Semanario Revista Opus Habana Opus Habana. Semanario Digital.
CLAVES CULTURALES DESDE EL CENTRO HISTÓRICO
Vol. III, No.29/2006  
   Desde:
   2006-07-24 
  Hasta:
   2006-07-31  



     

Roig en el primer Congreso de Historia
Cuando en 1942 se efectuó el primer Congreso Nacional de Historia, nuestro país estrenaba una modalidad para el debate y el consenso históricos. Estos encuentros no hubieran trascendido «sin la especial participación en ellos, como promotor y como ponente, del Dr. Emilio Roig de Leuchsenring».

Por Félix Julio Alfonso López .
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Por
Tomado de Opus Habana, Vol. II, No. 3, 1998, pp. 58-59.
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Los vitrales de Rosa María
Con fragmentos de vidrio, Rosa María ha reanimado el espíritu de medios puntos, mamparas, lámparas o vitrales coloniales que rendían sus últimos destellos bajo los escombros de la Habana Vieja.

Por
Tomado de Opus Habana, Vol. IV, No. 1, 2000, Breviario.
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¿Entre qué gentes vivimos? (Segunda serie)
En breves líneas el articulista reseña las principales características de personajes habaneros que abundaban entonces, entre los cuales cita a los aventureros, propagandistas o apóstoles, el sabio de oficina, políticos, profesionales, los guapos...

Por Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964. .
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Roig en el primer Congreso de Historia
Presidido por don Fernando Ortiz, el primer Congreso Nacional de Historia fue inaugurado el 8 de octubre de 1942 en el Palacio Municipal de La Habana. Ese día Roig pronunció una medular disertación tras los discursos de rigor presentados.

