiencia. Considero que si algo ayuda a formar una visión del mundo, es precisamente poder viajar. Uno entiende muchos fenómenos del mundo cuando tiene la posibilidad de verlos con sus propios ojos, en el lugar de los hechos.

 
 La Doctora en Ciencias Filológicas María Dolores Ortiz, profesora titular de la Universidad de La Habana, profesora de Mérito del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona y Heroína Nacional del Trabajo de la República de Cuba.
Ha publicado, entre otros, La educación superior en Cuba (1984), En virtud de cien caminos (2002) y Testimonios de la Colección Obras y Apuntes de Camila Henríquez Ureña (tomo III, 2004).
¿Qué comentarios le merece la determinación de la Oficina del Historiador de crear una facultad para cursar la carrera Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico Cultural, en el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, recién instalado en el antiguo inmueble de la primigenia Universidad cubana?

Primero, quisiera decir que siento un gran aprecio y admiración por Eusebio Leal. Creo que es de esas personas que, sin dudas, pasará a la historia de nuestro país como uno de los promotores y preservadores de la cultura cubana. Recuerdo que cuando mis hijas eran pequeñas, yo acostumbraba a llevarlas mucho de paseo por La Habana Vieja, zona que toda la vida he visitado desde que era estudiante de la Universidad. Y muchas veces los domingos iba con las niñas a caminar por la Plaza de Armas; la Plaza de la Catedral, el Palacio de los Capitanes Generales, que por aquella época era un museo que recién empezaba… Llevaba alas niñas para que conocieran esas piedras viejas que eran casi lo único conservado que teníamos en aquel momento.
Y un domingo —eso no se me olvidará jamás, y creo que nunca se lo he contado a Leal—, llegamos y vimos a un grupo de hombres trabajando en la esquina de Obispo y Oficios, dando pico y pala, buscando el empedrado original de la calle, y uno de los que estaba era Leal. De esto hace unos 40 años. Yo me paré allí con mis hijas pequeñas a ver aquello; no lo conocía personalmente en aquel momento, pero sabía quién era él y pensé: este hombre sí va a llevar adelante la restauración de La Habana Vieja.
Porque cuando se es capaz no sólo de dirigir sino de hacer para que los demás te sigan, ése es el verdadero dirigente. Y creo que ésa es una de las características de Leal: lo siguen porque él hace. Siempre confié en él, y él lo sabe. Fui de las personas que consideraron que Leal debía hacer el doctorado. Me parecía que era justo en una persona que conoce como nadie cada una de las viejas piedras, además de todo lo que está haciendo por darle a toda La Habana Vieja el esplendor que ya luce en algunas partes, aunque todavía falte mucho por hacer. Y Leal se convirtió en Doctor para alegría y orgullo de todos. Por lo tanto, creo que el nombre de Leal será el nombre de los imprescindibles en este trabajo de restauración de la zona antigua de nuestra capital.
En cuanto a la carrera de Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico Cultural en el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, es un antiguo proyecto que ahora está empezando a fructificar. Con el inicio del primer curso ya comenzó a convertirse en lo que debe ser: una gran institución de educación superior.
En esta labor de rehabilitación que se está haciendo con el otrora Convento de San Juan de Letrán, creo que dentro de lo posible se ha tratado de conservar el espíritu de lo que fue aquella vieja universidad, como universidad primaria, primigenia… de donde salió, y donde creció toda la Universidad cubana en su más amplio sentido.
Este colegio universitario puede llegar a tener una función importantísima, sobre todo porque se va a estudiar por primera vez en Cuba la preservación y gestión del patrimonio histórico-cultural, con nivel superior. Creo que es muy significativo porque no podemos pensar únicamente en la ciudad de La Habana, o en la llamada Habana Vieja. Tenemos a lo largo y ancho del país muchísimos lugares con un interés y un valor histórico-cultural que deben y tienen que ser preservados no solamente para el turismo sino para el disfrute social y cultural de nosotros mismos, los cubanos.
A mí me gusta mucho, por ejemplo, ver ahora que fue el aniversario de la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, la gran Camagüey, que uno de los actos más importantes se celebró en la Plaza de San Juan de Dios, que es uno de los lugares de patrimonio histórico-cultural de esa ciudad.
En Holguín, las ceremonias principales son en La Periquera, dentro o fuera de ese inmueble que también forma parte de su patrimonio histórico-cultural. ¡Y qué hablar de Santiago de Cuba, Trinidad, Sancti Spíritus, Matanzas... que están llenas de monumentos! Bayamo, con la plaza del himno, el balcón de Luz Vázquez… ¡El país entero! Y no sólo lugares —vamos a decirlo con una frase que utilizamos en Escriba y Lea— «construidos por la mano del hombre», sino lugares naturales: Dos Ríos, donde cayó José Martí; aquello es un campo que hay que conservar, con el monumento que hay allí, que se construyó después; o Mangos de Baraguá o Mantua, el lugar en el que Antonio Maceo fi nalizó la invasión por las provincias occidentales. Muchos están declarados monumentos nacionales. Y ahí no hay construcciones como en La Habana Vieja, o en Camagüey, o en Holguín o en cualquiera de las primeras siete villas, como Baracoa, que es una ciudad tan preciosa, nuestra ciudad primada.
Es decir, que todo eso hay que conservarlo y administrarlo bien, precisamente para que no se destruya; algo que forma parte de la más grande riqueza de la nación que es, sin duda alguna, nuestra cultura. Y para todo eso serán útiles los graduados en Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico Cultural.

