Semanario Especial Opus Habana : Opus Habana. Semanario Digital.
CLAVES CULTURALES DESDE EL CENTRO HISTÓRICO
Boletin No.79/2004  
 
 Lunes 19 de julio



     

Inauguran nueva sede del Museo Numismático
Reabierto este lunes 19 de julio en su nueva sede, el Museo Numismático es como un «tesoro de la memoria acuñada, a través de la cual podemos apreciar la Historia de Cuba en toda su diversidad», expresó en sus palabras inaugurales el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler.


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Leonardo Cuervo y sus ofrendas surrealistas
Hasta fines de julio la galería Raúl Martínez, del Palacio del Segundo Cabo, exhibirá la exposición La mirada oblicua, del pintor Leonardo Cuervo Mera, quien en cerca de 20 obras refleja un mundo de ensueños surrealistas.


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Puertas haladas
Diez aldabas-tiradores de hierro expuestas en el Museo de Arte Colonial conforman una de las más valiosas colecciones de elementos de la arquitectura cubana del siglo XVIII.


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1996: Centenario de Guillermo Collazo
La expresión de una estética, una época y un hombre hubo de apreciarse en la muestra del Salón del Museo de Arte Colonial, con la cual el Museo Nacional, Palacio de Bellas Artes, conmemoró en 1996 el centenario de la muerte del pintor Guillermo Collazo (1850-1896).


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Inauguran nueva sede del Museo Numismático
Con motivo de la reapertura del Museo Numismático en su nueva sede —Obispo 305—, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz donó a dicha institución una valiosa colección de mil monedas de oro.

   
 
Momentos de la inauguración de la nueva sede del Museo Numismático por Eusebio Leal Spengler. A la ceremonia asistieron José Miyar Barrueco, secretario del Consejo de Estado, y Francisco Soberón Valdés, ministro presidente del Banco Central de Cuba, quienes recorrieron las salas expositivas junto al Historiador de la Ciudad.

 SALA TRANSITORIA
Considerada de alto valor numismático, esta colección de monedas de oro fue entregada al Presidente cubano en 1985 por el eminente biólogo suizo residente en Canadá Dr. Albert Thut, y por decisión del Consejo de Estado ha pasado a engrosar los fondos del Museo Numismático (Oficina del Historiador de la Ciudad). ampliar
Vista interior del Museo Numismático, con la escalera de acceso al segundo nivel.

 SALA CIRCULANTE MONETARIO
En el segundo piso se encuentra la Sala de Circulante Monetario, destinada a las monedas y billetes desde el mundo antiguo hasta la actualidad. ampliar
Entre las piezas que atesora el Museo Numismático en su Sala de Circulante Monetario, tienen un valor particular las monedas y billetes que emitió en 1869 la República de Cuba en Armas, con la firma de su Presidente: Carlos Manuel de Céspedes.

 SALA MEDALLÍSTICA
La Sala Medallística está reservada a piezas conmemorativas, emitidas durante las etapas de la Colonia, la República y la Revolución. ampliar
En esta vitrina se encuentran, entre otras piezas del período colonial, la Real y Distinguida Orden Americana de Isabel la Católica y la Cruz de la Orden de Santiago.
 
I N A U G U R A C I Ó N
 
Pancarta explicativa de la colección de mil monedas de oro donadas por el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. La misma se exhibe en la Sala Transitoria.
Acuñadas en distintas cecas, especialmente Tember (Colorado) y Carson City, de las mil monedas de oro que conforman el donativo del Jefe de Estado cubano, 920 son norteamericanas de 20 dólares, acuñadas entre 1869 y 1928, y 80 son mexicanas de 50 pesos, acuñadas entre 1925 y 1945. Una parte de ellas —100 piezas— se expone en la Sala Transitoria, en el primer piso de la nueva sede museística.
El recién abierto Museo Numismático, que fue fundado en 1975 por Raúl León Torras, entonces ministro presidente del Banco Nacional de Cuba, se encuentra situado ahora en un edificio construido en 1915 en la populosa calle de Obispo.
En este inmueble radicó el antiguo Banco de Mendoza y, aunque sufrió posteriores modificaciones, sobre todo en su interior, conservó su arquitectura bancaria: ecléctica, con predominio neoclásico, monumental y magnificente.
Este edificio ha sido restaurado por la Oficina del Historiador de la Ciudad, y se suma a otros de semejante carácter bancario que, situados en la zona que algunos llaman «el Walt Street» habanero, comienzan a ser recuperados como exponentes de la arquitectura moderna en los predios del Centro Histórico.
Es el caso del otrora Banco del Comercio que, concebido hacia 1923 dentro de la iglesia de San Felipe Neri, fue restaurado y refuncionalizado a principios de este año 2004 en sala de conciertos, mientras que «en sus espectaculares bóvedas se conservará el grueso de las 162 000 piezas que custodia el Museo Numismático», afirmó el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal.
A la apertura de la nueva sede del Museo Numismático asistieron José Miyar Barrueco, secretario del Consejo de Estado, y Francisco Soberón Valdés, ministro presidente del Banco Central de Cuba, entre otras personalidades.
El nuevo Museo Numismático cuenta con dos niveles para el uso público. El primero está dedicado a la Sala Medallística (reservada a piezas conmemorativas, emitidas durante las etapas de la Colonia, la República y la Revolución), además de contar con el pequeño espacio para muestras transitorias.
En el segundo piso se encuentra la Sala de Circulante Monetario, destinada a las monedas y billetes desde el mundo antiguo hasta la actualidad.
 