Asistentes al primer Congreso Nacional de Historia frente al monumento dedicado a José Martí en el habanero Parque Central. Están presentes Fernando Ortiz, Emilio Roig de Leuchsenring, Conrado W. Massaguer, Heriberto Portell Vilá, entre otros más. (Fotografía: Fototeca de la Oficina del Historiador).
La celebración por primera vez en Cuba de congresos con carácter nacional dedicados de manera exclusiva a los asuntos relacionados con la investigación, la enseñanza y la divulgación de la historia, fue una idea del profesor de Historia de América de la Universidad de La Habana, Herminio Portell Vilá.1
Sin embargo, este cónclave de los diversos profesionales –abogados, médicos, periodistas, ingenieros...– que en ese momento se dedicaban a ejercer como historiadores, no hubiera tenido la trascendencia para los estudios historiográficos cubanos durante sus periódicas celebraciones, sin la especial participación en ellos, como promotor y como ponente, del Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad de La Habana y Presidente de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales (SCEHI).
La personalidad de Roig, atrayente, prestigiosa y ecuménica, hizo posible la unión de voluntades diversas para lograr que el primer congreso se desarrollara con la seriedad científica y la amplitud de criterios necesarios en eventos de esta naturaleza.
El primer Congreso Nacional de Historia, previsto para desarrollar sus sesiones en octubre de 1942, se celebró en una coyuntura internacional dominada por la Segunda Guerra Mundial, y la alineación de la mayoría de los intelectuales cubanos contra el fascismo, y en un ámbito nacional donde la hegemonía burguesa había cedido espacios para la reproducción democrática y la paz social dentro del libre juego de los partidos políticos.
Finalmente, después de arduas sesiones de trabajo durante varios meses, el congreso fue inaugurado el día 8 de octubre de 1942, en el salón de recepciones del Palacio Municipal de La Habana, presidido por la figura patriarcal de don Fernando Ortiz. Tras los discursos de rigor de las autoridades políticas invitadas, el Dr. Roig pronunció una medular disertación en la que expuso un conjunto de tesis que reflejaban sus concepciones personales sobre la ciencia histórica, pero además argumentaba la función social que los estudios históricos debían cumplir en un país como Cuba. En su opinión: «Pueblos como el cubano, de integración nacional no lograda plenamente, requieren un conocimiento más exacto y comprensivo de su historia, para mejor descubrir en el pasado, más o menos remoto, las raíces de sus males, crisis y dificultades presentes, con vistas a un futuro de estabilidad, progreso y engrandecimiento».2
En este proceso de pesquisas e indagaciones en el pasado para no perder la memoria histórica como pueblo, debía jugar un papel primordial uno de los ejes centrales del oficio de historiador: la búsqueda de la verdad histórica. Pero para llegar a esta verdad, muchas veces elusiva, debían combinarse el estudio científico de los hechos históricos, sin falseamientos oportunistas, y también el de las grandes personalidades, pero desprovistas de toda hagiografía o manipulación compasiva: «Los hechos, si se presentan desnudos de poéticas mentiras, tienen en cambio el adecuado ornamento de la limpia y ruda verdad histórica, libre de prejuicios, convencionalismos e intereses creados; y a los personajes se les hace descender de los cielos de percalina en que los habían falsamente encaramado sus patrioteros apologistas, para retratarlos, sin piadosos retoques, tales como fueron y actuaron, humanizados, con sus reales defectos y virtudes».3
Las ideas de Roig sobre la historia no sólo eran revolucionarias en un campo académico como el cubano, viciado por la retórica vacía y la monotonía de los homenajes, sino que reflejaban una moderna concepción historiográfica que invitaba a revalorizar y reinterpretar la historia, no sólo de Cuba, sino de todo el continente americano, con un fin claro y explícito. En este sentido apuntó: «Todos cuantos formamos parte de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales sentimos la necesidad imperiosa de revalorizar nuestra historiografía y la historia de América y darle el dinamismo indispensable para hacer llegar la cultura histórica al pueblo, a fin de reformar la conciencia cubana y americana».
Y agregó que el espíritu de los historiadores allí reunidos, no debía ser el de considerarse una capilla de elegidos, ni una «concentración de pachecos intelectuales», sino que se trataba de «trabajadores del pensamiento», cuya misión última era la de preocuparse por los destinos del pueblo y por el «robustecimiento de la conciencia nacional», pues en su opinión: «La inteligencia y la sabiduría solo tienen un valor humano apreciable cuando se proyectan en forma de servicio popular».4
Cuatro de los varios bocetos de los distintivos que estaban previstos para ser usados en el primer Congreso Nacional de Historia, correspondiente a octubre de 1942. Los mismos están en uno de los tomos con las actas de las sesiones de debates de ese trascendental evento historiográfico. Se conservan en la biblioteca del Museo de la Ciudad (Oficina del Historiador).
A continuación, Emilito pasó a exponer la tesis central del trabajo que presentaría en el congreso, y que él consideraba debía constituir un objetivo primordial de todos los congresos a celebrar en el futuro. Esta idea principal era la de la reivindicación de la revolución libertadora cubana del siglo XIX, que él ve como un proceso único y continuo, frustrado en la República y desconocido por las generaciones de cubanos jóvenes de aquel momento. En su opinión había que lograr un conocimiento profundo de los hechos que llevaron a los revolucionarios del 68 y del 95 del siglo XIX a alzarse en armas contra la Metrópoli, y desterrar del imaginario colectivo la auto subestimación del cubano como pueblo capaz de gobernarse a sí mismo.
A su juicio, la idea de que los próceres de la independencia debían su grandeza, no a sus méritos propios, sino al hecho de haber muerto a tiempo y no convertirse en aprovechados de sus hazañas y depredadores de la nación, era una «fatal ignorancia e injusta generalización».5
También ataca las posiciones intelectuales conservadoras y reformistas que tratan de empequeñecer el esfuerzo libertario y en su lugar proponen que la solución autonomista hubiera sido la más viable para que Cuba evolucionara y alcanzara un gobierno estable, propalando la idea de que el pueblo cubano no estaba listo para la independencia, de lo que podía servir de ejemplo las graves crisis políticas desatadas durante la República. A estos escépticos, Roig les responde: «Básteme mantener enfáticamente que la obra de la revolución cubana emancipadora no constituye un fracaso en la historia de nuestro desenvolvimiento político. Que ella fue la consecuencia inevitable e imprescindible del desastroso sistema colonial español, de la ineptitud y de la ceguera de todos los políticos y gobernantes, empeñados en que Cuba sufriese, de manera inalterable, el régimen nefando y ominoso de colonia factoría, gobernada a distancia, sin estudiar ninguno de sus problemas y necesidades».6
