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 Escultora y ceramista de mérito, Marta Arjona nunca se arrepintió de haber encauzado su temperamento creador hacia el estudio y defensa del patrimonio cultural. Con la reproducción de esta entrevista, el colectivo de Opus Habana rinde tributo a su memoria.
«Yo me siento tan realizada como cuando hacía cerámica o escultura», afirma en esta entrevista Marta Arjona, quien falleció el 23 de mayo de 2006.

 A su juicio, ¿cuáles son los principales puntos de referencia históricos que han de identificarse para un estudio de nuestra herencia cultural?

Son muchos los puntos de referencia que han de tenerse en cuenta para un estudio de la herencia cultural. En el caso de Cuba, yo diría que la geografía, las fundaciones, las poblaciones, las etnias y los procesos históricos en general deben ser esos puntos fundamentales, sin los cuales no podríamos organizar un criterio ni adquirir conciencia de lo que la naturaleza y el hombre han ido conformando, hasta establecer la imagen que nos identifica como grupo humano y cuyo producto, tangible o intangible, en un proceso histórico de asimilación y decantación, se va a convertir en herencia cultural. Herencia que, por otra parte, no es estática, o sea, que no será siempre la misma, sino que crecerá según evolucione la vida del grupo. Quiere decir que la herencia cultural cubana de finales del siglo XX no será igual que la de finales del siglo XXI pues, sin dudas, surgirán descubrimientos, evolucionará el arte, se establecerán nuevos hábitos que irán a nutrir la herencia cultural del futuro.
Quién sabe si el ejemplo más evidente para nosotros sea lo que nos ha aportado la Revolución, que ha sido un fenómeno histórico que nos ha trasmitido nuevos valores, nuevos conceptos, que ha hecho florecer la creación, que nos ha ofrecido nuevos hábitos de vida.
¿O es que alguien puede dudar que a partir de 1959 nuestra herencia cultural ha tomado otra dimensión?

¿Cuán importante ha sido para usted descender de una familia de tradición mambisa?

Para mi formación como ciudadana, como cubana, fue muy importante. No quiere decir que haya que tener estos antecedentes para ser buen ciudadano o un buen patriota, pero –en mi caso– creo que el amor por la Patria, el respeto a los símbolos, el rechazo al colonialismo, al imperialismo y a todos los ismos que comporten la fuerza represiva de la libertad del hombre... sí tienen que ver con mis antecedentes familiares.
Mi abuelo fue capitán prefecto de las tropas de Antonio Maceo y Máximo Gómez, además de ser un destacado médico en San Nicolás de Bari, donde comenzó su vida política editando con Juan Gualberto Gómez dos periódicos que después ocuparon los españoles. Al quedar en la ciudad como un vigilado político, en esas circunstancias, mi abuelo escapa a la manigua con su mujer e hijos y crea, por orden de Maceo y Gómez, la prefectura de Nueva Paz. Mi madre tenía nueve años y estuvo con él hasta su muerte, a causa de fiebre y extenuación, ocurrida poco tiempo después de que falleciera Maceo.
No conocí a mis abuelos, pero la huella que dejó en mi madre la Guerra del 95 fue tan profunda, que nos trasmitió sus vivencias con realismo fotográfico. Cuando Maceo y Gómez se reúnen en la prefectura de Nueva Paz, ella conoce a Maceo y, al dar sus impresiones sobre la imagen que de él guardó, siempre lo describía como un hombre excepcional.
Mi padre, por su parte, se había incorporado al Ejército Libertador, y su hoja de servicios y licenciamiento luego de terminada la guerra está firmada por el general Roloff.
Mi madre y él se conocieron después de la guerra y se casaron en 1909; su primer hijo nace en Güines en 1910. Así se fundó mi familia, de la cual yo soy su último testimonio.

¿Cuáles fueron sus antecedentes profesionales?

