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A continuación, la revista Opus Habana transmite la versión autorizada de las palabras de Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, en el encuentro con intelectuales y artistas, el 29 de diciembre de 2010, en víspera del 52 aniversario de la Revolución cubana.

Muchas veces me pregunté cómo en el pequeño pueblo de San Juan y Martínez vinieron al mundo dos talentos tan extraordinariamente relevantes, aunque tan temprano se fueron. Ello indica que no hay nada pequeño que no pueda ser grande, y que el azar puede dispersar por el universo talentos que caen como estrellas, ya sea en un pesebre, en un bohío, en cualquier parte. Sirven de ejemplo, además, para que entendamos que la nueva generación debe ser el centro de nuestra vida inmediata.
Quizás se ha dicho tantas veces qué es lo histórico, qué es lo importante, que repetirlo parece casi un desliz del oficio, algo que haría impopular cualquier mensaje. Pero a nadie se le oculta que estamos en un momento muy particular. Hay evidentísimamente una inflexión en este momento, y hay que percatarse de que eso es así. Tal vez nunca percibimos tanta inquietud, ni se percibió tanta expectativa, ni tanta esperanza.
Recuerdo que la última capacidad de la monarquía francesa, antes de la Revolución, fue la convocatoria de los Estados Generales. Entonces, de pronto, a la puerta de la Convención, se rompieron muchos atavismos de la sociedad y ocurrió un hecho extraordinario: el florecimiento de los que ellos llamaron el árbol de la razón humana. Exactamente igual ocurre hoy.
Hace ya algún tiempo, hace casi dos años, los «estados generales» fueron convocados. ¿Y cuáles eran esos «estados generales», sino los estados de opinión? Y los estados de opinión reflejaron, desde los distintos estamentos de la sociedad, una serie de angustias y preocupaciones, cuando durante casi medio siglo se había luchado por una utopía, de la cual todos nosotros hemos sido partícipes y también, en muchos casos, afortunados testigos.
Era lógico que, en medio de esa gran borrasca, ocurriesen hechos a veces impredecibles.  Y muchos de los que están presentes nos vimos vapuleados, sin estar preparados para un cambio social que alcanzaría jerarquía mundial. Cuando ocurren las grandes revoluciones, el mundo se pone de cabeza. Y es casi un propósito de los revolucionarios el que todo tiene que cambiar, el que todo tiene que ser cambiado.
Alguien exclamó que se armaría un rollo de tal magnitud, que sería imposible recomponer el pasado. Pero cuando el tiempo devino, llegamos a la conclusión de que, para ir al futuro, era indispensable tomar el hilo conductor del pasado. Eso se hizo más evidente para los cubanos en aquel año crucial de 1968. Se pronunciaron entonces unas palabras que lograron poner en su lugar las estatuas que temblaban sobre sus pedestales: «Nosotros entonces habríamos sido como ellos; ellos, hoy, como nosotros».
A la necesaria presencia delirante de lo jacobino, ese pensamiento iluminador antepuso la prudencia necesaria, quizás más revolucionaria y radical.
El tiempo ha pasado desde entonces y la inflexión tiene lugar ante nosotros. Hay que decir, para no caer en parábolas innecesarias, ni hacer hipérboles: después del discurso en la Asamblea del General Presidente, el General Presidente Raúl Castro Ruz, se abrió una nueva situación en Cuba. Era distinto en la víspera a lo que es, ahora, en las postrimerías.
Yo me preguntaría: ¿qué debemos y que tenemos que hacer nosotros, inquietos pensadores, pintores iluminados, artistas que han logrado hacer lo que se propusieron hacer? A veces fuimos incomprendidos, a veces soportamos juicios equívocos, pero a nadie se le pidió que hiciésemos una interpretación fría de la realidad y que la trasladásemos a la literatura, al arte de la pintura, a la música, a la poesía, a la propia arquitectura.
Cuando muchos lloraban en el mundo porque las Escuelas de Arte estaban quebrantadas, en un debate internacional en el que había tantos que criticaban la supuesta desidia sobre esos monumentos, los cuales eran considerados la obra más representativa de nuestro tiempo, se me ocurrió pensar en la bella imagen de la crisálida y la mariposa. ¿Qué era más importante, en última instancia? ¿Una montaña de ladrillos o la mariposa que había volado del interior de aquellos espacios?
Todo cuanto valía en la música, en la danza, en el pensamiento… había surgido precisamente del seno de la hermosa crisálida ruinosa. El tiempo nos ha demostrado que fue muy importante vivir para verlo.
Cuando hace unos días celebrábamos el 90 aniversario de Alicia (Alonso), resulta que para muchos ella es  —y no hay quien no lo piense— la perseverancia de vivir, de sobreponerse a las limitaciones físicas, de sobreponerse inclusive a la percepción de la realidad. Yo recordaba un pensamiento de Dulce María (Loynaz), quien me dijo una vez: «Cuando se vio, queda una luz interior que nos permite interpretar las cosas. Entonces no importa dejar de ver. Lo importante es que hay quienes ven y no entienden. Hay quienes escuchan y no oyen».
