Además de sumergir a su alumnado en el universo de los autores clásicos -desde Homero hasta Virgilio-, esta prestigiosa profesora e investigadora ha contribuido a comprender la necesidad de rescatarlos «no viéndolos en una torre, sino vivos en lo que hacemos, en nuestra cultura...»

 Junto a otros intelectuales reconocidos como Luisa Campuzano y Enrique Saínz, usted integró la primera promoción de la Escuela de Letras y, además, fueron los primeros graduados en la especialidad de Letras clásicas del país. ¿A qué se debió su motivación por esta rama de la Filología?

En realidad no tuve una motivación extraordinaria como algunas personas que dicen que desde pequeñas, pensaron estudiar una cosa determinada.Cuando cursaba la enseñanza media, quería estudiar Medicina, Química… Pero, en el momento en que abren la Escuela de Letras, había terminado el bachillerato,y matriculo en la especialidad de Francés. A la vez, estuve entre los alumnos que propuso y apoyó —a través de la Asociación de Estudiantes— que se creara la carrera de Historia del Arte, que también valoré estudiar. Desde el principio me gustó la lengua latina y, al tener muy buenos resultados, en la medida que fui conociendo el mundo grecolatino, aumentó mi motivación para estudiarlo más profundamente.

El que me dedicara especialmente a Grecia fue fortuito. Luisa Campuzano, mi compañera de curso, desde que matriculó estaba decidida a estudiar Clásicas y dedicarse a Roma. Entonces, se necesitaba alguien para Grecia, y opté por ella.

¿Cómo se produce su incursión en la docencia? ¿Cuáles profesoras (es) considera que fueron sus paradigmas: Vicentina Antuña, Camila Henríquez Ureña…?

Siendo estudiante fui propuesta para ser instructora no graduada y empecé a explicar Griego clásico, la primera asignatura que impartí. Después de graduada, nunca salí de la Universidad: me quedé trabajando como profesora de Griego, e hice un año de servicio social en la Universidad Central de las Villas, donde por necesidades del plantel daba Latín y, también, Literatura General I. A mi regreso seguí impartiendo esas asignaturas, pero ya hace muchos años que me dedico solamente al Griego clásico y su literatura.

No sólo Camila y Vicentina fueron mis paradigmas, sino todos mis profesores: un excelente grupo de intelectuales que ejercían como maestros. A diferencia de lo que ocurrió en las carreras técnicas, de ciencias exactas y Medicina —muchos de cuyos profesoresabandonaron el país después del triunfo de la Revolución—, en Letras tuvimos suerte: una gran cantidadde profesionales que antes no habían podido pertenecer al claustro pudieron entrar a la Universidad, entre ellos, José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre...

La propia Camila —que había tenido que irse durante tantos años a enseñar en Vassar College, Estados Unidos— había vuelto, trabajaba en el Ministerio de Educación, y podía al fi n ser nuestra profesora. Como fui del primer grupo que ingresó en la recién creada Escuela de Letras, gocé también de la enseñanza de Rosario Novoa, entre otros maestros, y de la Dra. Antuña, esta última ya dentro de la especialidad de Clásicas.

Cuando asumí la docencia, los tuve de modelos a ellos y a otros profesores más jóvenes como Graziella Pogolotti, Roberto Fernández Retamar, Adelaida de Juan... Encontré mi ideal en la Dra. Antuña, que impartía Clásica: para nosotros era la magistra, o sea, la maestra por excelencia, como siempre la reconocieron sus estudiantes, no sólo por su acuciosidad y rigor científicos, sino por ser ella misma un modelo de enseñanza, por su actitud ante la vida y, sobre todo, por su juventud ante el conocimiento. Se mantuvo siempre abierta, siempre nueva, y siempre enfocando las Letras clásicas no como algo muerto ni perdido, sino en su vigencia y contemporaneidad. Ésa ha sido quizá la lección más importante que aprendí de Vicentina y que he tratado de mantener.

La Dra. Henriquez Ureña fue mi profesora de Literatura General I y, gracias a sus enseñanzas, empecé a frecuentar el mundo de los autores griegos. Mi trabajo de diploma fue precisamente una propuesta sobre cómo enseñar la lengua griega.

¿Qué significado ha tenido para Ud. ser miembro de la comisión encargada de publicar las Obras y apuntes de Camila Henríquez Ureña, a quien la Dra. Vicentina Antuña calificara como «uno de los profesores de literatura más completos de nuestro continente»?