Y añadía: «Nuestra revolución emancipadora cumplió el papel histórico a ella reservado. Mientras Cuba hubiera permanecido bajo el gobierno de España no era soñable pensar en mejoras evolucionistas de ninguna clase, porque nadie da a otros lo que no tiene para sí, y de España era imposible que los cubanos recibieran en momento alguno enseñanzas de buen gobierno y administración públicos, por la elocuentísima razón de que aún en estos momentos España no ha podido aplicarlos al gobierno y administración de su propio país».7
La parte final de este brillante discurso, la dedicó Roig a explicar sus criterios sobre los orígenes de las sucesivas crisis que había padecido la República en sus 40 años de existencia, desde 1902 a la fecha, y que en modo alguno debían atribuirse a la revolución independentista, enfatizando en la nefasta herencia del colonialismo y en la deletérea presencia de los Estados Unidos a lo largo de nuestra historia de los últimos dos siglos: «(...) desastroso ejemplo y educación políticos, gubernativos y administrativos recibidos por los cubanos durante cuatro siglos de despotismo explotador; dependencia económica, ya en los días finales de la dominación española, de la gran potencia vecina norteamericana; peculiarísima forma en que la colonia se transforma en república, no por el propio esfuerzo de sus hijos, sino por la orden y el poder de otra nación que se interpone en el proceso evolutivo de nuestro pueblo y se convierte en el dispensador supremo de bienandanzas y males, con la gravísima secuela de la falta de fe y de confianza de los cubanos en la estabilidad de la República».8
Con estas convicciones profundas sobre el devenir histórico cubano y las ansias de propiciar nuevos estudios y acercamientos, se produjo la intervención activa de Roig en los debates del congreso. Allí reivindicó la gloria de Finlay como el verdadero descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla; abogó por retirar la estatua de Fernando VII de la Plaza de Armas y colocar en su lugar la del padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes; pidió la liberación del luchador antimperialista puertorriqueño Pedro Albizu Campos y del líder comunista brasileño Luis Carlos Prestes y de «todos aquellos que por cualquier opinión político-social hayan merecido prisión (...) y no solamente para los que sufran prisión, sino también para los que sufran destierros u otra clase de persecución».9
En la mañana del 11 de octubre de 1942, le tocó a Emilio Roig exponer su trabajo titulado «Revaloración de la guerra libertadora cubana de 1895». Luego de explicar su tesis inicial, en el sentido de que la revolución del 95 no debía llamarse por ninguno de los topónimos donde ocurrieron alzamientos, es decir, Baire, Ibarra, Bayate..., señala que este proceso independentista obedeció a un plan común y único, estructurado por José Martí, por lo que, apoyado en un acendrado martianismo, sugiere proponer a los máximos poderes de la nación que se llame a la guerra libertadora cubana iniciada el 24 de febrero de 1895 con el nombre de «Revolución de Martí».10
Durante el debate le replicó a Roig el Dr. Mario Guiral Moreno, quien opinó que la guerra debía llamarse sólo de independencia y no con el nombre de un sólo prócer, pues fue la obra del pueblo de Cuba y no es exclusiva de una sola persona. Roig se mostró conforme con este parecer de no llamar a la guerra del 95 la «Revolución de Martí», pero al mismo tiempo manifestó que era un error histórico considerarla guerra de independencia: «porque del mismo modo que la guerra del 68 fue frustrada por el Pacto del Zanjón, la Guerra de Independencia fue frustrada por la intervención del gobierno de los Estados Unidos dando nacimiento a una república mediatizada, con Enmienda Platt, influencia imperialista, establecimiento de carboneras y Tratado comercial, de todo lo cual hemos estado tratando de librarnos en una verdadera guerra de independencia celebrada durante la República, tratando de sacudirnos los factores que impidieron la Independencia en 1902».11
Los diferentes ángulos de este asunto, que sobrepasaba la simple discusión terminológica, provocaron que el Congreso Nacional de Historia recomendara a la SCEHI, que al convocar a la convención de historiadores de 1943, sin menoscabar la libertad de temas, se trazara un programa concreto y entre sus puntos figurara el de la revaloración de las guerras de Cuba en las luchas por su independencia. La moción fue aprobada por unanimidad «quedando para el próximo congreso la encomienda de dictar un laudo definitivo sobre el asunto, con vistas a trabajos presentados y documentación aportada».12
Instantánea fotográfica con algunos de los participantes al Congreso Nacional de Historia correspondiente a 1942. Fue tomada delante del monumento a Antonio Maceo, obra del italiano Domenico Boni, que se halla en San Lázaro y Belascoaín, muy cerca a un tramo del Malecón habanero. (Fotografía: Fototeca de la Oficina del Historiador).
Ese mismo día, concluidos los debates en las diferentes comisiones, tuvo lugar una sesión plenaria en la que Emilio Roig volvería a ser protagonista, ya no en su papel de organizador o polemista, sino como homenajeado por su labor historiográfica y por el éxito del congreso. La propuesta de confeccionar un artístico pergamino con la firma de todos los congresistas para entregárselo a Roig como recuerdo del evento fue lanzada por Esteban Domenech y a ello se unió la propuesta del señor Pérez de Acevedo, de que se solicitara la ayuntamiento la concesión a Roig de la medalla de la ciudad. Abrumado quizás por tantos reconocimientos, Roig respondió: «Realmente yo me negaría a aceptarlo, pero me limito a hacer constar que nada he hecho que tenga mérito: es sencillamente el haberme desenvuelto en actividades en las que me ha agradado emplear el tiempo. El único mérito que puede haber en esto es haber sabido escoger a las personas que me han ayudado a desenvolver estas actividades. Si he podido alcanzar éxito es exclusivamente porque siempre he contado con los amigos y he contado con aquellas personas que se dedican a los estudios que yo también me he dedicado, que nunca he querido realizar una labor sola».13
A continuación Roig dejó claro que una sola institución, como la Oficina que él creó, poco hubiera podido hacer sin el concurso de otras corporaciones aliadas en las luchas por la cultura, como la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos, o la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, y señaló en ese sentido su deseo de tratar de implantar comisiones semejantes en los municipios donde no los hubiera y la figura del Historiador de la Ciudad en los ayuntamientos donde no existieran «de manera que acepto esta felicitación pero deseo hacer constar en acta, que si he podido tener éxito es exclusivamente porque ustedes me han ayudado y me han acompañado en todas estas labores».
Para concluir, apuntó Roig unas palabras de humildad y modestia que debieron conmover al selecto auditorio de historiadores y hombres de letras, como digno colofón a aquel Congreso fundacional de 1942: «En cuanto a la proposición del co. Acevedo se lo agradezco mucho, pero le pido que la retire, porque son dos cosas que invariablemente no estoy dispuesto a aceptar nunca: banquetes ni condecoraciones, sin que eso signifique que yo vea mal a las personas que lo hacen».