Nací en 1923. Recorrí todas las etapas escolares. Fui estudiante de música por interés materno, pero me convencí de que una cosa es que a uno le guste un oficio, una profesión o un arte, y otra es la condición, el virtuosismo para lograr la gran expresión espiritual y mecánica que se requiere para trasmitir con genio un arte. Segura de que yo no tenía nada de eso para ser músico, me dediqué a la plástica, a aquello que por lo menos no sólo me gustaba, sino en lo que creía tener empuje para desarrollar la expresión convincente.
Así fue como en 1941 me matricule en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, fundada por la Sociedad Económica de amigos del País en 1818, cuyo primer director fue el pintor Juan Bautista Vermay.
San Alejandro, ubicada entonces en un edificio colonial de la calle Dragones entre Rayo y San Nicolás, era una típica «academia» de pintura, escultura, dibujo y grabado. Recuerdo mi paso por sus aulas como una etapa fundamental en mi vida. No sólo por lo que me aportó como adolescente desconocedora del mecanismo mínimo para plasmar cuanto deseaba expresar en un papel o en el barro, sino porque encontré un mundo nuevo de relaciones que ha dejado en mí grandes recuerdos.
Recuerdo con admiración y gratitud a profesores como Juan José Sicre, Armando Maribona, Manuel Vega y Florencio Gelabert; mis fraternales relaciones con compañeros como Roberto Diago, Luis Alonso, Hernando López y muchos otros, con quienes mantuve durante cinco años encuentros cotidianos hasta mi graduación en 1945.
A partir de entonces participé en varias exposiciones y salones, organizados por el Círculo de Bellas, el Centro Nacional Antifascista y el Lyceum de La Habana. En los bajos del Centro Gallego se organizó una importante muestra con el titulo Menores de 30. En 1950 se lanzó la convocatoria para una beca que ofrecía el Lyceum Tennis Club, una sociedad cultural que sentó un papel muy importante en el desarrollo cultura de la época. Me presenté y me la gané por reunir todos los requerimientos. Cursé la especialidad de cerámica en París, durante el período comprendido entre 1951 y 1952. Regresé a Cuba en noviembre de ese último año, trayendo conmigo el resultado de mi estudio y trabajo en el Taller del profesor Roger Plin, ubicado en la Rue des Boulets.

 En su juventud estuvo vinculada a la sociedad cultural Nuestro Tiempo. Desde la madurez, ¿cómo valora hoy esta etapa de su vida?

Cuando regreso de París ya se había producido el golpe del 10 de marzo. Me encontré una ciudad alterada, reprimida por nuevas disposiciones, con nuevos personajes, de evidente mala calaña, que personificaban a chivatos, esbirros y politiqueros de toda laya, pero también se había hecho presente una efervescente oposición en respuesta a un proceso que cada vez se hacía más represivo.
Estaba finalizando el año 1952, y comenzaban los preparativos para la conmemoración del centenario del natalicio de José Martí. La dictadura organizaba como acto central la inauguración del Museo Nacional de Bellas Artes, junto a la Bienal de La Habana patrocinada por el gobierno de Franco, más conocida como Bienal franquista. Yo me había vinculado ya a la Comisión de Cultura del Partido Socialista Popular, que atendían Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Nicolás Guillén y Mirta Aguirre. Ofrecí colaborar y, bajo su orientación, comencé a trabajar en la reorganización de la sociedad cultural Nuestro Tiempo, institución que desempeñó un rol muy importante en esa época entre escritores, artistas y otros creadores. Dentro de ella, yo dirigía la galería de artes plásticas con Eugenio Rodríguez y Cundo Bermúdez.
Al triunfo de la Revolución, casi todos los que colaboraban allí tuvieron la tarea de organizar y desarrollar diversas ramas de la cultura. Por ejemplo, atendían la sección de cine: Alfredo Guevara, Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea; la de teatro: Raque1 y Vicente Revuelta; la de música: Harold Gramatges, Juan Blanco, Manuel Duchesne Cuzán y Carlos Fariñas, entre otros compañeros cuyo aporte a la cultura durante todo el proceso revolucionario ha sido muy importante.
Por mi parte, tuve una tarea principal en el frente de oposición a la bienal oficial por el Centenario de José Martí: trabajé con un grupo de pintores y escultores para evitar que los creadores cubanos participaran, y redactamos un manifiesto para que fuera firmado por todos, el cual se divulgó ampliamente, lográndose la ausencia de los mejores artistas cubanos en la inauguración de Bellas Artes.
Pero la gran respuesta a los actos oficiales por el Centenario, frente a la manipulación de la acción martiana y contra lo que significó el 10 de marzo, se produjo el 26 de julio de 1953 con el asalto al cuartel Moncada. A partir de entonces, comenzó a organizarse, a gestarse la Revolución dirigida por Fidel, hasta el primero de enero de 1959, Día de la Liberación.
Precisamente, el 27 de enero, Ernesto Che Guevara pronunció en Nuestro Tiempo una conferencia que tituló «Proyecciones sociales del Ejército Rebelde».
Hasta cerrar sus puertas ese mismo año, Nuestro Tiempo desarrolló un programa de total apoyo al proceso revolucionario; creó una revista, que desde el punto de vista cultural e ideológico fue un aporte insustituible durante ese período.
Hoy valoro la obra de aquella sociedad cultural de muy importante tanto para mí como para gran parte de mi generación. Creo que algún día habrá que hablar mucho más de ese tema.

