Semanario Revista Opus Habana Opus Habana. Semanario Digital.
CLAVES CULTURALES DESDE EL CENTRO HISTÓRICO
Vol. IV, No. 7/2007  
   Desde:
   2007-02-12 
  Hasta:
   2007-02-19  



     

Mi legado musical
Cuba colonial. Música, compositores e intérpretes (1570-1902), de Zoila Lapique, es uno de los nuevos libros de Ediciones Boloña (Oficina del Historiador), presentado la tarde de hoy en la 16 Feria Internacional del Libro de La Habana. En más de 300 páginas se resume la labor investigativa desarrollada durante varias décadas por esta autora sobre géneros musicales «definitorios para el arte sonoro de la Isla».

Por Zoila Lapique Becali .
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San Cristóbal danza con Retazos
La Compañía de Danza Teatro Retazos ha estado de pláceme con la celebración del 20 aniversario de su fundación.

Por Fernando Padilla González .
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Feria del Libro en el Centro Histórico
Como libro hermoso y de fácil lectura calificó Eusebio Leal Spengler la obra en tres tomos De la historia y la memoria, de Lionel Soto, presentado este jueves 15 en el patio del Museo de la Ciudad, convertido esa tarde en parte de la 16 Feria Internacional del Libro de La Habana. Al hablar, Leal consideró que el volumen recoge la vida política y gestión humana de Soto, quien recibió el grado de Doctor en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana por La Revolución del 33 y es actualmente el presidente de la Editorial SI-MAR S.A.
Por NULL .

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La violenta ternura
Con prólogo de Arturo Arango e ilustraciones de Orestes Gaulhiac, La violenta ternura, una antología personal de Alex Fleites, fue presentada el reciente viernes 9 en los salones del restaurante El Templete (Habaguanex S. A.), que por esos días acogió la exposición «Un soplo de amor», de Eduardo Guerra. Estuvieron presentes, entre otros, el hispanista francés Alain Sicard, el Premio Nacional de Literatura Jaime Sarusky y el reconocido narrador Leonardo Padura.
Por NULL .
Museo del Chocolate
En el inmueble de Amargura y Mercaderes ocurre la manufactura artesanal de este subproducto del cacao, el cual puede adquirirse y degustarse in situ.

Por
Tomado de Opus Habana, Vol. IX, No. 3, 2005, pp. 30-31.
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Los matrimonios cambiados
Referencia a uno de los paliativos con que se ha querido buscar solución o remedio a los males matrimoniales.

Por Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964. .
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Mi legado musical
«Como investigadora he podido hacer algunos aportes, entre ellos la determinación de las dos etapas de la contradanza en Cuba y el hallazgo de la primera habanera en el tiempo».

El libro de Zoila Lapique Becali Cuba colonial. Música, compositores e intérpretes (1570-1902) (Ediciones Boloña, La Habana, 2007, 340 pp.) es fruto de más de 40 años «de búsquedas en archivos y bibliotecas, y sobre todo de una exhaustiva indagación en las publicaciones periódicas nacionales» que ilustra «el proceso de surgimiento y consolidación de géneros tan definitorios para el arte sonoro de la Isla como la contradanza, la habanera y el danzón, el quehacer de las orquestas populares y las agrupaciones de concierto, las representaciones de zarzuelas, óperas, operetas y ballets que dieron brillo a la vida cultural de las ciudades, y el infatigable bregar de compositores e intérpretes a lo largo de los siglos coloniales», según se refiere en la contraportada de este volumen editado por Silvana Garriga y con diseño de Carlos Alberto Masvidal.
A mis padres y hermanos, a toda la familia Lapique Becali, a mis amigos muertos, que no están olvidados, y a los que aún podrán leer estas páginas.