S A L A  C I R C U L A N T E  M O N E T A R I O
 
La Sala de Circulante Monetario comienza en el mundo antiguo, cuando surge la moneda. Justo a este período pertenecen las 16 monedas griegas —de plata— entregadas en vida por Joaquín Gumá Herrera, Conde de Lagunillas, además de otras antiquísimas piezas.
A continuación le sigue el espacio dedicado a la circulación monetaria en América. Como es sabido, a la llegada de los conquistadores españoles, el valor de cambio era otorgado a productos naturales como el cacao, por ejemplo.
La metrópoli impuso el uso de la moneda metálica como circulante, pero las acuñaciones españolas no fueron permitidas en el Nuevo Mundo. Fernando el Católico ordenó acuñar expresamente en Sevilla, en 1505, monedas para estos territorios.
En 1535 se ordenó la apertura en México de la primera Casa de la Moneda en América, que acuñó las de tipo «circular sin cordoncillo».
Hacia 1570 comienza a labrarse la moneda macuquina, acuñada sobre discos de metal irregulares y de bordes recortados. Ambos tipos se produjeron a martillo hasta 1728, cuando se introdujo la técnica a volante. Con ella, en 1732 se inició la producción de la moneda columnaria en plata, y la de busto, en oro.
La sala de Circulante Monetario está ubicada en el segundo nivel de la edificación. 
En 1771 se unificaron los diseños y el busto apareció igualmente en oro y plata hasta el fin de la acuñación colonial española en América, alrededor de 1823.
Con la independencia de México, principalmente y de las restantes colonias (1824), Cuba dejó de recibir acuñaciones hispanoamericanas y comenzó a nutrir su circulante con monedas españolas, francesas y norteamericanas, con la paulatina preponderancia del dólar.
Sin embargo, desde 1855 España ya había autorizado que Cuba comenzara a imprimir su propio billete lo cual recaería en los Bancos Español de La Habana (1855), Español de la Isla de Cuba (1881) y Tesoro de la Isla de Cuba (1891).
Una vitrina aparte atesora las emisiones de la República de Cuba en armas (monedas y billetes) que datan de 1869. Su importancia radica en que, con esta emisión, Céspedes quería dotar a la naciente República de dinero propio, como un atributo más de soberanía.
El valor agregado a estos primeros billetes cubanos se los confiere el hecho de que llevan la firma del Padre de la Patria.
En 1897, la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York acuña monedas destinadas a recaudar fondos para la guerra. Estas piezas debían tener el valor facial de un peso, pero para evitar el peligro de confiscación por parte de las autoridades norteamericanas, se sustituyó el valor facial por la palabra souvenir.
Desde 1855, el gobierno español autorizó a Cuba imprimir sus propios billetes, algunos de los cuales se exponen en esta vitrina.
Las dificultades que acarreaba la circulación de monedas de diferentes nacionalidades prevalecieron durante los primeros años de la República; ello propició un proyecto de emisión de billetes en 1904 por parte del National Bank of Cuba, entidad de capital privado carente del privilegio de emisión, razón por la cual el proyecto fue impugnado.
Una década más tarde, el 29 de octubre de 1914, se creó el sistema monetario nacional basado en el patrón oro y como unidad el peso. La ley previó la emisión de monedas de oro, plata y cobre-níquel —las cuales se acuñaron en Filadelfia a partir de 1915— pero no consideró la emisión de billetes, aunque legalizó la circulación del dólar norteamericano.
Aquí también se exponen los estuches con las primeras monedas cubanas salidas de las prensas, las cuales fueron entregadas al entonces presidente de la República Mario García Menocal; de ahí que se le llame Colección Menocal. Dichas piezas pasaron al Banco Nacional de Cuba, desde el mismo momento de su creación.
Carente de un banco emisor, el Estado comenzó a emitir papel moneda —conocido como Certificados Plata— a nombre de la República sólo a partir de 1934, respaldado por 67 000 000 de discos de plata de un peso. En 1948, al crearse el Banco Nacional de Cuba, se pusieron en circulación billetes a su nombre y fueron desmonetizados los anteriores.
Al triunfo de la Revolución, el Comandante Ernesto Guevara asumió la presidencia del Banco Nacional de Cuba. En 1961 se estableció el canje obligatorio de los billetes hasta ese momento en circulación, por los de la nueva emisión que en su diseño mostraban la firma del Presidente del Banco (Che).
El 18 de julio de 1977 se inauguró la Casa de la Moneda de Cuba. Ese día se acuñaron tres monedas de oro que, con valor de 100 pesos, tenían el busto de Carlos Manuel de Céspedes y se agruparon en la serie «Grandes acontecimientos de la historia de Cuba».
La primera de estas monedas se le obsequió al Comandante en Jefe Fidel Castro, la segunda, a la Asamblea Nacional del Poder Popular y la tercera, al Museo, o sea, que aquí se atesora una de las primeras monedas acuñadas por la ceca de La Habana.

