Doce obras de mediano y gran formato conforman «Transfiguraciones», la más reciente exposición personal de Alberto Hernández Reyes, que quedó inaugurada el miércoles 9 de abril en la galería Carmen Montilla, y estará a disposición del público hasta los primeros días del mes de mayo. Según refiere David Mateo en las palabras al catálogo, la obra de este joven creador se caracteriza por «esa sugestiva ambigüedad (…) entre lo terrenal y lo celestial, lo perceptible y lo imperceptible, la ilusión y la realidad, (…) la ingeniosa transfiguración de los relieves del entorno lograda precisamente por la intermediación de las neblinas».

«La mezcla resultante de la transparencia brumosa y las tonalidades sepias ha matizado por completo los ambientes de sus composiciones y constituye el principal fundamento para la fusión o integridad de la obra».

Introspección desde el paisaje

Cuando Alberto Hernández decidió exhibir sus obras por primera vez en el contexto artístico cubano ya mostraba rasgos técnicos propios, distintivos. Aquella muestra personal que llevaba por título Impermanencia, realizada en la galería de la Oficina del Historiador de la Ciudad, en el año 2012, nos mostraba a un joven artista inmerso en un proceso de desarrollo empírico desde el punto de vista conceptual y estructural, pero también a un creador con una estrategia bastante definida en cuanto a la implementación pictórica de sus ambientes paisajísticos, y al estado de ingravidez y extrañamiento que pretendía reflejar a través de ellos. El hábil simulacro de las brumas y el empleo eficiente de la monocromía (con preponderancia de las tonalidades sepia), resultaron desde esa etapa aspectos destacables de su trabajo, motivos de atención por parte de algunos especialistas, creadores y aficionados al género.  
En mis primeras conversaciones con el artista enfaticé el valor de esa sugestiva ambigüedad que lograba entre lo terrenal y lo celestial, lo perceptible y lo imperceptible, la ilusión y la realidad, y exalté la ingeniosa transfiguración de los relieves del entorno lograda precisamente por la intermediación de las neblinas. La agitada surrealidad –concebida a partir de un riguroso ejercicio de observación y de un conocimiento profundo de las variaciones perceptuales inducidas por la naturaleza tropical-, es lo que ha estado protegiendo sus paisajes de un encasillamiento dentro de ese romanticismo simulado o tardío, que tanto abunda en el medio paisajístico actual. Podría poner su obra de ejemplo, incluso, dentro de la línea evolutiva del paisaje insular en la que se impostan con desembarazo atmósferas y sensaciones foráneas, ya sean las extraídas de algún referente histórico dentro de la manifestación, de alguna experiencia de viaje, o las surgidas de un desbordamiento fortuito del imaginero.
Con sorpresa y satisfacción veo que en esta segunda muestra en la galería Carmen Montilla, tanto el recurso de la monocromía como el de la bruma, no solo han estado condensando su nivel de elaboración y protagonismo, sino que los ardides formales que el artista ha ido perfeccionando en esta compleja variante de representación, le han servido para arribar a un paisaje mucho más sugestivo, elucubrador, le han ayudado a adentrarse en la improvisación de otros espacios áridos y extraños. O sea, la mezcla resultante de la transparencia brumosa y las tonalidades sepias ha matizado por completo los ambientes de sus composiciones, desde el plano más notable hasta el más sutil, y constituye el principal fundamento para la fusión o integridad de la obra. En esos nuevos paisajes que comienzan a aparecer, son los terrenos despejados, los caminos casi desérticos, los senderos pedregosos, puntos esenciales dentro de la estructura del cuadro y acaparan para sí casi toda la carga alegórica, mientras la vegetación tupida de los inicios comienza a mostrar una disipación gradual, que lo hace alejarse como creador de una aparente intención devocionaria y bucólica. En estos nuevos escenarios, el principio de éxtasis o contemplación estática ha empezado a ser suplantado por el de transitabilidad y meditación, de lo cual ha sacado provecho hasta el ángulo escudriñador del espectador. Las piezas Camino, Perspectiva, y Concéntrico constituyen tres buenos ejemplos de ello… No tengo dudas de que el artista está arribando a un tipo de paisaje de connotación mítica ampliamente anhelado, que está empezando a sospechar y a delinear sus propios senderos o caminos de condición filosófica.

 

David Mateo, crítico de arte, en palabras al catálogo de la exposición Transfiguraciones,
La Habana, 2014.

 

 Imagen superior: Evanescente (2013, óleo/lienzo, 136 x 96 cm). Imagen inferior; Estanque (2013, óleo/lienzo, 135 x 96 cm). Ambas obras  son del artista Alberto Hernández Reyes.

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar