La Orden de Oficial de la Legión de Honor francesa fue entregada el miércoles 26 de octubre al Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, por sus méritos en la restauración de la Habana Vieja y su labor a favor de los vínculos culturales entre los pueblos de Cuba y Francia.
La embajadora francesa Marie-France Pagnier impuso la condecoración a Eusebio Leal, quien en 1999 había recibido la Orden de Caballero.

Momentos de la imposición al Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler de la Orden de Oficial de la Legión de Honor francesa. Dicha condecoración se otorga a hombres y mujeres —franceses o extranjeros— por méritos extraordinarios realizados en el ámbito civil o militar. En la imagen de la izquierda la embajadora francesa Marie-France Pagnier junto a Eusebio Leal y el canciller cubano, Felipe Pérez Roque.


Como usted (embajadora) ha dicho, la difícil tarea que el restaurador tiene ante sí no es solamente la de mover papeles y restaurar edificios. Consiste en hallar un camino que —para nosotros— es nuevo en su totalidad y, sustancialmente único: proyectarlo como un desarrollo social sostenible, con participación comunitaria y en medio de un proceso histórico, que como el de la Revolución Cubana, ha abierto la posibilidad para este tipo de nobles y altos ejercicios.

Es cierto que resulta costoso porque cada obra que debemos iniciar requiere siempre una cuantificación material. Pero siempre creí —y creo— que resulta imprescindible mantener esa alegría y esa esperanza, que hace falta, esa otra fuerza infinita, poderosa, incontrastable, que es la relación de amor que se establece, entre el amador y el objeto amado, en este caso La Habana, la ciudad bella, la ciudad que siempre nos sorprende con su mundo interior, con su extraña espiritualidad, con su intensa mezcla de culturas y civilizaciones, que a lo largo de este tiempo, hicieron de este ardiente Caribe, siempre explorado, una especie de nuevo Mediterráneo americano.

Sobre esta realidad, Francia proyectó también, como otras naciones, su historia de vida, de carácter. Querámoslo o no, en tiempos cruciales de la historia en que todo estaba llamado a un cambio inexorable, flameaban sobre este continente los colores de la Revolución francesa, la voz de sus filósofos y pensadores que fueron leídos no sólo en las aulas de los ilustrados sino en el silencio recogido del seminario donde se acusaba a algunos preceptores de ser protagonistas del pensamiento de Rousseau, de los grandes pensadores de la Francia de la renovación y el cambio.
Pero esa Revolución que proyectó su fuerza incontrastable y contradictoria sobre toda Europa y sacudió al mundo, fue también capaz de abrir un camino para el continente americano, que en un nuevo discurso, en una nueva y proclamada Revolución de transformación y cambio, asistiría atónita a este acontecer.

Los aires de aquel proceso, la conmoción que produjo en toda Europa, la herida irreparable al viejo régimen, abrió el camino de la modernidad y entre sus creaciones estuvo precisamente esta condecoración. Es una condecoración difícil, y puede hablarse de ella en la luz y en la sombra. Puede hablarse de ella en el momento en que la luz regresa porque así fue llamado el tiempo del siglo en que fue creada: Siglo de las luces. Alejo Carpentier, cuyo centenario celebramos recientemente, fue quizás uno de los deudores más intensos de este legado. Su novela El reino de este mundo, por ejemplo, es una de sus más bellas y pequeñas creaciones que canta al eco de la Revolución Francesa en el continente americano, en el espectáculo insólito del Haití revelado, en el drama de la Legión francesa extraviada en el mundo tropical, y la voluptuosa y bella hermana de Napoleón, viviendo el extraño y raro designio hasta hoy.
Pero está también en El siglo de las luces, la obra que tiene como punto de partida un rincón de La Habana, un diálogo insólito entre una joven aficionada al pensamiento, su hermano y un ilustrado que llega en barco, como siempre han de llegar las cosas a Cuba, las buenas, las mejores, las peores, siempre vividas de cara al mar.


Fragmentos de las palabras de Eusebio Leal Spengler, al agradecer la imposición de la Orden de Oficial de la Legión de Honor francesa.






