La teología protestante no admite la confesión como acto de culto, pero nada impidió que Rafael Cepeda Clemente confesara algunas intimidades como acto de comunicación en esta entrevista concedida a Opus Habana en 1995.
Acucioso estudioso de la obra de José Martí, Rafael Cepeda Clemente está considerado como el más importante investigador histórico del protestantismo en la Isla.

 ¿Cómo debe ser definida la religión: por la presencia de atributos específicos o por lo que representa funcionalmente para comunidades e individuos? ¿Es toda religión intrínsecamente teísta o puede no estar fundada en verdad alguna?
El vocablo religión, tan llevado y traído desde hace siglos, tuvo desde el inicio problemas semánticos. En las Sagradas Escrituras aparece dos veces: vinculado al culto o programa de adoración y adscrito a una función social. Cicerón lo hacía derivar de relegere (volver a leer), en tanto que San Agustín lo inscribe como religare (volver a ligar). El primero se refería a quienes querían cumplir fielmente todos los actos del culto (y por ello los releían cuidadosamente); el segundo prefirió asociarlo con la obra de redención efectuada por Jesucristo (que restablece la relación del hombre con Dios, quebrantada por el pecado).
Según el teólogo checo Joseph Hromádka, es posible entender la religión como cualquier esfuerzo por encontrar respuesta a necesidades o angustias espirituales. Y esto lleva a que cualquier persona pueda inventar una religión, lo cual ocurre diariamente. No sucede así en la teología cristiana, donde Dios toma la iniciativa, y el hombre responde o no a la acción amorosa de Dios. No sólo responde diría yo sino que también se compromete de por vida a cumplir un programa ético que Dios demanda. Por ello es mucho más que una religión y se convierte en fe, porque es la razón de ser de todo humano que se entrega sin reservas, en respuesta a lo que Dios ha hecho por él o ella en la persona de Jesucristo.
Lo anterior me da pie para decirte que toda religión es intrínsecamente deísta, porque se reconoce que hay una fuerza u objeto superior al ser humano. A este Dios desconocido (o demasiado conocido, por visible) se le rinde culto, pero sólo la fe Judeocristiana es teísta, porque todo conocimiento de Dios proviene de Dios mismo, quien se revela al hombre en sus proyectos de redención.

¿Y cómo explica la religiosidad «a la cubana», es decir, desligada de las instituciones?
Siempre estuve muy al tanto de lo que llamas «religiosidad a la cubana». Por ella entiendo lo que vi desde niño entre mis vecinos y conocidos en un pueblo pequeño: que nadie quería declararse ateo (como para salvar el pellejo si sobrevenía alguna situación calamitosa) pero tampoco quería comprometerse en una asociación muy íntima con las Iglesias. Recuerdo una frase que oí varias veces: «Yo creo en Dios, pero no creo en los curas». Un deísmo despreciativo, que seguramente se aplicaba también al pastor protestante. Sólo se definía claramente un pequeño sector de la población: los que asistían regularmente a las ligas (católica o protestante), antagonizados por lo institucional en ellas, aunque se suponía que en ambas se adoraba a un mismo Dios.
Una tercera fuerza: los masones, era tenida por creyente, tomando en cuenta la inscripción del frontispicio de la logia: A la gloria del Gran Arquitecto del Universo. Mas no pasaba de ahí, según deduzco de otra frase que escuchaba repetidamente: «Todos los matones no son sinvergüenzas, pero todos los sinvergüenzas son masones». No recuerdo haber oído entonces tambores de altos afrocubanos. Quizás actuaban clandestinamente.