1 Así se puede leer en la trascripción de las actas de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales (SCEHI), en su sesión ordinaria del 27 de febrero de 1942. Los originales de estos documentos se atesoran en la biblioteca del Museo de la Ciudad (Oficina del Historiador).
También puede verse en: Primer Congreso Nacional de Historia. Trabajos preparativos, actas, mociones y acuerdos. Octubre 8-12, 1942. Sección de Artes Gráficas del Centro Superior Tecnológico de Ceiba del Agua, La Habana, 1943, Tomo I, p. 55.

2 «Discurso del Dr. Emilio Roig de Leuchsenring en la sesión inaugural del Primer Congreso Nacional de Historia», en: Primer Congreso Nacional de Historia, ed. cit, p. 55.

3 Ibídem, p. 56.

4 Ibídem, p. 57.

5 Ibídem, p. 58.

6 Ibídem, p. 59.

7 Ibídem, pp. 59-60.

8 Ibídem, p. 60.

9 Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales: Primer Congreso Nacional de Historia. Acta de la sesión plenaria (tarde), 11 de octubre de 1942, p. 21. (Museo de la Ciudad).

10 Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales: Primer Congreso Nacional de Historia. Acta de la sesión de la mañana, «Sección de Historia de Cuba», 11 de octubre de 1942, p. 6. (Museo de la Ciudad).

11 Ibídem, pp. 6-7.

12 Ibídem, p. 8.

13 Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales: Primer Congreso Nacional de Historia. Acta de la sesión plenaria (tarde), 11 de octubre de 1942, p. 43. (Las siguientes citas corresponden a este documento que se conserva en el Museo de la Ciudad).




(Fragmentos de la ponencia «Emilio Roig de Leuchsenring y su labor historiográfica en el Primer Congreso Nacional de Historia (1942)», presentada por Félix Julio Alfonso en la segunda jornada del III Simposio de Historia Emilio Roig de Leuchsenring: 18 y 19 de julio de 2006).
Félix Julio Alfonso
Opus Habana
 

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