 
S A L A  M E D A L L Í S T I C A
 
Vista de la Sala Medallística, con las vitrinas que contienen las piezas de la época colonial.
La Sala Medallística cuenta sólo con fondos cubanos desde los tiempos de la Colonia hasta hoy.
La medallística de la etapa colonial cubana se caracteriza por piezas que recogen hechos destacados, junto a órdenes y condecoraciones españolas portadas por la aristocracia y el ejército de la Isla.
Destacan en esta colección las medallas de proclamación y jura y las medallas de ayuntamiento. Las primeras eran acuñadas por las localidades al celebrar ceremonias de ascensión al trono español de un nuevo monarca; tenían escaso valor y eran arrojadas al pueblo durante los festejos. La más antigua medalla de proclamación cubana es la de Luis I, emitida en 1724.
Los ayuntamientos dispusieron en 1866 el uso de medallas para distinguir a sus regidores; en ellas se grababan las armas del distrito y la efigie del santo patrono de la localidad.
En esta sala se encuentran, entre otras piezas, la Real y Distinguida Orden Americana de Isabel la Católica y la Cruz de la Orden de Santiago. También pueden apreciarse las dos medallas postbélicas, española e inglesa, relacionadas con la toma de La Habana por los ingleses en 1762. Es también interesante la medalla dedicada a conmemorar el fín del bloqueo estadounidense sobre la isla de Cuba en 1898.
Vitrina con la Orden Carlos Manuel de Céspedes, la más alta condecoración que entregaba el Estado Cubano durante la República.
La medallística de la República, que se inició con ella en 1902, versó sobre diversos temas; en este período se destacaron la Medalla de los Veteranos a Máximo Gómez; la Medalla de la Independencia, conferida a miembros del extinto Ejército Libertador, y en 1913 la Medalla de la Emigración, primera pieza numismática en que aparece la imagen de José Martí.
A partir de 1909 fueron creadas órdenes y condecoraciones, entre las que se cuentan la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes, la Orden de Honor y Mérito de la Cruz Roja, la Orden del Mérito Militar y la Orden del Mérito Naval.
Entre ellas se distingue la Orden Carlos Manuel de Céspedes, la más alta condecoración que, en distintos grados, otorgaba el Estado Cubano y que, en su momento, fue conferida a personalidades de relevancia tales como Alicia Alonso, Sánchez de Bustamante, Jorge Mañach...
Correspondientes a este período histórico, están también las medallas especiales dedicadas al Centenario del natalicio de José Martí (1953) y las medallas a los emigrados revolucionarios cubanos.
Otros espacios acogen las piezas de la Revolución hasta que se instaurara el Sistema de Condecoraciones de la República de Cuba que, entre las más importantes, incluye la Orden José Martí y la de Héroe de la República de Cuba.
En primer plano, las vitrinas con las medallas acuñadas por la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Un lugar significativo está asignado al sistema de medallas de la Oficina del Historiador de la Ciudad que, acuñadas en oro, plata y cobre patinados, refleja la obra restauradora del Centro Histórico de la Habana Vieja.
Estas emisiones comenzaron en 1973 y, desde entonces, se ha ido incrementando una colección de alto valor numismático y artístico cuyo tema central son las instituciones, personalidades y grupos sociales que se han distinguido por su aporte al acervo cultural de la ciudad desde sus orígenes, y al proceso de restauración y el renacer económico, político y espiritual que entraña. Han sido acuñadas en la Casa de la Moneda de Cuba desde su fundación. Entre estas medallas pueden mencionarse:
   A la memoria de la comunidad judía
   Al bicentenario de la Catedral de La Habana
   A la restauración del Convento de San Francisco
   A Hasekura Tsunenaga, primer japonés que visitó Cuba
   Al bicentenario de la estancia de Simón Bolivar en La Habana...
Ahora, al ser reunidos en su nueva sede de la calle Obispo, como si de un archivo oficial se tratase, estos tesoros numismáticos permiten al visitante acceder a distintos momentos de la Historia de Cuba, además de vivir el interés y la curiosidad por una de las vertientes más apasionantes del coleccionismo.
 
