En su afán por «recoger y comentar todas aquellas cuestiones que, en relación con las costumbres públicas y privadas, le ofrece la vida diaria de su país en particular, y de la humanidad en general», el articulista habla «de amores, de amores modernos, naturalmente, y del matrimonio, del matrimonio contemporáneo, como es lógico».

Hoy, sin estridencia, sin escándalo, sin derramamiento de sangre y hasta sin ojos amoratados ni vajilla destrozada, las incompatibilidades y las infidelidades se liquidan con
un sencillo y simple procedimiento de divorcio.

El costumbrista que, como este Curioso Parlanchín, ejerce activamente su profesión, se ve obligado a tratar los temas más disímiles si es que quiere recoger y comentar todas aquellas cuestiones que, en relación con las costumbres públicas y privadas, le ofrece la vida diaria de su país en particular, y de la humanidad en general.
Así, tan pronto hablará de las actividades abiertas u ocultas de políticos y gobernantes, como de las nuevas modas que en su indumentaria callejera y playística han adoptado las chiquitas de sociedad de nuestro tiempo; y si hoy estudia las causas que han motivado
la desaparición del sombrero de copa o del malakoff  tratará de descubrir cuáles son el
pensamiento y el sentimiento de nuestra juventud en relación con las libertades de que hoy disfruta ésta casi desde la cuna…
Tal variedad de temas, si bien obliga al costumbrista a llevar una vida tan agitada como la de cualquier pasajero de una guagua habanera o de un carro loco de parque de diversiones, tiene la ventaja de proporcionar a sus artículos interés y amenidad inagotables, ya que el lector no podrá aburrirse con el plato único, que aunque sea faisan, bien pronto repugna.
Como buena prueba de cuanto decimos ha de recordar el lector que haya tenido la paciencia de distraer sus ocios o su vagancia leyendo semanalmente estas Habladurías, que las últimas publicadas han versado sobre asuntos tan diversos como son los accidentes automovilísticos, los niños, el cubano, avestruz del trópico, el bodeguero, las mujeres y los lances de honor, simpáticos y pesados…
Hoy hablaré de amores, de amores modernos, naturalmente, y del matrimonio, del matrimonio contemporáneo, como es lógico.
Y al hablar del amor y del matrimonio de nuestra época, es indispensable referirse al divorcio, ya que hoy en día no existe amor ni existe matrimonio, sin divorcio, y el divorcio es el complemento inevitable del amor y del matrimonio, y el mayor aliciente que ofrecen uno y otro.
No voy a plantear aquí problema alguno sobre la bondad o maldad del divorcio, pues ya éste es una institución desde hace años incorporada y adaptada a nuestras costumbres, que ha venido a resolver de una manera suave, civilizada y humana los conflictos a veces estrepitosos y cruentos que fatalmente han de presentarse entre hombre y mujer cuando éstos toman la grave y trascendental resolución que antaño tomaban de unirse para toda la vida y hasta la muerte, y efectivamente, como no había otra manera de romper esos lazos, que por indisolubles se convertían en horribles cadenas y torturantes grilletes, se acudía al crimen. Hoy, sin estridencia, sin escándalo, sin derramamiento de sangre y hasta sin ojos amoratados ni vajilla destrozada, las incompatibilidades y las infidelidades se liquidan con
un sencillo y simple procedimiento de divorcio.
Pero el criollo no puede dejar de ser criollo, llevando su cubaneo o cubicheo a todo lo que utiliza en su vida, y por eso tenemos que ha matizado el divorcio de curiosísimas modalidades, de acuerdo con su carácter y modo de ser. En otros países, donde el divorcio
tiene vida larga y estable, a través de muchas generaciones de hombres y mujeres, éstos hacen uso de él para romper el vínculo matrimonial que los unía, normalizar la vida futura de uno y otro cónyuge y las de sus hijos, resolviendo, además, la adecuada repartición de bienes habidos antes o después del matrimonio.
Para eso se ha creado desde hace siglos el divorcio y con esos fines se echa mano de él cuando a la vida en común entre un hombre y una mujer se hace imposible, o cuando a uno y a otro o a uno de ellos solamente les conviene separarse; pero criollos y criollas han pensado que además de utilizar el divorcio para resolver los conflictos matrimoniales deben usarlo para la satisfacción de su amor propio supuestamente ofendido por el otro cónyuge o por la familia de éste, o sea para dar caritate a su ex compañero o ex compañera.
Todos saben, si son criollos o extranjeros aplatanados, lo que significa entre nosotros dar caritate, porque el que más o el que menos ha dado caritate alguna vez en su vida, ya de novio, ya de casado, ya de divorciada, y hasta de viudo.