Cuéntenos sobre sus relaciones con figuras tales como Amelia Peláez, René Portocarrero, Mariano Rodnguez...

Yo hacía cerámica y escultura, participaba en exposiciones y, por eso, los conocía a todos. Trabajé muchísimo con ellos, y atraje ese importante grupo de artistas hacia Nuestro Tiempo, pues esta sociedad nucleaba a personas que, sin ser comunistas, tenían una concepción progresista de la vida y de su función como artistas. Entonces todo ese grupo empezó a colaborar con nosotros; ésa era la finalidad de nuestro trabajo. Nosotros hicimos en esa época la Contrabienal; formamos un grupo muy importante desde el punto de vista político. Recuerdo especialmente a Amelia, con sus características muy personales, una mujer muy íntegra, muy sincera, no tenía preocupaciones políticas pero sí una actitud muy hermosa ante la vida y ante los compañeros y las cosas. Fui amiga de ella, de Mariano también, así como de Portocarrero, de todo el grupo de esa época y de los que vinieron después.

¿No se arrepiente de haber renunciado a su vocación artística para dedicarse por entero a la promoción de la cultura?

No, no me arrepiento. Esa pregunta me la han hecho en otras oportunidades y siempre tengo que decir lo mismo: yo hacía cerámica y escultura, pero al triunfo de la Revolución no había muchas personas que se ocuparan de dirigir galerías, grupos artísticos... y por eso yo, que además tenía mi profesión, me dediqué a hacer este otro trabajo de creación, a crear cosas para la comunidad, lo que para mí era importantísimo. Por lo tanto, no lo he sentido, honestamente. Aunque a veces sí tengo ganas de hacer cosas como las que hacía, muchas de las cuales todavía estarán por ahí, entre otros lugares, en el Museo de la Cerámica. Pero este tipo de labor, que comencé después del triunfo de la Revolución, ha sido también un trabajo creador. Yo me siento tan realizada como cuando hacía cerámica o escultura.

En materia de conservación y restauración del patrimonio edificado, ¿qué ejemplos señalaría como más relevantes en nuestro país?