Es por eso que hoy tenemos que escuchar y sentir. Y quizás nuestra máxima urgencia es pensar que cada uno de nosotros está rodeado de quienes nos han de dar continuidad, de quienes han de defender con la misma fortaleza lo que nosotros hicimos en nuestro momento.
Cuando la Nueva Trova impulsó en sus melodías y en sus poemas el pensamiento de su generación, muchos no lo entendieron. Hoy están consagrados. Cuando muchos consideraban que la danza era una especie de eco espectral de un pasado elitista, Alicia fue reconocida en el mundo entero y se colocaron laureles al pie de un monumento vivo. Cuando muchos consideraron algunos libros y versos prácticamente como herejías, quienes los escribieron o recitaron demostraron el estoicismo y la lealtad suficientes para ser reconocidos por su fortaleza.
Por eso, en este momento, cuando el cine cubano presenta una obra tan bella como Martí, el ojo del canario, nos sentimos todos muy contentos porque esa película hermosa no es más que la continuidad de obras anteriores, de los que hicieron El Mégano, de los que soñaron el Nuevo Cine Cubano, de los que viajaron por el mundo para hacer lo suyo: las creaciones maravillosas de Santiago Álvarez, de Julio (García Espinosa), de Alfredo (Guevara), quien, por cierto, en las próximas horas celebrará también su cumpleaños. Desde aquí le enviamos un saludo a ese poderoso pensador joven, que supo hacer de su vida un ejemplo, demostrándonos que, además de la sabiduría, era importantísima la singularidad.
Porque cada uno de nosotros somos singulares.  Y esa singularidad es hoy reconocida. Singularidad en el género, en la forma de ser y de vivir, en la forma de esperanzar y de soñar. Yo creo, verdaderamente, y lo digo con convicción: la hora de Cuba actual no sería suficientemente esperanzadora, si ustedes no estuviesen convencidos en su corazón de que ésta es la oportunidad.
El Presidente no dijo «es quizás la última oportunidad», sino «ésta es la última oportunidad». Cuando lo dijo hizo una apelación a muchos, a millones, pero particularmente a quienes nosotros representamos. Creo que nuestro deber más profundo y más grande es hacer el último esfuerzo para que nuestro tiempo no se pierda.
No puede haber Restauración, como decían los revolucionarios de la Comuna de París. No puede haber restauración del pasado, con sus iniquidades, discriminaciones y miserias. No puede haber, de ninguna manera, regreso de los Borbones, porque sería espantoso para nosotros, tan espantoso como haber perdido el tiempo de una sola vida de cualquiera de nosotros.
Considero, sin egoísmo y egolatría, que nuestras vidas en este sentido han sido importantes. Todos hemos tenido que estar armados durante mucho tiempo para defendernos de un adversario real, pero también para defendernos de esas poderosas fuerzas internas, a veces negativas, a las que se refiere Fidel en el último e iluminado pensamiento sobre el concepto de Revolución.
Cuando releí esas palabras, vi que muchos se detienen en el concepto de que «hay que cambiar todo lo que sea necesario cambiar», pero hay una frase que es un poco más críptica y enigmática: «había que enfrentar poderosas fuerzas externas e internas». ¿Cuáles eran las internas? Los que están con la cabeza, pero no con el corazón.
Un día le preguntaba un diputado al doctor Raúl Roa en la Asamblea: «¿Qué quiere decir usted, doctor, cuando habla “estar concorde?”» Estar concorde quiere decir «estar con el corazón». Viene del latín corde, y decir concorde quiere decir fraternidad. Pero también quiere decir compromiso.
En este día, cuando el año termina y vamos a comenzar el 2011, estamos a las puertas del puente y del camino. Vamos a atravesarlos juntos. Solos, por separado, sería imposible. Vamos a acompañar a los que nos precedieron en el tiempo y cuyos sufrimientos e iluminaciones no fueron menos importantes: a los artistas, a los pintores, a los poetas… A los que les tocó vivir otra época.
¿Qué habría ocurrido si, en vez de tocarnos vivir ahora, hubiésemos vivido en el 68, cuando el Capitán General reunió a los intelectuales y les dijo «el que no está conmigo, está contra mí», y comenzó la terrible diáspora? ¿Qué habría sido de nosotros si hubiésemos encarnado la suerte de Heredia o de Plácido? ¿Qué habría sido de nosotros si hubiesen recaído sobre nuestra obra tan terribles acusaciones?
Algunos de nosotros que, en cierto momento, pudieron verse en un laberinto de incomprensiones, han logrado vencerlas y, por su tesón, están hoy aquí. Tienen sobre sus sienes una luminosa corona de laurel, y aun sus heridas ya sanadas son, más que lamentos, condecoraciones.
Felicidades a todos y luchemos.