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 Para homenajear el 485 Aniversario de la Fundación de la Ciudad y los 35 años del Museo de Arte Colonial, el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler dejó inaugurada la exposición colectiva «Habana, cromo de una época», de los artistas Isavel Gimeno, Nelson Domínguez, Pedro Pablo Oliva y Aniceto Mario Díaz.
Inaugurada el 11 de noviembre, en esta muestra los cuatro artistas convocados exhiben algunas de sus obras recientes para agasajar a esta ciudad, que los ha acogido como hijos ilustres.

 Como un guardián de la memoria, el Museo de Arte Colonial se ha acercado a su 35 aniversario en este año. En él se reflejan, con los elementos simbólicos de la cultura de los siglos XVIII y XIX, el modo de vida de esa sociedad.
El Museo pretende legitimar mantener y reproducir esos vestigios, al mostrar las costumbres y el poder adquisitivo de las acaudaladas familias del sector de la alta burguesía habanera.
Cada objeto presente en el Museo tiene su raíz propia y es producto de una cultura o el cambio de una nueva expresión formal de la época, de aquí que las colecciones de muebles, cristales, porcelanas, sean símbolos representativos del lujo, ostentación y buen gusto de la burguesía criolla de esos siglos.
 Esta casa se corresponde con la arquitectura doméstica del siglo XVIII y se caracteriza por haber recreado a partir del montaje realizado, el ambiente de los palacios y residencias de la capital que dan la atmósfera de ese momento.
A modo de onomástico a tan prestigiosa institución, hemos reunido a cuatro artistas de la plástica cubana representativos de la década del 70 que se unen para homenajear el 485 Aniversario de la Fundación de la Ciudad y el 35 Aniversario de la inauguración de este Museo.
Para las metamorfosis y sucesos surreales basta con Aniceto Mario Díaz, en sus personajes, su lugar de origen espera en otro plano, ahí donde no existen las fronteras. Maestro de la cerámica y del expresionismo, logra que sus rostros dialoguen con quien les mira, están vivos, con la armonía y misterio de quien quiere permanecer en el recuerdo de aquel que le contemple. Isavel Gimeno, sencilla, delicada como ella, es su pintura, onírica, llena de ternura. La identidad sigue siendo su quimera, mirar atrás, a los ancestros, su oficio de lujo. Las parejas, la vida idónea en comunión, un universo idílico plagado de energía positiva nos hace recordar cuando nuestras abuelas se mecían en una comadrita, mientras sus manos laboriosas y hábiles realizaban algún bordado o tejido.  Irrumpen la sala estas refinadas damas entre pericones y peinetas, de gran suntuosidad, sinónimo de la elegancia de la mujer cubana gracias a la destreza de Nelson Domínguez, artista que logra que nuestras miradas transiten a través de los grandes salones habaneros, colmados de espejos, peinetas y abanicos en manos de las elegantes damas de la alta sociedad habanera de la época. Este persistente hacedor de imágenes magnifica su mensaje apasionado en su afán siempre de búsqueda. Al investigar el punto de partida y la desazón del hombre, encontramos a Pedro Pablo Oliva que proclama su sentido, su razón y su meta, en un mundo arbitrario lleno de símbolos. Entre leyendas, fábulas, sueños con ideas reales y comunes a nuestro contexto nacional, prevalecen siempre la poesía en su línea, invariablemente tratando de vincular su vida con la creación para no repetirse en cada una de sus obras. Así su crónica es lo que trasciende en su cubanía.
Estos amigos, compañeros de curso, conciertan un reencuentro en la hermosa tarea de agasajar la Ciudad de La Habana, que los acoge como hijos ilustres.
Cada cual busca la mejor manera para ejecutar su propio exorcismo.
Ellos abordan una poética mayor, relacionada con su contexto histórico, que va deslindando en diferentes lenguajes, todos derivados de la misma matriz, al navegar en las azules aguas de la Isla en la barca de los Setenta.