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 Hasta el 23 de marzo en la galería Carmen Montilla del Centro Histórico se exhibe la muestra «Vestigios», de Reynier Ferrer, pintor que «sabe combinar las texturas, las tachaduras y hasta borrones en la búsqueda de una dinámica interna de cada obra».
Inaugurada este viernes, la muestra «Vestigios» nos acerca a las obras abstractas de Reynier Ferrer, joven pintor que con su arte consolida el movimiento contemporáneo del abstraccionismo cubano.

 «No podemos negar que existe un abismo entre el artista abstracto y el espectador», escribió Edmundo Desnoes en su afán por aproximarse al auge de la llamada «pintura no figurativa» en Cuba durante los primeros años de la Revolución.
Con el título de «1952-62 en la pintura cubana», ese ensayo revelador pudiera servirnos de acicate para presentar esta muestra de Reynier Ferrer que –con el título de «Vestigios»– comprueba la adhesión de otro joven artista cubano a esa tendencia plástica en franca resurrección.
Han pasado más de cuarenta años y, sin embargo, sorprende la calidad y llaneza de ese texto de Desnoes, publicado junto a «Introducción a nuestra pintura», de Oscar Hurtado, como preámbulos del libro Pintores cubanos (Ediciones R, La Habana, Cuba). De hecho, pudiera republicarse aquel artículo como expresión de una época a la cual quisiéramos retornar, aunque sea en forma de espiral. Me refiero a que en 1962 –denominado Año de la Planificación– nació quien escribe estas palabras de presentación.
¿Puede planificarse el hecho artístico? Seguro que no. Pero sí se pueden crear escuelas de arte para que se produzca el milagro. Decía entonces Desnoes: «Esperamos que dentro de unos años el pueblo no sólo tenga acceso a la pintura y a la escultura, sino que entienda las reglas del juego, conozca las leyes de la creación artística».
 Si yo tuviera que escoger un ejemplo para defender que ello se ha cumplido –al margen de desvaríos e incoherencias– sería precisamente la figura de Reynier Ferrer. ¿Por qué? Porque es uno de los tantos jóvenes talentos cubanos que trata de encontrarse a sí mismo. Y para ello ha asumido el reto de la abstracción, pero no en el sentido de lo figurativo o no figurativo, sino en aquel que apuntaba Picasso: «No existe ningún arte figurativo ni no figurativo. Todo se nos presenta en forma de figuras. Hasta las ideas metafísicas se expresan mediante figuras simbólicas. Fíjense, por tanto, lo ridículo que es concebir la pintura sin figuración. Una persona, un objeto, un círculo, son figuras».
De ahí el título de «Vestigios», porque Ferrer nos impele a buscar el símbolo... el símbolo que está dentro de nosotros, porque estamos al borde del abismo de su obra e, instintivamente, tratamos de aferrarnos a una figura reconocible, hasta que reparamos –como bien dice Desnoes– que «si existe alguna ley de la creación artística, es la presencia del hombre», o sea, del creador y el contemplador.
Renuente al «abstraccionismo ingenuo», Reynier sabe combinar las texturas, las tachaduras y hasta borrones en la búsqueda de una dinámica interna de cada obra. Porque cada cuadro es un campo de batalla y, para vencer, hay que recurrir a la sabiduría de Odiseo: penetrar en un caballo a modo de ofrenda, para después sorprender al espectador desde el interior de sí mismo.
Sólo así, troyando, se puede ganar.


(Palabras al catálogo de la muestra personal de Reynier Ferrer, inaugurada el 3 de marzo de 2006 en la galería Carmen Montilla del Centro Histórico)