Con cada nueva
edición de la Bienal de Cerámica Amelia
Peláez, va siendo una costumbre la coexistencia
del pequeño y amplio formatos en un mismo espacio
expositivo. En un inicio, este evento de la plástica
privilegió las creaciones de mediano formato,
pero ya resultaba algo difícil que quedase divorciado
de la persistente influencia en los últimos tiempos
de la instalación en el hecho artístico
cubano.
Debemos catalogar como sabia la decisión tomada
por su comité organizador de aproximar esta Bienal
–como suceso– a una porción del discurso
artístico contemporáneo del país.
O, al menos, de ofrecerle la posibilidad a los simpatizantes
con la cerámica, de demostrar pericia y arte,
con obras sobredimensionadas que no necesariamente se
acercan siempre a lo instalativo, sino a lo escultórico.
Muchos de los creadores cubanos con semejantes ventajas
han logrado incorporarle a la cerámica algo más
que una finalidad decorativa. Ellos piensan también
en que sus obras deben hacernos pensar.
En esta VII Bienal ha habido un predominio del mensaje.
No por gusto obras como
Escorrentía
(Teresa Sánchez);
Fuente (Jorge Ferrero
de Armas);
Sin título, de la serie «Arte
para las masas» (Humberto Díaz), por ejemplo,
nos lo han confirmado. Con éstas se ha alcanzado
un sano cuestionamiento sobre si ciertos objetos (azulejos,
inodoro, figurillas decorativas…) pueden o no
aceptarse como obras de cerámica (artística)
dentro de la galería cubana, en función
esta vez, de una bienal.
La idea de la refuncionalización objetual es algo manida en la historia del arte, pero ha tenido cierta originalidad durante este evento de cerámica
que, por momentos, pudo salirse de su límite al mostrar la interrelación de la tierra horneada con otros elementos expresivos: metal, cristal, plástico, madera…
Inobjetable
ha sido esta suma de componentes en varias de las piezas
presentadas, que le han concedido a la muestra colectiva
un sentido formal-conceptual diferente. Y esto ha sido
muy bueno. Una de las mejores propuestas pertenece a
Humberto Díaz: la mesita de la
shopping
con sus figurillas, tal y como existe en la actualidad
en cientos de los hogares del país. Esta pieza
ha expandido las fronteras expresivas de la VII Bienal
de Cerámica. En otro contexto de exhibición,
el énfasis del creador habría estado centrado
en el asunto del
kitsch. Ahora, la lectura
ha sido otra.
El título mismo de su serie «Arte para
las masas» acentúa que las obras únicas
e irrepetibles, como las que han sido presentadas, funcionan
entonces como
el arte para pocos. El contraste
arte-no arte lo ha dado Humberto Díaz, y por
qué no, el de cerámica artística-cerámica.
Al unísono, la cerámica producida en serie
y lo kitsch han podido colarse en una exposición
con otras sorpresas.
Esto que pudiéramos nombrar como expansión
formal-conceptual de la Bienal la han transmitido igualmente
otras piezas. Bastaría con el repaso de las que
fueron premiadas, las cuales podrían insertarse
en otro certamen o muestra de nuestro arte contemporáneo.
Al verlas en el Salón Blanco del Convento de
San Francisco de Asís (5 de abril-5 de mayo de
2004), ha sido posible ahondar un poco más en
su contenido que en su factura.
Delante de
Retrato de familia (primer premio), de Osmany Betancourt;
Hueco negro (segundo premio), de
Sergio Raffo;
Código rojo (tercer premio), de Alejandro Cordovés, y
Metáfora
del tiempo (premio especial), de Alder Calzadilla, nos quedaba la sensación que debíamos ejercitar nuestro pensamiento, además de admirar
el talento personal de cada autor. La terracota complementada
en algunos casos con metales, elementos naturales y
vidrio, imponía que nuestra percepción
no fuera meramente contemplativa. O que a veces fuese
ésta menos vertical y circular.
Ocurría por ejemplo con
Hueco negro,
de Sergio Raffo y
Espacio núbil (premio
ópera prima), de Darlyn Delgado Gorgoy, con las
cuales debía haber un acercamiento excedido para
decodificar otras inquietudes artísticas. Cerca
de estas dos propuestas veíamos en el interior
del pedestal-trampolín de metal, varios detalles
fragmentados de un instante del arte universal, a modo
de pérdida histórica (
Hueco negro).
Y podía notarse el estímulo de los deseos
sexuales, ante el roce de otros labios en una de las
zonas más erógenas del cuerpo femenino
(
Espacio núbil).
Obras así, se afilian al hálito expositivo
del Salón Blanco del Convento de San Francisco
de Asís, donde con anterioridad se ha expuesto
de todo.