Diecisiete lienzos integran la exposición «Islas», del pintor Roberto González, que se exhibe hasta el mes de mayo en la galería La Acacia. Sobre la muestra afirma en las palabras del cátalogo Manuel Fernández Figueroa, «a lo largo de toda la exposición se observa como el pintor va tendiendo a la simplificación de las formas y del contenido para llegar a una conclusión final: ante la soledad es necesaria la reflexión, el tesón y la esperanza. Ningún hombre es una isla».

Una vez observada la pintura, brota la concepción real que el creador pretende hacernos llegar. La imagen es introspectiva, intenta dar una mirada hacia dentro, la del propio creador y, por supuesto, la del espectador. Este puede ser partícipe de las demandas del creador y de su propia labor indagatoria.


«Nadie es una isla, completo en sí mismo;
cada hombre es un pedazo de continente,
una parte de la tierra».
Vociones sobre ocasiones que afloran»
Meditación XVII (1624)
John Donne
 

 
 Pequeñas lagunas (2007). Acrílico sobre lienzo (90 x 112 cm).
No conocía nada sobre el poeta John Donne (1572-1631) hasta que leí la obra homónima de Ernest Hemingway (1899-1961) Por quién doblan las campanas (1940) una ficción épica sobre la guerra civil española. El exergo que encabeza estas líneas, marca también el inicio de la novela. Me llamó tanto la atención que busqué, para entonces no existía el beneficio de Internet, algo más sobre este creador. Entonces descubrí que, aunque sus textos partían de la metafísica era, hasta cierto punto, un artista conceptual, de esos en que la percepción combina un objeto (la imagen) y una idea (el significado) formando, de esa forma, una metáfora que establece a su vez una relación sorprendente, por lo extraña y en ocasiones infrecuente, entre ambos elementos.
Sin embargo, Roberto González (Ciudad de la Habana, 1972) desconocía a Donne hasta que se lo mencioné, una tarde en que hablábamos animadamente sobre las obras que conforman su más reciente exposición «Isla». Cuando comencé a observar los lienzos, fue precisamente su nombre lo que vino a mi mente.
Roberto es un joven artista, no envanecido por el éxito. Su obra ha pasado, en varias ocasiones, por los salones de audición de las más importantes casas subastadoras, Sotheby's y Christie's, en París y en Nueva York. No obstante, para él eso es un compromiso con su propia obra. «Es un estímulo para continuar... siento más responsabilidad con mi obra... ahora me creo más comprometido...  no me sobrevaloro para nada... es que aún no concibo como la obra ha podido lograr esas conquistas», son los argumentos que esgrime ante mis requerimientos. Y es cierto, no hay engreimiento ni en su actuar ni en su labor creacional. Esta muestra lo confirma.
 
 Ay! Aurora (2007). ACrílico sobre lienzo (100 x 80cm).
Acostumbrados a sus abigarrados cuadros figurativos, nos encontramos con obras que manifiestan una tremenda economía de recursos, con un sentido minimalista en su concepción. Aunque la gama de color se mantiene, este se revela como contenido, menos festivo, pero aún siendo un protagonista importante dentro del concepto general. Una vez observada la pintura, brota la concepción real que el creador pretende hacernos llegar. La imagen es introspectiva, intenta dar una mirada hacia dentro, la del propio creador y, por supuesto, la del espectador. Este puede ser partícipe de las demandas del creador y de su propia labor indagatoria.
El propio título de la exposición encierra este concepto. Como expresara el escritor cubano Virgilio Piñera (1912-1979) en su poemario La isla en peso (1943): la maldita circunstancia de la insularidad es algo que marca en gran medida la soledad. Pero el propio Roberto sanciona que este sentido brotó de su propia búsqueda, no fue nada planeado. La soledad es una posibilidad de meditación, de percibir mejor las cosas, de distinguirlas con mayor claridad. Esa es la esencia que se desprende de las telas que pone a nuestra consideración.
Aunque es un tema cosmopolita, determinado en gran medida por la alienación provocada por la globalización neo-liberal, es una trama no ajena a nuestro país, de ahí que, aún cuando la cuestión no se circunscribe al medio nacional, hay obras que así lo expresan. En El mejor amigo la figuración central es el malecón habanero, donde un perro otea el horizonte, acompañado de una figura omnipresente, sin reflejo de sombra y transparentándose. En ¡Ay, Aurora! se hace referencia a la conocida melodía popular y también a la empresa que se ocupa de la higienización de gran parte de la ciudad. Hay problemas a los que no se puede permanecer ajeno, la desnudez del mundo y las crisis de valores también nos afectan. Por eso la visión secuencia1 de esta serie, se convierte en alegoría de la soledad, del desarraigo del mundo contra el mundo, en gran medida, en un reflejo del espíritu de nuestro tiempo. El proyecto estético que ha conseguido desarrollar se aleja de la figuración y evoca diferentes significaciones abstractas, pero no siguiendo una usanza, el mismo confirma que lo abstracto está de moda, sino para quitar importancia al fondo y dar más relevancia a la imagen.
 
 Pescando ilusiones (2007). Acrílico sobre lienzo (100 x 124 cm).
La autoreferencia es otra cosa que salta a la vista. El creador expresa que tampoco fue algo deliberado, las primeras obras de la serie recogen el reflejo de otra figura, hasta que él mismo tiende a reseñarse, que no a retratarse, y de ahí nos salta otra pregunta: ¿Te sientes solo y cansado? Su respuesta no se hace esperar y es contundente: No. De ahí que la propuesta del artista, sea el cuestionamiento a una problemática de gran incidencia en las sociedades de hoy, un motivo de meditación en la búsqueda de soluciones, la ínfima figura del pescador que se enfrenta a la disyuntiva en Pequeñas lagunas o de su similar, sentado al borde de la fruta Pescando ilusiones. Esa es otra conclusión a la que arribamos: pueden existir los problemas pero si perseveramos, encontraremos soluciones.
Por último, aunque de importancia relevante, es la utilización de la luz. Sabemos que es gran admirador de Velázquez (1599-1660) un icono no solo en su época sino a lo largo de toda la historia y de Caravaggio (1573-1610) y como ellos es complejo, barroco, aunque muy claro, no obstante estar poblado de esos ecos lejanos. Es la absoluta voluntad del artista que la luz, en sus obras, no suavice las formas sino por el contrario, que cree fuertes contrastes que ayuden a dirigir la mirada del espectador, estableciendo zonas de misterio dentro de la propia imagen central. Estructura, ritmo, color y luz... nada dejado al azar, una combinación específicamente conceptual y plástica.
A lo largo de toda la exposición se observa como el pintor va tendiendo a la simplificación de las formas y del contenido para llegar a una conclusión final: ante la soledad es necesaria la reflexión, el tesón y la esperanza. Ningún hombre es una isla.

Manuel Fernández Figueroa

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