La muestra de la VII Bienal de Cerámica Amelia Peláez continuará abierta hasta el 5 de mayo en el Salón Blanco del Convento de San Francisco de Asís. Colateralmente, en el Museo de Arte Colonial, se exhiben las obras de pequeño formato premiadas en las ediciones anteriores de este concurso .
Las esculturas de moderadas proporciones y el tótem de colosal aliento alternan con instalaciones de tan variada índole como pueda imaginarse.

 La diversidad de propósitos, la audacia de los planteamientos, unidas al excelente ejercicio artístico, marcan la muestra de la VII Bienal de Cerámica Amelia Peláez, que –por primera vez en la historia de estos eventos– ocupa áreas fuera del Castillo de la Real Fuerza de La Habana: el magnífico espacio del Salón Blanco en el Convento de San Francisco de Asís y la sala transitoria del Museo de Arte Colonial.
Sin duda, lo más notable del conjunto de obras exhibidas es el amplio rango comunicativo, la audacia de los planteamientos y el extenso catálogo de escalas cultivado por los participantes, quienes contribuyen así al propósito de que se considere a quienes escogieron la cerámica como medio estético, entre los mejores creadores de las artes visuales en nuestro país y –sin sonrojo– más allá.
El simple análisis permite apreciar cómo la mayoría de los autores está por debajo de los 40 años, lo cual refuerza la impresión de que nos referimos a una manifestación que –no obstante sus altas exigencias técnicas– permite la pronta manifestación de talentos sobre cuyas posibilidades no cabe ya duda alguna; esto, sin olvidar que los representantes de una generación anterior, dan prueba de sostenida pericia y ardiente vitalidad.
Por otra parte, la autocensura de quienes ejercen esa praxis en Cuba, evitó al jurado de selección –el mismo que otorga los premios– el doloroso gesto de excluir de la muestra una masiva porción de lo presentado a concurso, pues verdaderamente, pocas piezas merecieron un juicio negativo por parte de los expertos. Y, así las cosas, he aquí un corte sincrónico y calificado de lo más significativo de la cerámica artística cubana actual, tal como ocurre regularmente en estas bienales, con la particularidad de que en la presente oportunidad –para inducir una reflexión integral– en la sala transitoria del Museo de Arte Colonial se despliega un importante número de obras que merecieron premios o menciones en jornadas anteriores, particularmente aquellas de pequeño formato que según requisito establecido por las convocatorias durante las cinco primeras fases del evento, fijaron las reglas de admisión. Nada más satisfactorio para los organizadores de esta Bienal, que presentar un dilatado diapasón de lenguajes expresivos a través de los resultados que propician los artistas participantes. Esta sensación se afirma cuando vemos cómo el esfuerzo desarrollado tiene eco en realizaciones que no se detienen ante tabúes ni dificultades de índole material.
 Dentro del despliegue, se admira la sustancial zona que agrupa las obras de artistas que abordan al ser humano hecho y entero o sus atributos. Puede afirmarse que dentro de este tema se observa el mayor número de aportes formales y las más profundas especulaciones. Hallamos la figura del homo sapiens y –paralelamente– la parte por el todo, según sinécdoque cuya materialización transita la vía metafórica que caracteriza el acercamiento creativo a los abundantes aspectos que integran el complejo entramado del mundo actual, marcado por preocupaciones y angustias sin cuenta.
Quienes por sus piezas han merecido distinciones, junto a aquellos que obtuvieron la ya importante oportunidad de exhibir aquí el producto de su dedicado quehacer, entregan palpitantes trozos de esos sublimados ecos de vida que conforman el arte, para insertarse de modo firme en el dinámico ejercicio de las artes visuales de hoy. Las esculturas de moderadas proporciones y el tótem de colosal aliento alternan con instalaciones de tan variada índole como pueda imaginarse, siempre dentro de los cánones que rigen las más destacadas confrontaciones internacionales. Se da cuenta, pues, de la continuidad y potencia de una disciplina que provoca –con sus absorbentes exigencias– a nuestros ceramistas.

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