Durante todo el año 2014 se celebró el 400 aniversario de la llegada al puerto habanero del primer japonés que puso sus pies en esta isla: el samurái Hasekura Tsunenaga. Este acontecimiento marcaría simbólicamente el inicio de los contactos culturales entre Cuba y Japón. Desafiando los siglos, esos nexos de amistad se han mantenido hasta nuestros días, estableciendo un sólido puente entre los pueblos de oriente y occidente.

 Hasekura Tsunenaga (1571-1622), bautizado en Madrid como Felipe Francisco de Fachicura, fue un
samurái japonés al servicio del daimyo (soberano feudal) de Sendai, Date Masamune.Entre 1592 y
1597 participó en las invasiones a Corea. Pasó a la posteridad al ser protagonista de la embajada Keicho, misión diplomática que viajó a España y al Vaticano (desde 1613 hasta 1620)
en busca de apoyo para el fomento del cristianismo dentro de Japón, a la par que establecer una
alternativa japonesa a la ruta marítima del Galeón de Manila. Al arribar a La Habana el 23 de junio de 1604, Hasekura y sus acompañantes fueron los primeros japoneses en pisar tierra ubana.
En la estampa superior, Hasekura Tsunenaga en acto de devoción tras su conversión al cristianismo. En la imagen inferior, con sus atuendos de samurái durante su visita a Roma en 1615.

 La frescura de la madrugada anuncia el alba. Un estruendo se abre paso en la villa de San Cristóbal de La Habana. Surto en el puerto de Carenas, un bajel acaba de realizar el disparo de cañón que advierte a los vigías de los castillos Tres Reyes del Morro y San Salvador de La Punta el retiro de la cadena que impide el acceso al canal de entrada de la bahía. Son las 4:30 de la mañana del 23 de julio de 1604. Anclado en el Real Fondeadero, aguarda maniobras el galeón español San José, perteneciente a la flota de Nueva España (hoy México) que comanda el oficial Antonio de Oquendo.
A bordo de esa nao destaca la figura del samurái japonés Hasekura Tsunenaga, quien al servicio del daimyo (soberano feudal) de Sendai, Date Masamune, encabeza la misión diplomática embajada Keicho, al frente de treinta españoles y poco más de una centena de japoneses, los primeros en visitar la mayor de las Antillas. ¿Qué objetivos perseguía esa delegación asiática? La respuesta hay que buscarla teniendo en cuenta el proceso histórico de dos rutas marítimas: la denominada Carrera de Indias, que unía los territorios de la monarquía española a través del Atlántico, y el Galeón de Manila, también llamado Nao de China, como se conocían las naves españolas que cruzaban el océano Pacífico una o dos veces por año entre Manila (Filipinas) y los puertos de Nueva España, principalmente Acapulco y Las Peñas (hoy Puerto Vallarta).

EL GALEÓN DE MANILA
La conquista de una traza marítima hacia el Oriente tuvo sus primeros atisbos en los empeños de los navegantes Jofre de Loaysa, Álvaro de Saavedra y Ruy López de Villalobos. Las fuertes  inclemencias meteorológicas del océano Pacífico, la precariedad de los bajeles, lo primario de la tecnología de navegación y el desconocimiento de derrotas seguras fueron algunas de las vicisitudes afrontadas por estos pioneros que escrutaron ignotos parajes asiáticos, pero desafortunadamente no encontraron luces para el retorno de Asia a América.
Al almirante López de Legazpi y el fraile agustino Andrés de Urdaneta correspondería el mérito de tal hazaña marítima: el hallazgo de la ruta a través del océano Pacífico desde Filipinas hasta Acapulco, la llamada ruta de Urdaneta o tornaviaje. A bordo de la capitana San Pedro, acompañados por las tripulaciones de la almiranta San Pablo y los pataches San Juan y San Lucas, Legazpi y Urdaneta zarparon en búsqueda de ese objetivo, el 21 de noviembre de 1564, desde el ya desaparecido puerto de la Navidad, ubicado en el litoral del actual Jalisco.
Integrada por unos 350 hombres, esa expedición hispano-mexicana llegó a Filipinas en dos meses, navegando con los vientos alisios a favor por un derrotero ya conocido. La ruta de vuelta hacia América por aguas del oceáno Pacífico era estratégicamente importante, pues permitiría a la Nueva España el comercio con el este de Asia sin tener que navegar por mares controlados por los portugueses en las Molucas, India y África. Todos los intentos de lograr esa ruta de tornaviaje habían sido infructuosos. Esta vez, el sueño se tornó realidad: habiendo partido del puerto filipino de Cebú, la expedición al mando de Legazpi y guiada por Urdaneta navegó hacia el norte en busca de una traza favorable que los llevara nuevamente hasta América. Con la bonanza de la corriente Kuro-Siwo de Japón y los vientos del oeste, surcaron el océano hasta realizar escala en el cabo Mendocino, actual territorio de California, para luego enrumbar proa hacia Acapulco.
A partir de 1571, Filipinas se convertió en la base principal del jugoso comercio que involucró a tres continentes y dos océanos. Una vez, máximo dos, la flotilla conocida como Galeón de Manila cruzaba en ambos sentidos el Pacífico, embarcando las mercaderías del Oriente —o «chinerías»— y recibiendo, a cambio, la preciada plata de las cecas de México. La mayor parte de este mineral precioso era embarcado con destino a España en el puerto de Veracruz, adonde eran trasegadas las chinerías a lomo de mulo desde Acapulco. De Veracruz partían las naves con la plata mexicana y las mercaderías del Oriente para reunirse en La Habana con la flota de Tierra Firme, proveniente de Sudamérica (Cartagena de Indias, en la actual Colombia, y Nombre de Dios y Portobelo, hoy Panamá). Tras la escala habanera, ambos convoyes —de Nueva España y Tierra Firme— emprendían el viaje de retorno hacia la Península.