Usted planteó que «ningún sistema político es tan bueno como para confudirse con el reino de Dios, y ningún sistema es tan malo como para entorpecer el reino de Dios». ¿Considera que el proyecto social cubano esté bajo la sombra del Altísimo?
Estoy seguro de que la cita es correcta, pero no puedo recordar el tema que la provocó ni dónde fue impresa. Lo que sí recuerdo muy bien eran mis temores de que las alabanzas sin análisis críticos pudieran tergiversar todo el sentido realista del proceso revolucionario. Muchas veces sostuve que los propósitos eran encomiables, pero los procedimientos erróneos, y ello me costó orillamientos y malquerencias. Mi corazón me dictaba un reconocimiento y un apoyo leal a los sueños de la Revolución.
Recuerdo haber escrito también que si yo (cristiano militante; o mejor, como diría Cintio Vitier, «aprendiz de cristiano») hubiera tenido el poder de decisión y acción, hubiera tratado de lograr las mismas metas que estaba alcanzando la Revolución. Asimismo, que el Dios que presenta la Biblia (el Dios único admitido por el pensamiento Judeocristiano) obra también en una situación límite, endereza lo tortuoso y conduce a un pueblo a su bienestar perenne, por encima de todos los errores y las falibilidades de los hombres.
 Creo que estos pensamientos dieron pie a la frase que citas. Sólo quiero añadir que en términos teológicos actuales se prefiere traducir basileia como reinado de Dios, porque el vocablo reino tiene una apariencia institucional y un sabor temporizado (de fecha fija) que no encaja en la afirmada y reafirmada sabiduría y soberanía de Dios.

Cuando nacionalizaron la enseñanza, usted publicó en la revista Heraldo Cristiano (La Habana) una serie de artículos «tratando de encontrar y divulgar las raíces históricas y teológicas que ayudaran a la permanencia en Cuba y a la permanencia en la fe». ¿Qué otras razones tuvo para ello?
Hay que juzgar los hechos históricos no sólo como cronos, sino también como kairos, es decir, como expresión ocasional de acontecimientos que gravan y conmocionan la vida normal. La pérdida de las escuelas parroquiales (típicas del protestantismo) constituyó un duro golpe para las iglesias, pero esta determinación vino acompañada (a sólo quince días de distancia) por una declaración oficial de opción ideológica marxista, con su correspondiente carga de ateísmo, en el contexto de una invasión mercenaria y la pérdida de muchas vidas.
Un año antes (julio de 1960) yo había publicado en Bohemia el articulo «Fidel Castro y el Reino de Dios», que fue el primer intento (sólo en lo que a fecha se refiere) por interpretar la Revolución cubana desde la perspectiva teológica. Entre los hermanos de las iglesias hubo reacciones muy diversas, la mayoría antagónicas, por mi reconocimiento de la Revolución y de su líder. Al sobrevenir lo inesperado en 1961 me sentía responsable de analizarlo y enjuiciarlo: por ello escribí la serie de trabajos a los que te refieres.

En su notable labor como crítico e investigador histórico y literario, ¿ha reflexionado acerca de por qué la literatura cubana es eminentemente secular?
Incluso los autores con militancia religiosa han prescindido de temas confesionales. Los intelectuales y escritores de militancia cristiana han sido escasísimos en Cuba. Quizás sucede que no todos han sido conocidos y reconocidos coma tales, o que no han asociado —quién sabe por qué— su fe a su obra. Yo digo coma el apóstol Pablo: «No me avergüenzo del Evangelio», pero a la vez creo que tampoco por el hecho de ser creyente hay que menospreciar la secularidad para enclaustrarse en temas y dichos religiosos, desconociendo el mundo que no está en los templos. La visión cristiana es exactamente lo opuesto: una constante presencia en el mundo tal como es, en actitud de honesta mundidad, que no tiene que ser necesariamente mundanalidad.

Su personaje histórico favorito es Manuel Sanguily, a quien le ha dedicado dos libros: La múltiple voz de Manuel Sanguily (La Habana, Editorial Ciencias Sociales, l988) y Manuel Sanguily frente a la dominación yanqui (La Habana, Editonal Letras Cubanas, l986). ¿Por qué?
Mi personaje histórico favorito es José Martí, a quien y sobre quien leí fervorosamente desde niño, y al cual estudio con pasión nunca disminuida. Prueba de ello son mis artículos en la revista Santiago (Santiago de Cuba) y el Anuario del Centro de Estudios Martianos (La Habana), además de las conferencias en iglesias y encuentros ecuménicos, tanto en Cuba como fuera de ella, que no han ido a imprenta. Sobre todo me parece importante (por el tema, no por el autor) mi libro Lo ético-cristiano en la obra de José Martí (San José de Costa Rica, 1944), que ha tenido buena acogida y fue prologado por mis queridos y admirados Cintio Vitier y Fina García Marruz. ¿Me permites aquí cierta publicidad comercial? Esta obra será reeditada en Cuba por la imprenta Augusto Cotto, de Matanzas. Entregué al Centro Martín Luther King otro pequeño libro: José Martí: la verdad sobre los Estados Unidos, que ya está en proceso de edición; y ahora escribo sobre un tema fascinante: el concepto de la muerte en Martí, contrastado al pensamiento de Unamuno y Machado en torno al mismo tema. Probablemente lo titule Muerte amiga, que es una expresión martiana. Pero he incursionado en otros estudios, tanto teológicos como puramente históricos. Entre éstos últimos están los dos que mencionas sobre Manuel Sanguily, así como uno que no puedes mencionar, porque desde hace tres años está pendiente de publicación en la editorial Ciencias Sociales: la biografía del general y doctor Eusebio Hernández (se intitula Un hombre entero), muy distinto por cierto a los generales y doctores descritos por el novelista Carlos Loveira.