La pasión por la música nació conmigo. Desde que tengo uso de razón, recuerdo escuchar música y hablar de ella en el entorno familiar. En mi casa papá tenía una victrola donde se oían, grabadas en grandes discos, óperas italianas, operetas vienesas y francesas, zarzuelas españolas, y bandas de regimientos ibéricos, que interpretaban, como una orquesta sinfónica, diferentes obras musicales. Así me fueron muy familiares los nombres de Enrico Caruso, Titta Rufo, Hedor Chaliapin, Tito Schippa, Amelita Galli-Cucci, Lucrecia Bori, Ángeles Ottein, Mercedes Capsir, Mercedes Otero, María Barrientos, Emili Sagi Barba y su esposa Luisa Vela... Con las bandas españolas escuchábamos a un excelente saxofonista, el negro cubano Aquilino, quien interpretaba El sitio de Zaragoza. Supe desde muy pequeña que mi abuela materna tocaba el piano y cantaba arias de ópera que mi abuelo disfrutaba mucho. Y que mi tío Ramón cantaba junto a ella, pero no lo hacía tan mal que abuela le decía: «Hijo, que desentonas», y Ramón invariablemente le respondía: «Ay, mamá, si yo siento que voy con el piano», y ese es, precisamente, mi problema: tengo las melodías en la cabeza pero no puedo emitirlas correctamente. Mi bisabuela, nacida en Memphis, de origen vasco-francés, también cantaba, pero no sé sus preferencias musicales. Mis padres, Antonio y Rosario, todas las noches oían música y teatro por la radio, en compañía de mis hermanos. Mis tías Rosalía y Felicidad –hermanas de mamá–, sus hijas y mis hermanas Rosa y Pilar, iban a los conciertos del Maestro, así sin otro nombre, pues ya sabíamos que se trataba de Ernesto Lecuona y sus intérpretes,y aunque no me llevaban, atendía los comentarios de ellas entre tazas de café con leche y pastelitos. Por cierto, mi prima Nena cantaba con una bella voz, al igual que mi tía Zoila, quien se acompañaba al piano.
Salía frecuentemente con mis padres al cine. Los fines de semana me llevaban primero al cine Rex y después al Dúplex, que estaba al lado y mantenía una estupenda programación musical. Allí vi y escuché versiones para el cine de óperas, ballets y conciertos. Me impresionaron mucho la Aida de Renata Tebaldi, doblada su imagen por Sofia Loren, y Capricho español, bailado por Leonide Massine, Tamara Toumanova y el Ballet Ruso de Montecarlo. En ocasiones repetía varias veces ciertos filmes por gustarme su música: Show Boat, Irene Balalaika, y 100 hombres y una muchacha, donde una joven soprano, Diana Durban, cantaba dirigida por Leopoldo Stokowsky, y la orquesta acompañaba al violinista Jascha Heifetz que interpretaba Capricho y rondó caprichoso de Saint-Saëns. Vimos muchos filmes musicales norteamericanos y soviéticos. Entre estos últimos quedaron en mi memoria óperas como Sadko, de Rimsky-Korsakov; Yolanda, Eugene Oneguin, y La dama de pique, de Chaikovski, e Ivan Susanin, que después descubrí se llamaba Una vida por el zar; también las biografías de Glinka y Korsakov, que me adentraron en el legado del Grupo de los Cinco. Era tanta mi pasión por la música, la historia y la lectura en general, que mis padres y hermanos no perdía ocasión de regalarme libros.
