En el palacio hoy conocido como Casa Pedroso, cuyo origen data del siglo XVII, tiene su sede la compañía teatral El Arca. Este nombre no fue escogido al azar, pues sus miembros –liderados por Liliana Pérez Recio– querían interrelacionar la labor que ellos realizan y el significado patrimonial de esa edificación, erigida sobre los restos de uno de los primeros astilleros navales de la ciudad.

 

La compañía teatral El Arca tiene la voluntad de extender su labor artística a diferentes partes del Centro Histórico e incluir a varios sectores de la comunidad y de la propia Oficina del Historiador de la Ciudad en su vorágine creadora.

En el palacio hoy conocido como Casa Pedroso, cuyo origen data del siglo XVII, tiene su sede la compañía teatral El Arca. Este nombre no fue escogido al azar, pues sus miembros –liderados por Liliana Pérez Recio– querían interrelacionar la labor que ellos realizan y el significado patrimonial de esa edificación, erigida sobre los restos de uno de los primeros astilleros navales de la ciudad.

De izquierda a derecha: Jorge Luis Ramírez, Miriam Sánchez, Mario Cárdenas, Mario González, Liliana Pérez Recio, Maykel Rodríguez de la Cruz y Merlin Lorenzo. A la compañía pertenecen
también Yudd Favier y Ramón Lezcano.

Cuenta Liliana que, después de mucho pensar, vino la idea de El Arca, significante que designa, a la vez, un barco grande (que recuerda los vestigios arqueológicos de aquella grada) y las cajas o cofres que simbólicamente podrían servir para preservar el patrimonio titiritero cubano y universal atesorado por esta institución.  
Éste es precisamente uno de los propósitos fundamentales del grupo, que, a cargo del Teatro-Museo de Títeres, se constituyó de manera oficial el primero de marzo de 2010 bajo el auspicio de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. Cuenta, además, con el apoyo del PDHL de las Naciones Unidas en Cuba.
Para ello se ha concebido un proyecto museístico que acoge dos colecciones: una cubana y otra universal. «Confiamos en que donde mejor pueden estar los muñecos es en el museo. Ya es triste de por sí el instante en que un títere deja de salir a escena. Logremos que, al menos, sea mostrado, que perdure su esencia de una generación a otra, que sea evidente todo el esfuerzo y el sudor que exigió su realización…». Y agrega Liliana: «Son colecciones que palpitan, que crecen, que son punto de referencia para nuevas investigaciones».
Precisamente de ese palpitar comienza a nutrirse el Centro Histórico al ser invadido por muñecos que cobran vida en manos titiriteras. Provienen de diferentes parajes cubanos e internacionales, y todos poseen una historia que contar. Muchos traen en sus rostros las huellas de haber desandado los caminos del espectáculo. Pudieran haber sucumbido tras el progresivo deterioro material, mas fueron rescatados y traídos a la Casa Pedroso, donde, tras ser restaurados, «se les  admirará no sólo por su valor plástico, ya fuera del contexto teatral, sino también por cómo devinieron personajes gracias al titiritero que los animó, cómo funciona la técnica que les concede vida».
Pero en El Arca no sólo vivirán los títeres de antaño; los nuevos muñecos también se abren paso en un medio que incentiva su desarrollo. Ahora sólo depende del empeño y espíritu de creación de las nuevas generaciones de titiriteros. A este propósito se unen los integrantes de la recién creada compañía teatral, quienes ya han aportado una nueva obra al repertorio de este género en el país: El gato de Lilo, escrita por el dramaturgo del grupo, Maykel Rodríguez de la Cruz.
Cuenta la historia de un niño que logra superar sus propios miedos con la ayuda de su abuela, quien, al leerle el cuento «El gato con botas», le hace comprender que lo verdaderamente importante en las personas son sus cualidades y sentimientos, no su apariencia exterior.

Escena de El gato de Lilo, teatro de sombras que fue estrenado por
El Arca en septiembre de 2010.

La obra resulta atractiva a un amplio público: a los niños les llaman la atención los juegos de luces y sombras, el gato con botas —que tiene un papel muy dinámico— y las canciones que acompañan la puesta; los adolescentes se identifican con la relación que se establece entre Lilo y la niña de ojos verdes, y a los adultos les conmueven los cuidados que la abuela profesa a su nieto y la empatía que existe entre ambos.
Tras el telón, en constante movimiento, se acomete el proceso creativo. Al conjugar títeres con actores en la escena, los intérpretes necesitan tener mucha agilidad, destreza y poder de concentración para realizar la puesta. El espacio se convierte así en un panal de laboriosas abejas, pues el escenario tiene apenas 4 m2, con un hombro muy estrecho. ¡Es impresionante observar cómo en un área tan pequeña se pueden lograr cosas tan grandiosas!
Pero el reducido espacio de trabajo está comenzando a adquirir dimensiones mayores. La compañía tiene la voluntad de extender su labor artística a diferentes partes del Centro Histórico e incluir a varios sectores de la comunidad y de la propia Oficina del Historiador de la Ciudad en su vorágine creadora. O sea, El Arca amplía su puerto.
De la mano de sus principales tripulantes —los títeres—, ofrece a todos la posibilidad de navegar por el fascinante mundo teatral. Anhelan dramatizar historias vivenciales contadas por los vecinos de la tercera edad, e involucrar a los estudiantes de las escuelas-talleres de oficios en la producción de espectáculos.
Inspirados en el legado de titiriteros mayores, como los hermanos Camejo y Pepe Carril, se proponen implementar programas de aprendizaje mediante talleres de creación, para los cuales han recibido apoyo de UNICEF. El primero está dedicado a la animación de figuras y es impartido por Liliana Pérez Recio. Sus clases han sido concebidas para niños, los que —al terminar el curso— habrán vivido la experiencia de elaborar su propio títere, crear una historia y escenificarla.
Quien asista a una de esas clases podrá quedar gratamente impresionado al ver, por ejemplo, como luego de ensayar reiteradas veces un esquema rítmico con palmadas, los niños logran cantar melodiosamente la estrofa de una canción: «Haz el bien/ y no mires a quién/ que la vida es vivir/ y es querer». O cuando, sentados en el parque Diana —anexo a la Casa Pedroso— dieron riendas sueltas a su imaginación e interpretaron diferentes personajes de uno de los cuentos más populares de los hermanos Grimm: «Los músicos de Bremen».
—A ver Gustavo, tú serás el burro —dijo Liliana a uno de sus alumnos. Y rápidamente el niño adoptó tal posición.
—¡Profe, yo quiero ser el gallo!
—¡Y yo el gato!
Emocionados por el activo ritmo de la clase, varios chicuelos desbordantes de emoción pusieron al resto fuera de control por un instante. Este incidente provocó que la directora de El Arca tuviese que disertar sobre la importancia del respeto hacia los demás y hacia uno mismo; sobre la disciplina, el cumplimiento del deber y el sentido de la responsabilidad ante las tareas que asumimos. No es difícil comprender que, más allá de las lecciones de técnicas teatrales, los talleres tienen un contenido humano y ético.
Porque el trabajo con las nuevas generaciones constituye una prioridad para los integrantes de la compañía. Ésa es la meta de su labor reivindicadora del teatro de títeres como una faceta del patrimonio histórico-artístico.
Enrumbada hacia esos horizontes, ¡El Arca va!

 

Celia María González
Opus Habana

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