LA OPCIÓN JAPONESA
En tanto, algunos señores feudales japoneses veían en la ruta de tornaviaje un importante filón comercial, lo cual se relacionaba estrechemante con las tentativas de propagar el cristianismo en la tierra del Sol Naciente. A diferencia de Filipinas, colonia española, el proceso de evangelización en Japón se inició con el arribo de los primeros bajeles del Reino de Portugal en 1543. Seis años después, la presencia de misiones jesuitas era considerable, a la que se sumaron importantes representaciones de las órdenes de los dominicos y franciscanos provenientes de España y América.
La difusion de la fe crisitiana en Japón se desarrolló en un contexto marcado por guerras internas entre los señores feudales, quienes a su vez se encontraban divididos en cuanto a intereses religiosos y políticos. Tal fue el caso del señor Date Masamune, quien a través del religioso franciscano Luis Sotelo inició conversaciones con Sebastián Vizcaíno, embajador de Nueva España, con el objetivo de organizar una misión diplomática que llevaría a Europa —en la figura del samurái Hasekura Tsunenaga— una propuesta de beneficio mercantil y religioso para Japón y la Corona hispana, en la cual subyacían intereses de tipo estratégico, armamentista y tecnológico que inclinarían la balanza a favor de los señores feudales que apoyaban el cristianismo, en detrimento de aquellos que  propiciaron una política de hostigamiento al catolicismo.
A bordo del galeón Date Maru, rebautizado por los españoles como San Juan Bautista, la comitiva zarpó de Japón rumbo a Acapulco el 28 de octubre de 1613. Venían a bordo los citados Vizcaíno, Sotelo y Tsunenaga, acompañados de una exigua delegación hispana, una veintena de samuráis elegidos por el encargado de Marina, Mukai Shogen, y más de una centena de otros tripulantes, entre comerciantes, marineros y sirvientes.
Tras recalar en cabo Mendocino, costa del Pacífico de Norteamérica, arribaron al puerto de Acapulco tres meses después, el 25 de enero de 1614. Luego de varios encuentros con las autoridades del virreinato de Nueva España, tras dejar en suelo mexicano parte de la delegación, Hasekura y sus acompañantes cruzaron el seno mexicano en arrias de mulas hasta la ciudad de Veracruz, de donde zarpó el 10 de junio rumbo a La Habana, a bordo del San José, bajel de la flota de Antonio de Oquendo.
Estaba establecido por Ordenanza Real que las flotas de la Carrera de Indias debían hacer escala e invernar en la bahía habanera, a la que arribó la misión japonesa el 23 de julio de ese mismo año. Poco o nada se sabe de la visita de esos primeros asiáticos a suelo antillano, aunque no es descabellado imaginar la curiosidad de esos hombres, educados en otra cultura, por saciar su interés cognoscitivo en una ciudad colmada de placeres y escenas pintorescas. Es difícil imaginar que su estancia haya transcurrido en los sollados de las naos.
Tras su escala habanera, el 20 de diciembre de 1614 arriban a Sanlúcar de Barrameda, Cádiz. Atrás quedaba la zozobra producida por una nueva travesía oceánica: el cruce del Atlántico. Breve será la adaptación de los asiáticos a las características climáticas y sociales de España. Hasekura aprovecha para envíar al monarca Felipe III la misiva cursada por Date Masamune. Con el nuevo año emprenden camino a la corte de Madrid, donde son recibidos por el rey. Durante varios días intercambian aspectos de interés referentes a un posible tratado comercial directo entre Japón y la Corona española, como una alternativa al monopolio filipino del Galeón de Manila. En tal sentido, Tsunenaga esgrimió a favor el hecho de que los galeones españoles recalaran en puertos japoneses ante las frecuentes inclemencias del tiempo, así como que las flotas del Galeón de Manila habían aprovechado desde un comienzo las corrientes del Pacífico que corren desde la tierra del Sol Naciente hacia la América del Norte.
Consecuente con el fervor cristiano y garante de su próxima misión en Roma, Hasekura es bautizado con el nombre de Felipe Francisco, el 17 de febrero de 1615, en la capellanía del convento de las Carmelitas Reales, en presencia del propio monarca y la nobleza española. En lo adelante, varias fueron las invitaciones recibidas por la embajada Keicho para visitar las ciudades de Sevilla, Zaragoza y Barcelona, esta última escogida como punto de salida en su viaje rumbo a Italia.
La travesía por el mar Mediterráneo estuvo condicionada por el infortunio de las inclemencias del tiempo. Debido a las crispadas aguas y los fuertes vientos que amenazaban con quebrar los mástiles de las tres embarcaciones, se ven obligados a torcer rumbo al puerto francés Saint Tropez, donde lanzan anclas en octubre de 1615. En suelo galo, la presencia de los japoneses suscita gran expectación. La elegancia y exquisitez de los tejidos, el ingerir alimentos auxiliándose de palillos, el filo de sus armas, entre otros aspectos, cautivó a la nobleza francesa.
La mar calma propició finalmente el arribo a Roma en noviembre de 1615. En el Vaticano, Hasekura expuso al Sumo Pontífice, Pablo V, las ventajas de un tratado y comunicación comercial expedita entre Japón y la Nueva España, así como su interés por acoger en sus territorios a misioneros cristianos para la prédica y evangelización. El samurái dio muestras de su fe cristiana, a modo personal y en nombre de su señor Date Masamune. La máxima autoridad eclesiástica atendió con gratitud esa devoción, pero mostró cierta cautela en los asuntos relacionados con el intercambio comercial. Fuera del Santo Oficio, Hasekura fue honrado por el Senado italiano con el título de ciudadano romano, documento que se conserva en la actualidad en Sendai.
A inicios de 1617, Hasekura regresó a España, donde una vez más se entrevistó con el regente Felipe III. El rey declinó finalmente la rúbrica de un tratado comercial, al argumentar los recientes hechos acaecidos en Japón. En enero de ese año, el emperador nipón había promulgado un edicto, ordenando la expulsión de los misioneros y la condena a muerte de todo aquel que practicara o acogiera las doctrinas de la fe cristiana. En vista de ello, el monarca ibérico no reconoció el carácter oficial de la embajada Keicho.
Confundidos y desalentados, sin dar crédito aún a las palabras de Felipe III, o en el más desafortunado de los casos, que fueran ciertos sus argumentos, el temor se acrecentaba al pensar en el destino de quienes en su nación habían abrazado el credo cristiano. Hasekura y parte de sus acompañantes zarparon de Sevilla rumbo a Nueva España en junio de 1617, quedando en la península un grupo numeroso de japoneses, los que se asentaron en un poblado cercano llamado Coria del Río.