Como papá era un fanático de la radio, siempre compraba el mejor modelo que salía al mercado para escuchar buena música, sobre todo la que trasmitía la BBC de Londres. Aún me parece ver aquel mueble grande con un «ojo mágico» sobre el dial para sintonizar con más precisión las estaciones después de la comida, a las nueve de la noche, a sonido del cañonazo y con el danzón El cadete constitucional, nos sentábamos alrededor del aparato. La estación del español-cubano Laureano Sánchez, Suaritos ponía grabaciones de los cantantes italianos Carlo Buti y Nilla Pizza, el cubano Carlos de la Uz y de los franceses Charles Trenes y Jean Sablon; más adelante se pondrían de moda Jacqueline Francois y Edith Piaf. También a mis padres les gustaban los danzones tocados al piano por Antonio María Romeo y el maestro Corman, los valses de Strauss y las oberturas de Von Suppé y Mendelssohn. Había otra estación con programas especiales: la CMZ, que ofrecía charlas y grabaciones de música: recuerdo las polonesas de Chopin interpretadas por el pianistas francés Alfred Cortot, y a Fritz Kreisler con sus composiciones Tesoro de amor y Alegrías de amor, preferidas de mamá. Oí y registré por vez primera el concierto para violín de Beethoven cuando mi padre me llevó a ver a Heifetz tocarlo con la Orquesta Filarmónica de La Habana dirigida por Erich Kleiber. Fue un domingo en la Plaza de la Catedral, y como se interpretaba además la Obertura 1812 de Chaikovski, intervinieron las campanas catedralicias. Tengo aún presente un día de 1938 cuando mis hermanos y mis padres fueron a teatro entonces llamado Nacional –hoy Gran Teatro de La Habana–, para la inauguración de la temporada de ópera que había traído mi tío Ramón, luego de varios años sin disfrutar del género en la capital. Por ser pequeña, me dejaron con unos vecinos que eran como hijos para mamá: Carmen Cid y José Fernández Novoa –luego serían mis compadres al bautizar mi hermano Tomás y yo a su única hija, Carmita, nacida en 1943–, pero seguí por la radio la representación del Trovador de Verdi. Posteriormente, Carmen Cid, que gustaba de las compañías españolas y cubanas de zarzuelas, iba con nosotros al teatro, y vimos varias veces Cabalgata, a Conchita Piquer, la compañía del cantante cubano Miguel de Grande; los españoles Marco Redondo y Luis Aguilar. Rosita Fornés, Zoraida Marrero, Álvarez Mera y otros cantaban zarzuelas españolas y cubanas. Mi tío Ramón, empresario, primer cronista de cine de este país, fundador de la ATRYC, hoy injustamente olvidado, alimentó siempre esa pasión, ese gusto por la música lírica y la alta comedia. Así, cuando trajo la compañía del bajo Gimeno, todos los días iba a teatro, incluidas las tres funciones de los domingos –matinée, tanda y noche–, y tuve la oportunidad de solazarme con óperas, operetas y zarzuelas grandes y del género chico, estas con doble cartel; en especial «veo» nítidamente las actuaciones de Luis Sagi-ela, hijo de Emilio Sagi y Luisa Vela. Cuando mis padres no iban, encontraba a Carmita o salía con la complicidad de mis hermanas Rosa y Pilar, al punto de que por poco pierdo un año de bachillerato en el Instituto del Vedado y tuve arrastres de varias asignaturas, ¡pero conocía obras que jamás han subido a escena en Cuba! Asistí además a las memorables funciones de las Estrellas de la Ópera de París, en tránsito de Nueva York a Francia, que actuaron en el teatro Principal de la Comedia, y entre cuyos cinco o seis integrantes venía el gran Sergio Peretti, quien bailaba en puntas. De los ballets que hicieron acompañados a piano, me impresionó mucho La siesta de un fauno, con música de Claude Debussy. Se presentaron ante un público reducido, en el que hacía número la familia completa del empresario, y ello dice mucho de la posterior labor divulgadora del ballet que acometería Alicia y los hermanos Alberto y Fernando Alonso. Mi tío bufaba por una crónica terrible contra Peretti y su estilo en punta que había firmado Regina de Marcos, quien tal vez deslumbrada por las modernas puestas del American Ballet Theater de Nueva York en el Auditorium no supo ver al gran maestro que era Peretti, que cerraba una etapa de la historia del ballet.
Zoila Lapique Becali (La Habana, 1930) es autora además de los libros Catalogación y clasificación de la música cubana, Música colonial cubana, La mujer en los habanos y La memoria en las piedras.
Del más reciente, Cuba colonial..., presentado el viernes 16 de febrero de 2007 en la 16 Feria Internacional del Libro de La Habana ha expresado (p. 9): «La presente obra sería el segundo tomo de Música colonial cubana, publicada en 1979 por la Editorial Letras Cubanas; pero con los años y nuevas búsquedas e ideas, cobró vida independiente.