Señor Historiador,
En la Historia y el pensamiento, Fernand Braudel es su cómplice. A través del tiempo, los libros y las calles lo saludan junto con nosotros en este día en que Francia lo honra a usted.
La Historia, es una ciudad con sus palacios, sus iglesias, sus casas, sus alcantarillas, su puerto y sus calles.
La Historia puede caerse en ruinas cuando no es habitada, construida, restaurada y mantenida.
Desde hace 38 años, usted es aquí el arquitecto de esta Historia. Con su equipo, que saludo igualmente y que Francia honra al honrarlo a usted, usted devuelve al tiempo su memoria y a las piedras su sonido.

Para no olvidar.
El olvido es la tumba de los muros.
Con frecuencia me pregunté si un día conocería la identidad del «farolero» de Pequeño Príncipe de Saint-Exupéry. Desde que estoy en La Habana, sé que ése es usted.
Usted, Estimado Eusebio es quien, apasionadamente, incesantemente alumbra la mecha de esas señales de la civilización que son calles y manzanas; es usted quien planta y peina banderas que sirven para orientarse por el camino de los símbolos y los hombres.
La ciudad nació al borde del Mediterráneo. Aquí, gracias a todos aquellos que la construyeron, ella habla un idioma a ningún otro parecido.
La ciudad es el libro de la humanidad. Cuando ella se hunde en la ignorancia y los escombros, al libro con ella lo queman, lo violan, lo exterminan.
Este libro, la ciudad, escrito hace ya millones de años antes de Gilgamesh y la Biblia, es el orden espiritual y político que el hombre ha establecido sobre la tierra y dibujado sobre las piedras.
Llamada a desempeñar alta funciones en la vida de la comunidad, esta ciudad es forja en que el Arte se concibe, los hombres y los productos circulan, los idiomas se intercambian.
Eusebio Leal, usted es un «pasador», un constructor y un caballero —hoy debo decir Oficial— que, como los arquitectos de San Giminiani, conservan el vino, tamisan la arena, protegen a los niños, organizan la circulación de las calles, las ideas, los mercaderes y los poetas.
Cuando se conoce lo que usted hace —¿se puede pretender saber lo que hace Vulcano?— tenemos una idea más exacta de a qué puede semejarse la eternidad: es esta Historia tan majestuosa, tanto en las catedrales como en las canciones callejeras.
Es el partido que usted ha tomado: preocuparse por las puertas del Palacio como por el bienestar de las gentes, el paso de las carretas, los muros de la muralla o el nido de los pájaros que allí viven.
Nos sentimos particularmente orgullosos de haber creado —conjuntamente con usted y con el apoyo de nuestro amigo Orestes del Castillo— la Bienal de Arquitectura de La Habana, lugar de intercambios, laboratorio de proyectos, taller de piedra y madera.
Permítame hacer un voto: estar a su lado próximamente para festejar la restauración del malecón, ver elevarse nuevos edificios, organizar nuevos planos urbanísticos de jóvenes arquitectos y apreciar el uso moderno de los residuos industriales.
Estamos listos para crear junto a usted una cátedra de arquitectura «Charles que recompensaría a los laureados de concursos que se efectuarán a partir de la Bienal del 2006. Estamos igualmente listos para estudiar con usted la posibilidad de poner en marcha un programa de becas sobre el patrimonio.
Señor Historiador, usted ama a Napoleón, las Luces y la Toma de la Bastilla. Ama las noches en Italia y los prodigios que la Médicis ha llevado a cabo entre nosotros. Usted ama a Victor Hugo cuando escribe la Leyenda de los Siglos y dialoga con Martí.
Nosotros somos sus modestos admiradores, servidores y embajadores en esta hora en que, con los que lo rodean y lo aman, Francia lo nombra Oficial de la Legión de Honor.


Palabras de Marie-France Pagnier, embajadora de Francia en Cuba, en la ceremonia de imposición de la Orden de Oficial de la Legión de Honor, que se efectuó el miércoles 26 de octubre de 2005.

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