Leonardo Cuervo y sus ofrendas surrealistas
«Un universo semejante apela a la descodificación más profunda y ése es uno de los aciertos de la propuesta de este artista», afirma Rafael Acosta de Arriba en esta reseña crítica de la muestra.


En su lucha con la realidad algunos pintores la violan  
o la cubren de signos, la hacen estallar o la entierran,  
la desuellan, la adoran la niegan.  

Octavio Paz 

El fantasma del pájaro decapitado en las afueras de La Habana (2001). Óleo sobre tela (120 x 90 cm).
Hay que huirle a los lugares comunes cuando se habla de la obra de un artista plástico. Es recurrente esgrimir tres o cuatro frases repetidas hasta el agotamiento y dejar en el aire, intocado, la esencia de una propuesta creativa.
Trataré de evitar ese desatino. La obra de Leonardo Cuervo me coloca, de entrada, ante muchos referentes de zonas de la creación del pasado siglo que aún tienen mucho que expresar. Pienso en Remedios Varó y su fulgurante universo surrealista. Pienso también, quizás con menos fijación, en Rousseau, El Aduanero, y sus intranquilizadoras escenas, llenas de misterio y sugerencias.
Los cuadros de Leonardo Cuervo poseen una factura impecable y se sostienen sobre un dibujo de una limpieza y elegancia indiscutibles. Simbolismo, mezcla de conceptos, el color apoyando el discurso del cuadro, un collage de ideas expresadas con una técnica impecable. Eso y más me dicen estas piezas de enigmática belleza. Pero quizás sea la riqueza de ideas lo que más me atrae de su obra. El concepto primando sobre el buen oficio. La hibridación de ideas desbordando la superficie del cuadro.
Lo fantástico es el gran tema de estos cuadros de Cuervo. Una imaginación desbordante que juega con referentes mitológicos secretos y pretende eximir a la imagen de todo significado consciente. Al menos esa es su tentativa, que la logre o no es tarea de cada degustador, de cada persona que se sitúa ante estas piezas a desentrañar los signos pasando El hijo del hombre (2004). Óleo sobre tela (120 x 90 cm). por la destreza y el oficio del artista. Me gustaría citar un párrafo de un excelente texto de Roger Caillois sobre la obra ya mencionada de Remedios Varó. Dice así el insigne escritor francés: «Este mundo es enteramente insólito, de todo punto incompatible con el mundo familiar; sin embargo, toma del mundo real los diversos elementos que lo componen. Pero han sufrido, al entrar en el nuevo universo, una curiosa transformación». Creo que en ese proceso mutante se establece la comparación de estos cuadros con la obra de Varó, algo que me parece esencial.
Hay un tiempo detenido en estas escenas donde se combinan lo arquitectónico, la naturaleza (a veces una sola flor, un ala de extrañas aves, un arbusto o nubes de una blancura pétrea), un vestuario o una rara maquinaria de origen onírico. Salta a la vista que no hay figuras humanas en estos cuadros: otro símbolo, lo que en este caso difícil de descifrar. Si los cielos nublados predominan, la ausencia del hombre es rasgo general de la muestra. Puede que la significación esté dada por la omisión. Un mundo creado por el hombre pero en el que la presencia humana es invisible, acaso perceptible sólo por sus obras y productos de su creación.
Un universo semejante apela a la descodificación más profunda y ése es uno de los aciertos de la propuesta del artista.
Un mundo mágico emerge de estas obras. Enhorabuena para un joven creador que avanza por caminos muy propios en el difícil y sugerente mundo de la creación plástica.
 
