La exposición personal «Eros», del artista Aisar Jalil, quedó inaugurada hoy viernes, 19 de septiembre, en el Museo Nacional de la Cerámica Contemporánea.

En este artista de la plástica se vinculan —de manera inseparable— elementos universales y su propio temperamento de cubano desenfadado, con un abierto sentido del humor. Él trasmite una peculiar atmósfera donde la conciencia o —mejor— lo inconsciente, el libido, son factores rectores del discurso. Sin la consideración de tales aspectos, cualquier intento de acercarse a su trabajo sería imposible. Observar que hablo de cierta aproximación porque definitivamente el resultado específico de la experiencia dependerá, en todo caso, del temperamento personal de quien contempla, su formación, antecedentes culturales, filosofía, actitud frente a la vida y esos demonios revelados magistralmente por Freud, que trasparenta el mundo de los sueños.
Jalil, camagüeyano de nacimiento, con sólida formación académica completada en la Academia Repin de Bellas Artes de Leningrado, opera en el siempre cortante filo de la ambigüedad. Como todo creador genuino, el lenguaje indirecto, la metáfora, cumplen intenciones de establecer una atmósfera donde lo surreal se sirve de la emocionalidad de rasgos neoexpresionstas. Alcanza así un modo de hacer que lo identifica, deseable meta para muchos antes de que modas y quehaceres al uso hicieran válidos los mecanismos posmodernos. El artista mueve personajes cuya sexualidad explícita no tiene más fronteras que las continuamente vulneradas por el ambiente de caos originario. Aquí, un metamorfoseado catálogo de seres humanos y animales plasman ansias panteístas de conexiones para las que el signo de lo vital es piedra de toque. El incesante motor de la creación de la vida aparece en términos de constante absoluta.
Como algunas de nuestras grandes personalidades artísticas, este autor —pintor por excelencia— fue atraído ocasionalmente por el ejercicio cerámico, pero es ahora que cuaja la oportunidad de concretar ese interés en un conjunto de contenedores que muestra en la sala de exposiciones temporales del Museo Nacional de la Cerámica Artística Contemporánea Cubana. Cambiar de soporte —por supuesto— no implica el abandono del propio lenguaje; el traslado, eso sí, requiere la indispensable asimilación a los recursos técnicos de la disciplina. A través de un inteligente proceso, ha podido adaptar la compleja mundividencia que caracteriza a los volúmenes escogidos —platos, botellas, jarras— y en el camino, la orgánica sobriedad del ocre le ha servido para, apoyado en la nobleza de sus matices dejar que brille la esplendidez de los trazos. Lo mismo en composiciones más sueltas que en aquellas neutralizadas por el más o menos férreo marco del cartouche la siempre agradecida manifestación que es la cerámica acoge con beneplácito este nuevo aporte.

Alejandro G. Alonso
Crítico de Arte

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