En primer lugar, el grupo de las fortalezas coloniales, pues no lo hay en casi ningún país de América Latina. Hay fortalezas una, dos, o tres, pero el sistema de fortificaciones de la isla de Cuba es importantísimo, y yo creo que es un patrimonio edificado de alto valor.
El Castillo de la Real Fuerza inicia en 1577 el proyecto general para el sistema defensivo de la ciudad. Entre finales del siglo XVI y mediados del XVII se concluye la primera etapa con la construcción del Castillo de los Tres Reyes del Morro y el de San Salvador de la Punta, con el propósito de proteger la entrada de la bahía. La primera línea de defensa se completa con el torreón de San Lázaro, el Castillo de la Chorrera y el Castillo de Cojímar, además de otros torreones, polvorines y fuertes. En el siglo XVIII se completa el sistema con la construcción de las fortalezas de San Carlos de la Cabaña, y los Castillos del Príncipe y de Santo Domingo de Atarés.
Este cinturón defensivo creado para La Habana constituyó en su época el sistema más importante de Iberoamérica, y ha conservado su integridad hasta el presente.
Por su valor arquitectónico –nivel estético y funcional– y por la relación indisoluble con el Centro Histórico de La Habana, las construcciones militares que componen dicho sistema fueron incluidas en la lista de Patrimonio Mundial.
Por otra parte, están las grandes construcciones coloniales de los centros históricos, no sólo el de La Habana, sino en otras provincias: la antigua villa de la Santísima Trinidad, en el sur de la región central de Cuba, declarada en 1988 Patrimonio de la Humanidad, así como las siete primeras villas declaradas monumentos nacionales, además de otros componentes de la arquitectura cubana del siglo XX que han alcanzado también categoría de monumento.

Desde que fuera designada miembro del ICOM y de ICOMOS, ambas pertenecientes a la UNESCO, usted ha mantenido una estrecha relación con esa institución, que se prolonga hasta nuestros días. Si tuviera que rememorar los momentos más trascendentales de ese vínculo ¿cuál escogería y por qué?

Hay muchos procesos trascendentales en toda la evolución de la UNESCO y la mía como estudiosa de la misma. Pero, lo más trascendental que me sucedió fue cuando en 1982 el Centro Histórico de La Habana y su sistema de fortificaciones fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Éste fue el primer momento importante, porque el segundo resultó el caso de Trinidad, y el más actual, el Morro de Santiago de Cuba, que es una pieza única de la arquitectura militar del siglo XVII en el Caribe. Ambos declarados posteriormente Patrimonio de la Humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

En su momento, usted preconizó la creación de los museos municipales. ¿Cree que han cumplido con la función que se les había previsto como fuentes de cultura a nivel comunitario? ¿Conoce la experiencia de las aulas museos en el Centro Histórico?

Los museos municipales se empiezan a construir tras la aprobación de la Ley No. 23. Se hizo uno en cada municipio, donde han venido a resolver una enorme cantidad de problemas, sobre todo desde el punto de vista de la comunicación en esas comunidades. En los municipios, el museo hoy día es el centro de trabajo de los escolares, de los estudiosos de la historia y de toda una serie de personas que funcionan alrededor de esa institución, la cual les ofrece una variada información, como asistencia para sus estudios, además de placer, pues se hacen actividades recreativas. El museo ha cumplido una gran función en ese sentido.
Por otra parte, conozco las aulas museos del Centro Histórico. He visitado varias de ellas –incluso, con su creador, el compañero Eusebio Leal– y creo que son un acierto. Es decir, lo que surgió como una necesidad para que, en medio de la restauración, no se detuviera el curso escolar, se ha convertido ahora en una experiencia pedagógica válida que funciona maravillosamente bien. Los pequeños están en contacto diario con una u otra colección de arte, lo cual –además de instruirles– constituye una experiencia cultural enriquecedora. Los museos ponen sus potencialidades específicas en función de apoyar el proceso docente-educativo, mediante la promoción de talleres de artes plásticas, encuentros con los protagonistas de la historia contemporánea, aprendizaje de juegos tradicionales de otros pueblos de América Latina...

 ¿Considera, como algunos, que nuestro patrimonio cultural se encuentra amenazado?

