Vicente Escobar y Flores, pintor habanero autodidacta en principio, llegó a estudiar en la madrileña Academia de San Fernando y años después fue nombrado pintor de cámara del rey español Fernando VII.

Vicente Escobar y Flores (La Habana, 5 de abril de 1762 – 8 de abril de 1834). Según consta en el acta de Bautismos de Pardos y Morenos (número 446, folio 117, Libro 16), era hijo de Antonio Escobar y de Justa María de Flores. Pertenecía a una familia de casta militar destacada dentro del cuerpo de oficiales del Regimiento de Pardos y Morenos. Aunque al nacer fue inscrito como negro, se asegura que murió como blanco por haberse acogido a la Real Cédula de Gracias, firmada en Aranjuez el 10 de febrero de 1795.
Es manifiesto que aprendió a pintar sin maestros, teniendo por modelos las imágenes de santos heredadas de su bisabuela materna. Aproximadamente hacia el año 1798, contrajo matrimonio con doña Josefa de Estrada y Pimienta, natural de Bejucal.
Es una figura más bien misteriosa en los orígenes de la plástica en Cuba. Se le conocía en la sociedad por dedicarse a la pintura de forma autodidacta; sin embargo, sus excepcionales dotes como retratista lo hacen ascender con rapidez en la escala social. Con muy buen oficio logró reconocer aquellos elementos pictóricos que le valdrían para ganarse el interés de la clase social dominante de la época. Su talento para apegarse al mimetismo fisonómico de sus representados, resaltando la jerarquía de sus modelos sobre cualquier defecto, le hicieron destinatario de numerosos encargos y recomendaciones al punto de llegar a dominar un incipiente mercado de arte en el que por aquel entonces pujaban muy pocos competidores.
Si bien se inicia como autodidacta en un momento de su adolescencia, para mediados de la década de 1870, viaja a España, donde cursa estudios en la Academia de San Fernando de Madrid, siendo discípulo del pintor de cámara don Salvador Maella. Fue este el lugar idóneo a fin de convertir ese talento natural en técnica plástica depurada. En tierra madrileña entró en contacto con la pintura de Francisco de Goya, para entonces 16 años mayor que él, de quien se confesara ferviente admirador. Su período docente fue meritorio e incluso llegó a obtener un premio en la clase de dibujo que lo destacó entre sus condiscípulos.

Vicente Escobar no solo parece ser el pionero en realizar este tipo de viajes de estudio a Europa sino además en establecer, a su retorno a Cuba, un taller independiente que en 1820 estaba ubicado en la habanera calle de Compostela, número 62. En este escenario, tuvo como discípulos a Juan del Río y al poeta y pintor Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido).
Su producción estética se emplaza entre las dos centurias, por ello es de fácil apreciación aquellos elementos característicos de la pintura del siglo XVIII, particularmente en los referentes a la temática religiosa. En cuanto a su labor como retratista se aprecia una técnica cargada de sobriedad, destacándose por las poses y actitudes de la clase a la que representa. Gracias a su labor y la de sus coetáneos como Eliab Metcalf y su propio discípulo Juan del Río, debemos una importante y vasta galería de figuras pertenecientes a la aristocracia habanera de principios de siglo XIX. En este repertorio podemos encontrar a varios capitanes generales de la Isla, respetadas señoras pertenecientes a las más destacadas familias de la época y algunos lienzos de modelos de identidad desconocida pero que por los elementos reunidos en la representación pueden atribuirse a personajes de abolengo.
Al término del dominio colonial en Cuba hacia finales de 1898, la colección de pinturas de los gobernadores que mantuvo en su poder hasta su muerte y adquirida con posterioridad por su admirador y benefactor el Capitán General Francisco Dionisio Vives para decorar el salón principal de la capitanía general, fue íntegra y definitivamente trasladada al Archivo de Indias, en Sevilla.
Gozan de especial atención en la obra de Escobar los retratos femeninos. Las modelos aparecen sentadas en un butacón y ligeramente inclinadas hacia el frente para dar sensación de profundidad, apoyándose sobre los fondos neutros que en ocasiones incorporan la representación de una ventana abierta a la bahía o a una vastedad de tierras para reforzar el sentido de espacialidad en el lienzo. El artista se deleita en la representación de la elegante vestimenta de la época a la usanza de la moda europea, ensalzadas en joyas finas y demás accesorios que permiten el reconocimiento de la clase social y la actividad económica de la familia a la que pertenecía la dama.
Sin embargo, el énfasis de su técnica está dirigido al rostro, es allí donde hace gala de su maestría plástica. Alejándose conscientemente de la fuerte tendencia epocal encaminada a la idealización de los representados, Vicente Escobar se interesa en lograr la mayor similitud. Para ello se apoyaba en una impresionante memoria visual. Según se refiere, bastaba con que viera a alguien una sola vez de forma detenida para luego inmortalizarlo con sorprendente exactitud. Se asegura que siguiendo este proceder retrató al presbítero Francisco Suazo en 1816. Conocedor del alcance e interés que despertaba su talento entre los habaneros, en no pocas ocasiones estampó, junto a su rúbrica, el comentario: lo pintó de memoria.
Su estilo estriba entre el academicismo de intencionalidad descriptiva y un cierto primitivismo, perceptible en sus limitaciones técnicas en cuanto a la representación de las proporciones, los volúmenes y las extremidades visibles en el cuadro, así como en la ingenuidad respecto a la incorporación de ciertos elementos apoyando el sentido de profundidad de la obra. No obstante, Vicente Escobar fue un pintor de éxito en su época, la gran aceptación de su trabajo y la constante demanda social de la que era objeto lo demuestran, además, en la obra cimera de Cirilo Villaverde, la novela Cecilia Valdés, se le menciona en numerosas ocasiones, y el literato emplazó dos de su retratos en la casa de Leonardo Gamboa.
Aun cuando su prestigio es ampliamente conocido desde los primeros años del siglo XIX, no se le encuentra formando parte del cuerpo de profesores de la recién fundada Escuela de Pintura y Escultura de San Alejandro (1818). Escobar, mas apegado a la tradición plástica española, no se relacionó con Juan Bautista Vermay o Giuseppe Perovani, introductores en Cuba del arte francés de la época.
El 15 de mayo de 1827, Vicente Escobar fue nombrado pintor de cámara del rey español Fernando VII, aunque aun se discute la veracidad de la fecha en la que acontece tal nombramiento, algunos historiadores atribuyen este reconocimiento a gestiones realizadas por Dionisio Vives ante la reina María Cristina.
Algunos años después, siendo un anciano, Vicente Escobar y Flores fallece en La Habana víctima de una epidemia de cólera, sin dejar descendencia. Su muerte se inscribe en el Acta de Defunciones de Españoles (Acta 219, folio 32 del Libro 18), en la Parroquia del Espíritu Santo.

(Texto que acompaña la exposición transitoria «Vicente Escobar, pionero de la pintura cubana», que se exhibe en la segunda planta del claustro norte del otrora convento de San Francisco de Asís).

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