Inaugurado el 26 de abril de 2001, en la Avenida del Puerto, entre Cuba y Peña Pobre, el parque memorial Hasekura Tsunenaga, si bien responde a una concepción modernista, contiene elementos de jardinería tradicional japonesa. Tras el umbral, comienza un viaje imaginario por mar de cantos rodados y lajas de granito gris a modo de pontones. Justo allí, reposan piedras extraídas de la muralla del castillo de Aoba-Jo, construido en 1600, residencia del señor feudal Date Masamune y de donde partió tres años después la comitiva encabezada por Hasekura. Dos pequeños puentes simbolizan el cruce de los océanos Pacífico y Atlántico, que conducen al
monolito de granito sobre el que se alza la estatua de bronce sobredorado que representa al samurái. La pieza es obra del especialista en escultura monumentaria Tsuchiya Mizuho.

A bordo del San Juan Bautista, los diezmados integrantes de la misión arribaron a Filipinas luego de su paso fugaz por México. Dos años después, Hasekura regresó a Japón, donde permaneció en el ostracismo por no renunciar a sus creencias religiosas, protegido entre las sombras por su señor Date Masamune, quien a los ojos del shogun debió abandonar el cristianismo y acogerse a los postulados del budismo. En tanto, el padre Luis de Sotelo, promotor de la embajada Keicho y amigo personal de Tsunenaga, no tuvo igual suerte y fue condenado a muerte por sus ideas. La embajada Keicho significó el primer acercamiento oficial de Oriente a América y Europa. El viaje de Hasekura representa hoy una atractiva ruta cultural que une a tres continentes y dos océanos. Recordado como el primer japonés que pisó tierra cubana, una estatua suya fue erigida en 2001 en la Avenida del Puerto como tributo a la amistad entre Cuba y Japón.

BIBLIOGRAFÍA
Abraham Savgarin: Relato de la solemne y remarcable entrada a Roma de Dom Philippe Francois Faxicura. Ed. Pernotte, reedición 2008.
Amati Scipione: Historia del reino de Voxu. Ediciones del Monte, 1997.
C.R. Boxer: The Christian Century in Japan, 1549–1650. Berkeley, California: University of California Press, 1993.
Francis Marcouin y Omoto Keiko: MQuand le Japon s’ouvrit au monde, París: Découvertes Gallimard, 1990.

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