¿Qué noción tiene de las circunstancias concretas de la caída en combate de José Martí? ¿Buscó él mismo la muerte, creyéndola un deber, o pereció como consecuencia indeseada de la acción de Dos Ríos?
El libro en que estoy trabajando (mi modesta contribución al centenario) se sustenta en la correspondencia de Martí a partir de 1892 y pretende llevar al lector que el Apóstol tenía la certeza de que habría de morir por Cuba, es decir, en asociación con sus esfuerzos por liberarla. Pero esto no significa de modo alguno búsqueda de la muerte, sino convicción de que la muerte era un deber, que rubricaría toda su vida y su obra. Sólo por su muerte —como efectivamente ocurrió el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos— los indiferentes, los dudosos y los críticos podrían saber cuánta era su honestidad y cuánta limpieza había en su empeño liberador.
¿Le flaqueó a usted alguna vez la fe, tanto como para exclamar «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado»? ¿Y qué me dice de los que ahora súbita y circunstancialmente tienen fe y vuelven al Señor?
En última instancia, lo que flaquea es la natural fragilidad humana, pero la fe, si viene de Dios, y está perfeccionada en la obra de Jesucristo, es permanente. Mas no es cuestión ahora de aprovechar la ocasión —como pastor jubilado— para predicarte un sermón. Vamos al análisis sociológico. Lo que ha ocurrido en Cuba, con la gente afluyendo por oleadas a las iglesias, es sorprendente. Por el momento se habla de un vacío espiritual generalizado y de una búsqueda de la verdad donde quiera que esta se encuentre. Hay una avidez extraordinaria por leer y entender la Biblia, en medio de una crítica situación económica, de reajuste social e ideológico, de revisión de valores éticos, de resistencia tenaz, de lucha por l a supervivencia... En todo esto puede haber, claro está falsedades y peligros Hay probablemente quienes desean pescar en río revuelto y ven en las iglesias, a un ambiente aprovechable; también habrá iglesias que pretenden dar un carácter triunfalista, de simple número, a sus proyectos de evangelización. Pero yo estoy confiando en el Dios que añade a la Iglesia (según se dice de la Iglesia Primitiva en Los Hechos de los Apóstoles) y en la gente honesta de las instituciones eclesiásticas con capacidad de prever, vigilar y denunciar todo intento de teatralidades y supercherías.

Después de tantos años de consagración al ministerio de las Sagradas Escrituras, ¿ desea usted que se le recuerde con aquellas palabras de San Pedro al centurión Cornelio, cuando para explicar quién era Jesús sólo dijo: «Pasó haciendo el bien»?
Tu pregunta es tan personal que quizás debiera pasarla por alto, ya que se presta a justificaciones y autoalabanzas.  Sin embargo, la cita que haces de Jesús se usa tan poco que llama mi atención y me provoca comentarla, pues representa un vuelco en los primeros creyentes. En una relectura del capitulo X de Los Hechos encuentro que Pedro no sólo dijo la bella frase que refieres, sino que habló también de la obra total de redención efectuada por Jesucristo, en la cual pueden participar todo los humanos, sin ataduras excluyentes por razones étnicas o de cualquier otro tipo. Desde esa perspectiva si estoy dispuesto a aceptar la frase de Pedro que me sugieres para mi post-mortem, pero con una modificación: «Pasó tratando de hacer el bien». No estoy exento de las falibilidades humanas, y pudieran señalarse en mi muchos errores de pensamiento y proceder. Sin embargo, pienso que es decoroso reconocer en mi una apertura sostenida —partiendo de mi fe— hacia todos los intentos (vengan de donde vengan) que procuran la libertad política, la justicia económica y la igualdad social.

