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 Tras recorrer la exposición «Laberintos», de Rafael Navarro Miñón (Las Palmas de Gran Canaria, 1945), se tiene la convicción de que es posible la existencia de una poética de la plástica o de una literatura pictórica.
Letra e imagen sirvieron para que el público cubano se familiarizara con la obra de este arquitecto devenido una suerte de poeta-pintor o pintor-poeta.

I. Corría el año 1896. Los dos hombres llegaron al laberinto poco después del comienzo del anochecer. El sol llegó a reverberar unos instantes en la puerta situada en su extremo más occidental. No dudaron, esa era la entrada y sin prever otra eventualidad, penetraron por ella.
Tal es el engarce que se encuentra entre textos, pinturas, esculturas y grabados que integran esta muestra instalada, de septiembre a octubre, en el recién remozado tercer piso del Claustro Norte del Convento de San Francisco de Asís, institución que celebra este año el noveno aniversario de su apertura como museo de arte sacro, sala de concierto y de exposiciones.
Al hablar en la inauguración, el Historiador de la Ciudad encomió la labor de Navarro Miñón, quien –dijo– en el campo del diseño tiene una manera muy personal de plasmar las formas, de reflejarlas… «Con regocijo, proclamo esta jornada como el día de las islas: de las islas del lado de acá y del lado de allá», agregó el orador.
 II. Traspasado el umbral recelaron ante la primera bifurcación. La elección fue largamente meditada: tomaron el camino que se mostraba a la izquierda; el más ceñido y, con certeza, según discurrieron, el único destino. Sin embargo, la sala a la que les condujo estaba vacía.
Son ocho los laberintos que debe sortear el espectador en la exposición que trajo a La Habana este artista, con una trayectoria que incluye –además– un loable trabajo como fotógrafo, distinguido en distintas ocasiones en concursos nacionales (Televisión española); regionales (gobierno de Canarias) y locales (Cabildo de Gran Canaria, Agrupación fotográfica de Gran Canaria, entidades comerciales…).
 III. Alexis Nathaniel, tenaz y siempre fiel aprendiz, se dirigió a su admirado maestro, el pintor G. F: Watts. Estamos confundidos, dijo cauto. Watts asintió y volvieron, sin posibilidad de equivocarse, sobre sus calculados pasos. La vereda en su sentido inverso se tornó cambiante.
Un importante aliento para su labor literaria recibió en 1997 cuando, su novela Don Carmelo-Estoy muerto, resultó finalista en el certamen Alba-prensa Canaria. Cuatro años después se proclamó ganador del primer premio de relato corto, «Brevísimo que es Esdrújulo».
A la lista de reconocimientos se sumó en diciembre de 2001, el primer premio de grabado (Beca-Edición) otorgado por el Cabildo de Gran Canaria por la obra titulada 7 Textos Apócrifos, presentada y expuesta en el Centro Insular de Cultura y comercializada en el Centro Atlántico de Arte Moderno.
IV. El lugar del que habían partido ya no era el mismo. Nunca habían estado allí. Muros de adobe, de piedra, de gigantescos sillares. Unos, arruinados, apenas sobresalían del suelo, otros, en cambio, eran inalcanzables con la vista. Se vieron sorprendidos por la inesperada visión.
Desde 1999 colabora con la dirección general de Patrimonio Histórico de la Consejería de Cultura del gobierno de Canarias y fue, a partir de entonces, que comenzó su formación como grabador en el taller del propio Cabildo de Gran Canaria, realizando varios cursos de perfeccionamiento.
En su trayectoria como pintor cuentan las exposiciones en España, «Apócrifos» (2001); «Marea Negra (2002); «Sintagmas» y «Las Novelas de Torquemada» (grabados), ambas en 2003. Tiene en preparación «Magmas» para el venidero año, en Lisboa, Portugal.
En el Convento de San Francisco, como parte de la apertura de «Laberintos» el 25 de septiembre reciente, Navarro Miñón ofreció la conferencia El pintor y su discípulo, en la cual demostró sus dotes de buen comunicador, a pesar de reconocer que era la primera vez que se enfrentaba a un público no europeo.
 V. Les oprimió la densidad del espacio, su constante intemporalidad. El tiempo, sin medida, se agitó sin posibilidad de ser controlado. ¿Quiénes somos? Debieron preguntarse, maestro y discípulo, al no reconocerse entre ellos. Sus rostros, desdibujados, revelaron desánimo.
Con un dominio pleno del auditorio, más que un monólogo, la disertación devino ameno diálogo en el que ambas partes interactuaron. Explicó que su trabajo en la parte literaria está fundamentado en obras maestras de autores de la talla del novelista y poeta alemán Hermann Hesse y del español Benito Pérez Galdós.Especialmente se refirió a un grupo de grabados que reflejan la tragedia del personaje Torquemada, protagonista de una de las novelas de Pérez Galdós, el cual muere sin arrepentirse de sus pecados.
En cuanto al nombre de la exposición, expresó que tiene su fundamento en la mitología griega que señala a Dédalo como el arquitecto e inventor del laberinto –por orden del rey Minos de Creta– donde fue encerrado el Minotauro, un monstruo devorador de seres humanos que, a su vez, era mitad hombre y mitad toro.
Enterada por Dédalo sobre la manera de salir de aquel sitio, Ariadna —hija de Minos— le rebeló el secreto a su amante Teseo (ateneo) para que pudiera matar al Minotauro a quien había que –sistemáticamente– ofrecer en sacrificio a siete jóvenes e igual número de doncellas de Atenea.
VI. Las sombras se propagaron y transformaron la penumbra en oscuridad. G. F. Watts, no tardó en ser aceptado por el miedo. El eco de sus pisadas el retumbo de su respiración eran los únicos sonidos que rompían un silencio atroz. Debo estar solo dedujo, entonces, el artista. VII. El camino, invadido por quiebros y desvíos, se aclaró en uno de sus giros. Watts supuso haber llegado al principio del fin ¿o era todo lo contrario?, ¿el final del principio? Sabiamente, no buscó respuesta. Y avanzó, ya sosegado, por la espesa negrura, anhelando la llegada.
VIII. George Frederick Watts, recordó a su discípulo Alexis Nathaniel, ahora desparecido y, tal vez, muerto. Fue él quien le animó a visitar aquel insólito lugar, de mil entradas y de una, o ninguna, salida, en un perseverante afán de dar con el modelo buscado. (Corría el año 2003).

Justo en esta leyenda están inspirados los grafismos –así denominados por él– que entregó a cada uno de los presentes en pequeños sobres, cuyo contenido instó a contemplar –unos, primero y otros, después– de manera escalonada.
«Ábranlos, pero sin mostrarlos a la persona de al lado porque cada uno deberá descubrir en secreto –y por sí mismo– la salida del laberinto», explicaba complacido el artista quien, con esta entrega de obras en miniatura, posibilitó llevarnos a casa un fragmento de su exposición.