Los patrimonios siempre están amenazados; es un peligro que corre no sólo el nuestro sino el de todo el mundo. Porque hay mucha gente inconsciente, que no tiene un sentido claro del valor de las cosas, y menos de su historia. Por eso, es tan importante la divulgación, la promoción, la difusión de lo que en realidad comporta el patrimonio cultural para la identidad y la vida de una nación. Es necesario que se haga hincapié en ello para sensibilizar a más gente sobre este asunto, porque muchas veces se pierden cosas, incluso no por hacer daño, sino por inconsciencia, por ignorancia... Siempre estamos amenazados de que haya una expoliación en algún monumento, por lo que tenemos que estar alerta para impedir que esto suceda. Es una función que debe asumir todo trabajador de la cultura, y buscar la manera de que aquellos que laboran en otras esferas puedan darse cuenta de cuando se cometen agresiones al patrimonio. He tenido experiencia de compañeros que, sin trabajar en esta rama, en un momento determinado prevén que puede pasar algo de ese tipo y nos avisan, porque están sensibilizados. Sí, estamos amenazados, y está amenazado el patrimonio de todo el mundo.
Hay muchas fuentes de amenazas, una de las más preocupantes es el uso de construcciones para cosas que no se avienen con el monumento. Hay personas y grupos que las saben usar, pero otros no. Se utiliza el edificio para algo, pero entonces lo adaptan a lo que quieren, en vez de ellos adaptarse al edificio. Y ahí es donde viene el peligro de que una edificación se pueda destruir por una intervención de ese tipo. Hay más, existe la Ley No. 2 sobre los Monumentos Nacionales; también funciona una comisión que la regula y aplica, pero las personas que cometen esos errores no consultan el texto ni a los especialistas.

¿Cuáles monumentos nacionales lamenta hayan desaparecido o no se hayan podido rescatar?

En particular, quisiera referirme a un lugar muy chiquito y no muy relevante desde el punto de vista patrimonial, pero que es importante por el interés histórico y local que tiene: hablo de lo que era el hotel Trotcha, que no se ha podido recuperar. Lo que queda prácticamente es ya un esqueleto, ubicado en Calzada casi llegando a Paseo, en el Vedado. Hay otros inmuebles que desgraciadamente se han perdido porque han estado en malas condiciones, o se han caído por el paso de los ciclones... pero en general, yo quiero decir que el Centro Histórico de La Habana es uno de los más completos que hay en América Latina. En él se puede ver la historia de la arquitectura en Cuba desde el siglo XVII hasta el XX. Se puede hacer un panorama de la arquitectura cubana en esta área. Hemos perdido algunas cosas que, aunque sea lamentable, no son representativas de una evidencia imprescindible en ese lugar. Todas las evidencias de todos los siglos que han pasado por La Habana, están ahí. Se han perdido algunas, pero hay otras.
He visto muchos centros históricos en el mundo y muy buenos. Por ejemplo, el de Roma, muy bien conservado; París, un gran centro histórico; en México (no tanto en el Distrito Federal) hay verdaderas joyas de conservación de núcleos, como Guadalajara, y se conservan elementos que no hay en otros lugares, incluidas las precolombinas, las pirámides... También en Perú, el famoso Valle de Nazca, Machu Pichu...
He trabajado en las presentaciones de los proyectos cubanos de La Habana Vieja, Trinidad y el Morro de Santiago de Cuba. Además, he colaborado con otros países en la exposición de sus proyectos. No obstante esos ejemplos magistrales, La Habana Vieja comparte con ellos su maestría.

¿Hasta dónde siente que su trayectoria como promotora de la cultura cubana ha sido debidamente reconocida?

Nunca he pensado si he sido o no reconocida. Lo importante es sentirse o no satisfecho; yo me siento satisfecha por mi trabajo, y creo que he sido reconocida.

¿Cuál considera su principal legado a las generaciones futuras?

