Relacionadas con temas de la cultura hebrea, varias acuarelas del reconocido artista José Luis Fariñas (La Habana, 1972) conforman la exposición «Fronteras», inaugurada en el hotel Raquel.
Por su sobria distinción, el hotel Raquel –y en especial, su pequeña boutique— resultaron ideales para acoger a Fariñas, cuya obra es singular en el arte contemporáneo cubano.

 Este edificio de estilo Art Nouveau forma parte de un entorno que ya comienza a perfilar muy variados y –a la vez– característicos ámbitos para los más diversos gustos.
Por la propia Amargura y antes de llegar al hotel están el Museo del Chocolate y un área al aire libre donde actúa el grupo Danza Teatro Retazos. Siguiendo la misma calle, una cuadra más allá, se encuentran el Parque Carlos J. Finlay (frente al Museo Histórico de las Ciencias del mismo nombre), un parque infantil y —en plena intervención restauradora— el Centro Comunitario de Salud Mental Doctora Francisca Rivero Arocha y el Centro de Estudios Antropológicos.
Por su sobria distinción el hotel Raquel —y en particular su pequeña boutique— resultaron ideales para acoger a Fariñas, cuya obra es singular en el paisaje del arte contemporáneo en Cuba, y que en la muestra «Fronteras» se centra en referencias plurales al génesis, y a alegorías bíblicas. Su pintura de ideas es esencialmente cosmogónica, y halla referencias en extensos conceptos filosóficos –también mitológicos– sobre la creación y la finitud, el caos o el abismo que los hebreos llamaron tehom, antecedente de la luz y del surgimiento del universo; expansión y recogimiento, nacimiento y fin que en los pinceles de Fariñas se transforma y explicita mediante un expresionismo goyesco o en un desbordamiento de imágenes, a la manera en que el Bosco concibió su mundo alucinado.
En ocasiones anteriores he escrito que el ojo de ese torbellino, de esa columna infinitamente turbulenta y perpetua en su obra –cuyo poder expresivo radica en una delicadeza excepcional lograda por su maestría–, así como el centro radiactivo dentro de esta simulada desorganización magistral, representan una nueva espiritualidad, hostigada hoy más que nunca, por estos tiempos de precariedad y cambio. De esta manera, tales obras buscan mucho más que el fin de toda mirada. Fariñas nos pide ser partícipes y que imaginemos los principios que nos unen los unos a los otros en una sucesión continua de vínculos entre organismos y cosas —tanto en las aguas como en la tierra— y así hasta llegar a la inmensidad, donde se hallan las luces pequeñas que alumbraron la primera noche del mundo o regresemos con él a ese inicio, cuando –según reza el Antiguo Testamento– «todo era un mar profundo cubierto de oscuridad».
De cualquier modo, como el artista nos dice en estas piezas acabadas, recomenzaremos aquí en este planeta o en una de sus galaxias, y volverá una vez más la luz, y con ella otro de sus perpetuos preludios.

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