Este largo e intenso ensayo está basado en documentos –muchos inéditos–, fuentes de primera mano, prensa seriada, y, por supuesto, la propia música (...)».
Por esos años colaboré en la revista juvenil Alba, donde pretendía hacer una croniquilla sobre música. Acerca de libros escribía Roberto Fernández Retamar.
En 1947 mi hermana Rosa me llevó al aula Magna de la Universidad de La Habana, a una conferencia ilustrada por el doctor Fernando Ortiz sobre las religiones africanas en Cuba. Al finalizar me presentó: «Don Fernando, esta es mi hermanita». Ortiz me saludó y preguntó si me había gustado, y yo respondí, empachada de tontería: «Bueno, a mí me gusta más Beethoven». Él, condescendiente, me aseguró: «Ya te gustará, ya verás».
Viene a mi mente el abono que sacó mi hermana Rosa para ver bailar un Día de los Enamorados a la pareja de Anton Dolin y Alicia Markova, acompañados al piano y sin escenografía, en el teatro Auditorium. En el mismo teatro oímos a la soprano negra Dorothy Maynor interpretar negro spirituals y lieder alemanes. Por esos años íbamos a los conciertos de la Sociedad Daniel –organizada por el Partido Comunista–, donde escuchamos a Brailowsky interpretar a Chopin. Me impresionó el coro de los Niños Cantores de Viena, a quienes me llevaron a ver al hotel; la agrupación de la Familia Trapo, y los Cantantes de la Pequeña Cruz de Madera. Pero lo que colmó mis anhelos fueron las presentaciones de Renata Tebaldi, sobre todo en Aida, mi favorita, aunque no olvido Manon Lescaut, y Adriana Lecouvreur, de Cilea, esta última en función para socios que pude disfrutar muy cerca, sentada en la butaca de mi amiga Anan Guerra –a ella no le gustaba la ópera–, hija de Ramiro Guerra, un personaje inolvidable que solía hablar conmigo de las actuaciones de Mimi Aguglia en La Habana.
Evoco con nostalgia las funciones domingueras de la Orquesta Filarmónica de La Habana: allí a las once de la mañana o a las cinco de la tarde, veía a Cheo Belén Puig, con su esposa y su hija la soprano Gladis. También mi amiga Marta Terry, «la terrícola», Nicolás Farray y otros. Con ellos y con Graziella Pogolotti me encontraba para hablar de cultura y de música. A Farray debo el conocimiento de las cantatas de Orff. Gracias a otro querido amigo, Rodolfo Sarracino, aprendía a escuchar a Brahms.
Igualmente perdura en mi memoria el impacto que causaron entre los habaneros las presentaciones del Ballet Bolshoi en Londres, filmadas por la Rand inglesa. No me perdía una de aquellas exhibiciones cinematográficas. También vi mucha veces Las zapatillas rojas con Moira Schearer.
Otro momento único fue la puesta cubana del ballet Petrushka, con música de Igor Stravinsky, bailado por Alberto Alonso. A esta función me invitaron Ester y Pino Zitto, amigos de la familia y en especial de mi hermana Rosa, los tres asiduos a teatro y a otros eventos culturales.
Y qué diré de cuando se inauguró la emisora CMBF, con música y sólo música. Creo que se estrenó con Madame Butterfly de Puccini, obra preferida de Orlando Martínez, su director. Yo empezaba el día oyendo, a las ocho de la mañana, música para piano: André Previn, Eddy Duchin, Hazel Scott, Carmen Cavallaro... Sí, no me sonrojo, los escuchaba con tanto gusto como a Edwin Fischer, Egon Petri, Water Gieseking, y los identificaba por su estilo como podía reconocer entre los violinistas a Heifetz, Menuhin, Kreisler o Enesco. Todavía recuerdo y me jacto de identificar obras guardadas en el archivo musical de mi memoria. Claro, sé que eso durará hasta que «le caiga comején al piano». Entonces yo no seré yo, sino una sombra de mi ser.
