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Durante un mes estará abierta la exposición «El lado oculto de lo real» del pintor Osvaldo García, inaugurada este miércoles 13 de abril, en la galería interior del Palacio de Lombillo. Conformada por lo más reciente de su creación artística, la muestra está dedicada fundamentalmente al dibujo sobre cartón con técnica mixta.

En la galería interior del Palacio de Lombillo podrá apreciarse esta exhibición de García, que evidencia un desarrollo progresivo de su modo de hacer, al que ha sumado otros elementos formales.

Osvaldo García: otro de los dinosaurios cubanos

Momento de la inauguración de la
exposición «El lado oculto de lo real»,
este miércoles 13 de abril, en la
galería interior del Palacio de Lombillo.
De izquierda a derecha, César Leal,
el pintor Osvaldo García, la
curadora Noemí Díaz Vilches
y la museóloga Dainerys Peña.


Osvaldo García y yo somos amigos desde hace la friolera de 47 años. Ambos pertenecemos a la primera generación de alumnos de artes plásticas que se graduaron en la Escuela Nacional de Arte, en 1968. Esta escuela, fundada a principios de los 70, y la aplicación de su nuevo sistema educativo constituyó, al igual que las transformaciones sociales derivadas del naciente proceso revolucionario, una necesaria innovación dentro de la enseñanza artística que se aplicaba en la antigua San Alejandro, y en otras escuelas dedicadas a las disciplinas contenidas dentro de las artes plásticas.
Osvaldo García, émulo de quienes lo precedieron, intenta continuar el desarrollo peculiar de aquella generación que, parodiando a Martí, incorporó el mundo al país, pero siguió fiel a las esencias de este, a través de los auténticos y nutrientes jugos de la savia del árbol primigenio de la cultura nacional. De ahí que me atrevo a catalogar a Osvaldo como uno de nuestros mejores «dinosaurios». A él no le preocupa que las llamadas instalaciones artísticas sean el plato fuerte de la competencia para llegar a ser incluido en algunos de los espacios del Gran Mercado del Arte. Osvaldo comete la virtuosa imprudencia de tratar de ser él mismo y no parecerse a otro, como debería de ser la máxima de todo aquel que quisiera convertirse en un CREADOR.
Con esta nueva muestra de obras de Osvaldo García, «El lado oculto de lo real», se confirma que la denominada pintura tradicional —La Gran Pintura— no está muerta, sino que aún cuenta con calificados adeptos que encuentran en ella los elementos necesarios para su estabilidad como tal: es decir, las posibilidades técnicas, expresivas y emotivas que ella todavía propone y resuelve, con todas sus características y virtudes innegables.
Osvaldo nos presenta con todo su esplendor, una realidad adecuada a su propia personalidad humana e interés artístico, la que existe porque él la crea y añade a la realidad total. La configuración de la sensualidad  formal que él ha incorporado al  patrimonio visual y nacional de las artes plásticas; así como su elaborada concepción del dibujo, imbricada con el color, me convence a catalogarlo como uno de los mejores dibujantes y pintores cubanos de todos los tiempos.
La técnica y disciplina del dibujo se ha visto expelida  del quehacer cubano de esta época, ya que la vulgarizada comercialización del citado mercado del arte ha impuesto sus frívolas exigencias económicas a la interiorización espiritual por parte del espectador, lo que es consustancial al arte. Se nos ha obligado a ajustarnos a la primera impresión que presenta la obra, y no reconciliarnos con las asimilaciones que más perduran en el tiempo, lo cual es un atributo del arte más universal e imperecedero. Por ello, es necesario que nos impliquemos en el rescate del dibujo, ya que es una disciplina imprescindible para cualquier realización material, y para expresar los más hondos contenidos del ser humano y su vida en general: antes de construir, dibujamos.
Por todo ello, y mucho más que resultaría arduo sintetizar en este espacio, la importancia de la obra de Osvaldo García para todos los cubanos, debería de ser tan promovida y divulgada como la del grupo de artistas más reconocidos institucionalmente, aunque la suya no sería la única que lo mereciera: sería un primer paso hacia el cumplimiento de la justicia, dentro de  la memoria cultural histórica nacional.

 

Lic. César Leal Jiménez
(Palabras de inauguración de la exposición)


La emoción extraña del mundo

De la serie El lado oculto (2010). Óleo
y pastel sobre cartón (80 x 120 cm).

Hace algunos años, cuando descubrí la obra de Osvaldo García, hallé al pintor dentro de un tránsito creativo a punto de llegar a su fin, o, para expresarme con exactitud, a punto de constituirse en otra parcela o fase de su mundo. Osvaldo estaba, según lo vi entonces, acumulando energías con la intención de dar una especie de salto. Se encontraba tan tenso como un arco a punto de disparar su flecha. Ahora, situado a mi modo de ver en la frontera de su propia creación, él ha dado ese salto y ha descubierto de nuevo que dicho mundo es el de la libertad de las formas y el de la reinvención de la figura humana.
La significación preponderante de las formas puras es una idea que se articula muy bien con otra, practicada por él sin teorizaciones estériles: en el principio no había nada definido, ni contornos, ni identidades ni figuraciones cotidianas. Manchas de color, trazos sinuosos e insinuantes, eran y son suficientes como puntos de partida, y, en ocasiones, como puntos de llegada. Y, muy en secreto, o de manera inconsciente, todo esto se deriva de un razonamiento básico: la nitidez o falta de nitidez, la ausencia o no de referentes distinguibles, son valores que pertenecen a un mismo orbe creativo. Porque ese orbe es único, como la realidad.
Osvaldo García sabe muy bien que automatizar la referencialidad formal (o sea, identificar de continuo cosas de la realidad que están dentro de la pintura) es una práctica que corre el peligro de convertirse en cerrazón y agotamiento. Él se entrega a lo que un día denominé «automatismo controlado», un modo de crear que gobiernan las pulsiones vitales, el sueño y los avisos del inconsciente. Las formas van dispersándose y extendiéndose y él las sigue de cerca, las fomenta, las cuida, hasta que surge algo que se equipara a lo real, lo determinable, sin que por ellos tengamos o podamos decir qué es. Y si en el centro, como principio activo, hay una figura humana, o pre-humana, o post-humana, tampoco estamos en la obligación de definirla. Osvaldo García no es un pintor realista al uso. Es, en todo caso, un realista de lo esencial, y ya sabemos que las esencias, al estar lógicamente des-encarnadas, son libres en cuanto a su carácter de representaciones.
Por esos motivos su obra dialoga con una profundidad de lo real que no podemos ver con facilidad. Una hondura en la que viven algunos arquetipos: la fealdad moral, la duda, la trasformación somática, el miedo, la belleza, la inocencia o la muerte. De ahí que, en estas obras, y por lo general en toda su trayectoria, la figura humana sea campo de batalla y espacio natural de todas las metamorfosis que apuntan hacia dos Comienzos Primordiales: el Bien y el Mal.
Osvaldo García expresa la emoción extraña del mundo, el deterioro de los sueños, la belleza melancólica y fantasmal de ciertas realidades de todos los días, y se aposenta y acomoda así —con soltura, auxiliado por una destreza técnica sorprendente— en una comarca que cada día es más propia, más suya. Su obra exhibe la vulnerabilidad intrínseca del sujeto con sus batallas incesantes, y por eso es de un humanismo entrañable.

Lic. Alberto Garrandés
(Palabras al Catálogo de la exposición)