La exposición «Ángeles de Fuego y Mar» del joven creador David Velásquez, está abierta al público durante este mes de octubre en la Casa Oswaldo Guayasamín.
David absorbe la polisemia contenida en la iconografía del caballo para luego devolverla preñada de significados que sustentan sus intensiones comunicativas.
De la serie Yegua Fértil, Homenaje a Lina (2007). Pasta roja, esmaltes policromados, metal y alambrón (120 x 36 x 30 cm). |
El motivo que articula su discurso visual ha sido una constante en la obra de grandes maestros universales. Bajo el velo metafórico de la visualidad plástica, el caballo deviene símbolo ambivalente, según la evocación del contexto cultural. Su iconografía se repite en pinturas memorables como arquetipo portador de presagios asociados al principio y fin de la existencia.
La batalla de San Romano, de Paolo Uccello o La entrada al reino de la muerte de Pieter Brueghel El Viejo, potencian el simbolismo del caballo como el principal ingrediente en el mito del héroe. Por otra parte, no hay que olvidar la mansedumbre del animal cuando
Aparición en una noche con el caballero José María López Lledín (2007). Óleo/acrílico/tela (101 x 101 cm). |
En esa tradición hípica se insertan las piezas de David, moldeadas con arcilla y cocidas al capricho del fuego. Una costumbre familiar lo ata irremediablemente a la cerámica. La influencia de su padre, Fernando Velázquez Vigil, se siente en la obra de este joven artista, como continuidad y al mismo tiempo génesis de un interés individual por la práctica escultórica.
De la serie Yegua Fértil, Diosa de la fertilidad (2006). Pasta roja, esmaltes policromados, madera y soga (138 x 40 x 53 cm). |
Tal vez para saciar un capricho o traer al presente las imágenes de su padre frente al lienzo, el escultor, el ceramista decide por primera vez explorar otros vericuetos de su creatividad. Desplaza los motivos escultóricos hacia los predios de la pintura, no como intención definitiva o definitoria, sino más bien en el plano de la apoyatura visual. Pero en la metamorfosis el fuego se apaga; la tierra termina allí donde comienza el mar. Y embelesados ante ese mar que nos quita y devuelve los sueños al compás de la resaca, llegan al trote ángeles, sin montura ni arnés, para convidarnos a una calbagata a campo traviesa por los atajos de nuestra imaginación.
Yuleina Barredo Álvarez
Periodista de la TVC
(Palabras al catálogo de la exposición «Ángeles de Fuego y Mar», que se exhibe en la Casa Oswaldo Guayasamín).