Mi principal legado es haber creado un interés por los museos, la conservación del patrimonio y de los bienes, y por los antecedentes históricos. Cuando triunfó la Revolución había muy pocas personas que se ocuparan de esa labor y ahora hay muchas, y esto se empezó a promover en el Museo Nacional con cuatro o cinco compañeros. Entonces había, por ejemplo, dos restauradores, y ahora hay una infinidad. Se empezaron a formar en una escuela y hubo un momento de tener 45 restauradores en el Museo, todos muy bien formados, porque iban a estudiar a Polonia, a la URSS, Italia...
Ahora están también los que trabajan en el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (CENCREM) y los que estudian en las Escuela de Oficios de la Oficina del Historiador. Empezamos casi sin nada y, en este momento, hay un gran núcleo no sólo de interesados sino de ejecutores de ese trabajo, con gran oficio e interés. Ya han sobrepasado lo que nosotros le hubiéramos podido enseñar, ya saben más de lo que pudimos enseñarles en un momento determinado. Reitero, entonces, que no me duele haber dejado mi trabajo creativo, porque es un modo de proyectar la ideología de la Revolución a través de la cultura y de sus instituciones, que son las que han legado nuevas características a la identidad cubana.
Este trabajo muchas veces no se comprende bien, sobre todo por otras personas que quieren usar lo que nosotros protegemos. Eso nos ha acarreado muchos problemas y preocupaciones. Lo que más ansío es que la gente comprenda la importancia que tiene la protección de estos bienes, de modo que puedan llegar a las generaciones futuras y que no se destruyan. Es un trabajo muy difícil e incomprendido cuando se tiene que lesionar, sin querer, los intereses de otras personas e instituciones.
Ponerse de acuerdo para lograr un trabajo conjunto no es fácil, y creo que ésta es una labor que si no se hace colectivamente, no se logra. No es como el trabajo de un investigador en solitario, buscando algo en un microscopio... Tenemos que trabajar con muchas personas y, además, oír criterios también de otras; eso es muy difícil, esa colectividad a veces resulta difícil.
También nos ocupamos del patrimonio natural. En estos momentos hacemos un trabajo para incorporar a los museos municipales el estudio del medio ambiente y, como elemento fundamental, la biodiversidad, de modo que no sólo se protejan los bienes culturales, sino del hombre que vive en esa comunidad.
El museo tiene la responsabilidad de decirle a esa comunidad lo que significa la biodiversidad y su pérdida, lo que significa para los bienes que usufructúa y para él mismo. Por eso, se trabaja en la protección de los paisajes, de la imagen de nuestro país.
Mantenemos relaciones con instituciones como el grupo de Áreas Protegidas de la Academia de Ciencias y con el Instituto de Ecología y Sistemática, para que los museos tengan también dentro de su misión el promover y divulgar la protección de la naturaleza.
El patrimonio está vinculado con todo. Tenemos que ver con las bibliotecas, con el uso de los instrumentos musicales importantes, instrumentos que hayan pertenecido a músicos famosos... El patrimonio es la memoria y herencia de nuestras antepasados, de ahí que llevemos el registro de bienes culturales para protegerlos, con tal de que no salgan del país sin una autorización o evitar que intenten llevárselos en forma clandestina. Es una batalla difícil.
Hoy, por ejemplo, cobra actualidad el decreto sobre la cuestión de la salida de los libros, el cual habrá que volver a revisar, pues se hizo de primera intención tras comprobarse que se estaban sacando del país muchos libros de importancia.
Cuba es firmante de la convención de la UNESCO sobre el ilícito de bienes culturales y falsificación de obras de arte. Esto último nos lesiona mucho porque, primero, empobrece la imagen de un artista; además, desde el punto de vista económico, constituye una estafa, es decir, un delito común. Ahora queremos revisar la Ley No. 1 referida a la protección del patrimonio cultural, ya que no comprende cuestiones que resulta necesario incluir, como son las falsificaciones. Los nuevos tiempos han traído un alerta frente a fenómenos que nosotros anteriormente desconocíamos, pero que ahora se presentan y tenemos que reflejar en la ley para impedir que sucedan. Antes, nadie se robaba un cuadro porque no sabía el valor que tenía. La gente aprendió que poseer esas obras equivale a adquirir dinero sin tener que trabajar, y eso hay que penalizarlo.