Y hablando de La Habana Vieja… ¿Prefiere algunos de sus espacios? ¿Frecuenta sus salas de conciertos?

Decía que, desde mi época de estudiante, acostumbro a visitar toda esa zona, y por eso me considero testigo presencial de cómo ha ido avanzando el proceso de rescate de La Habana Vieja. Y me gusta ir y ver cómo algo que todavía no se había tocado, ya está en vías de restauración, o aquello que ya estaba en vías de restauración, ha sido terminado… O sea, que disfruto constatar los adelantos de la restauración. A mí un arquitecto me dijo una vez, hace varios años, que era mucho más costoso reconstruir que construir. Y cada vez que siento, quizás con un poco de desesperación, los deseos de ver finalizada la restauración de La Habana Vieja, me acuerdo de las palabras de ese amigo arquitecto. Y a veces pienso que la vida no me va a alcanzar para verla terminada.
Por otro lado, creo que todavía no es suficiente la labor que hacemos para que las personas entiendan la riqueza que tenemos en nuestras manos al vivir en La Habana con toda esa belleza en edificios, en paisajes como el de nuestra bahía... que debemos cuidar y preservar.
Gracias a los viajes realizados por mí, he tenido la oportunidad de ver otros centros históricos en América Latina, que son mucho más pequeños, como el de Caracas o Santo Domingo. Allá destruyeron para construir edificios modernos que, en definitiva, son iguales en todas partes. Porque da lo mismo que vayas a Nueva York, a Tel Aviv o Sao Paulo… ese tipo de edificaciones son todas iguales: rascacielos de hierro y cristal o de concreto. No poseen nada en particular que los distingan…
Sin embargo, los centros históricos tienen sus características propias. Por eso resultan diferentes el Centro Histórico de La Habana, el Centro Histórico de Ciudad de México... Son distintos en arquitectura, en concepción, en ornamentación…

Siendo madre de dos hijas y abuela de cuatro nietos, ¿siente que en el seno de su familia ha podido sembrar preceptos que la han hecho respetable entre sus conciudadanos, tales como el hábito de leer, el escuchar buena música, visitar museos, deleitarse ante una muestra de artes plásticas…?

Mis dos hijas estudiaron carreras humanísticas, y mis dos nietos mayores van por el mismo camino. Ellos son magníficos lectores; la niña más chiquita es buena lectora; el otro, varón, es más deportista que lector, pero espero que en algún momento, cuando avance en edad y madurez, sea también un aventajado lector, como el resto de la familia.
Conmigo y con sus padres visitan museos desde pequeños; conocen todos los de la Ciudad de La Habana y, cuando han ido al interior del país, también han visitado los de allá. Mis dos hijas y mis yernos son también buenos lectores. Mi hija mayor es profesora y está haciendo una maestría en la Universidad de Granada. La otra trabaja en la Maqueta de La Habana; estudió Lengua y Literatura rusas en la Unión Soviética. Como verás, María, en la vida cotidiana mis sucesores se corresponden con mis prédicas a favor del disfrute de las manifestaciones de la cultura y del arte.

María Grant
Editora Ejecutiva de Opus Habana

Tomado de Opus Habana Vol. XI / No. 2 nov. 2007/abr. 2008