Con espontaneidad y sin apego a las normas, quedó inagurada durante la tarde de este martes 22 de julio, en la galería Galiano, la exposición «Tierra de nadie» de Gabriel Sánchez Toledo. La muestra —que estará abierta al público sólo hasta el 5 de agosto— incluye en total 15 obras, de las cuales cuatro son de gran formato y el resto de mediano y pequeño, las cuales evidencian que este joven artista cubano «comienza a entrar en una fase creativa en la que prefiere la síntesis, la condensación pictórica de formas, el protagonismo de lo plástico por sobre lo temático», según refieren las palabras al Catálogo.

A finales del año 2011, la galería exterior del Palacio de Lombillo acogió  la exposición personal «Viajero Anónimo» de Gabriel Sánchez Toledo, que fuera inaugurada por el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler.

Una de las cosas que más me satisfacen de la presente propuesta pictórica de Gabriel Sánchez Toledo, es que no llega precedida, o acompañada, por ningún rumor paralelo que remita sus obras hacia algún credo filosófico, místico o religioso, exótico con respecto a la cosmovisión occidental-insular-mestiza que nos caracteriza. Gabriel incluso se preocupa por dejarle bien claro a quien le visita en su estudio, su no filiación a tales poses culteranas, tan de moda en estos días de cierto auge de la pintura. Él quiere que veamos en sus cuadros lo que realmente existe allí como realidad estética, y que el sentido no venga, importado o traído por los pelos, del afuera extra-artístico, como un agregado discursivo que termina por delatar una necesidad de justificación teórica que la creación auténtica jamás necesita.
El conjunto de obras nucleadas en esta exposición bajo el título «Tierra de nadie», evidencian que Gabriel comienza a entrar en una fase creativa en la que prefiere la síntesis, la condensación pictórica de formas, el protagonismo de lo plástico por sobre lo temático; lo cual no implica, en lo absoluto, falta de contenido, o mero regodeo formalista. Por el contrario, esta pintura es profusa en sentido, pero no en el tipo de referencia evidente que se reconoce en los enunciados icónicos o se deduce de una narrativa explícita. Gabriel rehúye en esta serie de ese tipo de referencialidad. Recurre más bien a la prodigalidad del sentido que es intrínseca a la capacidad de significar que posee la materialidad desbordante de lo pictórico. He aquí la razón por la cual prefiere que sintamos esa fisicalidad expresiva de la pintura, y que después hablemos, desde esa experiencia estética.
Estos son paisajes ambivalentes, que coquetean con la abstracción pero que aún se mantienen en el ámbito de la figuración. Ese es quizás el signo distintivo de estas pinturas: la ambivalencia. Con excepción de Wonderland (2013), no podemos hablar aún de un paisaje abstracto como categoría que nos sirva para englobar a todas las piezas, pero sí de la constancia de un nivel icónico muy bajo; una figuración que emerge en la materia plástica, como expresividad que se esboza en las formas, sin llegar a ser expresionista. Lo que más disfruto de estos cuadros es el ejercicio pictórico que vibra en ellos, ese forcejeo con las posibilidades comunicativas del lenguaje visual, esa semiautonomía semántica que poseen los colores, las texturas, las veladuras, los chorreados, los empastes; y en pleno goce retiniano uno se sorprende imaginando una historia: una maleza endemoniada, selvática, impenetrable, de un verde tan tupido como sus entrañas, en cuyo seno un hombre avanza con dificultad, en un andar tambaleante, al parecer herido, convaleciente de un ataque, o exhausto de caminar, de hambre, de soledad; o se trata de un fugitivo…, etc., etc., etc. Así me sucedió ante «Demolition man» (2012). Cuando usted lea estas líneas y ya haya visto la obra, seguramente se habrá construido también su propia historia. Sin embargo, más allá de lo anecdótico que se gesta según la imaginación y la experiencia vital de cada receptor potencial, es posible extraer de esta obra una interpretación más esencial y conceptual: la inconmensurabilidad de las fuerzas de la naturaleza con respecto a nuestra precaria capacidad física, el desvalimiento humano ante la hostilidad de lo natural, de lo no transformado y «domesticado» por la tecnología, etc.
Este ejemplo nos sirve para ilustrar cómo esa posibilidad expansiva y múltiple del sentido puede estar contenida en un plano expresivo de una referencialidad apenas sugerida; es la potencialidad semántica de la materia pictórica quien nos hace pasar de la sugestión puramente sensorial al nivel del discurso, del placer estético al sentido concretizado en lenguaje, y no a la inversa. Gabriel lo sabe, lo ha pretendido, y para ello nos invita a entrar en esa tierra de nadie que podemos habitar una vez que hagamos
nuestras sus obras; porque de ellas nadie posee el control del significado, ni siquiera él que las ha pintado.

(Palabras al Catálogo de la exposición «Tierra de nadie» que será inaugurada el martes 22 de julio en la galería Galiano)

Hamlet Fernández
Profesor y crítico de arte

Imagen superior: Vista de la galería Galiano, donde se exhibe la muestra «Tierra de nadie». Sobre estas líneas, imagen izquierda: Gabriel Sánchez Toledo (Cabaiguán, 1979). imagen derecha: Obra 22 minutos, óleo/tela (50X70 cm)

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