Con la pupila inyectada de referentes eslavos, Ernesto González Litvínov (Yalta, 1969) acomete su obra pictórica con la vehemencia de haber nacido en esa ciudad ucraniana y ser ruso cubano, o viceversa. Por eso en sus pinturas revolotea siempre el escurridizo e indócil querubín de una paradoja: hay representados personas, objetos... en fin, el mundo que nos rodea; sin embargo, no se trata de percepciones inmediatas de «aquí y ahora», sino reflejos de una vivencia lejana, como si el artista jamás hubiera dejado de ser el niño recién llegado que añora la caída del aguanieve con sus cristales. Al menos en «La capital de un sueño», su más reciente exposición, las escenas escogidas son visionadas a través de esa ventana con doble moldura.
 
 
Con la presencia de Mikhail Kamynin, embajador de la Federación de Rusia en La Habana, en la galería de la Casa Lombillo, Argel Calcines, Editor general de Opus Habana inauguró hoy viernes 19 de febrero la exposición «La capital de un sueño» del artista Ernesto González Litvínov.
Con la pupila inyectada de referentes eslavos, Ernesto González Litvínov (Yalta, 1969) acomete su obra pictórica con la vehemencia de haber nacido en esa ciudad ucraniana y ser ruso cubano, o viceversa. Por eso en sus pinturas revolotea siempre el escurridizo e indócil querubín de una paradoja: hay representados personas, objetos... en fin, el mundo que nos rodea; sin embargo, no se trata de percepciones inmediatas de «aquí y ahora», sino reflejos de una vivencia lejana, como si el artista jamás hubiera dejado de ser el niño recién llegado que añora la caída del aguanieve con sus cristales.
Al menos en «La capital de un sueño», su más reciente exposición, las escenas escogidas son visionadas a través de esa ventana con doble moldura. Pegamos las narices y, tras el vidrio de fría superficie, parte el crucero de la bahía habanera a la caída de la tarde. Lo vemos pasar junto al Morro, cuyos contornos se desdibujan, ya sea porque se nos aguan los ojos o porque está demasiado lejos. La representación (forma y color) es suficientemente templada como para deformar la realidad, pero no tan cálida como para derretirla. Es, pues, una mezcla de agua y nieve lo que tamiza la recepción del paisaje: un aguanieve nostálgico que deviene langor de hálito expresionista.
 
 Obra El crucero que se va (2010) 130x89 cm.
Si el expresionismo se propuso, a fin de cuentas, una visión espiritual de las cosas a través del prisma deformante del creador, en el caso de Litvínov su mundo interior remite a ese adolescente parado en la azotea de un edificio de Centro Habana, confundiendo el Mar Caribe con el Mar Negro.
Al autorreferenciarse siempre como un infante nacido en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Litvínov aborda el conflicto de la infancia perdida mediante códigos poéticos que evocan las maneras del «Realismo socialista», el cual redefine como «Realismo utópico», título de su anterior exposición personal (La Acacia, 2007).
 
Pieza La gloria del capitolio (2009) 130x89 cm.
En la reseña crítica de esa muestra, Janet Ortiz asevera: «en cada una de sus obras representa situaciones extremas, atmósferas opresivas y amenazas inminentes. Pinta a voluntad como lo haría un bad painter, con pinceladas ansiosas, colores crudos y formas inacabadas. Es un niño acosado por fantasmas que guarda celosamente un amuleto: la poesía. Ahí he encontrado un baluarte».
El baluarte de Litvínov es la ingenuidad. La ingenuidad como subterfugio para expresar el gran tema de su obra pictórica: la crisis de identidad, ya sea la consustancial a la adolescencia o al derrumbe de ese sistema de valores que era la ideología soviética. Así, el adolescente de sus cuadros sería el prospecto de aquel «hombre nuevo» que nunca llegó a ser tal, mas que continúa haciéndose la misma pregunta aparentemente infantil: «¿Por qué?»
 
Argel Calcines Pedreira
Editor General Opus Habana 

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