Para mí ha sido un placer y una especie de deber filial. Después de la muerte de la Dra. Antuña, me hice cargo de la Cátedra por la Lectura «Camila Henríquez Ureña» porque sentía que —de alguna manera— tocaba a mi generación mantener el recuerdo tanto de una como de la otra. Y también ha sido un gran placer, porque volver a leer los textos de Camila, pensar sobre ella, descubrir algunas cosas que no sabía… ha sido como volverla a ver de alguna forma. Escribir sobre su vida y obra ha sido una experiencia grata y enriquecedora.

Rosario Novoa decía «el profesor tiene que tener dos condiciones: conservar el amor a la vida y acordarse de que fue joven. Si tiene estas dos cosas, se lleva perfectamente con sus alumnos». ¿Cree usted cumplir con esas condiciones?

Creo que esas dos cosas no sólo son necesarias para el profesor, sino también para cualquier persona, porque a pesar de que la vida a veces nos trae muchos problemas, si una no tiene un proyecto, algo que hacer en lo que de verdad se sienta involucrada, pues realmente va muriendo, aunque esté viva.

Por otra parte, creo que es muy importante en el trato con los jóvenes, el recordar siempre cuando uno lo fue. Eso te evita tomar malas decisiones o te ayuda a asumir riesgos. Ahora, por ejemplo, los jóvenes licenciados han tenido que volver a ejercer docencia, y tú recordarás que hubo una época en que los adiestrados no daban clases.

Entonces pensamos que nosotros también lo hicimos cuando éramos, incluso, más jóvenes que ellos. Por ejemplo, yo tuve que dar clases de Griego cuando tenía 21 años. Quizás carecía de experiencia, a lo mejor hoy haría muchas cosas de manera distinta, pero en aquella época me preparé muchísimo. En mis primeros cursos, yo leía tanto, quería abarcar tanto… ahora he ido decantando. Quizás para los alumnos sea mejor; los abrumo menos. Pero aquél fue un período bueno para mí, que entonces creo— era mucho más exigente que ahora, pues con los años uno se atempera.

Teniendo en cuenta la importancia del estudio de la cultura griega en la formación de los futuros humanistas, de los filólogos…, ¿cuál es su valoración sobre los actuales planes de enseñanza de esta especialidad?¿Qué recomendaría a los jóvenes que se inician en esa profesión?

A pesar de que se hacen tristes pronósticos por la importancia que tienen las carreras tecnológicas y científicas, la enseñanza de Filología, de Letras, de Humanidades en general, es una necesidad para la
realización del ser humano como tal.

A veces se ha pensado que los estudiantes escogen estas especialidades por facilidad, pero yo creo que no. Estudiar Letras, dedicarse a las Humanidades, exige tanto del rigor, de la acuciosidad, de
la investigación... como cualquier otra carrera si se quiere hacer bien. Exige hasta un poquito más,  porque se trata de fomentar en otros el amor hacia la cultura.

En cuanto a los planes de estudios actuales, desapareció la Licenciatura de Letras clásicas y pasó a ser una especialidad dentro de la carrera de Letras, con asignaturas optativas que matriculan los  estudiantes con vocación o gusto por aquella rama de la Filología. Muchos de ellos se han especializado y, gracias a eso, en estos momentos tenemos un grupo como de ocho graduados que se están dedicando a las Letras clásicas.
También tuvimos una maestría en Filología Tradición Clásicas, bajo el prisma de que esta especialidad pueda desarrollarse mediante un sistema de postgrados y de cursos de extensión universitaria, los cuales son promovidos por nuestra cátedra.
Hay que leer literatura tanto griega como romana, y tratar de evitar el obstáculo que a veces supone para los estudiantes la longitud de algunas obras. Recuerdo cuando una alumna me dijo en clase: «¡¿Profesora... hay que leerse La Ilíada. Usted ha visto qué tamaño tiene el libro?!» A partir de ese momento les llevé una edición de bolsillo, para que ya nadie me dijera que dicha obra era muy voluminosa.
Una de las metas que ha tenido la Cátedra, y yo como profesora en particular, es tratar de romper con la concepción de que la lectura de un autor clásico es algo así como enfrentarse a un momento de
aburrimiento y pesadez.
Hay muchos textos de literatura clásica que recomendaría. Uno que no puede desconocerse es La Ilíada; tampoco la tragedia griega, y como dediqué mi tesis de doctorado a la comedia, me es imposible dejarla de lado......

 

Esta entrevista continua con otros aspectos junto a la profesora María Elina Miranda, descargue aquí el pdf del artículo para que la disfrute del todo.

por Karín Morejón Nellar
Opus Habana

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