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 Como cada año la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez celebró el primero de noviembre el Día de Muertos, festividad mexicana que en esta ocasión dedicó el ya tradicional altar adornado con flores, comidas y otros objetos a dos figuras de las artes plásticas: Frida Kahlo y Antonia Eiriz.
La celebración contó además con una coreografía del Grupo Retazos y una exposición de grabados de José Guadalupe Posada y varias cerámicas afines con el estilo de este artista mexicano, debidas al grabador cubano Julio César Peña.

Muy buenas tardes.
Sean todos bienvenidos a compartir con nosotros, como cada año, la celebración de un aniversario más de la Casa Benito Juárez y del Día de Muertos, fiesta y rito que nos permite asomarnos al México Profundo, a las raíces mismas de nuestra identidad, a más de tres mil años de civilización, a una cosmología tan antigua como viva y presente, con vigor extraordinario, en la cultura de nuestro país.
 Transmitir qué es el Día de Muertos para nosotros, los mexicanos, no es una tarea fácil. Nosotros mismos no solemos plantearnos la pregunta. No nos lo explicamos, lo vivimos, lo experimentamos, lo disfrutamos en toda la magia que descubrimos en esas voces que nos vienen de lejos, de nuestros antepasados, de quienes nos precedieron en el camino y en este día vuelven para convivir con nosotros, con la simiente que ellos plantaron, con los depositarios de su legado y de su sabiduría.
Cada ofrenda, cada altar que se levanta en las casas mexicanas para recibir a sus difuntos este día, nos habla del gozo del reencuentro. No es un momento de luto y de recogimiento; es de fiesta, de alegría, de dejarse envolver por el aroma del incienso de copal y de la flor de cempaxúchitl, de compartir nuevamente el pan, la fruta, el mole, el tequila, el chocolate, con nuestros muertos, tan nuestros como nuestra propia vida. Es un tributo de la memoria contra el olvido, contra el abandono.
Vida y Muerte, en México, pierden su carácter absoluto y se entremezclan en un juego de dualidades donde cada una abreva de la otra, se necesitan, se complementan y se regocijan al encontrarse: conviven, beben, cantan y bailan juntas en los panteones y en las francachelas, como nos lo recuerda José Guadalupe Posada en cada uno de sus extraordinarios grabados, que hoy descubriremos, o como lo reflejara de manera inigualable Juan Rulfo en ese monumento literario que es Pedro Páramo.
La Muerte, llamada popularmente con múltiples nombres como «la Huesuda», «la Catrina», «la Pelona» y hasta «la Tía de las Muchachas», lejos de asustarnos se convierte en una presencia familiar amiga, cercana. Vaya, hasta en calaveras de azúcar nos la comemos, con todo y la bellísima parafernalia barroca que adorna a estos dulces tan tradicionales y que ustedes descubrirán en la ofrenda, que este año dedicamos a dos pintoras de una fuerza y una vitalidad extraordinarias: Frida Kahlo, quien falleciera justamente hace 50 años, y Antonia Eiriz, personalidad arrolladora que a través de su arte y de su generosidad sin límites supo ganarse la admiración y el cariño de su pueblo entero. Recordarlas hoy con nuestras tradiciones nos llena de orgullo y alegría. Eso se festeja, y se festeja en grande. Y como no hay fiesta donde falten los amigos, hoy contamos con la presencia de todos ustedes como testimonio vivo de la profunda amistad, varias veces centenaria, que une y seguirá uniendo a nuestros pueblos en historia y destino. A todos ustedes, gracias por ese cariño hacia México, que es bien correspondido al otro lado del Golfo.
No quisiera concluir sin expresar mi mayor felicitación y reconocimiento a todo el personal de la casa Benito Juárez y al Historiador de La Habana por estos dieciséis años de trabajo infatigable a favor de las relaciones culturales entre México y Cuba. De igual modo me complace mucho agradecer al Grupo Retazos, a Julio César Peña y a Edgar Pahua sus muy valiosas contribuciones para enriquecer con sus propuestas artísticas la celebración que hoy nos reúne.
A todos ellos y a cada uno de ustedes, muchas gracias.


(Palabras inagurales de la actividad del Día de Muertos, leídas por Eduardo Menache en la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez, el primero de noviembre de 2004).