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 Aguadas, óleos e instalaciones integran la exposición «El corazón de la ciudad», de la artista Adela Herrera, que el lunes 15 de noviembre quedó inaugurada en el Hotel Palacio O’Farril, a propósito del 485 aniversario de la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana.
Con los colores de su distintiva poética y a través de varias técnicas, el resultado de la obra de esta creadora es una suerte de penetrante mirada a la vida de las cosas, más que a las cosas de la vida.

 Desde el centro de esta capital azul y nostálgica de voces, costumbres y olvidos, nos devela/revela la multiartista que hoy redescubrimos para seguir admirando su vasto quehacer.
Sí, porque una vez más Adela–fantasmas y desgarramientos mediante, provista del ajiaco de Fernando Ortiz y el todo mezclado de Nicolás Guillén–, nos deslumbra con su ubicua macrocreación que le permite dibujar, pintar, modelar el barro, instalar y, siempre, por fin, soñar este ámbito con escrutadora pupila, fiera pasión e irónica ternura.
Tales señales identifican el conceptualismo estético que –tal marca de su genuina labor en el rico concierto de nuestra plástica– ella urde infatigablemente desde su borgiana azotea, para ahora entregarnos con su personal impronta una dimensión otra del corazón de su amada ciudad tan traída y llevada por disímiles creadores en los más diversos soportes (pintura, cine, video, multimedia, teatro, poesía, novela, cuento, ensayo…), sólo que muy pocas veces, como esta ocasión, con tanto acierto.
 Con los colores de su distintiva poética (azul, rojo, ocre…) y a través de varias técnicas (aguada, óleo, técnica mixta e instalación), el resultado es una suerte de penetrante mirada a la vida de las cosas, más que a las cosas de la vida. Aquí están, ya desde los títulos, sus alusiones/elusiones: La conciencia, Iván El Terrible, Edificios múltiples, La cabalgata del Niágara, Fresa y chocolate,Las bodas de San Isidro, La espera… En fin, todo un catauro donde arrumbar frustraciones y dudas, tristezas y perecederas alegrías, acaso señales de nuestro amor por la ciudad que, gracias a su excelente muestra, se me antoja –virtud de su creación– la penetrante vivisección de una compleja realidad abordada con querencia y saudade, esa nostalgia/melancolía de quienes optamos por un ámbito de vetustas murallas y polvosas calles, de angustia y poesía: este lugar que, a pesar de tanto y de todo –para decirlo con Eliseo Diego– resulta, ya para siempre, el sitio en que tan bien se está.