Puertas haladas
Más que para llamar, estas piezas servían para halar o atraer hacia sí las pesadas puertas exteriores o las de habitaciones interiores.


A diferencia de los llamadores o aldabones –con formas de mano, león, lira, cisne–, las aladabas-tiradores poseen diseños de tipo zoomorfo, ofidios o reptiles en mayor número, y otros de patrón geométrico estilizado.
Conociendo el número de herrerías donde a lo largo del siglo XVIII laboraron negros, mulatos libres y esclavos, se infiere una relación directa entre los orígenes de esos hombres y las formas de los objetos, o sea, la transculturación en éstos de un simbolismo mágico-religioso y/o simplemente estético.
Especialmente en las regiones de Costa de Oro y Costa de Marfil, en Ghana, prosperaron durante el siglo XVII sociedades de gran desarrollo militar.
Los pueblos de ANSI de los Baule y el reino de los Achanti se destacaron en el arte de fundición, mediante el cual realizaban objetos inspirados en figuras de cocodrilos, peces y serpientes, con cuyos supuestos poderes mágicos rendían culto a la naturaleza y a la fecundidad.
En algunas piezas pequeñas, utilizadas para pesar el oro en polvo, los Achanti reproducían animales que, como el cocodrilo, representaban divinidades. Estos objetos eran fundidos a la cera perdida y tenían casi siempre las mencionadas formas de reptil, e incluso trazos humorísticos. Con la trata de esclavos, vigente en documentos desde 1501 hasta 1817, se mantuvo un flujo ininterrumpido de mano de obra negra, fundamentalmente de la zona del golfo de Guinea, como prueba don Fernando Ortiz en su obra Los negros esclavos. En el amasijo de africanos traídos a Cuba, están presentes los negros mira de la cultura Achanti, y lucumí, de Nigeria, junto a otros muchos cuyas creencias, costumbres, conocimientos y habilidades comienzan a fundirse con el avatar productivo en la Isla, que asimila esta fuerza de trabajo así como sus influencias técnicas y estéticas.
Es lógico suponer que nuestras aldabas-tiradores fueran fundidas por esos herreros mulatos o negros libertos, quienes tradicionalmente trabajaban el hierro en sus pueblos; probable también que mantuvieran sus esquemas figurativos al confeccionar estos aditamentos que, en la mediana época colonial, adornaron las puertas más representativas de la arquitectura doméstica cubana.
 
1996: Centenario de Guillermo Collazo
Posiblemente Guillermo Collazo sea uno de los pintores cubanos más atractivos del siglo XIX, no sólo por la diversidad temática (retratos, paisajes, escenas, etc.) sino por su depurada factura y empleo del color.

Collazo desempeñó su labor en contextos que le proporcionaron experiencias diferenciadas que supo asumir de manera creadora.
Nueva York le posibilitó ampliar su formación y afianzar un oficio; La Habana le nutrió de un determinado ambiente insular y una atmósfera intelectual criolla; París le proporcionó madurez y consolidación.
Nueva York le posibilitó ampliar su formación y afianzar un oficio; La Habana le nutrió de un determinado ambiente insular y una atmósfera intelectual criolla; París le proporcionó madurez y consolidación.
Desde una mirada sociologizante no se advierte una relación dialógica entre su discurso artístico y la problemática socio-política de la Isla.
Pero para Collazo, como para otros creadores de la época, la conciencia patria y los corredores artísticos no suponían ideales en conflicto, podía y debían tener senderos diferentes.
Como artista, él representa a una zona de la intelectualidad cubana enfrentada al dilema de la emigración-nación, problemática latente y constante en cualquier ámbito seleccionado y que no suele denotarse en la praxis artística.  Su discurso artístico fluctúa el romanticismo y el nuevo simbolismo, aun con tintes tradicionales: escenas dieciochescas, galantes, damas aristocráticas, paisajes tropicales, con una atmósfera en la cual se respira un universo particular conformado por el autor.
Su mirada ante el conflicto nacional se aprecia en la sistemática colaboración con publicaciones parisinas afines a la causa cubana y en una postura radicalizada en el ámbito familiar.
Entre los cuadros expuestos esta Dama sentada a orillas del mar, en el que intenta más que la representación, la captación de una atmósfera; la gama cromática, así como el contrapunto detalle-conjunto, expresan un amplio dominio técnico.
Tal vez su obra más conocida en Cuba –por la amplia difusión– sea La siesta (1886). Paisaje, ambiente y figura se organizan en función de una imagen que ha sido decepcionada como signo de criollidad y exponente de la tradición cubana.
 

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