Cuán no sería mi alegría cuando el 14 de octubre de 1959 comencé a trabajar en la Biblioteca Nacional, llevada de la mano por mi profesora en la Universidad, la doctora María Teresa Freyre de Andrade, y por Maruja Iglesias, subdirectora y amiga, conocida en la lucha clandestina contra el régimen de Fulgencio Batista. Ellas me asignaron al Departamento de Música, entonces acéfalo, para reorganizar los fondos allí depositados. Poco después entraría como director Argeliers León, en plaza ganada en concurso de oposición. Con gran beneplácito suyo continué en el Departamento como subdirectora técnica. Gracias a él aprendí mucho de música cubana, pues yo no sabía casi nada y tenía bastantes lagunas. Así que abrí bien los ojos y los oídos a todos sus informantes, visitas, amigos y profesores, para aprender. Todo fue bien hasta que Argeliers pasó a dirigir el Instituto de Etnología y Folklore en unión de Isaac Barreal, y con María Teresa Linares, su compañera y colaboradora en sus investigaciones. Salí de ese Departamento y pasé a Colección Cubana, junto a Juan Pérez de la Riva, mi querido y erudito Juan. Pero no por eso me olvidé de la música. Siempre ayudé a los compañeros que me consultaban referencias especializadas, sobre todo a María Teresa Trueba, Ángel Ramos, Nellis Arrate, Elba y Teresita Castaño; estos últimos trabajaban en el Departamento de Arte, pero siempre me consultaban porque además hacía la suplencia en Música. Lucio Solís entró, ya mayor, a trabajar en el Departamento de Música. Don Lucio tenía una importante colección de discos de ópera italiana y un equipo fenomenal para oírlos, y en las tardes de los sábados o los domingos acudía a su casa para disfrutarlos juntos.
Argeliers alentó mis primeras investigaciones musicales. Antes de la Revolución yo iba al Archivo Nacional con mi hermana Rosa para investigar sobre las etiquetas de los habanos, y allí conocí por ella a dos encantadoras y magníficas personas que manejaban muy bien los fondos: José Rivero Muñiz y José Luciano Franco. Rosa me leía los documentos y yo transcribía los expedientes. Buscando y buscando, me interesó la prensa musical, y en especial su primer periódico. Nadie lo había visto y sólo existían rastros en las bibliografías cubanas. Conversando un día con el compositor y hombre muy culto Natalio Galán, le hablé de este periódico, y tamaña fue mi sorpresa cuando me dijo que él tenía el primer número, comprado en París por unos francos. Me lo puso en las manos para trabajarlo y así quedó en nuestros fondos, donados por Natalio, El Filarmónico Mensual, editado en La Habana en 1812, acerca del cual publiqué un texto en la Revista de Música de la Biblioteca Nacional. También preparé un manual técnico de clasificación de las obras musicales cubanas de pequeño formato (contradanzas principalmente) publicadas en el siglo XIX. Esto me dio un bagaje considerable en relación con esas piezas, y comenzó a inquietarme otra vez la duda sobre la introducción de la contradanza en Cuba y lo que todo el mundo decía. Al salir del Departamento de Música y pasar a Sala Cubana, a instancias de Argeliers continúe investigando sobre la música aparecida en las publicaciones seriadas cubanas del XIX, y así di con la primera habanera hasta ahora fechada, El amor en el baile, publicada en 1842 en la revista capitalina La Prensa. Además, recogía cuanta noticia aparecía en las publicaciones periódicas de ese siglo que diariamente revisaba. Poco a poco fue creciendo aquel libro, y cuando estuvo listo, tanto Argeliers como María Teresa Linares, me alentaron a presentarlo en el Primer Concurso de Musicología Pablo Hernández Balaguer, celebrado en Santiago de Cuba en 1974. Y gané el premio de ensayo, otorgado por un prestigioso jurado. También resultaron premiados Alberto Muguercia en artículo y Zoila Gómez en biografía. A Muguercia lo conocí presentado por el compositor y director del Departamento de Música, Carlos Fariñas, quien me pidió ayudarlo en sus investigaciones sobre el son. Él fue el revitalizador del género en esos años, junto con Ezequiel Rodríguez y otros promotores como Sirique. En el Salón de la Biblioteca ofrecía ciclos para los cuales gustosamente hice dos programas, y me dedicó su primer trabajo publicado: «A Zolila Lapique que me enseñó a hacer fichas».
