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Hasta el martes 28 de junio estará a disposición del público la muestra «Con Musashy en Viñales» del artista Maikel Sotomayor, en la Casa Oswaldo Guayasamín del Centro Histórico. Desde el neoexpresionismo, con mirada intimista se aborda la temática del paisaje. La obras revelan «con mayor o menor grado de intensidad determinados objetos o personajes emblemáticos de cada rincón representado, y construyendo con ellos interesantes “atajos visuales”, como si se tratara de un croquis corpóreo y emotivo del lugar», como señala el crítico de arte David Mateo en sus palabras al catálogo de la exhibición.

 «En el sustrato de la obra de Maikel Sotomayor hay una intención de sinceramiento representativo con el ambiente, un ambiente que pretende ser redescubierto, percibido desde su doble dimensión de éxtasis y desasosiego, y para lo cual todo parece tener importancia, significación».

Concertaciones del sujeto
La tentativa de crónica, de documento de viaje, que ha ido introduciendo Maikel Sotomayor en sus obras paisajísticas, es uno de los primeros aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de evaluarlas. Por mi relación profesional y de amistad con el artista, he tenido acceso a datos complementarios de su trayectoria que me permiten reconocer en sus composiciones algunas evidencias que serían difíciles de detectar por un observador ajeno. Pero no me interesa preservarlas como garantías exclusivas de un análisis crítico, más o menos acertado, sino ofrecérselas también al público de sus obras para que no se quede en la simple apreciación técnica o estética de las mismas, y se aproxime a ellas con una voluntad de discernimiento, de revelación en torno al sujeto artístico, un aspecto que considero crucial para comprender el trasfondo de sus propuestas.   
Por ejemplo, me parece interesante comentar que esa silueta difusa, casi sombría, que aparece detrás de una cerca de alambre en la obra reciente Recostado al horcón, es la del autor; que el personaje que evoca un samurái a caballo, en la pieza Con Musashy en Viñales, es el hacendoso campesino que los guió por la zona rural; que el estado perentorio de anclaje o fijeza que se vislumbra de manera alegórica en el cuadro Qué le digo a la luna, surgió a partir de una interpretación sui generis del mecanismo de ensamblaje de su casa de campaña…
La confidencia de estos datos no restringe, sino por el contrario, enriquece la capacidad de sugestión de las obras de este joven creador. Y es que su pintura neoexpresionista, contenida y explosiva al mismo tiempo, no tiene la intención de esconder una variable de estructuración caracterizada, esencialmente, por la yuxtaposición de planos vivenciales, planos que pueden ser recreados de manera directa o combinada a través del lienzo, y que prevalecen aun cuando la intención del cuadro sea panorámica. Lo que a primera vista pudiera parecernos un recurso efectista o de simulación en ciertos fragmentos del cuadro, no es más que la intensificación de los artificios pictóricos y dibujísticos para remarcar la impresión de los distintos ángulos de los espacios naturales y de las contingencias que en ellos se experimentaron. No por gusto tiende a priorizar en sus composiciones varias zonas de transparencias, de transiciones; va revelando con mayor o menor grado de intensidad determinados objetos o personajes emblemáticos de cada rincón representado, y construyendo con ellos interesantes «atajos visuales», como si se tratara de un croquis corpóreo y emotivo del lugar.    
En el sustrato de la obra de Maikel Sotomayor hay una intención de sinceramiento representativo con el ambiente, un ambiente que pretende ser redescubierto, percibido desde su doble dimensión de éxtasis y desasosiego, y para lo cual todo parece tener importancia, significación: los accidentes generales del terreno, las casas de los campesinos, los habitantes de la zona, los animales del medio, la parcelación del suelo, la sugerente configuración de una piedra o de un tronco viejo…  
A diferencia de su muestra anterior, presentada en la galería Teodoro Ramos Blanco, del Cerro, Maikel Sotomayor hace complicidad en esta oportunidad con los originarios y enigmáticos territorios de Pinar del Río. Ayer incursionó por las tierras montañosas de Santiago y hoy por los parajes de la parte más occidental de la isla. Va de un extremo a otro de la geografía del país, de un extremo a otro capturando el aliento insular.
Como si no bastara esa concepción que ha venido esgrimiendo en sus paisajes de una naturaleza irreductible, incorporada, típica de la filosofía artística japonesa, Maikel Sotomayor se afana ahora en concertar una metodología —con evidentes influencias de la poética Haiku— con la cual exponer las dinámicas espirituales del paisaje y llevar a cabo el diseño de la narratividad visual que las justifique.  

David Mateo
Crítico de arte

Imagen superior: Qué le digo a la luna (mixta sobre lienzo, 130x130 cm). Sobre estas líneas, a la izquierda: Primavera (acrílico y carboncillo sobre tela, 60x80 cm); a la derecha: Recostado al horcón (mixta sobre tela, 150x150 cm).