El historiador, profesor e investigador, Premio Nacional de Ciencias Sociales en el año 2000, Dr. Eduardo Torres Cuevas, se convirtió el miércoles 14 de marzo de 2007 en el miembro número 23 de la Academia Cubana de la Lengua, en ceremonia realizada en el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana.
La Academia Cubana de la Lengua cuenta con un nuevo miembro, el destacado historiador Eduardo Torres Cuevas, quien ha ingresado a un cenáculo de personas unidas que laboran por la preservación de la palabra.

 
 En el discurso de elogio, el Historiador de la Ciudad expresó sobre el historiador, profesor y ensayista Eduardo Torres Cuevas: «Siempre he creído que de nuestra generación  de historiadores, él es el primero. Es difícil decirlo, porque por lo general, en nuestras pequeñas querellas y en la natural búsqueda del protagonismo individual, solemos elogiar a los que ya se han ido; pero somos más parcos con los que nos acompañan».
En sesión pública, extraordinaria y solemne, celebrada en el Aula Magna del recién instalado Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, el historiador, Dr. Eduardo Torres Cuevas recibió el diploma y la medalla acreditativos como el miembro número 23 de la Academia Cubana de la Lengua, de manos de su presidente, el Premio Nacional de Literatura, el periodista y escritor Lisandro Otero.
Este miércoles 14 de marzo se efectuó la emotiva ceremonia, la primera de su tipo realizada en este Paraninfo, en cuya pared principal hay una réplica del primigenio escudo universitario y, en las laterales están colocados, sendos óleos del pintor cubano Armando G. Menocal a Enrique José Varona y a José de la Luz y Caballero, dos personalidades imprescindibles en la historia de la enseñanza superior de la Isla.
Varios invitados estuvieron presentes junto a los académicos de número Miguel Barnet, Luisa Campuzano, Sergio Valdés Bernal, Enrique Saínz, César López, Pablo Armando Fernández, Ambrosio Fornet, Rogelio Rodríguez Coronel, Margarita Mateo, monseñor Carlos Manuel de Céspedes y Abelardo Estorino, así como el académico electo Reynaldo González.
En el discurso de elogio, el Historiador de la Ciudad y también miembro de número de la Academia, Dr. Eusebio Leal Spengler, expresó su particular satisfacción porque, dijo, recibirlo –a Torres Cuevas– supone un reconocimiento de los valores de alguien que es un «maestro de la cubanía, un hombre de palabra».
Resaltó las cualidades como pedagogo del también presidente de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana, junto a quien, precisó, «hemos perseverado en la esperanza de que nuestra enseñanza, en este caso su enseñanza, se transforme y encarne en esta y otras generaciones».
Más que un discurso, según confesó en las palabras iniciales, Torres Cuevas hizo una reflexión sobre la historia y el pensamiento cubanos. Al hablar, calificó el ingreso a la Academia Cubana de la Lengua de momento especial de su vida y reconoció la influencia recibida en su formación de parte de historiadores como Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, profesores suyos cuando cursaba el nivel medio.
Igualmente tuvo palabras de elogio para el primer Historiador de la Ciudad de La Habana, el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, y para lo que consideró dos de sus obras fundamentales: Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos y la Historia de la Enmienda Platt.
 
 El presidente de la Academia Cubana de la Lengua, Lisandro Otero (al centro) destacó la trayectoria profesional y algunos de los más importantes aportes historiográficos de Eduardo Torres Cuevas (izquierda): Premio Nacional de Ciencias Sociales (2000), Presidente de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz (Universidad de La Habana), director de la revista debates Americanos y de la editorial Imagen Contemporánea.
Entre sus obras bibliográficas se encuentran Antología del pensamiento medieval (1975), La polémica de la esclavitud. José Antonio Saco (1984), Obispo Espada. Ilustración, reforma y antiesclavismo (1990), La historia y el oficio de historiador (1996), así como sus estudios sobre la historia de la masonería y de aquellos relativos a la iglesia católica.
En el recuento y reflexiones no faltaron Herminio Portell Vilá, Ramiro Guerra, Manuel Moreno Fraginals, Julio Le Riverend, Juan Pérez de la Riva... Juan nos enseñó el valor de estudiar el dato, la cifra, «nos ayudó a ser más científicos, a darle a la historia un contenido más científico». Exaltó los valores de Don Fernando Ortiz que, a su juicio, creó un método para estudiar la sociedad cubana, no sólo como historiador, sino también como lingüista, antropólogo, etnólogo..., por medio del auxilio y la interrelación de disímiles disciplinas.
Torres Cuevas alertó sobre la importancia de separar lo que consideró dos conceptos de moda: memoria histórica e identidad. En su opinión, el primero es redundante porque, explicó, la memoria es algo que una vez se estudió y, si no se estudió el hecho, es imposible que haya memoria. Por eso, de acuerdo con esta valoración suya, la historia completa la memoria, que no se hereda sino que se desarrolla.
Para el recién aceptado académico número 23 de la Academia Cubana de la Lengua, la función actual de los historiadores es contribuir a crear la memoria, sobre todo en los jóvenes que frisan los 20 años y que carecen de ella, dijo. Ese es el reto que debemos enfrentar: en cada generación hay que crear la memoria, su memoria, ponderó, para luego comentar su noción de identidad que, en el caso de los cubanos, es la cubanidad, precisó.
El autor de, entre otros volúmenes, Antonio Maceo. Las ideas que sostienen el arma y Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y con-ciencia cubanas, dijo que «el historiador no juzga, en todo caso será juzgado. El historiador sabe que él sólo pone ladrillos en un edificio que otros continuarán construyendo». Por eso, la obra del historiador siempre será superada. «Si lo que yo he podido hacer contribuye a que las nuevas generaciones me superen, entonces mi trabajo fue bien hecho», concluyó.
Redacción Opus Habana

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