En la Editorial Letras Cubanas conocí a Radamés Giro, y a Dulcida Cañizares, editora de Música colonial cubana. Después trabajaría con Silvana Garriga, un punto y aparte como editora, amiga y consejera de todas mis ideas y publicaciones. En la propia editorial, y por la esposa de Radamés, la querida Isabel González Sauto, reencontré a Leonardo Acosta, viejo amigo, ensayista y poeta, pero sobre todo agudo crítico con el que siempre me gusta debatir opiniones.
Volví a trabajar las etiquetas de los habanos y cigarrillos, y los grabados, la litografía de Cuba, la caricatura política del XIX, la prensa seriada humorística y satírica, los ingenios...
Pero no me desligué del todo de la música. Comencé con la ayuda de mis compañeras y amigas Marta Haya y Elena Giradles –esta última fallecida en plenitud de facultades–, los ciclos de óperas en video en la Biblioteca, con el mejor de los presentadores: Ángel Vázquez Millares. Para estos ciclos recibí la ayuda inestimable de Gonzalo Escalante, quien donó la primera casetera y videos, en memoria de su hermano Luis, trompetista de jazz y de la Orquesta Sinfónica. Después tendríamos la colaboración de María Luisa Lobo, mi amiga, apasionada difusora de la cultura cubana por el mundo, que nos enviaba regularmente videos. Aquellos ciclos fueron sensacionales, pues comenzamos con un televisor y terminamos con un gran video beam y un público joven que abarrotaba la sala, incluso con las óperas de Wagner.
Tengo 76 años y confieso sin rubor que me hubiera gustado ser dueña de una potente y bien timbrada voz, y cantar todo lo que me apasiona del teatro lírico. O saber tocar bien el violín, aunque no llegara a ser como mi amigo Evelio Tieles, o en último caso, bailar, aunque sea la más simple de las danzas. Pero Dios no me dotó con ninguna de esas cualidades, así me he resignado a oír y estudiar la música. Como investigadora he podido hacer algunos aportes, entre ellos la determinación de las dos etapas de la contradanza en Cuba y el hallazgo de la primera habanera en el tiempo.
Ahora, gracias a Ediciones Boloña saldrá a la luz este título, auspiciado por el entusiasmo de Leo Brouwer y Eusebio Leal. Pero quedan pendientes de publicación más investigaciones sobre la cultura cubana, incluso relacionadas con la música, pues salvando la distancia que hay entre mi persona y Don Alejo Carpentier, a quien tanto admiro por su obra narrativa y musicológica, puedo exclamar apropiándome de su feliz frase, expresada en un admirable documento de Héctor Veitía: «... es que no he podido sacarme ese músico que llevo dentro».


(Este es uno de los dos textos de Zolia Lapique que sirven de preámbulo en su libro Cuba colonial. Música, compositores e intérpretes (1570-1902), publicado en 2007 por Ediciones Boloña).
Zoila Lapique Becali
Investigadora
 
San Cristóbal danza con Retazos
«La labor de Retazos no se limita tan sólo a la representación de obras danzarias para el disfrute del público, sino que existe el compromiso para con la comunidad de La Habana Vieja, en una proyección eminentemente de carácter socio-cultural».
 Reza la letra de una vieja canción que 20 años no son nada, mas en el corazón del Centro Histórico, la Compañía de Danza Teatro Retazos ha demostrado cuán fructífera han sido estas dos décadas, en las que el lenguaje de la danza se ha consolidado como protagónico de disímiles empeños y sueños. Honrar honra, nos legó José Martí, y ha llegado pues, otro instante para rendir merecido tributo al genuino y fecundo quehacer de esta compañía en su 20 aniversario.