En muchas ocasiones usted ha expresado su apoyo a la Revolución Cubana. ¿Cómo podría explicarlo, teniendo en cuenta su ubicación teológica y las opciones del proceso revolucionario?
Siempre he sido muy respetuoso con quienes mantienen una actitud contraria o indiferente hacia la revolución (aún cuando muchos de Ellos me han atacado y vilipendiado en Cuba y fuera de Cuba), no he encontrado hasta hoy voluntad de escucha cuando he procurado explicarme. Ojalá que ésta oportunidad que me ofreces tenga mejor resonancia.
Yo parto de dos vertientes: mi fe cristiana establecida bíblicamente tanto en principios como en conducta; y el proyecto revolucionario cubano. De Lo primero ya hemos hablado. De lo segundo quiero decirte que se inicia con el indio Hatuey y su rebeldía, pero más específicamente en su percepción teológica: Dios no puede estar en el mismo cielo donde van a estar los que achicharran a gentes que viven donde tienen derecho a vivir. De otra forma: el cielo del más allá corresponde solamente a los que han hecho un cielo de bienandanzas para todos aquí, en la tierra en que moran. A quien me diga que eso es pura especulación, le digo que Miguel Velásquez, hijo de india y español conquistador, sacerdote cubano, vio muy Claro cuando escribió: «¡Triste tierra, tiranizada por los señoríos!». Si todavía no es suficiente, lo invito a que se sitúe a comienzos del siglo XIX y observe la palabra y la conducta de Félix Varela, sacerdote cubano, quien fue el primero en invitar a la rebelión independentista por medio de las armas, sin intervención extranjera alguna.
Martí nos enseñó que sólo se puede llamar Revolución a lo que surge de las raíces entrañadas del pueblo mismo, donde todo el pueblo participa y todo el pueblo se beneficia. La última guerra de liberación conquistó lo que todas las rebeldías y guerras anteriores trataron de lograr: el poder. Y eso le ha dado otra dimensión.
Precisamente porque los cubanos somos también criaturas humanas (sujetas a errores, distorsiones y desvíos como en cualquier otro pueblo), se pueden desglosar innumerables ocasiones en que los yerros, contaminaciones, vicios, ambiciones políticas e intereses personales han estado a punto de detener el proceso revolucionario.

¿Cree entonces que Lezama Lima escogió bien entre las sentencias de los Evangelios, cuando invocó al ángel de la jiribilla y optó par aquella de «llevamos un tesoro en vasos de barro»?
La indomable actitud patriótica de la mayoría ha determinado que el proyecto de Varela, Céspedes y Martí continúe en la presente fase de la Revolución. Sólo que, junto con las positivas conquistas, es preciso señalar errores muy serios, como son el desorden administrativo, el despilfarro, la indisciplina en el cumplimiento de los deberes elementales, las rígidas imposiciones de la verticalidad, la ausencia de planes que mantenga un amor patriótico entrañado y un estilo de vida que responda a parámetros ético-cristianos, principalmente entre niños y jóvenes.
No es conveniente ocultar esas verdades, y sí es oportuno recordarlas alguna que otra vez, para no incurrir en los mismos errores. Al mismo tiempo, reconocemos que Cuba ha dado una lección de principios inconmovibles, de confianza en el pueblo trabajador, de filiación honesta con las mejores causas.
Sigo confiando en que todas las iglesias cristianas de Cuba —incluyendo a las más discrepantes— reconozcan que nuestro deber es servir a todo este pueblo cubano (en medio de sus crisis y desconciertos) con la palabra que sólo nosotros poseemos: la que jamás se abate, la que se envuelve en la bandera de la esperanza, la fe y el amor, la del Dios viviente en la persona de Jesucristo, aquél a quien Martí llamó «patriota de fuego ardiente».

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar