Publicado por Ediciones Boloña (Oficina del Historiador de la Ciudad), Historia de la Iglesia católica en Cuba. La iglesia en las patrias de los criollos (1516-1789), de Eduardo Torres-Cuevas y Edelberto Leiva Lajara, resulta un libro de consulta imprescindible para todo aquel que se interese por el proceso de formación de la nacionalidad cubana.

Se trata de una obra que —sin pretensiones de ser definitiva— comienza a llenar un vacío en la historiografía cubana como cimiento referencial para todo aquel que intente abordar los nexos entre la institución religiosa y otras temáticas: la política, el pensamiento, la economía, la ética y la estética, así como la formación de las mentalidades y de los hábitos, costumbres y tradiciones de lo criollo, primeramente, y de lo cubano más tarde.

 

 Recién publicado por Ediciones Boloña (Oficina del Historiador de la Ciudad), Historia de la Iglesia católica en Cuba. La iglesia en las patrias de los criollos (1516-1789), de Eduardo Torres-Cuevas y Edelberto Leiva Lajara, resulta un libro de consulta imprescindible para todo aquel que se interese por el proceso de formación de la nacionalidad cubana.
Como dicen sus autores en el prefacio: «No es ésta una obra que pretende dar por concluidos los estudios, tan vastos e inabarcables, de la Iglesia y la religiosidad católicas en Cuba», sino que se propone «contribuir al desarrollo posterior de los temas vinculados a la historia que se pretende sintetizar».
Y con este punto de vista coincide el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, cuando en el prólogo ratifica que «es precisamente en el poder de síntesis —a lo que yo añadiría también como atributo: la claridad—, donde radica la originalidad de este esfuerzo historiográfico mancomunado».
En efecto, se trata de una obra que —sin pretensiones de ser definitiva— comienza a llenar un vacío en la historiografía cubana como cimiento referencial para todo aquel que intente abordar los nexos entre la institución religiosa y otras temáticas: la política, el pensamiento, la economía, la ética y la estética, así como la formación de las mentalidades y de los hábitos, costumbres y tradiciones de lo criollo, primeramente, y de lo cubano más tarde.
Convencidos los autores de que nunca habrá una historia nuestra que no empiece por una comprensión nacional, necesaria de metodologías y teorías propias para que la cubanidad pueda interpretarse a sí misma, ellos han tenido en cuenta los estudios precedentes, pero manteniendo una posición  equidistante, ajena a las «tradiciones polémicas sectarias que colocaban el énfasis en posiciones doctrinales y temas de partido».
Sin desechar el proceder de la «vieja historia hechológica» —que precisa nombres, fechas, datos… en aras de cotejar y revisar los episodios organizados cronológicamente—, Torres-Cuevas y Leiva Lajara estructuraron su obra de acuerdo con el criterio de periodización que divide la evolución colonial en cuatro etapas según indicadores macrosociales:
I) la del primitivo modelo colonial, encomendero, minero y de agricultura de subsistencia (décadas iniciales del siglo XVI);
II) la de la sociedad criolla, cuyo origen y evolución abarca desde mediados de esa primera centuria hasta las décadas finales del siglo XVIII;
III) la de la sociedad esclavista que se inicia con el boom azucarero y alcanza hasta mediados del siglo XIX cubano;
IV) la de la formación de las estructuras capitalistas dependientes, desarrollo del movimiento de liberación nacional y de la república laica.
Abarcando las dos primeras etapas en este primer volumen ahora publicado, los autores no sólo logran atenerse a tal criterio de periodización, sino que encierran todo un ciclo de la institución eclesiástica al acotarlo en 1789, cuando se produce la división del Obispado de Cuba (existente desde 1516) y la creación del Obispado de La Habana.
«La fecha no es casual. Se corresponde con el momento del violento tránsito hacia la sociedad esclavista que exigirá, también a la Iglesia, replantearse muchos de los presupuestos de su actividad, ante los profundos procesos económicos, sociales, demográficos y culturales que transforman, en poco tiempo, el panorama de la sociedad colonial».
De modo que, aun cuando no se haya publicado todavía el segundo tomo —que cubrirá desde esa división hasta la creación de la República en 1902—, se agradece el adelanto de esta obra a cuatro manos cuyo primer libro tiene un carácter independiente por el carácter mismo del contenido y la manera en que éste ha sido analizado y expuesto rigurosamente.
Ello puede constatarse desde la primera parte, que, con el título «Los orígenes de la Iglesia americana», explica el sistema bipolar Estado-Iglesia y las condiciones históricas que propiciaron la creación del Real Patronato de los monarcas españoles Isabel y Fernando sobre el cuerpo eclesiástico en las tierras americanas.
A la problemática de las bulas alejandrinas se dedica un pormenorizado acápite que analiza las diversas hipótesis sobre la fecha de expedición de las mismas y su significado político en la puja que, por la repartición del mundo, sostuvieron la Corona de Portugal y el reino de Castilla y León.
A continuación son tratados los orígenes de la Iglesia católica en Cuba (1516-1564), y le siguen cronológicamente: la centuria crítica (1568-1647), el camino hacia el primer sínodo diocesano (1680), la creación de la iglesia criolla (1685-1731) y el esplendor de la mitra criolla (1732-1789). En total son siete partes, una de las cuales —la cuarta— resulta un paréntesis esclarecedor al definir el universo religioso del criollo en el siglo XVII.
Dentro de esa cuarta parte, el capítulo VIII es muy importante porque ayuda a explicarse la razón de que el primer tomo de Historia de la Iglesia católica en Cuba tenga como subtítulo La Iglesia en las patrias de los criollos (1516-1789), es decir, por qué la necesidad de pluralizar el concepto de patria.
Desde la perspectiva de la historia de las mentalidades, Torres-Cuevas y Leiva Lajara explican cómo el proceso de arraigo a la tierra, condensado en el concepto de patria chica o patria región en tanto medio físico de unificación social, encontró también su expresión de sentimiento —su significante emocional— en la mentalidad del criollo mediante las simbolización religiosa.
«Ese lenguaje religioso es el único a través del cual el criollo puede expresar sus sentimientos, deseos e ideas, y será la vía para formular su propia identidad dentro del conjunto imperial. Será también el medio para que los distintos grupos sociales articulen su identidad en el conjunto del criollo».
Partiendo de que la primera villa —Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa (1512)— fue fundada bajo la advocación de la virgen María, se enumeran las devociones marianas cuyo culto fue asentándose en las ciudades portuarias, además de aquellos santos y vírgenes que fueron heredados como protectores de las cofradías agrupadas por oficios: santa Bárbara (artilleros), san Eloy (plateros), san Telmo (gente de mar)...
Tras reconocer que «un estudio aún por hacer es el de cómo el imaginario colectivo relacionó, aceptó o no asumió determinadas advocaciones, protectores o patronos», el libro aborda dos ejemplos significativos del «contrapunteo» entre la religiosidad del criollo y la importada de España.
El primer ejemplo es el «santo» Ecce Homo (He aquí el Hombre), advocación que tuvo su origen en el carácter milagroso atribuido en 1611 a una imagen pictórica de Jesús colocada en el sagrario del altar mayor de la Catedral de Santiago de Cuba.
Pero es la virgen de la Caridad del Cobre quien expresa con mayor nitidez cómo deriva el imaginario colectivo de lo hispano a lo americano y que, en el caso de Cuba, revela la reafirmación de un culto regional a partir del hallazgo en 1612 de una imagen mariana en las aguas de la Bahía de Nipe por dos indios y un niño negros naturales de esa zona cuprífera en el oriente de la Isla.
A esa región se regresará cuando se aborde la personalidad de Pedro Agustín de Morell de Santa Cruz, quien desempeñaría un papel destacado como mediador durante la sublevación de los mineros de El Cobre, con la misma firmeza que le hizo resistirse a la dominación inglesa de La Habana en 1762.
Pero es por su obra intelectual que ese prelado se halla casi omnisciente en esta obra conjunta de Torres- Cuevas y Leiva Lajara. Y es que el obispo Morell de Santa Cruz escribió Historia de la Isla y Catedral de Cuba, sin la cual —aun cuando ha llegado hasta nosotros incompleta— cualquier intento por reconstruir los siglos XVI y XVII sería mucho más difícil para los actuales historiadores cubanos.

Haydée Noemí Torres
Opus Habana

Tomado de Opus Habana, Vol. XI, no. 1, Breviario.

Comentarios   

Armando F. Cobelo
0 #3 Armando F. Cobelo 27-08-2011 15:36
Estoy escribiendo sobre Iglesiqas Catolicas cubanas siglo XVI al presente.
Estoy buwscando una lista de las actuales iglesias en Cuba esten en funcion o no.
Gracias
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Ricardo Pérez Infante
+2 #2 Ricardo Pérez Infante 06-09-2010 03:43
Quisiera saber las direcciones de las iglesias catolias de la ciudad de la Habana, y tambien las diferencias entre la evangelista,la protestante, los catolicos...
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yo
+1 #1 yo 23-09-2009 19:46
necesito informacion sobre la iglesia catolica en cuba sobre los siglos 16 y 7
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