La propia naturaleza representacional de la danza la convierte en un arte efímero, mas no es una limitación, pues Retazos elabora una poética de lo efímero como estética, valores que perduran y tributan a la memoria, a la legitimación como individuos, a la espiritualidad de lo impredecible... Y lo más importante, se erige en coordenadas hacia la reflexión. El discurso coreográfico nace de lo fugaz de un fragmento de lo cotidiano, representado en un movimiento o en un gesto. La cotidianidad de la acción pretende insinuar más que decir, por tanto, depende del espectador como intérprete de la pluralidad de lecturas codificadas en el lenguaje conceptual de la creación danzaria. La reflexión sobre la realidad se traza desde la interpretación teatral y la universalidad del mensaje, utilizando en su lenguaje una composición que se torna sencilla, de secuencias reposadas e introspectivas, y se resume en la onírica atmósfera de la plasticidad.
La Compañía de Danza Teatro Retazos tiene su génesis en la villa de San Cristóbal de La Habana, en el primer mes de 1987, bajo la égida de la profesora y coreógrafa Isabel Bustos Romoleroux. La estética comunicacional de Retazos evidencia el diálogo entre la emoción, los sentimientos y las sensaciones. A partir de un discurso visual fundado en la gestualidad de lo natural y lo cotidiano, Bustos en estas dos décadas ha logrado crear un lenguaje lírico e intimista. Las obras de Retazos, testimonio documental, buscan resaltar las disímiles encrucijadas del imaginario cultural de nuestro tiempo. Es así que confluyen en la praxis creativa de este grupo costumbres, prejuicios y vivencias que subyacen en el subconsciente colectivo de la sociedad universal.
Desde la más absoluta vanguardia técnica, Retazos construye un discurso coreográfico en el que se evidencia a todas luces la complicidad entre la danza y las artes plásticas. Esta singular proyección estética se debe en gran medida, a las inquietudes plásticas de su directora. De esta manera se legitima una auténtica acción creativa que se plantea como premisa para la exaltación de una espiritualidad madre latinoamericana, común a las identidades de nuestros pueblos, los cuales están codificados en la gestualidad corporal como medio expresivo de la universalidad de cada singular propuesta de este grupo danzario.
 La Compañía de Danza Teatro Retazos cuenta desde sus orígenes con la aceptada y visionaria dirección de la coreógrafa Isabel Bustos, ecuatoriana de nacimiento, pero cubana de alma y corazón que encontró su destino en la danza. Con un notable historial en el magisterio, estudió ballet en la Escuela Nacional de Arte (ENA) de La Habana, y posteriormente perteneció a importantes compañías, tanto en Ecuador como en Cuba. Además, se ha dedicado como profesora y coreógrafa en la Escuela Nacional de Danza Moderna y en la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte (ISA) de nuestro país. Sus vastos conocimientos le han permitido impartir talleres y clases magistrales de Improvisación, Composición Coreográfica y Técnica de la Danza Contemporánea, en diferentes latitudes.
Desde la fundación de la compañía, Isabel Bustos ha dirigido y organizado diversos espectáculos y obras de pequeño formato. Las puestas en escena no sólo son conocidas en Cuba, sino que han sido representadas en varios países europeos y latinoamericanos. Destacadas coreografías de su autoría han sido montadas por prestigiosas compañías profesionales, como Unión Dance (Inglaterra) y la norteamericana Repertory Dance Theater.
Entre las obras coreográficas de la Compañía de Danza Teatro Retazos sobresalen en época temprana la obra Mujeres, correspondiente a 1987. Dos años después, surgió Los siete pecados capitales. Con la progresiva madurez adquirida por Retazos nacieron otros títulos con el paso de los años, como Carmina Burana (1991), Las lunas de Lorca (1998), Rosas y Herencias (1999), «Entre luces y columnas» (2000) y «Peces en las manos» (2003).
