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 Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal recibió hoy viernes el Premio de la Latinidad 2006, por la labor de toda una vida dedicada a fomentar los mejores valores éticos de la identidad nacional y la herencia cultural de la latinidad.
A tres días de conmemorarse el Día de la Latinidad, se hizo entrega por sexta vez en Cuba del premio que cada año se concede a una destacada personalidad de nuestra cultura, defensora y promotora además de la cultura latina.

 Monseñor Carlos Manuel de Céspedes recibió este viernes 12 de mayo el Premio de la Latinidad 2006 en la antigua iglesia de San Francisco de Paula ante un numeroso público que incluía desde prestigiosos intelectuales, representantes eclesiásticos, funcionarios gubernamentales, diplomáticos... hasta miembros de la iglesia de San Agustín, de la cual el homenajeado es su párroco. Luego de las palabras de Ana María Luettgen, directora de la Unión Latina en Cuba, monseñor Carlos Manuel de Céspedes agradeció el Premio con la lectura de un pequeño ensayo sobre el significado y valor de la cultura latina (latinitas), además de justipreciar la labor de esa organización en la búsqueda de un sentido lo «más ecuménico posible». A continuación, Cintio Vitier –Premio de la Latinidad 2005– dedicó esta semblanza al Padre Céspedes que reproducimos íntegramente.





GRACIAS

Pasión por Cuba y por la Iglesia, el título de su estudio biográfico sobre el padre Félix Varela, sintetiza las motivaciones esenciales de monseñor Carlos Manuel de Céspedes, las de una silenciosa obra que ha abierto ámbitos de luz en nuestra cultura, no la del alboroto y los incesantes aniversarios, sino la que secretamente nos empalma con los días fundadores del Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Si su nombre y apellido nos remontan a lo que José Lezama Lima llamó nuestro «señorío fundador», resumido en la gentil inclinación del Padre de la Patria, ya en la encerrona de San Lorenzo, ante una señora negra esclava que detuvo su paso con majestuoso porte, no menos agradecemos su fervoroso entusiasmo, de pie en la penumbra de un palco del Teatro Nacional, aplaudiendo el último giro de la emblemática Alicia Alonso.
Una cierta medievalidad habanera se salva siempre, rodeada de un parco iluminismo que no nos permite olvidarnos de las páginas purpúreas de San Agustín, ni de la vehemente indignación de San Basilio el Magno con los ricos, ni del órgano claudeliano del Aquinatense, cuando, cerrado de negro como embajador distinto de una modernidad distinta, monseñor Carlos Manuel de Céspedes llega, se sienta y tan intensa como delicadamente nos escucha.
¿Qué tenemos que decirle? Nada sino gracias. Gracias por sus lecciones de profunda cubanía, gracias por su catolicismo capaz de abrazar con las Cartas a Elpidio en el pecho a José Martí, gracias por su mirada de estudio y bondad, gracias a su pasión por Cuba y por la Iglesia.


CINTIO VITIER