(He dicho que también pueden dar caritate un viudo o una viuda porque, aunque la definición de esta frase criolla es «lo que hace un amante reñido, cuando pasea con pareja distinta de la otra» según el más moderno Vocabulario Cubano, de Constantino Suárez, abundan los hombres, y especialmente las mujeres, que después de haber perdido a su "inolvidable cónyuge" se meten en nuevas aventuras amorosas matrimoniales y utilizan al difunto o la difunta para provocar los celos del nuevo amante, o sea para darle caritate a éste sacando a relucir los méritos y las virtudes del ex cónyuge fallecido, oleado, sacramentado y sepultado).
Hecha esta necesaria digresión, entraremos de nuevo en materia, o sea, en caritate divorcístico.
En el caso, o mejor dicho los casos, en que e1 esposo o una esposa criollos se quiere divorciar y desea conseguir la conformidad de la otra parte, para plantear el divorcio por mutuo consentimiento, o si esto no es posible, lograr que la otra parte acceda y se allane a la demanda, lo primero que necesita es convencer a su cónyuge que no hay otro amor por medio y no pretende contraer un nuevo matrimonio, porque con sólo que se imagine estas cosas el cónyuge demandado, ha de oponerse tozudamente al divorcio, no porque desee continuar la vida matrimonial, ni porque ame a su cónyuge, sino simplemente por darle caritate a éste, no facilitándole el medio de constituir nueva pareja y nuevo hogar.
Precisamente me contaba días pasados un notable abogado en ejercicio —porque también los hay fuera de ejercicio, o ex abogados, o que no tienen de tales abogar dos más que el título en la tarjeta y en la plancha a la puerta de la casa— la frecuencia con que los esposos o esposas concurren a los bufetes para que se les tramite el divorcio. El abogado realiza las gestiones oportunas a fin de lograr la aceptación de la parte adversa. La consigue. Ambos cónyuges hacen ver al abogado sus deseos de que el divorcio se tramite rápidamente. Todo
marcha sobre ruedas, con un exceso de velocidad sólo comparable al de los automóviles criollos. Pero un buen día, se presenta en el bufete, nerviosa, inquieta, agitada, la esposa, demandante o demandada. El abogado, al verla, creyendo que desea de mayor impulso aún a la terminación del divorcio, le participa que ya está para fallarse satisfactoriamente a los deseos de uno y otro cónyuge. Pero, entonces, la esposa le participa que ya no quiere divorciarse, que hay que retirar la demanda e impedir a todo trance que se disuelva el vínculo matrimonial. El abogado interroga qué ha ocurrido.
—¿Qué ha ocurrido?— contesta la cliente. Pues que he averiguado que mi marido sólo pretendía divorciarse para contraer matrimonio con Fulanita, su novia desde hace tiempo; y eso si que no lo aguanto yo, ni me presto a darle gusto haciendo el papel de Canuta! ¡Ya no me divorcio!
Esta misma actitud de caritate la suelen adoptar los maridos cuando se enteran que su mujer quería o aceptaba el divorcio para casarse con otro hombre.
Pero hay otra modalidad del caritate divorcista:
Marido y mujer, a petición de uno de ellos, llevan a cabo su separación, amigablemente, sin dificultades de ninguna clase. Y logran el divorcio.
Mas, enseguida qua están oficialmente separados, uno y otro se sienten presos de un ansia incontenible por contraer nuevos matrimonios. ¿A qué se debe esta fiebre matrimonial? ¿Era tan fina su sensibilidad amorosa que apenas salidos de un amor tenían que entrar en otro? ¿De tal modo se habían acostumbrado a la vida matrimonial, que les era imposible pasar solos unos meses sin compañía de la cara mitad del otro sexo?
Nada de eso. Esa violenta erupción matrimonial era motivada exclusivamente por el propósito de uno y otro de los esposos divorciados de darle caritate a su compañero, haciéndole ver, y haciendo ver al público, que lejos de haber lamentado el divorcio, cada uno se encontraba encantado de la vida, aunque la procesión estuviese por dentro; tan encantados que se disponían a formar nuevos hogares, demostrando ambos, así, que entre ellos todo interés amoroso había desaparecido, y eran dos extraños, preocupados en reconstruir su vida, uniéndose cada uno al nuevo ser amado.
En estos casos de caritate divorcístico, suele acontecer que alguno de los cónyuges necesita dar carreras en pelo en busca de un hombre —una mujer— que esté dispuesto a comprometerse en matrimonio en un dos por tres, a fin de que no transcurra mucho tiempo después de anunciado el divorcio sin que se haga publica también la noticia del nuevo matrimonio, y el publico se trague que este enlace estaba preparado de antemano, pues de lo contrario no tendría efectividad el cariitate que cada uno de los esposos quiere dar al otro y ambos a sus amistades y conocidos.
Desde luego que estos nuevos matrimonios, sin más base ni finalidad que dar caritate, suelen resultar matrimonios en que están siempre marido y mujer a la que se te cayó o de huye que te cogen, y no es raro terminen en un nuevo divorcio, con caritate también.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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