La labor de Retazos no se limita tan sólo a la representación de obras danzarias para el disfrute del público, sino que existe el compromiso para con la comunidad de La Habana Vieja, en una proyección eminentemente de carácter socio-cultural. De este empeño han surgido talleres de creación infantil con el ansia de incentivar el conocimiento de la danza en los niños. El espectro se amplía al promover y estimular a los nuevos realizadores a presentar sus obras, así como a la superación profesional con la participación en las conferencias sobre danza contemporánea, creación coreográfica y música cubana, que imparten especialistas y profesores de esta Compañía.
El Festival Internacional de Danza en Paisajes Urbanos Habana Vieja: Ciudad en Movimiento, se revela como un acontecimiento cultural que pone a dialogar los diferentes lenguajes artísticos, con la intención de acercar al habitual caminante citadino a los propuestas que son presentadas a la vista pública, e integrarlo a los danzantes y al entorno de coreografías inspiradas en la historia, diseño y arquitectura de la Villa de San Cristóbal de La Habana. Organizado por la Compañía Danza Teatro Retazos y la Oficina del Historiador de la Ciudad, con la colaboración del Centro de Teatro y Danza de La Habana, esta cita adquiere carácter anual y reúne en el Centro Histórico a compañías danzarias de varias naciones.
Retazos se plantea con la realización de este evento propiciar el diálogo y la integración entre la danza y el patrimonio histórico arquitectónico. El Centro Histórico es tomado como una gran escenografía que adquiere vida a través del color y el movimiento de los danzantes. Retazos elabora así un lenguaje visual que motiva a la reflexión sobre problemáticas actuales que afectan a nivel mundial a las ciudades históricas. A manera de fábulas danzarias, Retazos intenta sensibilizar, así como hacer un llamado sobre la necesidad de la preservación del patrimonio edificado. Durante estas jornadas, la danza escapa de los teatros para apoderarse de locaciones propias del paisaje urbano, tales como casas-museos, calles y parques del Centro Histórico.  En un plano de revalorización del patrimonio arquitectónico, así como de su memoria histórica y cultural, se integra el arte de Retazos a la música de antaño del Conjunto de Música Antigua Ars Longa, con un único fin: contribuir con la labor rehabilitadora y de reanimación cultural del Centro Histórico. En el reciente V Festival Internacional de Música Antigua Esteban Salas, la impronta de Retazos se hizo evidente en la magistral actuación de su bailarina Lisset Galeno en la comedia madrigalesca ¡Festino!, obra del compositor renacentista Adriano Banchieri.
Gracias a los empeños de la directora de Retazos y a los de Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, llegó al espacio del Centro Histórico la Compañía de Danza Teatro Retazos, que en un primer momento, tuvo como sede a la Casa Oswaldo Guayasamín. Con la rehabilitación constructiva del parque Las Carolinas –Amargura entre San Ignacio y Mercaderes– y de su inmueble contiguo encontró Retazos, definitivamente, un sitio para la creación danzaria y la materialización de sueños y retos. Esta construcción de estilo moderno y con algunas reminiscencias de códigos neohistoricistas, le permiten dialogar con su entorno, sin violentarlo. A la vez, con total aprovechamiento del espacio, su diseño se subordina a las características que demanda una compañía danzaria para la acción cotidiana de la creación. Con dos escenarios para la representación de las obras, uno techado con todas las bondades propias de la comodidad, y otro, al aire libre, donde el espacio arquitectónico se alza como escenografía, estas áreas de la calle Amargura se erigen por sí solas como un moderno sitio para el arte danzario que cultiva Retazos: grupo que se define en términos de simbiosis, entre el dominio corporal propio de la danza y la integración de varios movimientos de expresión situacional en uno único, tendiente a lo elegante, lo majestuoso y con una gestualidad relajada, fluida, ligada o continua de lo cotidiano.
Retazos es movimiento, espiritualidad, reflexión... Los retos son muchos, los sueños más aún.
Fernando Padilla González
Estudiante de Historia del arte
 

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